viernes, 22 de marzo de 2013

Bergoglio en Alcalá

     Cuando el cardenal francés Tauran salió al balcón a dar la ‘gran alegría’, todos los humanos –salvo 115 electores— eramos iguales en ignorancia; todos iguales ante la unísona oportunidad de oír y entender el nombre del nuevo papa; todos iguales al escuchar, sin ministerio de Igualdad alguno, que era argentino y jesuita, y saber después que pasó por Alcalá.

     A San Ignacio de Loyola, el que fuera capitán de su propia Compañía, antes de serlo, cuando vino a estudiar a Alcalá en 1526, alguien lo vio tirado en la plaza del Mercado, vestido de harapos pidiendo limosna, y lo acomodó en el Hospital de Antezana. No había pasado un siglo y volvió con ropaje barroco para levantar la iglesia y el Colegio Máximo de la Compañía de Jesús.
     
     En 1767, Carlos III, refrendado seis años después por el papa franciscano Clemente XIV, expulsó a los jesuitas de Alcalá, de España y de los dominios de Ultramar. Por eso, la noticia ha sido que el jesuita Bergoglio va ahora a la silla de Clemente con el nombre de Francisco. 

     Volvió San Ignacio a Alcalá en 1953 para levantar un nuevo edificio en el Campo del Angel, que dos años después ocuparía su Compañía. Era la Facultad de Filosofía de la provincia de Castilla, que acogió una juventud selectiva de castellanos, vascos, extremeños… (en el próximo año 2014 se prevé la integración de las cinco provincias en una: la provincia España)
    
     Aquel magnífico edificio, diseñado por los propios religiosos arquitectos,  destacaba en el medio del campo como un galeón varado. En su recreo de la tarde,  los frailes se desparramaban como un hacendoso hormiguero, salían al campo y visitaban las cuevas habitadas del Campo del Angel, se allegaban hasta las casucas del Olivar y tomando el camino de Santa Rosa, al otro lado de la carretera de Daganzo, visitaban a los niños sin escuela de aquella colonia, convocados en el puesto de trasmisiones del Ejército del Aire, o se llegaban hasta Camarma y le diseñaban al cura un altar de piedra, o se infiltraban en el Hospitalito, en la cárcel, en los colegios, en los cuarteles, en las fábricas, en el Seminario. Sus recesos conventuales eran una marea de negra y tesonera actividad, una jovial humanidad que irrumpía por todas partes.    



    
     En el curso 1966-67 y siguientes, el edificio albergó a la Universidad Pontificia Comillas, antes de que se dispersara por la Moncloa y se instalara definitivamente en Cantoblanco. En aquella época conviven en el edificio del Campo del Angel un plantel inigualable de profesores de filosofía: el padre José Gómez Caffarena, fallecido precisamente este febrero pasado, Andrés Tornos, Sanz Criado, Luis Martínez Gómez, Hellín, Gómez Nogales,  De Andrés… En el curso 1970-71 el edificio se consolida como residencia de jesuitas, comenzando las obras de adaptación del Colegio San Ignacio. Es en ese curso de silencio, con la Universidad huída y el Colegio todavía en ciernes, cuando el jesuita Jorge Mario Borgoglio, de 34 años, se instala en el edificio ‘Jesuitas Castilla’ de Alcalá, procedente de Argentina, para acometer con resolución, dentro de un grupo de 30 jesuitas postulantes, la ‘tercera probación’ definitiva, que se solía hacer en el extranjero y se realiza hacia los quince años de ingreso en la Compañía. Es la prueba definitiva para la toma de profesión, que dura de 6 a 9 meses y que Borgoglio cumplió en el curso 70-71, “eligiendo a Alcalá por su contexto ignaciano” y profesando el 22 de Abril de 1971.

     Esa concentración y retiro espiritual e intelectual debía completarse con su apostolado en el entorno, lo cual no habría de diferir mucho del panorama ya apuntado. Bergoglio, hijo de ferroviario, cruzaría las vías del tren por la pasarela de la calle Torrelaguna, que después desplazaron al parque. Fue en aquellas fechas cuando los jesuitas reclamaron la usurpación de un tramo de la carretera creada por ellos y desviada en rutilante comba por la Universidad Laboral.
    
     De lo que no hay duda es que el jesuita argentino, ordenado sacerdote el año anterior, diciembre de 1969, en Argentina, dijo misa en la capilla, asistió a su espléndida biblioteca, jugó al fútbol en aquel campo, como buen aficionado, pateó su entorno en excursiones y que en la ciudad seguiría algún día el rastro de San Ignacio: el hospital de Antezana, el Cristo de los Doctrinos y la iglesia de Jesuitas. Ruiz de Galarreta y Alemany, dos compañeros de ‘probación’ en Alcalá, se han referido estos días a las excursiones que hicieron juntos y a sus virtudes, pero nos faltan los detalles de la labor social que dicen desplegó en Alcalá el ahora papa Francisco.  

     Rodrigo de Borja, antes de ser el papa Alejandro VI, también pisó tierra alcalaína y conquistó las américas del Vaticano en 1492. Pero Borgia no era Bergoglio, no lo era en modo alguno. Alejandro es nombre altivo y belicoso; Francisco, en cambio, lo es pacífico y humilde. Nada que ver. La huella alcalaína del papa Francisco nos reconforta en estos tiempos de tribulación, y nos induce a ir tras ella, tras su rastro, tras su hallazgo.
                                                                 
José César Álvarez
                                                    Puerta de Madrid, 23.3.2013