jueves, 21 de febrero de 2013


 Vieja estampa alcalaína

     Es el día de la Pascua de una Navidad cualquiera de mil setecientos cincuenta y tantos. Baja la municipalidad, baja el Ayuntamiento Pleno por la calle Mayor a los oficios de la Iglesia Magistral, van a la plaza de Abajo. que también fue de La Picota. Abren paso los cuatro porteros tocados de encarnado y mazas de plata al hombro, seguidos de los regidores en estricta formación jerárquica, presididos por el Corregidor. Ahí van los munícipes de uniforme, con chupa, calzón corto y medias de seda encarnada, sombrero de tres picos, espadín y zapato con hebilla. Esos son concejales, como Dios manda. No había llegado aún la era y hora de los descamisados.

     No es justo, mirando pasar la augusta comitiva, que estos hombres compongan un Ayuntamiento sólo «ilustrísimo», ya que no sería «excelentísimo» hasta que Alfonso XII se lo haya de conceder en junio de 1880, para lo cual tiene que llover un rato todavía.

     Pero ellos no lo saben, ni menos saben que andando el tiempo, en el derrumbe de los protocolos, los ayuntamientos, por mimetismo, por reales reaños, porque sí, se autodenominarán “excelentísimos” y “Malagón” el último.

     Ahí van, míralos, calle Mayor abajo, ahí van a la Iglesia de San Justo los regidores ilustrados de la ya entonces ciudad de Alcalá de Henares con la prosapia que otorga la vestimenta municipal, desfile que es la aspiración ensoñada de sus moradores.  Ese ayuntamiento que ahora desfila tiene nucha más enjundia que la irrevestida y civil vestimenta de los actuales munícipes, que  sólo portan como mucho los atributos de una vara y unas medallas, mientras que a los maceros se les ve poco. Pero ya no quedan desfiles ni ocasiones. Es el derrumbe de los protocolos. En la Gran Bretaña, sin embargo hay, desde hace tiempo, un auténtico ‘revival’ y renacimiento de sus viejas costumbres, en las que se remiran y se remueven sin complejo de su historia.



                 Grabado de la Colegiata de Alcalá de Henares por F.J. Parcerisa

     Ahora, ya es el primer día del año y vuelve a bajar a San Justo el desfile de los munícipes de calzón corto y media larga, después de haber tomado posesión de las Casas Consistoriales. Ahí vuelve a bajar el Ayuntamiento, grave y circunspecto hacia San Justo. La ceremonia eclesial ha acabado y los regidores esperan fuera, a donde se escapa la música de órgano. Rodríguez de Hita, el gran músico del siglo, el ‘seise de Alcalá’ ya se ha ido a la catedral de Palencia, pero la Magistral es sede de escuela musical.

      Cuando el Cabildo Magistral termine de salir por la puerta de la pila del agua bendita del Cristo de la Cadena, también de las Maravillas, comenzará
la procesión en torno al templo. El Cabíldo no acaba de salir y los munícipes se impacientan. Tardan tanto en pasar porque el traje coral de los prebendados arrastra profusa cola. Es una salida angustiosa: pasan uno a uno, bien espaciados y salen al exterior como apariciones estelares. A los regidores les debe irritar ese pavoneo de arrastre talar y telar, que, además, restaba protagonismo a sus atavíos festivos. Aquella largueza del revestimiento eclesial estaba en contradicción con su exiguo pantalón corto y media de seda torneada. Era la cortedad municipal frente a la largueza eclesial.

     Y fue precisamente esa largueza del tiempo y del atuendo lo que figuró como causa de la demanda municipal de un pleito a fin de que se recogieran con las manos los arrastres. Y no vayan ustedes a creer…: perdió el pleito la Iglesia.

     Siguen saliendo todavía a la plaza de los Santos Niños los prebendados. Estos munícipes que se impacientan parecen no salir nunca de las funciones eclesiales. Esteban Azaña se queja de que en su tiempo, un siglo después, mediados del XIX, ya no quedara casi nada de aquellas solemnes funciones religiosas a las que asistía el Ayuntamiento, «Sólo le vemos –dice– en San Justo, el día del Niño, Reyes, Candelaria, Ramos, Jueves y Viernes Santos, Corpus por la mañana y octava, Santos Niños, mañana y tarde y Pascua de Navidad». ¡Y eso era poco para don Esteban! el cual fue alcalde de Alcalá y padre de don Manuel, que sería ‘alcalde’ de España, y que habría de tener, desde luego, muy distintos pareceres sobre el particular.

     Nosotros sabemos de estos hombres que salen aparatosamente, uno a uno, y de estos munícipes, cabreados, que les miran salir. Pero ellos de nosotros no saben ni papa, aunque les gustaría, ya lo creo. Ellos son catedráticos y ‘magístrí’ de la insigne Universidad de Alcalá, pero no saben del tiempo adelante, sólo saben para atrás como todo hijo de vecino. Así,  no saben quién fue don Manuel Azaña ni saben que ese su egregio y mimado templo quedaría hecho una pavesita en el fuego estival de 1936, ni menos saben quien es Javier Bello en el año 2012, ni que ‘El Chorrillo’ ese año fue un chorro de euros.
    
 Pero tampoco saben algo gordo que va para atrás, que es memoria: no saben todavía que Cervantes, nada menos que Cervantes nació en Alcalá, están a puntito de saberlo. El que ahora es Abad, Santiago Gómez Falcón, va a descubrir su partida bautismal.

     Por fin han acabado de salir y ha comenzado la procesión del                         Nuevo Año en rededor de San Justo. Las capillas se descolgaban al exterior desde la girola y desde el lado del Evangelio, como bolsas desiguales, en tanto se topaba sobre su costado delantero la línea de casas soportaladas, continuación de la calle de San Felipe. Casas y capillas que fueron con el tiempo rebanadas como quesos  y permiten hoy airear gran parte de la silueta magistral.

                                       José César Álvarez
                                    www.josecesaralvarez.com