domingo, 30 de octubre de 2016

Cervantes y Cabra



Cervantes y Cabra

     El que fue joven teniente de Corregidor en Alcalá de Henares en 1509, el licenciado cordobés Juan de Cervantes, vuelve a estas cercanas tierras de Guadalajara en 1527 para servir al tercer duque del Infantado don Diego Hurtado de Mendoza, y vuelve a Alcalá en 1532 para resguardarse del escándalo habido con la dote de la tía María, amante de Martín Mendoza e hija de Juan, quien abandonará en 1538 a su mujer  Leonor Fernández de Torreblanca, la rostrituerta, la que dejó en Alcalá al lado de Rodrigo, su hijo sordo y ‘zurujano’. Ahora, después de pasar por Cuenca y por Plasencia, el Licenciado Juan es nombrado alcalde Mayor de Cabra por una provisión solemne que emite en Agosto de 1941 ese gran español que se llamó Gonzalo Fernández de Córdova, duque de Sesa, tomando posesión el 28 de septiembre siguiente. Y en Cabra se instala junto a su ama Mari Díaz y su hijo mayor Andrés.

     Solo Andrés, puede que en 1543, debió ir a Alcalá a la boda del hermano alcalaíno Rodrigo y la argandeña Leonor de Cortinas, padres de Cervantes. Entre ambos hermanos hubo de haber excelente sintonía. Rodrigo pondrá el nombre de su hermano a su primer hijo, Andrés, muerto en la cuna, insistiendo después con Andrea. Y el hermano de Cabra pondrá Rodrigo a uno de sus hijos, porque el primero fue Juan, seis meses justo menor que su primo Miguel de Cervantes. Al licenciado Juan un año después de ser nombrado alcalde de Cabra, le nombran de Baena y después gobernador de Osuna, cuando Andrés ya tenía novia en Cabra, a donde vuelve para ser allí alcalde en varias ocasiones, casarse dos veces y tener seis hijos con la primera de sus mujeres, doña Francisca de Luque. Rodrigo, el padre de Cervantes, después de la experiencia dolorosa de Valladolid, viaja a Córdoba a finales de octubre de 1553, donde está su padre Juan, pero al ir acompañado de la familia no irá a la casa del padre. Sin embargo, parece que se congracia con su padre, al dar el nombre de Juan al último de sus hijos.

    
                              Firma de Andrés de Cervantes
    
      Pero el principal valedor del padre de Cervantes en la aventura hacia el Guadalquivir en busca de mejor fortuna, tanto en Córdoba como en Sevilla, hay que buscarla en su hermano mayor Andrés, el egabrense de residencia perpetua y hermano generoso que empareja a su hijo Juan con Miguel.  En Córdoba se abre Cervantes a las primeras letras, y de esa época iniciática deben datar las robustas amistades adquiridas con Gonzalo Cervantes Saavedra, Aguayo, Tomás Gutiérrez y puede que con Juan Rulfo. Pero entre las dos grandes ciudades está Cabra, donde el hermano alcalde se ve impelido en 1558 a actuar a favor de su hermano, dándole trabajo a Rodrigo en uno de los dos hospitales de la villa, el de la Caridad, cuyos cargos dependían directamente del alcalde. Allí debió vivir Cervantes y conocer la sima de Cabra, a la que en varias ocasiones se refiere abundadndo en detalles, además de encontrar allí el remanso de su alma incipiente de poeta. En Sevilla aparece Rodrigo acompañado de su hija Andrea, en principio, pero pronto aparece Miguel, quien observa con admiración imborrable en su corta edad las representaciones del batihoja Lope de Rueda, de quien se aprende sus letras.

     En la postrera de las novelas ejemplares de Cervantes, ‘El coloquio de los perros’, donde Berganza cuenta a Cipión sus andanzas de perro con distintos amos, y salvando los recursos literarios, parece referirse a la vida de perro que le dio su primo Juan, haciéndole cargar con las pesadas carteras escolares de aquel tiempo. El perro complutense se queja del trato recibido de su primo egabrense,  de quien se siente siervo en el traslado y estancia en aquel colegio de Jesuitas al que asisten ambos, de tal manera que llega a escapar y su queja produce irremediables consecuencias.

     Cuando a Miguel de Cervantes le hierve la sangre de sus veintiún años, saca la espada en las inmediaciones de los Alcázares Reales de Madrid y hiere en una pendencia a Antonio de Sigura, quien presenta denuncia. La Justicia le busca. El asunto es grave. Miguel puede huir de España por la frontera de Portugal, por el Pirineo catalán o embarcarse en Valencia. Astrana Marín, haciendo valer el criterio de razón por falta del documental, dice que iría a Cabra, que allí estaba su seguridad, junto a su tío que era alcalde Mayor, y junto a sus primos Juan y Rodrigo, y que allí esperó la sentencia.

     Los abundantes pliegos de la sentencia cayeron por casualidad, dicen, en el siglo XVIII en el taller de un cohetero de Alcalá de Henares. Solo se sabe el castigo final: diez años de exilio y la corta de la mano derecha. Los cervantistas, ante la sentencia monda y lironda, comentan tan drástica medida de varias formas. Unos dicen que su crudeza es por causa de huir de la justicia; otros encuentran la causa en que la pendencia se desarrolló en el espacio regio de los Alcázares; otros dicen que era aquel el castigo de la época impuesto al pecado nefando de sodomía. Incluso hay quien dice que ese puede que no sea el autor del Quijote. Pero este último alegato es el más frágil. Las fechas y pasos de su huida a Italia cantan. Y canta sobre todo ese personaje autobiográfico de su pendencia llamado Antonio en su ‘Los viajes de Persiles y Sigismunda’.

      Gracias a que en aquel 1568 había sido levantada la herencia de su abuela Elvira e incluso su padre había concedido un préstamo, por lo que se supone que pudo ser dotado de buen caballo y provisiones para su viaje de huida a Italia, después de la tremebunda sentencia.

José César Álvarez
Semanario Puerta de Madrid, 29.10.2016

El ancla



El ancla

     El siete de octubre pasado, 445º aniversario de la batalla de Lepanto, fijaron el ancla el almirante de la Armada, Juan Garat Caramé, y el alcalde de Alcalá de Henares, Javier Rodríguez Palacios, en la que desde ese día se llamó glorieta de la Armada Española en la carretera de Meco frente al edificio policial. Fijaron al alimón el ancla, donada por la Armada y aceptada y ubicada por la ciudad, bajo el orgullo recíproco del dador y el receptor, ligados a un mismo Miguel de Cervantes de este cuarto centenario de su muerte. Fijaron el ancla del soldado “ejemplar y heroico” que fue Miguel de Cervantes en contra de esa batulea de cervantistas oficialistas que se han atrevido con desvergüenza a extorsionar el heroico comportamiento de Cervantes en Lepanto en este aniversario redondo de su muerte.

     El principal biógrafo de Cervantes ha sido Luis Astrana Marín, cuya monumental obra en siete copiosos volúmenes lleva el título de “Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes”. Pues al biógrafo y al biografiado quieren llevarse por delante estos insensatos en un tema por otra parte ya bien trillado.

     Fue otro gran cervantista como Martín de Riquer el primero que planteó la hipótesis de que Jerónimo de Pasamonte fuera el autor de la segunda parte del falso Quijote firmado como Alonso Fernández de Avellaneda. Este tal Jerónimo había sido compañero soldado y cautivo con Cervantes en diversas campañas militares como Lepanto, Navarino y Túnez, donde fue hecho preso por los turcos, y cuya cautividad tuvo peor suerte que la de Miguel, llegando hasta los 18 años, la mayor parte de los cuales estuvo Jerónimo como galeote de los barcos turcos. Volvió a España y en 1593 publicó unos apuntes biográficos, antes de escribir su ‘Vida’, donde Cervantes con sorpresa se ve suplantado en la batalla de Lepanto. Las falacias propagadas por el galeote de “la Mancha aragonesa” fueron satirizadas por Cervantes en el personaje Ginés de Pasamonte que de galeote  cautivo de los turcos pasaba a ser galeote encadenado por malhechor para servir en las galeras reales, y a quien Cervantes replica punto por punto, en imitativa y superadora réplica en la novela interpolada del ‘Capitán Cautivo’ a las experiencias de las campañas militares narradas por Pasamonte.  Por eso dice el apócrifo Quijote de Avellaneda en su prólogo que él fue imitado primero, además de su queja sobre los “sinónimos intencionados” que sufre. Ginés de Pasamonte será el único personaje episódico de las dos partes del Quijote.

    
                       Maqueta de una galera española de la época
     
     Tiene Cervantes, sin embargo, otros testigos de su heroísmo en Lepanto, como de sus fiebres, quizás las cuartanas de Corfú, las que le obligaron a estar postrado en la cueva de La Marquesa, antes de la batalla principal, de la que nunca dimitió Miguel, pese a las recomendaciones de sus jefes y oficiales, no queriendo faltar en el momento crucial del combate al primer puesto del lugar asignado en el esquife, al frente de un grupo de doce soldados. De aquella batalla de Lepanto tomamos los momentos previos de la descripción del propio Astrana:
     “Publicóse al instante el jubileo e indulgencias del Pontífice para los que allí murieran y se hizo la absolución general. Entre tanto, el resplandor de las armas competía con los reflejos del sol en el mar, y la diversidad de colores, banderas, estandartes, flámulas y gallardetes entonaban el hosanna de la victoria a la vez que el adiós a la vida. 
Don Juan volvió a su galera e hizo enarbolar un Crucifijo (el antiguo «Cristo de los moriscos», que le traía el recuerdo de Luis Quijada), con la imagen de Nuestra Señora; se vistió con toda calma su coraza, debajo de la cual se prendió el «lignúm crucis» regalo del Pontífice, colocóse el collar del Toisón y se cubrió con su casco. Un momento quebró el sol sus rayos en sus atavíos de guerrero, y pudieron verle sus capitanes y soldados arrodillarse, pidiendo a Dios el triunfo. Después, desde lo alto de la proa, que le servía de puente, dio a los clarines y trompetas la orden de tocar la batalla. ¡Era la llamada terrible a las armas vengadoras y tiranicidas! 
Frente a frente ambas escuadras formaban como dos arcos opuestos, que apoyaban un extremo en la costa e internaban el otro en el mar. El ala derecha turca (Mahomet Sirocco) se enfrentaba por la parte costera con la izquierda cristiana (Barbarigo), y la izquierda turca (Uluch Alí) que entraba en el mar, con la derecha de la Liga (Juan Andrea Doria). Una milla antes de embestir, Alí-Pachá disparó un cañonazo, contestando con otro don Juan.

                                           Cervantes joven

Son las once de la mañana, el sol brilla espléndido, el cielo está límpido y como translúcido, y el mar semeja un plato de leche. El viento, favorable hasta entonces a la armada turca, cambia de pronto, y se tiene en la de la Liga por buen augurio. Avanzan las dos escuadras pausada y armoniosamente.” 
    Son los mejores testimonios de la valentía de Miguel su pecho hundido y su mano estropeada. Su galera ‘La Marquesa’ ocupó el encarnizado cuerno izquierdo y sufrió “más de cuarenta muertos”, y Miguel recibió dos arcabuzazos en el pecho a quemarropa y otro en el brazo. Ensangrentado, enardecía a los suyos para lograr la victoria. El 31 de octubre fue la entrada triunfal en Mesina, en cuyo hospital sanó Miguel tras larga convalecencia sin poder librarse de las secuelas de su mano izquierda. Allí fue visitado por don Juan de Austria, quien tuvo testimonio de la heroicidad del alcalaíno, a quien subió su soldada y le firmó algunos pagos de atrasos.
    
     Este ancla nos ha salvado de los galeotes cervantinos de nuestros días.    
  
José César Álvarez
Semanario ‘Puerta de Madrid’, 15.10.2016

Las lentejas



Las lentejas
    
     Viene a estas líneas hoy Simon  Peres, entre otros muchos honores, por socialista y cervantista a la vez, dos estampas bien distintas que por diversos motivos hoy se nos juntan en el calendario fijo y móvil de nuestros días. Viene aquí el lúcido y vigoroso Simon Peres, el que muere a los 93 años, el que nunca pensó en la muerte; el que, estimulado por sus seguidores que le auguraban ciento veinte años, les contestó: “Por favor, no me sean tacaños”. Viene aquí en estos días el socialista que supo estar coaligado con la oposición cuarenta y ocho años, pensando solo en la construcción de su país; el que perteneció a doce gobiernos y fue primer ministro en dos ocasiones; el que fue premio Nobel de la Paz por los acuerdos de Oslo. Viene aquí el hombre positivo que acumula, une, comprende, dignifica, pacta y debe ser monumento de obligada referencia laborista en estos días españoles de contaminación acústica socialista, de hombres de paja, de juncos que se doblan, que se consumen, que se marchitan de jóvenes, que vienen y van, que reptan, que se traicionan entre ellos, que se bloquean en su bloqueo, que se reconsumen en los días de las vacas flacas y se deshilachan con neurasténicas alternativas y conspiraciones suicidas.

     Fue Simon Peres un gran admirador de Cervantes, de su obra. Fue, en general, un ávido lector. Dicen que hubieras sido escritor si no hubiera sido político. En una ocasión se refirió a la despensa de Don Quijote:

     …Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos  los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos…

     “¡Pero si esa era la comida de mi abuela!” exclamó el político israelí subrayando lo de las lentejas los viernes. Y precisamente en el día de las lentejas de don Quijote y su abuela se celebró su funeral de Estado, en el que estuvo presente nuestro Felipe VI. Vino a morirse el que no pensaba en morirse en el año redondo del aniversario de la muerte de su admirado Cervantes y junto al día que en Alcalá nacía, un posible día veintinueve de septiembre. Allí se agostaba rendido un río largo donde había brotado otro. Rindió su viaje el caudaloso río laborista donde nacía por un casual el manantial de la palabra.


    (Aprovecho la ocasión para indicar que ”los duelos y quebrantos”, en contra de lo que parece, no son dos bocados o tajadas de distinta naturaleza, como se ha reconstruido en algún plato, sino que son los huesos de la res estropeada, despeñada, accidentada, con los duelos implícitos al amo, que carecen de solidez.)

     ‘Esto son lentejas y si no las tomas las dejas’ es la letra rimada de la imposición más contundente, más chulesca, más retadora. Es un ultimátum a la española en toda regla. Es este sin duda el espíritu del reto que los secesionistas catalanes  plantan al Gobierno, en vez de que el Gobierno, incluso en funciones, les pusiera esa letra a los separatistas, que es lo que correspondería.

     Pero el paisaje de la sobreabundante lenteja, desparramada y desbordante, es la estampa que Alcalá asimila sobre su espina dorsal en estos días del bullicioso Mercado Cervantino, cada edición más amontonado y más prieto. La minuciosidad de la lenteja desparramada y contigua sobre los mostradores y anaqueles de la Feria del Libro en la plaza de Abajo, sobre los paños de baratijas, tarros de esencias, cerámicas, prendas… de los puestos de la calle Mayor. Y esa parva humana y lentejera que se amontona, que se esparce, que hace corro, que se hacina, que discurre y se tapona. Y la ‘lens culinaris’, que es la lenteja, te lleva a las ollas que borbotan en las calles, a los quebrantos sin duelos y a los frutos del mar.   

     La humilde legumbre que los romanos cocinaban para el condumio de los velatorios mortuorios y que fue el alimento principal de los obreros de la pirámide de Keops, ha dado nombre a la lente y a la lentejuela. La lente agranda la visión, pero la lentejuela es el brillo fatuo. Son la verdad y la mentira que se suceden y se esconden a lo largo de este intrincado mercado de la vida.

José César Álvarez
Semanario ‘Puerta de Madrid’, 8.10.2016

jueves, 6 de octubre de 2016

Ese toro enamorado de la luna



Ese toro enamorado de la luna
     
      España no es un toro, son dos. Ese toro enamorado de la luna y ese otro toro indultado de las carreteras españolas y ese otro toro súper intelectualizado de la mano de Picasso, como el toro protestado de la Vega, parecen referirse a un único toro, ejemplar, modélico, racial, indómito. Pero la descripción real es que en España hay dos toros negros, enzarzados e irreconciliables. Las estampas insólitas del toro de España no se ajustan a la realidad.

     
      De esos dos toros de esta dehesa últimamente calmada, pero en tensión, el astifino, el que abandona por las noches la maná, se bajó a beber a la orilla del río, el lugar lejano y siniestro donde tuvo lugar la refriega histórica de la dehesa entera, partida en dos. Media dehesa contra la otra. Y allí la memoria le hace bramar de tal manera que sus mensajes alcanzan el altozano soleado de altas hierbas, conquistado no sin esfuerzo por la  manada. Es aquella la cumbre de las fértiles praderas en los terrenos de la transición. Es el lugar bucólico del encuentro y del entendimiento, donde se iban superando las heridas de viejas cornadas. Pero la manada unida, ante el eco de los bramidos, vuelve a partirse en dos. Es la dehesa incorregible de los dos toros. ¿Por qué bramará ahora un solo toro desde la orilla de junto al río, cuando fueron dos los que allí se cornearon sin piedad?

    
     
     El siglo XIX está en la base de la formación de las dos Españas, de los dos toros. Nuestra Dehesa se desangró en guerras: patriotas y afrancesados, absolutistas y liberales, carlistas e isabelinos, conservadores y progresistas, monárquicos y republicanos, radicales y moderados… Toros de todas las layas y ‘cornás’ en la Dehesa larga de España.


     Francia, por el contrario, tuvo tres guerras con el exterior de gran sufrimiento y pérdida, la franco-prusiana y las dos mundiales, que sirvieron para aunar a un pueblo en el infortunio para ahormar a una nación y alcanzar la cohesión política y territorial de que hoy disfruta. España, por el contrario, la que se vació en disputas intestinas, se encuentra hoy enfrentada políticamente, socialmente, territorialmente, ideológicamente.


    Y agregan los finos analistas de la historia que a España lo que le faltó fue una revolución como la tuvo Francia, que generó una purga integral de la nación. Tuvo, sin embargo, España una doble ocasión de revolución incruenta, una con la Ilustración, y otra con la Constitución doceañista, pero ninguna agarró, ningún sello de revolución incruenta se instauró. Napoleón vino a España portando su destilación liberal, pero era un intruso que fue rechazado.

     Pudo ser la II República española la revolución que le faltaba a España, pero resultó ser un invento fanático para solo los republicanos, donde no estaba permitido que gobernara la derecha aunque ganara. Era aquella la orilla oscura junto al río. Ello propició la contra-revolución que siguió siendo partidista, quedando pendiente la integración de los dos lados. Fue aquella doble revolución de distinto signo una etapa desintegradora y cruenta que dejó profunda huella. La sostenibilidad temporal de esta situación permitió un día ese lugar de entendimiento que se llamó ‘la transición’, donde parecía que nos encontrábamos y nos reintegrábamos.

     
      Pero el toro enamorado de la luna ha vuelto a bajar ya hace tiempo al lugar siniestro de junto al río, donde el toro negro y astifino se siente a gusto en el clima de su casta, allí donde junto a los catalanistas se ninguneó a la derecha hasta la perfidia. Ha bajado el toro del ‘no’ al lugar  oscuro de sus querencias y cerrazones. Sus bramidos bloquean a la manada en la altiplanicie, desorientada y sin rumbo. No hay toro en esta Dehesa que le dejen marcar el paso, llevar a la ‘maná desperdigá’. Y el toro negro astifino quiere hacerlo desde la orilla oscura del río.

      
      Dicen los que saben que esta marcha loca por la Dehesa podría reorientarse por causa de los resultados de los comicios territoriales de este pasado domingo. Pero uno no sabe, anda perdido en la altiplanicie.


José César Álvarez

Semanario Puerta de Madrid, 1 de octubre de 2016