lunes, 8 de octubre de 2012




Día chico y día grande
    

          A los alcalaínos nos caen como brevas dos días de fiesta, dos días feriados no dominicales, dos días estrella, dos días de luz propia: uno, por alcalaínos; otro, por españoles. Aunque hay melómanos que piensan que lo segundo, lo de ‘españoles’ no se debiera decir así, tan rotundo. Son melomaníacos,
celtíberos desnortados, acomplejados, tíos con erisipela en las palabras. “Anda y que te ondulen con la permanén (te), y ‘pa’ suavizarte que te den con ‘crem’.

     El día 9 de octubre, ‘san Cervantes’, y el 12, la Virgen del Pilar, ambos este año en mitad del cauce de la semana, como dos firmes peñascos, exentos, anclados en su curso y vadeando su caudal. Son dos gloriosos mojones, próximos y distintos: la fiesta local y la nacional, así, por el orden que corresponde. Son las tradiciones de aquí y de allá que dan sentido a la corriente de nuestros días. Nos llegan, pues, días de brillo y homenaje, haces de luces cortas y largas, la nacencia y la nación, la linde y la frontera, el habla y la lengua… Son dos días de orgullo chico y grande, aunque el chico no deje de ser grande, y al grande le quieran hacer chico.

     Los sociólogos hablaban de los niveles de inserción social del hombre, que funcionaban como círculos concéntricos. Primero, la familia; después, éstos del municipio y la nación. En medio de estos dos, que ahora nos toca celebrar, hay quien siente una conciencia regional o autonómica intermedia. Los que tengan ‘alma madrileña’ que levanten la mano y pidan su fiesta, a ver si el tránsito de la una a la otra les va a dar un yuyu por su excesiva brusquedad. Que entre el plato local y el plato nacional tomen una copa de sorbete de limón al cava, como en los convites de postín, y así modularán sus glándulas gustativas.   

     Es el nueve de octubre alcalaíno un tesoro manuscrito de américas descubiertas, un grito oteador de larga travesía lanzado entre el bosque de  densa y oscura grafía. Es el nueve de octubre alcalaíno el alumbramiento de su archivo más ingenioso y loco. Por ahí arriba, rebotando por la cumbrera de esta mi palpitante retícula, asomará la gaita como siempre un garabato. Ese precisamente es el ‘miguel’ de la partida bautismal de Cervantes, ese es el final de línea erosionado y aquí rescatado, esa es la escritura sincrética del Bachiller Serrano que bautiza y extiende el acta bautismal –“e yo que lo baptizé e firmé de mi nobre”–, es ese el Miguel-niño de mis ‘risas y llantos’, mi santo y seña, mi logo, mi hierro… Ese s el garabato festivo del día chico.  

     Y el Cervantes nuestro y suyo –nuestro del día nueve, suyo del día doce– se fue un día con don Quijote y Sancho a Barcelona (C. 61, 2), lugar a donde hoy también van nuestros temores y sobresaltos. Subieron don Quijote y Sancho, paso a paso, hasta descansar en el hombro derecho de la querida anatomía de la Barcelona del mismo cuerpo. Es mejor descubrirles en su arrobo y tranquilidad:

     “Tendieron don Quijote y Sancho la vista por todas partes: vieron el mar hasta entonces dellos no visto; parecióles espaciosísimo y largo, harto más que las lagunas de Ruidera que en La Mancha habían visto… El mar alegre, la tierra jocunda, el aire claro…”

     Pero la apacibilidad y el grato trato de sus gentes, el colorido de su entorno y de su fiesta, tiene punzante contraste:       
    
     “...el malo, que todo lo malo ordena, y los muchachos, que son más malos que el malo… se entraron por toda la gente, y alzando el uno la cola del rucio y el otro la de Rocinante, les pusieron y encajaron sendos manojos de aliagas… y dando mil corcovos, dieron con sus dueños en tierra...”

     Es el mismo cara y cruz, el mismo contrapunto de rosas y espinas. Hoy es Arturo ‘el Más Malo’ el que ha puesto aliagas de fuego en el culo de todos los españoles y le divierten los escozores que encaja en nuestras entrañas y en nuestro día grande de desasosiegos.

     El día chico es Cervantes, y el día grande es también el Cervantes que cose España.   
                                                José César Álvarez
                                    Puerta de Madrid, 6.10.2012  

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