lunes, 13 de mayo de 2013





Nube de paraguas







     Llovió como el día que enterraron a Zafra. Llovió a mares en Alcalá y en España. Llovió a manta y se inflaron alarmantemente el Henares y el Jarama de nuestras proximidades. Precisamente el Jarama, siempre a dos velas, y sin embargo señor, del que es siervo oficial el caudaloso Henares. Y las crecidas  inundantes llegaron esta vez al Duero y al Guadiana, a las cabeceras del Segura y del Guadalquivir, y, por supuesto, al Ebro, arrollador y estigmatizado con el ‘zapaterazo’ al trasvase solidario. Es la vida insolidaria de los ríos que van a dar a la mar que es el morir, porque sólo Franco hizo cuenco con sus manos para retener el agua, y ya nadie le siguió, quedaba feo. Agua que no se embalsa y agua que por seguridad se desembalsa, como la de nuestro Sorbe, locura del agua que se viene y que se va como la nochebuena.

     Durante la Semana Santa el cielo cayó con violencia, aunque con Alcalá la santa lluvia se mostró permisiva, sin que llegara a poner en la ‘ciudad santa’ todas sus complacencias. Pero en la España larga de la larga Semana Santa la lluvia apagó su bulla, y su imaginaría transida lloró con el llanto    furioso del cielo.
                              

     Surgieron, pues, los paraguas. Decía Ramón Gómez de la Serna que   “abrir un paraguas es como disparar contra la lluvia”, mientras quería ver en las varillas de su negro artilugio, ciertas analogías con su máquina de escribir. Es el paraguas un bastón empuñado contra el cielo. El paraguas es una cúpula individual y transportable, un refugio del ‘yo’, y por lo tanto, competidor aguerrido contra los de su especie, ya sea en forma de utensilio o de homínido empuñador. Es el paraguas un objeto antipático del fondo de armario del hombre, que no ha sabido sustituirlo por la capucha. Es prenda puntiaguda, pararrayos personal, artículo articulado que se desarticula, adminículo que se ciñe incómodo a la silueta humana, paquete olvidado, convoluto, bicicleta al alto, cuyos radios en punta clavan al vecino como púas de puercoespín.

     El paraguas es el rey de los objetos molestos, el emir de las arbitrariedades que el hombre porta en sus adminículos, cuya prolongación no controla. Así, el bolso blanco, en banderola, que portaba la dama de blanco de las cinco menos cuarto del Viernes de Dolores –autobús ALSA con dirección a Madrid–, mientras recorría el largo del pasillo en busca de asiento, golpeaba escalonadamente a los viajeros con inconscientes y certeros bolsazos.  O los muchachos de abultadas mochilas a la espalda, que, inexpertos para desenvolverse con sus gibas en la cafetería, arrollaban a sus vecinos de barra. Todos ellos son avíos insensibles que no piden perdón, pero cuya responsabilidad radica en sus magros portadores.

     Los paraguas resguardan de la inclemencia del cielo, aunque no todos tienen paraguas. Los paraguas cubren la mera simplicidad del individuo, pero cuando dicha simplicidad se desborda, ya no hay paraguas que valga. No hubo paraguas ni para el Cristo de la Agonía ni para la Infanta de Urdangarín. Cuando los  socialistas gobernaban los balcones del Ayuntamiento de Alcalá, cedieron uno de ellos al matrimonio imputado. Era la cabalgata de Reyes. Ahora los socialistas amenazan con reconquistar los balcones perdidos.

     ‘Viva yo’ parecen decir cada uno de los portadores del paraguas, autoportadores de su palio móvil, de su bóveda de honores. “Viva yo y se mojen los feos, que caigan chuzos de punta, a mí plin” parece decir, uno a uno, la nube de inflados paraguas, amenazantes, confiados, sin tener conciencia de su segura inseguridad, de la frágil armadura de su aureola, que el viento en cualquier esquina puede volver ridículamente del revés.

     El ‘escrache’ es una lluvia violenta, oblicua, de izquierda a derecha, revolucionaria, lanzada indiscriminadamente contra el enemigo político, con quien se ensañan al ser sorprendido sin paraguas.

     El ‘sí’ a la vida, sin embargo, es una lluvia fina y pacífica que ha caído el último fin de semana sobre muchas ciudades españolas. Es lluvia vertical, natural, fecunda, con manifestaciones tormentosas, que se desliza sobre el paraguas de un Gobierno que se cubre de las precipitaciones oblicuas que no cesan y busca el silencio que necesita.
        
José César Álvarez
                                                        ‘Puerta de Madrid, 5.4.2013

No hay comentarios:

Publicar un comentario