Es
un nombre militar de marroquí procedencia, ese monte Gurugú de maniobras de
guerra, pero nunca fue fingida la bravura de su cuesta, que en la era de
Bahamontes, de Suárez y de Botella, hincábamos los pedales tras de sus
victorias épicas. Nuestro mundo era un dilema: o el Gurugú o el Zulema. Una
época dorada de carreteras desiertas donde al que baja o que sube se le conocen
sus señas. ¿Y dónde estabais vosotros los que aquí pegasteis hebra, los que
metisteis la mano con el pan en la salsera? ¿Dónde estabais, muchachitos, cuando
Alcalá era pequeña? Vinieron los que vinieron y entre los que aquí vinieran nos
prometieron un lago y sólo hicieron bañeras en la ciudad donde el río desde
siglos serpentea. Vosotros los que no estabais me echáis de la carretera, ya no
puedo ir en bici y han embalado mi meta. ¿Y dónde estabais vosotros en esa
cuesta primera, cuando grillos y chicharras bordonaban las cunetas, cuando chirriaban
los frenos de las cargadas carretas?
Y el sabio de aquel lugar quiso dejar esta
prenda: “Hubo grillos de estos pagos, vinieron grillos de afuera. Cervantinos los
que nacen, cisnerianos los que llegan. Cisneriana es la ciudad desde los
tiempos del César”.
Al monte del Gurugú Casado puso chistera, era
un gorro cervantino de armadura quijotesca que desde el alto clamaba endulzando
la existencia: Restaurante ‘El Gurugú’ de nuestras tierras cumbreras,
derroteros de sudor para llegar a su mesa, en sus curvas peraltadas le cogimos
sus maneras, y de las maneras nuestras se combaron sus maderas. Ay, Gurugú, que
me han dicho que te mueres y que cierras. y un poco morimos todos sin el horno
de tus cenas, sin el aire de tu monte, sin tu pinar que sombrea, sin el baile
de tus fiestas, sin los baños de tu alberca, sin correr unas vaquillas o
sentarse en sobremesa con amigos que tú acopias ante el fulgor de tu leña, sin
vistas de tu terraza que cuelga sobre la vega. Vega que ocupa Alcalá como si
fuera una huerta: hortalizas que despuntan del humedal de tu tierra: los repollos
alineados, calabazas como iglesias, los girasoles son torres y tus surcos son arterias.
Eso dice tu baranda, vigía que nos otea.
La vega aprendió a subir a la montaña
cimera. Aprendimos a subir en coche o en bicicleta, aprendimos a subir a
comuniones y fiestas, a las bodas y bautizos con ‘smoking’ y pamela, y un día
subió la crisis trepando por las laderas y se subió hasta la copa dejando las
ramas secas. Maldita esta negra crisis que es la grafiosis de empresas que nos
cierra los rebrotes y nos lame la corteza, que nos echa los cerrojos y nos abre
la miseria. Si la peste llega al plato es una cosa muy seria.
‘Los viernes del Gurugú’ iba a cumplir su
treintena. Últimos viernes de mes, el último se celebra como los de Filipinas
sin saber lo que hay afuera, donde la guerra ha acabado y ellos siguen la
contienda de mandíbula batiente que, encerrados, no se cierra.
Ya se acaba ‘El Gurugú’ y frío ya no se
queda el plato de Ruiz Castillo de darle tanto a la lengua, que despreció los
sabores de los tasajos que esperan. Ya se acaba ‘El Gurugú’, aquella noche de
estrellas en la que dije los versos de Tomás Ramos Orea, y al volar tantos
ardores, Prona ardía como tea, un trasfondo de Nerón de los primeros setenta.
Se acabó ‘El Gurugú’ y por la cuesta antigua de su curva de ballesta van
rodando los amores que en cada puerto
del mundo trajo en versos el poeta, ya rebosan los recuerdos, ya toman la
barranquera, allí van las diatribas, allí van las verborreas, copas de Magno de
Ubríes, humos de Sola en la puerta, bajan los platos rodando, van brincando paelleras…
A tu baranda colgada, pregonero con
trompeta, me asomé a tu paisaje y troné de esta manera: “Vecindario de Alcalá,
escuchad esta advertencia, que ya no subáis p’arriba, que no tiene fin la
cuesta”. Y el sabio mayor del valle, el Salomón de la vega, abocinando sus
manos le devolvió esta sentencia: “Si tú subes para arriba, dos veces subes,
colega”. Y el pregonero de arriba le replicó con presteza: “Bien has hablado,
gran sabio, diciendo mi fortaleza, que tú no subes p’arriba ni doblando la
receta”.
Adiós a las altas risas del Gurugú que
fondea, será su muerte anunciada el próximo día treinta. Y nos bajamos del
monte llaneando de tristeza.
José César Álvarez
www.josecesaralvarez.com