miércoles, 4 de julio de 2012

Desde Los Arcos a Burgos,
de mujeres

     Es mi segundo Camino de Santiago, en el que he andado con mis amigos mi tramo anual de siete días, esta vez  por Los Arcos, Viana, Navarrete,  Nájera, Santo Domingo de la Calzada, Belorado, San Juan de Ortega, Burgos.

     De camino motorizado al punto de partida, Marisa y Julia, en el corazón de Logroño, nos agasajaron en la sociedad gastronómica ‘La Amistad’, y Carlos, que dirige la interesante revista riojana ‘piedra de rayo’ nos sirvió de excepcional guía.

     Me dijeron que varias monjas de las Juanas de Alcalá eran de Los Arcos, el punto de partida. Allí fue todo paz, porque la guerra empezó en Viana. Frente a nuestro hotel estaba la formidable parroquia fortificada de San Pedro, a la que le habían levantado la sesera. Es la violencia indisimulada de la guerra carlista. Dicen que fueron los liberales. Da lo mismo. Es una más de las guerras civiles que nos hemos dado porque nos va la marcha.

     Pero el que allí mismo nos hizo la guerra fue un aguerrido agente municipal, que nos puso sendas multas a nuestros vehículos porteadores por sólo bajarnos a preguntar dónde estaba el aparcamiento. Fue un contumaz ‘zumalacárregui’ que no dio su brazo a torcer, contagiado por el irreductible fortín. Por la tarde cambió el turno y cambió la decoración, porque la muchacha policía vespertina nos puso en la buena pista del recurso. Apareció la mujer mediadora entre las piedras rotas de la guerra. Y se nos apareció esa tarde la maravilla de la otra parroquia enhiesta de Santa María Magdalena y la tumba de César Borgia.

     Había en Viana, que es Navarra, un autocar de mujeres, al que se dirigían portando bolsas de dulces. Le pregunté a una que de dónde eran y me dijo, insegura, que de cerca de Bilbao, pero que cada una procedía de un sitio. Lo oyó una compañera y corrigió su titubeo diciendo:

     Pues yo soy de Galdácano y a mucha honra.

     A la mañana siguiente, además de la bella Rúa Vieja, hubimos de cruzar de Este a Oeste todo el tinglado urbano de Logroño, que remata en un largo parque pinturero de losas y adoquines de cemento. Anda, tú, vas y les regalas una autonomía uniprovincial, y tanto tipo junto no sirve para adivinar que el pie traspira por la tierra como el vino lo hace por el corcho.

     Navarrete tiene otra iglesia que es una colosal joya. El párroco nos explica su contenido. Las dos francesas del camino rechazan mi traducción. Cuando nos enseña el fabuloso tesoro de la sacristía, por respeto a ellas aplazo mi pregunta:

–¿Es que por aquí no pasaron los franceses? –le dije.
     
     –Pues aquí no entraron porque les hicieron frente –me contestó el cura.
    
     A la mañana siguiente, con la fresca, anduvimos a Nájera, a donde se nos adelantaron, diez siglos antes,  la dinastía de los reyes navarros, que huyeron ‘hacia dentro’ desde la Pamplona arrasada por los musulmanes. Para Santa María la Real ya no me quedan adjetivos. Es obra emblemática, monasterio cisterciense, panteón real, es fusión de siglos y estilos, es capital descolgada, es La Rioja navarra. En el bello claustro románico de los Caballeros, los franceses no dejaron una cabeza viva. Las altivas francesas no estaban.

     Aquí se entreveran los reinos. Un Ordoño del reino de León conquistó estas tierras para Pamplona. La reina Blanca de Navarra, aquí enterrada, murió de sobreparto a los 18 años al dar a luz a Alfonso VIII de Castilla, el de las Navas. Y doña Mencía López de Haro, señora de Vizcaya, que tiene aquí capilla, se fue para ser reina de Portugal, regresando aquí después de cumplido el trámite.    

     Angelica es reina de las camareras del lugar, una rumana que ya se siente najerina, quien, con requiebros de ‘starlette’, nos sirve tapas y cervezas junto al Najerilla y se hace fotos atrevidas con los cansados peregrinos.

     Cuando llegó a estas tierras Castilla no quiso sumarse a su secular historia najeriense y se vinieron aquí al lado, a Santo Domingo de la Calzada, cuya catedral lo fue durante mucho tiempo del País Vasco, que ahora ofrece diócesis y catedrales jóvenes. Aquí se trataba sobre el problema de la predicación en vascuence, antes de la unificación centralista de los vascos. Al desmontar el soberbio retablo que preside la catedral para rehabilitarlo, se encontraron con una columnata gótica interesante, y han recolocado el retablo en el crucero.  

     Nos desviamos a la Abadía de monjas cistercienses de Cañas que los López de Haro fundaron cerca de su ciudad ducal, Nájera. Doña Urraca Díaz de Haro en 1.222, al enviudar, fue abadesa y aceleró las obras que comenzaron en el románico. La iglesia es bicéfala: el coro y el retablo en un extremo y el altar en el otro, envuelto en un clamor de luz de la doble serie de ventanales góticos, laminados de alabastro

  Las monjas del monasterio de las Claras de Belorado nos agasajaron con sus dulces y trufas, y platicamos con sor Adriana y sor Mirian, la de los dedos largos. Conocían la movida ‘homófona’ de Alcalá y me dijeron que rezaban por su obispo.    

     En la penúltima etapa la larga subida de los Montes de Oca se me atraganta. Este fue un antiguo lugar de bandidos que asaltaban a los peregrinos. José Antonio, el notario, no para de hablar. Sabe hacer dos cosas a la vez: andar y hablar. Te recita madrigales, epigramas, el Cancionero gitano y la biblia en verso. David se nos quedó rezagado y yo me volví voceando sobre los robles, sobre el pinar y el hayedo, hasta que contestó. El notario dio fe de esta forma:

     –Si contesta con la voz entera es que él también lo está. Prosigamos, que nos alcanza.
     
     En el monasterio cisterciense de Las Huelgas de Burgos asistimos al cenit del poder femenino. La Abadesa sólo admitía por consejeros al papa y al rey, tenía jurisdicción sobre 54 villas, otorgaba fueros, nombraba alcaldes y arciprestes. Aquí se coronaron reyes y se armaron caballeros. Aquí fue abadesa Ana de Austria. Este poder femenino de la abadesa fue un empeño de Leonor de Plantagenet, esposa de Alfonso VIII,  fundadores del monasterio, a donde Leonor arrastraba a Alfonso desde Toledo. Fue entonces cuando el peregrino José Luis dijo a la guía: “Hoy se dice que el hombre veranea en el pueblo de la mujer”.

     Burgos concentra el gran ambiente del camino. Las alemanitas de San Juan de Ortega –singular iglesia– nos saludaron por la tarde a la puerta de un bar con bandera española. Una de ellas, todo voluntad, nos dijo:

      –‘Bien’ provecho –y mi amigo le corrigió la levedad.

     La última noche nos despedimos los amigos con una copa. La simpática burgalesa que nos atendió en la terraza hubo de anotar al fin las nueve comandas. Miguel, que es un tiro en el camino, bombardeó a la chica con las marcas de ginebra: Rives, Brockman’s, Almirante Nelson, Tanqueray, Bombay… La chica de la alta posguerra ponía la boca en ‘u’ sin reconocer el ruido y trajo lo que tenía, que era mucho.

José César Álvarez 
 Puerta de Madrid, 30.6.2012


               

“Los novios de Carmen Sevilla”, como les llamó un chavalín que los adelantó en bici en el Camino de Santiago, posan delante del monasterio de Las Claras de Belorado, las monjitas que rezan por el obispo de Alcalá.

La pirámide escasa

Estaba la plataforma preparada desde que se hizo la reforma de la plaza de Palacio. Lo tenían a huevo. Estaba allí el emplazamiento vacante, elegido desde hace años para lo que pudiera venir, sólo faltaba la ocasión. Y la ocasión llegó ni que pintada con motivo del Encuentro Interreligioso. Pero lo que llegó, señores, fue una pirámide que de sencilla resultó escasa, pobre, insulsa, casi miserable, y donde queda patente, aunque no lo fuera, el escaso entusiasmo suscitado.

La leyenda, el texto adosado, podría haber salvado a la «poca cosa». Pero que ni esas: no resulta la  leyenda muy entonada que digamos. Está a punto de salvarla ese estilo de cadencia imprecativa que tienen las preces del ofertorio, plasmado por socialistas: «que esta pirámide sirva de penmanente recuerdo...» Pero, sin embargo, la leyenda carece del sentido ecuménico, de la relevancia y repercusión que tuvo, de los nombres de algunos personajes representativos, de la asistencia de SS.MM. los Reyes al acto protocolario del Encuentro, no sé.. . quiero decir que ese texto vale igual para conmemorar una reunión que sobre el mismo género se hubiera desarrollado en una Asociación de Vecinos, pongo por ejemplo. Y desde luego no era este el caso. Hay monumentos, como éste, que requieren, pienso, un mayor alumbramiento escrito, un mayor formalismo.
El texto, puede que por obvio, no dice tampoco de qué tres religiones se trata. Porque el desavísado turista o viandante no tiene por qué suponerlo. Y lo que es peor: el texto no implica a Alcalá como crisol secular que fue de las tres religiones monoteístas.

Quizás tanta liviandad en los significados del evento sea una decantación silente que confirme esa otra teoría histórica que  señala que la convivencia ejemplar de las tres religiones es sólo un eufemismo progre, muy lejos de la torva y encrespada realidad, que llevó a los reyes, en distintos momentos, a decretar su exilio sin miramientos. Hoy, sin embargo, hay una historia ‘naïf’ de nueva mirada que edulcora broncas páginas de siempre, como el concepto de ‘reconquista’ que diluye con sutileza. En todo caso, si las tres religiones no convivieron, al menos vivieron simultáneamente un mismo tiempo en una misma nación. Y el evento es un propósito de futuro, que ha dejado escasa nervadura en la memoria que se ha querido fijar.

La nomenclatura simbólica se multiplicó más todavía en aquella zona de la ciudad: «el árbol de la fraternidad» y «los jardines de la Paz». AHÍ “ mismo, en los jardines de la Paz» están precisamente los pinos más atormentados que nadie haya visto. Se tuercen y se retuercen angustiados. Uno de ellos padece de cifosis aguda. Su corcova, como un crespón verdinegro, impide desde el monumento de la «poca cosa» presenciar el escudo morado del Arzobispo Infante Luis María de Borbón, que otros dicen de Fonseca, y que preside la fachada renacentista del Palacio Arzobispal. Ese pino corvado está pidiendo a gritos desde hace mucho tiempo que le ayuden a morir. Ese día, las tres religiones juntas no le quisieron oír, pese a estorbarles alevosamente. Descuida, amigo, yo te visitaré una noche de éstas para concederte la «paz» que sólo posees de nombre.

Cerca del «árbol de la fraternidad» está el «pico del Obispo», un malformado incisivo hecho muralla, que se clava en el
corazón de la calle Sandoval, cerca de «los Jardines de la Paz» y se traga la acera. Frente al «árbol de la fraternidad», el costado de la última casa soporta la saña redundante y vesánica de las pintadas más feroces. Llegaremos a llevarnos bien con todo el mundo menos con nosotros mismos.

 José César ALVAREZ
Puerta de Madrid, 17.12.1994

Nota de reposición.-El pino corcovado fue talado y sustituído por otro joven, después de que su copa tapara descaradamente durante largos años la vista de la fachada del Palacio Arzobispal.


Viejo ‘crisma’ navideño

     Es el día de la Pascua de una Navidad cualquiera de mil setecientos. Baja la municipalidad, baja el Ayuntamiento pleno por la calle Mayor a los oficios de la plaza de Abajo. Abren paso los cuatro porteros tocados de encarnado y mazas de plata al hombro. Ahí van loss regidores, ahí van los munícipes de uniforme, con chupa, calzón corto y medias de seda encarnada, sombrero de tres picos, espadín y zapato con hebilla. Esos son concejales, como Dios manda y a mí me gusta. No había llegadoaún la era de los descamisados. No es justo que estos hombres compongan un Ayuntamiento sólo «ilustrísimo», ya que no sería «excelentïsimo» hasta que Alfonso XII se lo conceda en junio de 1880. Ese ayuntamiento que ahora desfila tiene nucha más enjundia y prosapia, mucho más ‘ismo’ – excepción del progresismo– que la imagen austera de hoy, irrevestida y civil, que sólo lleva como atributo una medalla. Ahí baja el ayuntamiento tan grave, tan circunspecto, a celebrar la Navidad oficial. Ese uniforme que lucen se mantuvo hasta el expolio universitario de 1836. Sin embargo, ay, se recuperó la universidad y no se recuperó la chupa ni el calzón corto, ¡con lo bien que les hubiera sentado a muchos de nuestros actuales munícipes!
     
     Es el primer día del año de un mil setecientos ccualquiera y ya bajan otra Vez los munícipes a San Justo,  después de haber tomado posesión delas Casas Consistoriales. Cuando el Cabildo termine de salir por la puerta de la pila del agua bendita del Cristo de la Cadena, conmenzará una procesión en torno a la Magistral. El Cabíldo no acaba de salir y los munícipes se impacientan. Tardan tanto en pasar porque el traje coral de los prebendados arrastra profusa ccola. Es una salida angustiosa: pasan uno a uno, bien espaciados, como apariciones estelares. A los regidores les debe irritar ese pavoneo de arrastre talar y telar, que, además, restaba protagonismo a sus atavíos festivos. Aquella largueza del revestimiento eclesial estaba en contradicción con su exiguo pantalón corto y media de seda torneada.
     
     Pero fue la largueza del tiempo y del atuendo lo que figuró como motivo de la demanda municipal de un pleito a fin de que se recogieran con las manos losarrastres. Y no vayan ustedes a creer…: perdió la Iglesia.
     
     Siguen saliendo todavía. Estos munícipes que se impacientan parecen no salir nunca de la iglesia. Esteban Azaña se queja de que en su tiempo, finales del XIX, ya no quedara casi nada de aquellas solemnes funciones religiosas a las que asistía el Ayuntamiento, «Sólo le vemos –dice– en Sanjusto, el día del Niño, Reyes, Candelaria, Ramos, Jueves y Viernes Santos, Corpus por la mañana y octava, Santos Niños, mañana y tarde y Pascua de Navidad». ¡Y eso era poco para don Esteban! el cual fue alcalde de Alcalá y padre de don Manuel, que sería ‘alcalde’ de España, y que habría de tener, desde luego, muy distintos pareceres sobre el particular.
     
     Nosotros sabemos de estos hombres que salen aparatosamente, uno a uno, y de estos munícipes, cabreados, que les miran salir. Pero ellos de nosotros no saben ni papa, aunque les gustaría, ya lo creo. La iglesia es una tumba de profetas. Aunque sean doctores y ‘magístrí’ de la insigne Universidad de Alcalá, no saben del tiempo adelante, sólo saben para atrás como todo bicho viviente. Así,  no saben quién fue don Manuel Azaña ni saben cómo quedó ese su egregio y mimado templo, antes del 18 de julio de 1936, antes, poco antes.
    
     Y tampoco poseen  un solo nombre propio de 1994 que ahora acaba: La Mafia turca, A Palo Seko, Rosalía Rodríguez, Pilar Lledó, Alcalá-Meco, Arturo Romaní, La Pinza, La Schola Cantorum, Isidoro Pérez Montero, El Encuentro Interreligioso. . .
     
     Por fin han acabado de salir y ha comenzado la procesión del Nuevo Año en derrcdor de San Justo. Las capillas se descolgaban sobre la plaza de Abajo como bolsas desiguales, en tanto se topaba sobre su costado delantero la línea de casas soportaladas, que, cortadas como un queso, permiten hoy airear la silueta magistral.

José César Alvarez
Puerta de Madrid, 24.12.1994


        El Parador de Turismo de Alcalá de Henares

     Un velo de tul cubre el rostro de la fachada de la Universidad como si fuese una novia. Los ejercicios de cosmética exigen ese derecho a la intimidad. Atrás, la Hostería del Estudiante, muerta de envídía, ha lavado tambíén su cara, llena de rusticidad. Su toiIette ha sido más rápida, dada la austeridad de facciones y abalorios. No nos engañemos, la Hostería no deja de ser sino las traseras de la. propia Universidad, sus partes pudendas.   

 
     Como no podía ser de otro modo, la Universidad de Alcalá ocupa el frontíspicio histórico de la plaza de San Diego. Y ya tiene cchados sus tentáculos sobre la fachada aneja que corresponde al Cuartel del Príncipe, la cara de una jugosa y modélíca manzana. Pues bien, ausente el elemento nnilitar, esa fachada es la que le correspondería a la nueva Hostería del Estudiante o Parador de Turismo. Lo cual se impone por pluralidad de servicios e instituciones, por cadencia urbanística, por ritmo y díversidad. Lo contrario sería la ‘panuniversidad’, su presencia omnímoda, su invasión.


     ¿Por qué en esta ciudad, la Hostería, el turismo, no dejan de ser partes traseras? No hace muchos años la Hostería quiso pasar a ser Parador Nacional anexionando su edificio contiguo. Pero el Colegio de Abogados le ganó por la mano y no quiso soltar el edificio.


     Conviene precisar que la Hostería del Estudiante es la más antigua de las instalaciones de la Red de Paradores, después de Gredos, pero sólo con atención gastronómica. Se trata de llevar a cabo una instalación completa. Ahora vuelve a tener la ocasión. Y el entendimiento puede ser más fácil dentro de la Administración del Estado. El sino de Turismo y Universidad en esta ciudad seguiría siendo el de partir y repartir espacios.


     El Parador ya no se llamaría «del Estudiante». No debería. Porque ya no hay nosstalgia del estudiante en Alcalá. Ahora el estudiante es su cotidianidad. Sería Parador “Cuartel del Príncipe»”, como se llama. Y es que ahora la nostalgia está de parte del soldadito perdido. Como aquella monumental pintada que no hace mucho vi sobre las tapias de un cuartel abandonado en Plasencia: “¡Adiós, desaparecidos!” ¡Cuánto cariño acumulado cabe en una pintada! Porque se les fueron como a nosotros sin decir adiós. 


     Ya estoy viendo los cañones que flanquean la entrada del Parador. El recepcionista nos díce que el congreso no es en el Salón de Húsares de Pavía, sino en el Salón de Lanceros de la Reina. Los corredores con decoración de mosquetones, sables y lanzas; de gallardetes, emblemas y reposteros. Es la tradición militar de Alcalá. El Ejército empieza a ser nostalgia, museo. Los soldados maniquíes nos guardan el paso con sus vistosos uniformes de gala. Ese es el patio de Almogávares y aquel el del Regimiento de Villaviciosa.  En la sala ‘Regimiento Wad-Ras hay una exposición permanente de soldaditos en miniatura. En una vitrina alargada se reproduce la procesión de las Santas Formas, donde la guarnición alcalaína formó durante siglos colaborando a su esplendor. Hasta se ve el gran palio bordado, que en vivo medía ocho varas de largo, cargado del obsequio floral de los balcones.


      El Parador de Alcalá, en suma, tendrá fachada con el permiso de la Universidad, que debe saber repartir ese colosal espacio el día que le llegue. Si la Universidad sigue queriendo ser fachada es que a Alcalá no volvió la Universidad, sino la Panuniversidad, que no deja alternativa urbana y quiere condenar el turismo a las traseras.
 

José César ALVAREZ
Puerta de Madrid, 5.3.1994
 

Nota de reposición.
Escribí esto en 1994 y el actual Parador se abre en 2008. En la actualidad, 2012, el cuartel del Príncipe, su fachada sigue de obras. Por sus ventanas se vislumbra un cuerpo huero. Las obras lentas, con andamios eternos, preveen la construcción de una gran biblioteca. No lo entiendo. Hay bibliotecas a gogó. La “panuniversidad” sigue siendo un concepto vigente, que avanza, pese a la crisis, mientras que “mi parador” fue sólo un posibilismo, un vahido literario.