viernes, 26 de diciembre de 2014

Las cenizas de bellas tradiciones




Las cenizas de bellas tradiciones



     Entre las cenizas alcalaínas de las tradiciones que el tiempo ha borrado por causa del progreso, podemos citar la feria chica, la feria de la cebolla, San Blas, el San Antón de entonces, el baile de compadres, el baile de la blusa, Ánimas, la feria de ganado, los desfiles militares… De estas tradiciones alcalaínas, a excepción de las dos últimas, los actuales alcalaínos, sólo pudimos conocerlas por referencia.



     La vieja fiesta de San Antón gozaba de una romería en el Paseo del Zulema con fiesta campestre en sus aledaños. Una gran afluencia de público se concentraba en la Puerta del Vado. Cuentan que los romeros eran cómplices de una banal trasgresión: se allegaban al Gurugú a comprar las sabrosas morcillas que a principios del siglo pasado   vendía el señor Anselmo. La picardía estaba en el retorno de los romeros, al burlar al “guardapuertas”, el pósito fiscal que había a la entrada, cuya Avenida Fiscal recuerda la vieja aduana municipal que también hemos llegado a conocer.

     

     La feria chica estaba fijada en San Eugenio, a mediados de noviembre. Tuvo sus inicios en la época dorada de la Universidad, donde los paños bastos de Brihuega y Trillo eran su estrella, ofreciendo a los estudiantes reemplazar sus vestes raídas para el nuevo curso. Pero desplegó su oferta textil hasta los años treinta del siglo pasado.

    

     De la feria grande de San Bartolomé se dispone ya en una pragmática de Alfonso X  el Sabio de 1254 “que no fuesen molestados quienes a su feria asistieran”–, por lo que su origen se pierde en la noche de los tiempos. Y los nuevos tiempos pierden el ganado de muletas ante los ojos de los alcalaínos de los años cincuenta sobre unas eras de San Isidro que también se perdieron.

    

    

     Una de las cenizas tradicionales de la entraña alcalaína es su orfandad militar, la ciudad castrense huida. La reciente fiesta de la Inmaculada, patrona de la Infantería era la ocasión, entre otras, donde competían en solemne desfile los tres batallones de Cazadores de Llerena, de Arapiles y Figueras. Los niños alcalaínos alardeaban cerca del cabo de gastadores o siguiendo a los infantes marciales. Cuando los alcalaínos se hacían  mayores, al presenciar los desfiles, revivían su niñez intacta, aunque ahora con el ademán grave.



     La feria de la cebolla, por estas fechas, ocupaba toda la calle mayor con los puestos que ofrecía “menudillo” de matanza, además de toda las especias y servicios requeridos para su ejercicio y pitanza, de la que era protagonista especial la cebolla formando grandes montañas. Hasta noviembre “no se mata”. Pero la matanza podía alargarse: porque “por San Saturnino se mata el cochino”, es decir por el día 29 de noviembre, e incluso había quien llegaba a la Navidad.



     
     
     Pero, metidos ya en estas fiestas navideñas, uno de los personajes típicos del costumbrismo de principios del siglo pasado era el pavero o la pavera. Manejar una manada de pavos por toda la calle mayor alante, detenerla cuando quería, fijarla, moverla, era todo un arte. El pavero iba vestido con un mandilete de gris perla, gorra de visera y provisto de una vara que servía, además de puntero para señalar el ejemplar elegido, también para apartarlo sin que cundiera el escándalo en el grupo. La destreza del pavero se cifraba principalmente en mantener el sosiego de la manada entre el griterío de los vendedores en porfía fónica, los cascos de los caballos percherones y el rodaje de los carros de los cuarteles intendentes. Los pavos se arremolinaban más en el estrépito, irguiendo sus cuellos perceptivos.



    

     Bueno sería en estas fechas echar una mirada al ancestral reloj de sol de la ermita del Cristo de los Doctrinos, hoy remozado. Ese es nuestro severo tribunal del tiempo. Ese cuadrado tribunal de números romanos es un cedazo que cierne el tiempo, es mazo inmisericorde y causante de las cenizas de nuestras tradiciones y de este año 2014 que también va a convertir en cenizas. Su mensaje está claro: “Homo velut umbra fugit”, el hombre pasa como una sombra, como un soplo. El texto pertenece a un versículo de Job (14, 1-2). Y esa es la juerga despiadada que nos ofrece nuestro reloj de sol de nuestra Puerta del Sol de nuestra Noche Vieja alcalaína.   


José César Álvarez
Puerta de Madrid,  27.12.2014
www.josecesaralvarez.com

viernes, 19 de diciembre de 2014

Las ascuas vivas de Santa Lucía




Las ascuas vivas de Santa Lucía



     Es la hoguera de Santa Lucía un ejemplo vivo de las tradiciones alcalaínas que se mantienen en pie, entre las cenizas de otras muchas, doblegadas por el afán de los nuevos tiempos. Dicha hoguera, que tradicionalmente se prendía de manera inexorable la víspera de su día 13,  y cuyos orígenes han querido explicarse como celebración del final de la siembra, uno, sin embargo, la vincula directamente a la devoción a la santa, Es la luz frente a su ceguera, la llama ardiente frente al ojo ciego de su misma puerta. Es ése un origen desde luego más bello y ceñido.



     Está muy bien que la cultura oficial alcalaína y sus instituciones apoyen una tradición como lo es la hoguera de Santa Lucía. Pero cuando ese apoyo se institucionaliza pierde el sabor prístino de cuando la sola Hermandad de Santa Lucía, patrona de ciegos y modistillas, en su solemne pobreza, acometía en tiempos pasados y con sólo apoyos personales la tradición de la fogata.



     Nada que reprochar en este atinado rescate de una de sus más simpáticas tradiciones. Todo lo contrario. Pero aquella voluntariosa adhesión a la costumbre, aquella arraigada fidelidad al sentir del caserío, siempre desinteresada y entusiasta, es preciso hacerla consignar aquí. Eran entonces determinadas personas quienes eran las instituciones, personas insustituibles en aquel tiempo para el desarrollo de cualquier evento.



    

     Me estoy refiriendo a las hogueras de los años sesenta y setenta, donde no había vallas, ni polis, ni protocolo, ni micros. Eran hogueras tan pobres que ni han existido, no están catalogadas. Algún historiador que se precia dice que acabaron el mismo año sesenta. Pero su calor posterior fue tan cierto que se aprovechaba de pura necesidad, de espaldas al pinito folklórico y a la grada. No teníamos Europa, ni democracia, ni obispo, pero las hogueras tiraban para arriba como siempre. Y hasta hubo alguna crónica de este mismo cronista y en este mismo papel. 



     
     Alguien distribuía un aviso a la vecindad para que allegaran a la calle de la Tercia, frente a la ermita de la santa y bajo la torre de San Justo, los muebles viejos, papeles, cartones y demás enseres que, formando pila, hicieran posible la brama alta. Los vecinos sabedores de la histórica pira, retenían los desechos para la ocasión. Prendida la colosal chasca, volaban las pavesas. Cuando la llama embravecida cedía, la pala y el rastrillo, servidos por mano maestra, proyectaban el uso de la badila en el brasero y acaldaban las ascuas. Entonces, sobre aquellas ascuas resultantes, se asaban patatas, aderezadas con la sal gorda servida sobre el papel de estraza, y poco más, a tenor de los tiempos de la precaria despensa. Eso sí, regado con un vino peleón que alegraba el corro, y con cuya ayuda, al mirar las brasas candentes, se rememoraban las hogueras que fueron. Las hogueras en corro tienen ese poder de atizar el recuerdo e incluso el canto y el cante, en tanto nos llevábamos a casa ‘las cabrillas’, clavadas en las espinillas como sello indubitado.   

    

     Santa Lucía fue, como los Santos Niños, una santa mártir de la persecución de Diocleciano contra los cristianos. Los que a su vez son mártires de la época se miran de frente. Justo y Pastor eran de Compluto y tienen torre alta y catedral. Lucía era de Siracusa y tiene ermita, que fue sede vieja del Concejo. A Compluto llegó la devoción de la de Siracusa, y a Siracusa llegó la devoción de los complutenses.



     Eutiquia, la madre de Lucía, había comprometido a su hija en casamiento con un joven noble como ella. Lucía le rechazó porque había decidido desposarse con Dios. Pero el joven denunció su fe cristiana a la autoridad romana, por causa de los desaires sucesivos que el noble recibía de su prometida. Lucía preguntó a su admirador que qué era lo que más le gustaba de ella.



     —Tus ojos —le contestó.



     Al día siguiente, Lucía obsequiaba al noble con sus dos ojos arrancados y servidos en bandeja de plata.                         
     Los ojos de Lucía se renuevan cada año con las ascuas vivas de la calle de la Tercia.
 
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 20.12.2014
www.josecesaralvarez.com

viernes, 12 de diciembre de 2014

La quedada




La quedada



     Y así fue que este año nos presentamos en el día de la Constitución  con el dolor reflejo de  un golpe mortal en la cabeza y del bazo reventado. Pero es que el día de la Inmaculada duraba todavía el sabor flotante del río de la ciénaga. Ya no hay guerras ni guerrillas, ni batallas ni batidas, sólo el fútbol nos enfrenta.



     Sólo el fútbol tiene fronteras pintadas que son asaltadas por hombres que se baten entre sí, envueltos en los gritos más enardecidos que nunca se oyeron. Si en esa gritada infesta no se purgan todas las tensiones de la semana, entonces habrá que reinventar el fútbol.



     Ya ni al Arturo ese le hacen guerra, que ya es decir. Sólo queda la guerra del fútbol. Desde que se borraron o aliviaron las fronteras y aduanas de las naciones, éstas ya no cuentan. Desde entonces, se dibujan y desdibujan las naciones sin la  silueta precisa de sus rayas. Y así comenzó el baile de los Kosovo y los Québec y de las Escocias y Cataluñas que se van y que se vienen.




    
      Pero el éxito del fútbol está en la plástica rotunda de sus rayas limpias. Ahí están las confrontaciones pasionales y las conquistas de los nuevos imperios, ahí están los asaltos a los castillos de sus trofeos relucientes. La ley de banderas de su redondo constitucionalismo son las únicas que flamean ante el edificio único del fútbol. Ya no quedan otros gallardetes, ni cruces ni emblemas. Y en los campos ya no hay templarios ni almogávares que corran por patrias ideales. A Arturo Mas se le ha quedado viejo el juego. 



   

     Sólo queda el gol del fútbol. Pero aquí el fútbol no es problema. Aquí el fútbol no sustituye los cafés de la mañana por los tercios de la tarde. En esta ciudad futbolera de tercera, donde se pierde en casa con el Alcobendas y no pasa nada, y donde los rojillos son leyenda, su juego de baja intensidad no nos pone en el peligro de fractura encefalo-craneal, a Dios gracias, aunque el río lleve más fuerza. Quiero decir que para buscar una quedada nos tenemos que descolgar en el tiempo.



     En la lejana historia de Alcalá, el biógrafo de Cisneros Alvar Gómez hace referencia a alguna ‘quedada’ entre estudiantes y alcalaínos. Fueron encuentros sangrientos, pedreas lívidas, sin descontar la estocada nocturna. Alcalá fue capital de la picaresca, del Buscón don Pablos y del Guzmán de Alfarache, donde los estudiantes ponían el ojo en hornos y bodegas,  huertas y corrales, hermanas y mujeres. El honor alcalaíno saltó con violencia en múltiples ocasiones en defensa de su privacidad: los alcalaínos desde los soportales de la plaza, los estudiantes del otro lado, a cantazo limpio, en el medio el muladar del canal infecto de la plaza del Mercado.



     Las ‘quedadas’ de la historia de Alcalá fueron monumentales. Tanto que en varias ocasiones quiso liquidarse la Universidad por estas cuitas insalvables. A la muerte del Cardenal Cisneros, los monjes jerónimos de Lupiana, ya establecidos en el  Colegio Trilingüe, quisieron adquirir el Colegio de San Ildefonso para monasterio por considerar la Universidad liquidada después de una ‘quedada’ sangrienta. Así se refería Quevedo a aquella Alcalá de su tiempo, caterva de estudiantes, rufianes, pícaros y su cortejo de daifas:



Dios perdone al “padre” Ezquerra,

pues fue su paternidad

mi suegro más de seis años

en la “cuexca” de Alcalá

en el mesón de la ofensa,

en el palacio mortal

en la casa de más ‘cuartos’

de toda la cristiandad.



    

     Dicen que la del Manzanares fue una quedada a mano limpia. Las quedadas entre grupos no suelen cumplirse en sus modos. La quedada entre Esquerra Republicana y Convergència i Unió es una quedada tramposa para separarse de España, a la que se ha ‘desquedado’ Oriol Junqueras, quien tiene que mirar al partido de Arturo Mas como un partido de derecha casposa que guarda putrefacta hasta su propia sede.



     La quedada de los jueces a favor de Santi Potros ha sido una artimaña de precisión relojera  por la que han besado las aguas del río corrompido las víctimas sufridas de los silencios ominosos. Una gracia más de sus graciosas señorías.



     La Comisión de investigación del Ayuntamiento de Alcalá ha querido hacer ‘quedada’  con el alcalde y el equipo de gobierno. La comisión pretende erigirse en Alto Tribunal, y el alcalde y equipo de gobierno, que quisieron fuera investigada y aclarada su gestión municipal en su relación con Choferil y Walter Music, se negaron a ser sometidos a un juicio público o Causa general, declarando por escrito como los funcionarios. La Presidenta de la Comisión, al ver truncado el gran circo, les llamó “cobardes” e “indecentes”. Ya dijo Quevedo de Alcalá que era “el mesón de la ofensa”.
 
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 13.12.2014

viernes, 5 de diciembre de 2014

Reivindicación del rey don Rodrigo











                                            España Ilustrada. III Concilio de Toledo



Reivindicación del rey don Rodrigo


       A Juan Goytisolo, autor de la novela Reivindicación del conde don Julián (1970), el ministerio de Cultura del Reino de España le ha concedido billete con destino a Alcalá de Henares para que el 23 de abril de 2015, el escritor barcelonés que vive en Marruecos, se encarame a la tribuna de Tomás de Villanueva y Juan de Ávila.



     Don Julián, el ‘alter ego’ del novelista laureado, es la representación mítica del traidor. Don Julián parece ser que es gobernador de Ceuta cuando facilita a los árabes el paso a España de sus más encarnizados invasores, que derrotan a los visigodos en la batalla de Guadalete.  Los partidarios de Witiza, que en principio luchan junto a don Rodrigo, también traicionan al rey visigodo, que muere en la batalla, abandonado de todos. Pero la leyenda teje la historia de tal manera que quiere hacer comprensible la traición de don Julián, cuya hija, establecida en la corte de Toledo, atiende con alfiler de oro la sarna de don Rodrigo, quien la viola. La venganza de don Julián consistirá en proporcionar a los musulmanes toda la información para invadir la Península Ibérica y llegar a toledo.
      
    

     La novela de Goytisolo representa una protesta contra el mito de una España castiza, caballeresca y católica, por cuya censura, la novela no pudo publicarse entonces en España sino en México. Justificar tal ataque a las esencias españolas como una crítica al tardofranquismo es como la desproporción del cirujano que en vez de rebanar un miembro contagiado ataca al portador enfermo.
    
      En la novela un narrador anónimo, situado en Tánger (Marruecos), imagina la destrucción de la "España sagrada", de la cual se ha desterrado. Efectúa tal destrucción por medio de una recreación mental de la invasión militar musulmana acaecida en el año 711. Como muestra del odio alcanzado en las profundas periferias de su ser, el texto expele las heces que al autor le provocan las "esencias españolas": escenas de masturbación, sodomía, violación y homosexualidad; parodias a figuras históricas como Isabel la Católica y Séneca; referencias burlescas al Polifemo de Góngora; insistencias a los actos de orinar y defecar, etc.
     
     Según su autor, España se pierde por una violación, que se repite infinitas veces en la historia con el abuso de un niño, que representa el abuso del poder como acto fundacional de la diferencia identitaria de la hispanidad.       
    
     
                             CONDE DON JULIÁN

     El personaje don Julián, máscara del narrador, también emprende un acto de traición lingüística. En el delirio del narrador, don Julián vuelve a España y participa en la destrucción de la cultura nacional esencialista, retirando bruscamente de la península todas las palabras de origen árabe y las cosas que representan. Entre éstas se encuentran comidas, edificios y conceptos arquitectónicos, innovaciones matemáticas y económicas.
    
      Así ataca los fundamentos de la propia lengua, desnaturalizándola en su uso e inventa un señor carpeto, en minúsculas, un castizo toledano que se muere de hambre porque, en su afán de asegurar la pureza del idioma, no puede comer ninguno de los platos cuyo nombre tiene origen árabe
      
     Uno, rodeado de toda la paciencia franciscana de que es capaz, no puede entender tan furibunda sátira contra los que no hemos retirado los nombres árabes ni de la mesa, ni de la toponimia ni de las matemáticas. La mexicana Elena Poniatowska, última receptora del Premio Cervantes, quien manifestó su contento por la tardía pero definitiva votación a su sucesor, sí podría ponernos ejemplos de topónimos españoles desarraigados. Sin embargo, al desestabilizador ‘carpeto’ también le acogerá ese día la nomenclatura inmutable de Alcalá, que pudo ser Santiuste y sólo lo fue de manera temporal y apelativa: Alcalá de Santiuste. Nuestra lengua no siguió el dogma de la fe, ese fue el raudal único e inconmensurable de la lengua de Cervantes. Fuimos ‘Alcalá’ sin prejuicios arábigos y a pesar del ‘Complutum’ romano que nos precedía.
      
     Y sobre todo, que el nuevo Premio Cervantes no vuelva a confundirse y a enrollarse con oportunismo dentro del ropaje polivalente de Cervantes, donde todos los hilos parecen adornarle. Que no se confunda. A Cervantes le mancaron los turcos y el valiente soldado español, mancado y preso en Argel, de haber llegado allí Juan de Austria, hubiera saltado con sus compañeros cautivos cristianos, desde dentro, contra sus fanáticos y despiadados opresores musulmanes. Él lo dice. Que no se confunda.
     
     
                               RECAREDO

     Y reivindico al último rey visigodo, atufado de mezquinos traidores, el “desventurado” don Rodrigo,  por ser el legítimo sucesor de Recaredo, en cuyo Concilio III de Toledo (589) abrazó la religión católica. Y fue en esa circunstancia de conciencia identitaria donde surgió históricamente la Nación Española, cuya unidad algunos hoy cuestionan y relativizan.

José César Álvarez
Puerta de Madrid, 6.12.2014