martes, 16 de octubre de 2012

Divagaciones de órgano

     Segunda jornada del VI Festival Internacional de Órgano ‘Catedral de Alcalá’. Todo un éxito artístico y de público. Era el día de Liudmila Matsyura, titular del órgano complutense. La rusa jugaba en casa. Comenzó Liudmila, aupada al tercer teclado, nada menos que con la Tocata de la V Sinfonía de Widor. Era como empezar un convite con vodka. Era una partitura de atmósfera asfixiante, insistente, persistente, consistente, hasta que el pie de Liudmila pisaba trombones, iba por el teclado pedalier para no hacer fundamentos, sino melodía bronca como quejido de bisonte, en tanto que las insistencias pobladas del alto teclado sonaban a acompañamiento. Ha sido una inversión de Luidmila, quien, con el pie en la melodía, la rusa nos ha traído la revolución a occidente.

     He oído otras versiones de la Tocata de Widor y nada que ver, en efecto, con la aportación ingeniosa de Liudmila con sus graves exentos, en primer plano. Era algo intermedio entre las balalaikas de los oficiales de la zarina y el grave de la bruma de sus inviernos y de sus cosacos.

     Liudmila y Bach  iban de pasacalle, y venían pizzicatos, claros de luna y danza macabra, donde el órgano de Liudmila se convertía en magistral orquesta, con sonidos distintivos, fundidos en la batuta de la organista y directora artística del festival, a la que le sobraban manos para tanto.

     Fui al concierto precisamente cuando estaba leyendo el nuevo libro del padre Ángel Alba sobre el Padre Mariano Sánchez Sobejano, quien en 1901 aprobó las oposiciones a organista de la Iglesia Magistral. Tenía entonces 27 años y era todavía seglar beneficiado. El alcalaíno de la calle Santiago 13 tenía un premio de piano en el Conservatorio de Madrid, donde estudió. En el coro central de la Magistral, que había sido gran escuela musical del Renacimiento y del Barroco, además de cuna musical de Rodríguez de Hita, al organista Mariano se le ofrecen dos órganos, más otro pequeño y gótico de la época cisneriana. Pero don Mariano los tendrá a su alcance durante escaso tiempo, ya que en 1902 comenzarán las obras del ruinoso templo Magistral, que durarán hasta 1931, cobijándose su oficio en la iglesia de Jesuitas de la calle Libreros. 

     Refiere Ángel Alba la peripecia del antiguo órgano Echevarría del Oratorio de San Felipe Neri y su traslado arbitrario a la parroquia de Santiago. Pero, en su sustitución, el Oratorio inauguró en 1905 un órgano servido directamente por la casa constructora inglesa Horman & Beapd Lte. De este órgano es del que sería titular indiscutible el Padre Mariano, quien se hizo sacerdote y filipense, y fue ‘depurado’ en los primeros días de la Guerra Civil, la que se llevó por delante órgano y organista.

     
     En 1921 tomó posesión como organista de la Iglesia Magistral don Manuel Cervantes Castañeda, quien debió ejercer sus funciones musicales en el buen armonio de pedales que tuvo el templo de Jesuitas, no otra cosa. Don Manuel era físicamente de muy baja estatura. Mi tío Pepe, que era oficial de Telégrafos, contaba que un soldado le puso un día el siguiente telegrama: “Conocí aquí cura más pequeño que el de tu pueblo. Apuesta ganada.” Don Manuel también tocó en ciertas funciones el órgano de San Felipe. Me contaba mi padre, que fue violinista, que le encargaba pisara en algún momento la tecla del pedalier a la que sus piernas no llegaban. Don Manuel Cervantes fue profesor mío de Historia cuando yo tendría doce años. Recuerdo que al ponerme la calificación en clase, yo quería ver en los pocitos de su sonrisa franca el pago de los servicios paternos de pedalier.

     Don Mariano y don Manuel, antiguos organistas de la Iglesia Magistral, son los precedentes heroicos de Liudmila Matsyura. Cuando la veía el sábado en la gran pantalla desplazarse de pies y manos sobre el órgano Blancafort de la Catedral-magistral y sobre mis lecturas retrospectivas, comprendí que Liudmila representaba la gloria sobre las precariedades, las miserias y la guerra más cruel.

     Fue Liudmila y se asoció con su paisana mezzo-soprano Elena Abdrazakova, y, después de vibrar con Marcello y Pergolessi, arribaron al Agnus Dei, “el que quita el pecado del mundo” repetía la contralto con desgarradora voz en la lengua de Dios. Y al final, porque ellas dos quisieron, nos ofrecieron un Ave María casi tan inmensa como su propia geografía, en el borde justo de los aliviaderos lacrimales.      


     José César Álvarez
                                                                  Puerta de Madrid, 13.10.2012

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