miércoles, 26 de septiembre de 2012

La ciudad ‘veintinueve’

     Mirando una lista de municipios de la demografía española, he sabido que Alcalá de Henares es, según este criterio, la ciudad veintinueve de España, y he salido a la calle con una cara de ‘veintinueve’, con cara de primo, de negro, impar y pasa. Le entra a uno complejo de vulgar montonera, de pasar casi desapercibidos en el mapa. Pero nos reconforta ver las ciudades tan importantes que vienen detrás, como Pamplona, San Sebastián, Santander, Burgos, Castellón… No obstante, quedamos cerca de la ciudad ‘uno’ por lo que pueda suceder, ahí, muy cerca.

     La que se nos ha quedado más lejos, después de la Diada, ha sido la ciudad ‘dos’ de España, la que quieren que sea sólo la ciudad ‘uno’ de Cataluña, para ahorcarnos a ‘la roja’, muestra campeona selección nacional, que quedaría ahorcada en la jugada como la ficha del seis doble en el juego del dominó. A los españoles nos quitan Barcelona y nos roban el pan mundial de nuestros días futboleros, porque el Madrid anda metido en la galaxia de la extranjería perdedora, ganada, sin embargo, a golpe de florentina chequera.                                                                     

     Hay que agradecer a los separatistas catalanes las reacciones encendidas que suscitan. Porque en los graderíos de la ciudad ‘quince’, que es Gijón, reverberaba ‘la roja’ en su versión de la ‘Copa Dabis’, y de aquella olla patriótica a presión estallaban gritos de ‘Viva España’, coreados con inusitada pasión. Ya no hay gritos obligados de la mili, sino gritos espontáneos de la grada. Ya no espera la familia la esquela del soldado desde el frente, si es que llega o no llega, ahora la gran familia vive la suerte del guerrero desde su vera. Ahora las batallas se televisan. 

     Sí, ‘la roja’, versión tenis, estuvo, como dijimos, en la ciudad ‘quince’, porque el rojerío estuvo en la ciudad ‘uno’, la ciudad para todo, incluso para soportar el berrido cavernario de los Méndez y los Toxo, que fue susurro en la época desolada de su colega Zapatero, el que socavó, bajo su silencio, los pilares del Estado y del mercado del trabajo. Es lo que ahora intentan arreglar los que llegaron. Y bramaban en la punta de la manifestación los tres mil sindicalistas liberados que el día uno de octubre deberán volver al tajo de sus olvidos por feliz recordación del equipo gobernante, que amaina a tanto vocinglero sin discurso y reduce las demasías en su ejercicio.

      Es la ciudad ‘veintinueve’ una resonancia del ‘crack’ del 29, de la depresión financiera más horrible que maldita la redundancia. Iba a la calle, decía, con mi cara de ‘veintinueve’, y me sacó de la vulgaridad decadente la homilía del obispo de la ciudad ‘veintinueve’ en la misa patronal de la ermita de la Virgen del Val.  El obispo complutense ahondaba en las profundidades históricas de una ciudad única, de hombres insignes, valerosos, de santos, la ciudad donde estudió San Juan de Ávila, a quien Roma va a proclamar ‘doctor de la Iglesia’.

    –Sois una ciudad privilegiada” –decía el obispo de la ciudad ‘veintinueve’  en la homilía, bajo el sol  justiciero de septiembre, del que se guardaban los devotos buscando la sombra de los olmos–, seréis el pueblo de mi heredad, como se dijo en la lectura, y pediremos a la Virgen del Val que por su mediación os conceda el vino de la alegría, como en las bodas de Caná, como en esta paella solidaria que nos aguarda, el vino que supera los desencuentros y procura nuevas situaciones…            

     El obispo Reig Pla vino desde la diócesis de Murcia-Cartagena –ciudades ‘siete’ y ‘veinticuatro’ del ‘ranking’ nacional– a la diócesis de la ciudad ‘veintinueve’ e introduciéndose por inmersión en la historia de esta ciudad santa. En la soleada misa de la Patrona, Alcaldesa y Rectora, estaba también el vicerrector de la Universidad de la ciudad ‘veintinueve’, lo cual es llamativamente nuevo. Este docto giro de la docta casa habla de una conversión a la fe histórica y a los orígenes de una Universidad eclesial con bula fundacional del papa Alejandro VI.

     Pero la gruesa rama complutense de la Universidad de la ciudad ‘uno’, metida en la harina de los Berzosa y Carrillo, sigue los derroteros del expolio de 1836, desconectada de sus orígenes históricos y escondiendo nuestro tesoro cisneriano. La ‘Complutense’ es un puro nominalismo. La Virgen del Val tiene mucho trabajo sobre ese horizonte profanado.

     Hay un pueblo con dos 36 a la espalda como fardos que crujen: es la ciudad ‘veintinueve’.

                                                                     José César Álvarez
                                                                   Puerta de Madrid, 22.9.2012

martes, 18 de septiembre de 2012

El gangoso y el cegato

     A Ramiro le habían llamado desde la central de su telefonía móvil, informándole que tenía a su disposición un nuevo modelo de teléfono.  A Ramiro no le llamó la atención la oferta. Ramiro guardaba su secreto a la operadora. Estaba medio a gusto con su teléfono, Él era deficiente visual y al menos aquel teléfono escribía los números en grandes caracteres. Pero cuando su artilugio empezó a fallar, Ramiro se dirigió a una gran tienda de su operadora telefónica donde encontraría mayor diversidad de modelos.

     Pidió la vez y le tocó un punto de venta donde había dos muchachas ataviadas con los colores distintivos de la firma. Parecía como si una de ellas estuviera en proceso de formación. Las muchachas le ofrecieron a Ramiro el modelo que tenían en promoción y el buscador de teléfono dijo que nones. Les confesó que tenía problemas de vista y que quería uno especial para él, que sabía que los había. Ramiro les dijo que eran ellas las que se tenían que adaptar al cliente y no al revés.

     –Pero, vamos a ver  –dijo una de las muchachas– ¿cómo puede usted rechazar un teléfono que ni siquiera ha cogido en las manos?  Tiene Internet, tiene televisión, foto, y una capacidad de navegación de…

     –No me interesa –dijo seguro Ramiro– Sólo quiero un teléfono, un servicio personal, no me interesa un móvil convencional…

     –¡No me diga que usted no ve esto! –le decía una de las chicas metiéndole el teléfono por las narices

     –Yo no he venido aquí a probarme la vista, señorita –dijo Ramiro enfadado–, eso se hace en las ópticas.
     
     Había un muchacho en el fondo que trabajaba extendiendo cartones y se acercó al oír la conversación. El muchacho era de la casa, pero no vestía sus colores distintivos. Era alto, hablaba premioso y gangoseaba sin complejo.

–Perdooone, señooor, usted necesita un ‘emporia’ RL2, y queda unooo –me dijo. Y el feto desprotegido de la progresía, raudo, se metió en el almacén y sus puertas batientes se quedaron temblando tras él.

     Las muchachas se miraron sorprendidas. Ramiro esperaba. Había estado incluso en los servicios sociales de la ONCE, preguntando si sabían de algún modelo especial y nadie sabía nada.  ¡Tendría miga la cosa si este muchachito se lo solucionaba! El teléfono que dejaba, el viejo, le daba una hora diminuta en una esquina de la pantalla, que le era imposible ver. Igual que la confirmación de la cantidad en el cajero automático. Una esquinita y toda la pantalla vacía. Los diseñadores de rótulos eran estilistas minimalistas y a ellos les importaba un bledo la gran población que sufre degeneración macular. Antes morir que dejar el estilismo gráfico, de trazo sugerente. “Lo contundente es cosa vieja, nazismo gráfico” deben pensar los diseñadores españoles. Y en esa guerra contra un opresor invisible se encontraba Ramiro. Llegó el muchacho grande como una centella y le entregó una muestra.

     –Así vería usted la hooora –le dijo y le aparecieron unos números grandes, llenos de luz, las 18.43 de una tarde grande, plena, asequible para el deficiente, a la que también tenía derecho–, y las letras de la agenda serán así, y las letras de las teclas así…

     –Me lo quedo dijo entusiasmado el cliente.

     Las muchachas con vocación de ópticas preparaban el teléfono un tanto retiradas, sin poder comprender la elección del cliente a favor de un modelo elemental de pago frente al otro gratis de prestaciones punta. ‘Un trasto encuentra otro trasto” dijo una creyendo que los ciegos tampoco oyen, y el cliente prefirió callarse, pensando que ambas debían trocar sus puestos por el cartonero gangosito, que, rodilla en tierra, trataba ahora de enrollar un plástico en el momento en que  Ramiro se acercó para despedirse. Le dio una palmada en el hombro y el muchacho grande miró hacia arriba, un tanto revirado. El cliente le extendió la mano. Él pilló el plástico con la otra rodilla para liberar su mano y se la elevó, ya sin mirar.

     –Gracias, amigo –le dijo el satisfecho cliente– Muchas gracias, de verdad –insistía Ramiro bamboleándole el brazo que el muchacho necesitaba para domeñar aquel plástico que se le encabritaba.

     Pasado un tiempo, le llamaron de la central interesándose por el grado de satisfacción en la atención de dicha compra. El cliente dijo que estaba “altamente satisfecho e insatisfecho” a la vez. Le contestaron que eso no podía ser, que se atuviera al cuestionario grabado y que, en contra de lo que él propuso, una carta no valía.

                                                                           José César Álvarez
                                                                  Puerta de Madrid, 18.9.2012

miércoles, 12 de septiembre de 2012

El retorno desde las quemadas y las quemadillas

     Venimos de un agosto sórdido de bretones y borinagas, de quemadas y quemadillas, y de un Ecce Homo de rostro desviado. Ha ardido el sol con la complicidad de una mano siniestra, y ha destellado el arma criminal del estío más febril, el cual ha dejado las cenizas intencionadas de nuestra querida fauna y flora, y hasta las cenizas increíbles de dos niños, bajo la autoría de su propio autor. El fuego de este agosto ha sido el más monstruoso de cuantos puedan pensarse: los propios lugareños queman sus montes como el propio padre quema a a sus hijos. Ha sido un agosto que busca el refugio sosegado de nuestras casas.

     Venimos de un agosto de soles y sales hirientes, de medusas tapadas y voraces, un  agosto de mordeduras de la plaga errante de Merinaleda, un agosto donde el juez del 11-M, Sr Bermúdez de Castro, busca el estrellato que le quitaron al otro juez, al prevaricador, aclarando el astro naciente su contorno cuando quiere hincar el diente al ministro del Interior y come con el conspirador mayor del Reino, de nombre Rubalcaba.

     Ha sido este un agosto hiriente, sí, cuando hemos sabido de los informes contundentemente torcidos de los servicios de la Policía Nacional sobre el caso de la finca ‘Las Quemadillas’, un mal enquistado que alarma y asusta como cueva de malicia.

     Venimos de un agosto de siestas entornadas y entonadas por el clamor de Puritos y Contadores, venimos de unos Juegos Olímpicos de Londres que ayer había querido para sí el Madrid de la España hoy asfixiada, la misma que debió respirar al verse descargada, al verse en trance de necesidad. Y es en esos trances de estrechez cuando surge la raza de la mujer española, la que dejó su impronta en la Olimpiada. A su vez, los gigantes unidos del ‘basket’ supieron perder su alto complejo ante el mito americano.  Este agosto de superación nos habla del retorno a la brega de voluntades unidas, que no se dejan apabullar de antemano por el derrotismo de los mezquinos, los que buscan la confusión en río revuelto.
   
    Hemos retornado así a casa, la cual refleja nuestra ausencia y nos mira distante. Hemos vuelto a la plaza de Cervantes, de la que ignoramos la causa de esas rayas blancas en su contorno de asfalto. Como si las niñas del pueblo, en nuestra ausencia, hubieran jugado a la patita coja. Cerca de allí, en la calle de San Julián, en la tapia del jardín de Caracciolos, la enredadera ha crecido exuberante, tapona los enrejados y revierte verticalmente hasta el suelo como el traje talar de la ciudad levítica. Desde la senda de tierra del Parque Ferial,  que ribetea el caz, se aprecia que la vegetación ha crecido tanto, que la vista no puede descansar sobre el agua, atorada de plumíferos y cañaverales.

     Hemos vuelto a Alcalá, cuyo nombre reconocimos este agosto en una emisora con resonancias de Sergio Dalma y La Oreja de Van Gogh, con fragancias de ‘la huerta del obispo’, cuyo nombre, desde lejos, me trajo los aromas de la Oleza de Gabriel Miró. Y, al llegar, nos han contado, que el nuevo alcalde, rumboso, ha invitado a toda la barra a las músicas de la Huerta.

     Hemos vuelto a Alcalá en un agosto rebosante de carrozas, un agosto que rebasa sus días de alegría callejera y se mete en un sábado de vísperas ilusionadas.  Las carrozas son el epílogo agridulce de unas fiestas que acaban, y han de ser el preludio vigoroso de un curso que nace.

                                                                      José César Álvarez
                                                                     Puerta de Madrid, 8.9.2012