Perder la mesura,
perder el tino, perder la objetividad. Esto es lo mínimo que se puede decir de
la votación efectuada en el último Pleno Municipal del distrito II del
Ayuntamiento de Alcalá de Henares, por la que se decide dar el nombre de un
parque —el que va de Reyes Católicos a la Avenida de Madrid— a Marcos Ana, un personaje
siniestro que los pocos años que vivió en Alcalá solo procuró estragos y
muerte. Esa fue la ignominiosa decisión de unos munícipes, que contaron con la medrosa
abstención del PP. Y no es que haya que exigir aquí que nuestros munícipes deban
estar a la altura gobernando para todos, eso va de suyo, es que es algo más
básico que todo eso, es que se trata de reclamar a nuestros gobernantes el más
mínimo nivel de decencia ética en el plano humano de sus decisiones.
Fernando Macarro
del Castillo, nacido en 1920 en Ventosa
del Río Almar (Salamanca) adoptaría como seudónimo literario los nombres de sus
padres, siendo conocido por Marcos Ana. En Alcalá de Henares sería alumno de
los Escolapios y se integraría en la Acción Católica.
En mayo de 1936, a
pesar de su juventud, figura como secretario de la organización política de las
JSU. En julio de ese mismo año figuraba como dependiente de comercio en el
establecimiento alcalaíno ‘Calzados Penalva’. Al haber fracasado en la
guarnición de Alcalá la insurrección militar contra la república, el joven
salmantino ingresa el 21de julio de ese año como voluntario en el batallón
‘Libertad’, desde donde se le atribuyeron durante esos últimos días de julio
actos de violencia y de saqueo de iglesias y conventos, además del asesinato de
cuatro personas: el sacerdote Marcial Plaza y su padre José, detenidos
violentamente en su domicilio y asesinados acto seguido en pleno Paseo de la Estación, según el
testimonio judicial de una sobrina, coincidente con la versión popular. Igualmente
se le atribuyeron los asesinatos del cartero Amadeo Martín Acuña y Augusto
Rosado Fernández, ejecutados ambos por el activista el mismo día 30 de julio,
el primero en el cementerio y el segundo en la conocida como ‘tierra de
ahorcados’, en los terrenos actuales de Roca. La causa de tan drásticos
crímenes fue debida a los objetos “comprometedores” encontrados en los
registros practicados en sus casas. Al primero se le encontró un carné de la
“Lliga catalana” y al segundo algún tipo de ornamentación perteneciente a la Virgen del Val. El joven
activista se alistó al frente y se desconoce su posterior vinculación a Alcalá,
lugar del que dicen evitó desde aquel entonces.
Macarro abandona
la ciudad sin renunciar a su puesto de vocal en la junta del Frente Popular
alcalaíno, y parte como voluntario al frente hasta acabada la contienda,
momento en el que es detenido y encarcelado. En octubre de 1943, Macarro es
juzgado por el Tribunal nº 2 para los Consejos de guerra, presentándole un
procedimiento sumarísimo por vía de urgencia por el que es condenado a la pena
de muerte. Pero en noviembre de 1944 le es conmutada la pena de muerte por la
pena inmediatamente inferior de la prisión por treinta años, a causa de la aplicación
del atenuante de la minoría de edad en el momento de cumplir sus delitos, ya
que tenía entonces 16 años. Su liberación se produjo en noviembre de 1961, merced
al indulto decretado por Franco para los prisioneros con crímenes de guerra que
hubieran superado los veinte años de prisión. Macarro estaría en la cárcel veintitrés
años incompletos. Murió en 2016.
En la Causa General como en el nº 5
de “Yugo y Flechas”,1940, se hace relación de las personas que estaban en el
cementerio la noche del 10 al 11 de noviembre de 1936 para asesinar a seis
vecinos de Camarma. Eran los siguientes: Fernando Macarro, alias Marcos Ana; Basilio
Yebra; Manuel Muñoz Murcia, alias Varillas; Ángel García Gómez, alias El
Maestro, y Joaquín Torres. Este fue el testimonio de uno de los seis camarmeños que resultó vivo de aquella
matanza, pese a recibir en el cuello los tres tiros prometidos por hablar. Su
hijo y su hermano, allí mismo, no tuvieron igual suerte.
Descender a los
detalles de la noche más atroz, meterse en la boca de lobo de una España
fratricida que hemos superado ya entre todos, gracias a los unos y a los otros,
volver a la noche más negra es solo faena de los recalcitrantes que no olvidan
y que quieren hoy teñir de sangre los ejemplares de un parque anónimo, ya
consolidado. La noche negra y siniestra de Marcos Ana solo puede apagar los
verdes intensos de esta primavera y sus mañanas transparentes. El chacal
fugitivo no debe ser nunca devuelto a la madriguera repudiada. Los nombres de
los parques están para ser emulados por sus usuarios, que principalmente son
niños. Un nombre público es un homenaje, un reconocimiento de la ciudad. Pero,
con este nombre, recibimos con violencia del gobierno municipal en nuestra
propia cara todo el agravio y la chanza de que son capaces de llevar guardado.
Dicha moción se ha filtrado por el subterfugio de un vocal de distrito, lo cual
no exculpa la responsabilidad política de sus representantes.
Ahora que hemos asistido
al ‘Réquiem’ final del cuarto centenario de Cervantes, ahora que acaba de sonar
la traca mojada de las quince ciudades cervantinas, se me ocurre pensar en la
oportunidad perdida de haber dado nombre a un parque que se llamara Leonor de
Cortinas, la olvidada madre de Miguel, la madre de un genio que sabía leer, la
argandeña que dio a luz a cinco alcalaínos tan distintos, la acomodada dama que
no dudó en casarse con un sordo...
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 5.mayo.2017
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