Carta abierta a Rita Maestre
Te desnudaste, Rita, en la capilla de Somosaguas, e injuriaste mis creencias y convicciones. Viniste al templo de los que ponemos la otra mejilla. Eres cobarde, Rita. No me digas que sólo perseguías el laicismo que atenúa la presencia de cualquier religión, cuando, en el fondo, lo sé, disfrutarías más si alguna de las otras religiones llegara a ahogar a la católica religión que tanto odias. Y, en ciertos momentos, reivindicas la igual presencia (¿) de las otras.
Ah, ya, es que tu
protesta es porque no quieres que el espacio religioso acapare el académico. Eres
de una justicia clarividente. ¿Te echamos cuenta, Rita, de los espacios
universitarios tomados a cuenta de inventario por tus tropelías, por la
ocupación de tus desmanes, por tus cartelas y pintadas, las de los tuyos, por el
sitio de tus broncas y amenazas, por los ribazos de tu insulto y agresiones, por
la iglesia de tu guerra y de tu odio, por los expolios de toda índole practicados
en las aulas de tu pensamiento único? ¿Tiramos la cinta métrica, Rita?
¡En qué mal
momento se reanima el fuego de tu delito, el juicio contra tu odio al
sentimiento religioso! ¡Te imputan ahora que eres portavoz del equipo de
gobierno del ayuntamiento de Madrid! ¡Qué fastidio! ¡Pero si eso ya lo sabía la
jefa! –dices–. ¡Pues, claro! Por eso te puso donde te puso, Rita, a ti que te
desnudaste junto con otras mujeres y gritabas: "vamos a quemar la Conferencia Episcopal",
"el Papa no nos deja comernos las almejas", "menos rosarios y
más bolas chinas", "contra el Vaticano poder clitoriano", "arderéis
como en el 36" y "sacad vuestro rosarios de nuestros
ovarios". Ahí va tu línea programática. Ese es el vademécum de tu portavocía,
ese es el currículum de valoración ante la jueza Carmena, la de ‘jueces para la
democracia’ y ahora la de ‘alcaldes para la democracia’. No es que te haya
salido una china inoportuna en el zapato, es que tú eres la china, Rita. Lo de
dimitir por estar imputada es para los perversos que tienen cuentas en Suiza, no
las cuentas de una capilla, que no llega a ser iglesia ni menos catedral. Pero ¡qué
bobada es esta! –dirás, tú, vestida ahora de digna, tocando el techo de tus
delirios. “Yo soy Rita y lo que se da no se quita”.
Y el fuego del 36 se ha vuelto contra ti, Rita. ¡En qué mal momento se reanima este fuego! Porque es el momento más negro que nunca ha tenido la Iglesia Católica. Es ahora hacer llover sobre mojado. Estamos ahora en el cenit histórico de su persecución y de su martirio. Se amontonan ahora los mártires cristianos de Somalia, de Irak, de Pakistán, de Nigeria, del Congo… ¿Sabes, Rita, que los niños católicos de Irak, los que todavía no han sido sacrificados desde sus batas naranjas, se preparan con serenidad para el martirio? ¿No sabes que los han pillado hablando sobre cuál habría de ser su último grito antes del martirio? Los cristianos, Rita, son valientes y tú, cobarde, no sabes respetar el sentimiento religioso del héroe que los cristianos llevan dentro. Tú los agigantas. Debes comprender, Rita, que ahora morir bajo tu grito de portavoz resulta geográficamente excesivo. Aplaza tu voz, Rita.
¿De qué tu odio
al cristianismo, si tú misma no puedes borrar la identidad de tu huella
cristiana? Tú, Rita Maestre, llevas en tu nombre el fragor de las rosas de Santa
Rita de Casia, la santa italiana y medieval, la de los panes que se hacen
rosas, como a San diego de Alcalá. Aunque tu apellido Maestre pendule entre el
‘gran maestre’ de las órdenes militares que lucharon por los santos lugares y
‘el gran maestre’ de la masonería, como un eco de su nombre estás tú ante la
santa de tu nombre, la fiel hija de Dios, estás tú, la apóstata de tu santo origen,
la infiel desnuda ante el capellán zarandeado y los alumnos orantes. Tú que
quieres, no puedes raspar, sin embargo, la historia inviolable de tu santo nombre,
como no podrás raspar, tú que quieres, la huella cultural de una civilización secular
cristiana. Tú, Rita, para ponerte de frente debes cambiar de cara, hacerte un lifting existencial, tú que descansas en
los domingos, días del Señor, y celebras tu onomástica, o cambias tu looking o me entra la risa floja, nena.
Te desnudaste, nena, en el ámbito sacrosanto del nombre que más quiero: complutense. Tú no sabes lo que eso significa, como tampoco lo han sabido los tres últimos rectores de tus aulas. Nosotros, aquí, en Alcalá de Henares, junto al río, raspamos con nuestras manos nuestro viejo suelo –no para borrar como tú, sino para alumbrar– y descubrimos el mosaico de nuestro pasado romano: Complutum. Somos complutenses. Y tuvimos la Universidad del Siglo de Oro Español, la ‘Complutense’, cuya fachada renacentista la remata una cruz y la enmarca un cordón franciscano, el del Cardenal Cisneros, su fundador. En el expolio de 1836 se llevaron la universidad a Madrid y alguien raspó hace cuarenta años para encontrar su verdadero nombre: Complutense, el nombre eclesial de tu verdadero ámbito, el nombre profanado por tu desnudez y por tu grito, el nombre de mi suelo escarnecido.
No anuncies la
originalidad de tu verano, Rita, con los comedores para los niños que no
tienen, porque no encontrarás un niño que no haya tenido bocado que llevarse a
la boca. Eso, bonita, lo viene solucionando hace años, en el silencio contrario
de tu grito, en la humildad contraria de
tu protagonismo, esa iglesia a la que odias, que se te adelanta por los siglos
de los siglos, no con la solidaridad como consigna, sino con la caridad
cristiana de su dimensión trascendente.
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 3.7.2015
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