Cervantes y Cabra
El que fue joven
teniente de Corregidor en Alcalá de Henares en 1509, el licenciado cordobés Juan
de Cervantes, vuelve a estas cercanas tierras de Guadalajara en 1527 para servir
al tercer duque del Infantado don Diego Hurtado de Mendoza, y vuelve a Alcalá
en 1532 para resguardarse del escándalo habido con la dote de la tía María, amante
de Martín Mendoza e hija de Juan, quien abandonará en 1538 a su mujer Leonor Fernández de Torreblanca, la
rostrituerta, la que dejó en Alcalá al lado de Rodrigo, su hijo sordo y
‘zurujano’. Ahora, después de pasar por Cuenca y por Plasencia, el Licenciado
Juan es nombrado alcalde Mayor de Cabra por una provisión solemne que emite en
Agosto de 1941 ese gran español que se llamó Gonzalo Fernández de Córdova,
duque de Sesa, tomando posesión el 28 de septiembre siguiente. Y en Cabra se
instala junto a su ama Mari Díaz y su hijo mayor Andrés.
Solo Andrés,
puede que en 1543, debió ir a Alcalá a la boda del hermano alcalaíno Rodrigo y
la argandeña Leonor de Cortinas, padres de Cervantes. Entre ambos hermanos hubo
de haber excelente sintonía. Rodrigo pondrá el nombre de su hermano a su primer
hijo, Andrés, muerto en la cuna, insistiendo después con Andrea. Y el hermano
de Cabra pondrá Rodrigo a uno de sus hijos, porque el primero fue Juan, seis
meses justo menor que su primo Miguel de Cervantes. Al licenciado Juan un año
después de ser nombrado alcalde de Cabra, le nombran de Baena y después
gobernador de Osuna, cuando Andrés ya tenía novia en Cabra, a donde vuelve para
ser allí alcalde en varias ocasiones, casarse dos veces y tener seis hijos con
la primera de sus mujeres, doña Francisca de Luque. Rodrigo, el padre de
Cervantes, después de la experiencia dolorosa de Valladolid, viaja a Córdoba a
finales de octubre de 1553, donde está su padre Juan, pero al ir acompañado de
la familia no irá a la casa del padre. Sin embargo, parece que se congracia con
su padre, al dar el nombre de Juan al último de sus hijos.
Pero el principal
valedor del padre de Cervantes en la aventura hacia el Guadalquivir en busca de
mejor fortuna, tanto en Córdoba como en Sevilla, hay que buscarla en su hermano
mayor Andrés, el egabrense de residencia perpetua y hermano generoso que empareja
a su hijo Juan con Miguel. En Córdoba se
abre Cervantes a las primeras letras, y de esa época iniciática deben datar las
robustas amistades adquiridas con Gonzalo Cervantes Saavedra, Aguayo, Tomás Gutiérrez
y puede que con Juan Rulfo. Pero entre las dos grandes ciudades está Cabra,
donde el hermano alcalde se ve impelido en 1558 a actuar a favor de su
hermano, dándole trabajo a Rodrigo en uno de los dos hospitales de la villa, el
de la Caridad,
cuyos cargos dependían directamente del alcalde. Allí debió vivir Cervantes y
conocer la sima de Cabra, a la que en varias ocasiones se refiere abundadndo en
detalles, además de encontrar allí el remanso de su alma incipiente de poeta. En
Sevilla aparece Rodrigo acompañado de su hija Andrea, en principio, pero pronto
aparece Miguel, quien observa con admiración imborrable en su corta edad las
representaciones del batihoja Lope de Rueda, de quien se aprende sus letras.
En la postrera de
las novelas ejemplares de Cervantes, ‘El coloquio de los perros’, donde
Berganza cuenta a Cipión sus andanzas de perro con distintos amos, y salvando
los recursos literarios, parece referirse a la vida de perro que le dio su
primo Juan, haciéndole cargar con las pesadas carteras escolares de aquel
tiempo. El perro complutense se queja del trato recibido de su primo egabrense,
de quien se siente siervo en el traslado
y estancia en aquel colegio de Jesuitas al que asisten ambos, de tal manera que
llega a escapar y su queja produce irremediables consecuencias.
Cuando a Miguel
de Cervantes le hierve la sangre de sus veintiún años, saca la espada en las
inmediaciones de los Alcázares Reales de Madrid y hiere en una pendencia a
Antonio de Sigura, quien presenta denuncia. La Justicia le busca. El
asunto es grave. Miguel puede huir de España por la frontera de Portugal, por
el Pirineo catalán o embarcarse en Valencia. Astrana Marín, haciendo valer el
criterio de razón por falta del documental, dice que iría a Cabra, que allí
estaba su seguridad, junto a su tío que era alcalde Mayor, y junto a sus primos
Juan y Rodrigo, y que allí esperó la sentencia.
Los abundantes
pliegos de la sentencia cayeron por casualidad, dicen, en el siglo XVIII en el
taller de un cohetero de Alcalá de Henares. Solo se sabe el castigo final: diez
años de exilio y la corta de la mano derecha. Los cervantistas, ante la
sentencia monda y lironda, comentan tan drástica medida de varias formas. Unos
dicen que su crudeza es por causa de huir de la justicia; otros encuentran la
causa en que la pendencia se desarrolló en el espacio regio de los Alcázares;
otros dicen que era aquel el castigo de la época impuesto al pecado nefando de
sodomía. Incluso hay quien dice que ese puede que no sea el autor del Quijote.
Pero este último alegato es el más frágil. Las fechas y pasos de su huida a
Italia cantan. Y canta sobre todo ese personaje autobiográfico de su pendencia llamado
Antonio en su ‘Los viajes de Persiles y Sigismunda’.
Gracias a que en
aquel 1568 había sido levantada la herencia de su abuela Elvira e incluso su
padre había concedido un préstamo, por lo que se supone que pudo ser dotado de
buen caballo y provisiones para su viaje de huida a Italia, después de la
tremebunda sentencia.
José César Álvarez
Semanario Puerta de Madrid,
29.10.2016