martes, 27 de septiembre de 2016

Ay, madre, que no nos rompan la cara




Ay, madre, que no nos rompan la cara


     Nos han tapado la cara con un velo de arriba a bajo. Es la fachada de la universidad cisneriana, es nuestra cara, la cara de Alcalá, no tenemos otra mejor, es la cara por la que nos reconocen, nuestro icono secular, nuestro rostro representativo que nos identifica y nos acredita. El día que perdamos la cara caeremos en el anonimato y en la trivialidad.

     Nos han tapado la cara para lavarnos la cara. Es un acto de cosmética privada que exige tener garantizada la intimidad. Pero en el velo que cubre nuestra cara que nunca puede dejarnos, se han estampado los rasgos de la cara tapada como un nuevo prodigio de otra Verónica.

     Ay, por Dios, que no se nos rompa la cara. Hemos visto tantas actuaciones rehabilitadoras contra el mal de la piedra sobre fachadas emblemáticas de nuestra geografía, donde resultó una superficie uniforme ‘de culito de niño’, que generó todo tipo de críticas. Por Dios, que no nos rompan la cara rosácea de la piedra de Tamajón, la que se entona en los atardeceres, la que se ruboriza de pudor y a la que se le suben los colores por ser cara tan mirada.  Que los polvos de tu cosmética no te tapen la epidermis natural, que no empalidezca tu rostro como en tu velo. Que vuelva a ser tu cara, tu cara limpia e íntegra.   

      Pero el principal enemigo de la piedra caliza son los ácidos corrosivos de la polución y del ambiente. De ahí que la Universidad de Alcalá, celosa de su imagen renacentista, le haya tapado su cara y le haya dispensado la cámara o alcoba de sus íntimos mimos. La lona transpirable de su velo, que reproduce sus rasgos, ha permitido la continuidad explicativa de la fachada durante este primer fin de semana de embozo, que precisamente ha recibido un caudal turístico invasivo. Por la calle de Libreros pasaba el sábado un grupo largo de chicos. Una amiga desde un velador les dijo a bocajarro: “Pero ¿dónde va tanto chico guapo?” Eran canarios.

     Pero el atractivo de este último fin de semana ha sido el nuevo zócalo figurativo de la plaza de San Diego. El zócalo del velo que cubre la fachada del Colegio de San Ildefonso presenta una muestra  corrida y colorista de personajes de ayer y de hoy, un salpicón de vestimenta vieja y moderna, un Cisneros televisivo que no se compadece con el alcalaíno, los doctores y doctoras sorprendidos por la cámara de una turista, los encabalgados don Quijote y Sancho de nuestras calles, los disfraces de Quevedo y de Cervantes junto a un cura con dulleta y teja, las chiquitas que juntan sus caras risueñas para posar ante un palo ‘selfie’ de autorretrato, los golfillos, las estudiantes de moderna tecnología…  Un friso, en definitiva, de mezclado costumbrismo, superpuesto, atemporal, grave y risueño, de figuras que posan y que pasan, quietas y movidas, el cual recorre como cenefa faldera los bajos del nuevo atavío del semblante universitario.   


 
     Fue el bi-doctor Ramón González Navarro el primero que trató los granos de nuestra cara. Descubrió, uno a uno, los autores que fueron de toda la abrumadora obra escultórica de la fachada de Rodrigo Gil de Hontañón, quien tuvo por maestro de obras a Pedro de la Cotera. Por primera vez oíamos hablar de escultores como Claudio, autor de la obra principal de los atlantes que sujetan las columnas, y de Nicolás de Rivero, Juan Guerra, Diego Gómez Sevilla, Juan de Miera, Cristóbal de Villanueva… 

     Todos ellos son nombres, empeñados desde no sé dónde, en alargar la existencia de su piedra. Pretenden hacerse inmortales con su obra, queriendo guardar su rostro y el nuestro. Pero su inmortalidad está en nuestras manos, que a nosotros toca. Ellos nos lo dieron y nosotros lo debemos conservar. De momento hemos envuelto su obra entre tafetanes. Ay, madre, que no nos rompan la cara.  

José César Álvarez

La virgen del val en su carrera




La virgen del val en su carrera





     Se asoma la Madre un sábado por la puerta grande del alfiz moruno, la puerta gótica isabelina, bordada en piedra por los contornos de su embocadura, abiertas de par en par sus altas hojas de madera, olivaradas de bellotes, en tanto toma con precaución el escalón de su casa. Sale la Señora de paseo en la garrota de su carroza de oro, acompañada de sus hijos. Toma el escalón de salida bajo el celo de sus próximos, y en su golpe de aterrizada titilan sus abalorios y trepidan a una todos los celos acumulados de sus camareras, su capa y corona, sus flores, sus velas prendidas… 

     En este septiembre de calores que no cesan va la Señora camino de su vieja cabaña, de su refugio secular junto al humedal de su río que no cesa. Sale la Dama a la calle de la Tercia y abraza la plaza de los Santos Niños, la de sus copatrones mártires, la plaza de suelo remendado con un hilo blanco que canta, como canta el entorno necesitado del templo, que cuenta con un proyecto de jóvenes arquitectos que se dilata, que se diluye, que se necesita. Las celosas camareras de tu imagen no las tiene el entorno desvestido de tu templo, donde se pierde el aire de un costado y queda inédita la otra cara de tu torre. Canta la ausencia de las camareras del entorno desvestido de tu templo.


       Cantan las devotas, las feligresas, los cofrades,  ‘Ave, Ave, Ave María’, cuando la Dama andariega ejecuta el escorzo de la casa-tapón para enfilar el desfiladero rocoso de la calle Mayor, donde los ‘Ave’ se quiebran contra las aristas de sus pilares y donde han sido reducidas las posaderas de las tablas permanentes del bebercio y del comercio para que pase la Dama y su séquito. Ya no hay samaritanas que te den a beber en el cubo de su agua clara, entre otras cosas porque no hay sedientos. Ya no hay sed ni en este septiembre de calima sahariano, es el vicio del beber y del comer el que ha apilado por el momento sus sillas y mesas, porque la sed y el hambres se quedan en el África que se nos viene encima en pateras o en calimas.


     Pasa majestuosa la Señora del Tiempo rodeada de mortales temporeros que cantan y visten en su tiempo, acompañan en su tiempo y piensan en su tiempo, pasa la intemporal  Dama frente a la Casa de Cervantes, el del cuarto centenario de su muerte que se viene y que se va como la Nochebuena, pasa frente al Hospital de Antezana y frente al corral de la Sinoga, al otro lado, llegando a la plaza del Cervantes que repite como el pepino, donde airean los rectángulos de rosales espigados. Se asoma la Doctora de la Universidad por la calle del Bedel y se encoge de tanta plataforma sobre la fachada de San Ildefonso, de tanto andamiaje, de tanta mesa de operaciones que sobrecoge por el despliegue de su cirugía potencial. ¿Sacarán las vísceras a la fachada? Pasa la Patrona de Alcalá frente al Colegio del Rey que es y no es sede del Instituto Cervantes, para serlo fue cedido,  y penetra su mirada admirativa por el callejón de las Santas Formas, el de la Adoración Perpetua, allí junto a Jesuitas. Llega la Virgen a la Puerta de Mártires, que también repiten, y enfila la ‘calle Ancha’, que deja de serlo por las dos rotundas obturaciones de su arteria. El Paseo de la Alameda llega a la Avenida Virgen del Val, que anuncia el destino de la Dama.


     En la atardecida del lunes siguiente, la Señora toma la carrera de su retorno a la casa grande y catedralicia. Las autoridades que quieren acompañar a la Señora del Pueblo y del Tiempo se esconden en el retranqueo de la plaza de las Carmelitas de Afuera y del Cristo de los Doctrinos y se suman al cortejo. Pasa ahora la Virgen del Val, la perla de este valle, frente al andamiaje revestido de la nueva residencia estudiantil, el viejo cuartel que nos dejó y que será la jaula pajarera del centro de Alcalá, y ríe de largo la Madre su largo embozado de larga cosmética.




    La Alcaldesa Perpetua posa sobre el Ayuntamiento como lo hizo por siglos. Posa hoy circunspecta, hierática, apacible, segura. Al volverse, su rictus se agrava al contemplar de nuevo la parroquia sacramental de Santa María hundida, con su torre enhiesta, huera de repiques triunfantes. Pero al tomar la calle de Santa Úrsula encuentra su compensación en la cúpula de las Agustinas, festiva copa de cava invertida, la alegría del cielo alcalaíno. 


     Antes de coronar la calle de Escritorios y de asumir por concluso el retorno, el desdentamiento de un solar que renueva su actividad constructiva, hace pensar en el levantamiento del pecado urbanístico a favor de los que así rezaron: “Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos.” 


 José César Álvarez
Semanario Puerta de Madrid, 17 de septiembre de 2016
www.josecesaralvarez.com










sábado, 10 de septiembre de 2016

El café en vaso o en taza



El café en vaso o en taza

      
     El dilema abierto en todas las cafeterías de este país que todavía se llama España es si el café en taza o en vaso. La taza ha sido siempre el contenedor natural del café, guarda el calor y el asa te auxilia de su ardor insufrible. Ha sido un rito de siglos, universal, este del maridaje del café y la taza, de tal manera que el vaso era la excepción para el que así lo prefería. Pero el cambio ha sido de tal naturaleza en este país que la taza ha pasado a ser la excepción. Esto es una revolución de las costumbres y de los protocolos que no tiene parangón. Así, por ejemplo, en la cafetería del Hospital Príncipe de Asturias de Alcalá de Henares, si no avisas de antemano la excepción de la taza, te lo tragas con vaso y todo, quieras o no quieras. La rebelión del humilde vidrio en este país ha sido imparable. Ocurre vayas donde vayas. Si lo quieres en taza hay que decirlo. La taza ha pasado a ser un capricho, una antigualla, un artilugio burgués.

     “Los derechos de los taceros están arraigados en la tradición secular” le dije a una camarera que no quiso darme taza y se me quedó mirando con arrobo. Me contestó que si azúcar o sacarina, que es el segundo dilema que hay que solventar con el café. El tercer dilema es si la leche caliente o templada. Las camareras del café no están preparadas para la dialéctica, ni tampoco para solventar derechos.

     Taceros y vidrieros. El proletariado del vidrio y la burguesía de la loza. Estos son los dos barrios, los dos mundos, las dos Españas del momento. Pero la España histórica ha recibido  un golpe severo con la rebelión de los vidrieros, ya que la caña cervecera ha invadido con insolencia la mañana cafetera. Ya todo es caña en la España cañera. La polivalente caña de España acoge el café que quema y la cerveza que hiela. Ardores y frialdades que se suceden sobre la misma epidermis.  

         
 Adiós a los juegos de café que trajimos de Andorra y de Portugal. Adiós a los juegos de café de los regalos de boda. Adiós a los juegos de café de la loza burguesa, de la porcelana aristocrática y de la cerámica popular. Adiós a los primorosos modelos de las firmas nacionales de Pickman Cartuja de Sevilla, de Sargadelos, de Pasajes. Adiós a los modelos de juegos de café exóticos de Sèvres, de Praga y Viena, de China…  Entérense, el café ya perdió la liturgia, ahora se bebe en vaso. Yo creo que esto lo han traído los poedemitas.

     Yo no los he visto tomar café, la verdad, pero yo creo que Rajoy y Albert Ribera toman el café en taza, mientras que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias lo toman en vaso. El vaso para todo es propio de  gente sin liturgia, de gente que no va a misa. La tradición no es cosa vieja sin más, es cimentación, evolución natural de un proceso, continuidad sin ruptura, progreso. Los que toman café en taza son la gente del SÍ.

     Los que allanan costumbres, los que rompen tradiciones, los que eliminan, desvalorizan y vulgarizan son la gente del NO. Los portadores del SÍ tienen sentido de Estado, que es lo que les falta a los portadores del NO.

     Yo creo, no lo he medido, que los cafeteros del vaso lo son porque les entra más, son gente del MÁS. No confiesan ese su secreto en la elección, pero creen que salen favorecidos en el más, en tanto miran a los enjutos taceros en su nimiedad. Son gente de la cantidad en vez de la calidad. Ellos no saben del aroma de un café concentrado.

     Los sujetos que toman el café en vaso que son gente del NO y que prefieren la cantidad son los más, claro: 180. Y los sujetos que toman el café en taza y son gente del SÍ que  prefieren la calidad son 170. Los de la calidad están unidos. Los de la cantidad desunidos.

      Es el caso que los unidos le han pedido a los desunidos, que son más, les prestaran unos sobres de azúcar para su supervivencia, cosa de nada, pero vital, y les han contestado así:

     —No, de ninguna manera, nosotros somos la gente del NO.

     Es decir, que los desunidos solo están unidos en el NO. Con esa gente no se puede ir ni a la esquina. ¡Qué tropa!

     Estaba Rajoy seduciendo a Sánchez con la mano tendida para que le diera una limosna de nada y Sánchez, que sabía que en su acto de seducción nunca le replicaría, le increpaba sobre la corrupción, dale que dale, olvidando el acusador que su partido es campeón en la materia. Y salía Sánchez otra vez y volvía a la carga magnificada de la corrupción, a sabiendas de que el de la mano tendida no podía contestarle. ¡Qué tropa!

      Ganar en las urnas es el principio básico de acción democrática. Rajoy gana en las urnas y no gana en el Congreso. Y los que pierden en las urnas le dicen a Rajoy que se vaya. Hernando sentenció: “Los que tienen que marcharse son los que pierden, los que pierden”. ¡Qué tropa!

José César Álvarez

Puerta de Madrid, 10.9.2016

martes, 6 de septiembre de 2016

En el paisaje de Justo y Pastor



 
En el paisaje de Justo y Pastor

     Los Santos Niños se nos escapan a muchos por andar sumergidos en los primeros días de la escapatoria de Agosto: el día 6. Justo y Pástor, mártires lejanos de Daciano y Diocleciano, en la neblina histórica de principios del siglo IV, diecisiete siglos nos separan y diecisiete siglos nos unen. Vais fundidos inevitablemente a la historia de la ciudad complutense y se queja el historiador de vuestra parca noticia. ¿Hay noticia más gruesa y sabrosa que los diecisiete siglos de abrazo incondicional e institucional? ¿Cabe más por saber? Pero es que los gacetilleros del ‘reality’ lo tienen crudo. Se sabe que entre los soldados romanos los había cristianos. Los centuriones romanos callan su fe pero obran en consecuencia, dicen, pero nadie puede hoy arriesgarse a vincular su participación en la siembra martirológica de Roma, como se ha llegado a afirmar. ¿Sabían los soldados cristianos arrancar la ira del pretor romano al darle noticia de los interrogatorios de quienes reafirmaban su fe? ¿Podían augurar los centuriones romanos cristianos la fecundidad de la sangre mártir? ¿Cómo puede entenderse la provocación de la ira de los soldados cristianos tapados? Los paparachi del ‘reality’ lo tienen crudo. La montaña de los diecisiete siglos de afecto les parece poco.
     Vino de Toledo en el siglo V, dicen, el obispo Asturio Serrano donde la tumba descubierta de los niños mártires y se quedó de obispo guardián. Era el Campo Laudable, las afueras largas, incontaminables de la romana Compluto. Eran Justo y Pastor mártires del propio Occidente al que pertenecían, el más representativo y cívico de la antigüedad, surgidos de las catacumbas ya luminosas del imperio. La verdad de su fe cristiana, aprendida de sus padres de Tielmes, afloraba en sus labios imparable, lúcida, lo que resultaba un insufrible descaro de mocosos provincianos ante el pretor que representaba la ‘Lex Romana’, inflexible y rotunda. Y Daciano dejó constancia cruenta de su Ley y de la ley de la sangre fecunda de la fe cristiana. La incontaminable distancia de su sepulcro contaminó el Burgo de Santiuste. En torno a su ermita crecía la ciudad. En el siglo IX llegaban los árabes y las reliquias de los Santos Niños ascendían geográficamente para conservar la integridad de su desintegridad. Las reliquias eran el recuerdo vivo de su muerte. Huyeron a Huesca, después al Pirineo, después a Narbona, y no volvieron hasta los tiempos de Felipe II en larga y saboreada procesión. Justo y Pastor, mártires y fugitivos durante ocho siglos. nunca huyeron de ser mártires, solo huyeron por haberlo sido.
      Entre la ciudad romana de Compluto que martiriza a sus niños y la ciudad musulmana de Al-Kalá, colgada en los montes del otro confín alto, cuya presencia ha ahuyentado las reliquias, entre ambas ciudades, la romana y la mora, se encuentra el Burgo de Santiuste, de San Justo, centro geográfico e histórico de las tres ciudades, una y trina. La ciudad que pudo y debió llamarse Santiuste, como célula originaria de la actual ciudad, no le fue impuesto su nombre por sus valedores, no lo decretó así la ciudad levítica, la de los fervores santiustinos. La primicia de la titularidad nominal la dejó para otros, la dejó pasar, la dejó brotar con toda naturalidad, sin que despuntara una posible inquina por sus niños emigrados.  Alcalá es una señora mora a la que se le cedió el paso por respeto y por educación, por dama mora de altura.  
     Desde el Apóstol Santiago el Mayor del 25 de julio, desde el día 26 siguiente de San Joaquín y Santa Ana, santos abuelos de los abuelos cristianos del mundo, pasando por el día 3 de San Dalmacio, octogenario mandatario de Constantinopla en tiempos de Teodosio el Grande, llegamos al seis de Agosto, casilla ardiente y menuda del parchís del santoral santiustino. El santoral grave se achica en corto espacio, se agudiza, se enternece y adelgaza, se hace infante. Justo y Pastor, miniaturas santorales de la forma, pareja inseparable de diamantes, fulgor miniado de siglos, gemas vidriadas del ‘sí’, del ‘sí’ que somos cristianos, agudezas de la reafirmación.  De seguro que estos insistentes niños habían sudado la gota gorda para arrancar de las márgenes del río la ‘liqueritia’, el regaliz, el ‘palolú’ de aquellos días.
     Dicen que fueron cronicones los que narran que en tiempo de Chindasvinto (s. VII) os nombraron “Patroni Hispaniae”, antes que lo fuera Santiago. ¿Santiago no fue obra de cronicones? No, eso no. Pero la extensión empírica de vuestra devoción y advocación de templos a lo largo de España y América no es piedra movediza, propia de cronicones, sino un insospechado vuelo de cimientos seculares que rompieron y ensancharon con asombro el genuino ámbito de su Campo Laudable por un motivo extraordinario.
     Justo y Pastor, dos gotas de sangre prendidas en el paisaje de la fe cristiana; patronos españoles de la verdad de niño que duele, que hiere, que no calcula sus consecuencias ni las escamotea; voces atipladas por la fidelidad a su cuerda. Decir tu verdad a las claras, reafirmar sin miedo lo que eres, lo que piensas, sin temor a lo que venga del que venga.  
     Dicen, ya no sé si cronicones, que Justo, el pequeño, animaba a su hermano mayor a afrontar el martirio. El de siete años animaba al de nueve. La miniatura que se minimiza en el orden de sus nombres. Y al mini-niño de los niños le dieron el sonajero de la torre de San Justo, la de Gil de Hontañón y Nicolás de Vergara, la torre grande del niño peque.         
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 3.9.2016