El Premio
A Jose Luis López Gómez, ingeniero jubilado
de TALGO, amigo peregrino del Camino de Santiago desde hace años, la princesa
Beatriz de Holanda le ha entregado el premio al mejor inventor industrial del
año en el suntuoso marco de la
Bolsa de Berlage de Ámsterdam, aunque era un método patentado
en el año 2007. Dicen que son los ’oscar’ de la tecnología. Su innovación,
consiste a ojo de buen cubero, en un sistema de suspensión de la rueda,
manteniendo en cada momento su óptima disposición sobre el plano del raíl, lo
cual posibilita una mayor velocidad, principalmente en curvas y subidas.
Las sociedades avanzadas invierten en el
tren, dice José Luis. Invertir en el tren es invertir en seguridad y confort.
Somos líderes en alta velocidad y ello ha contribuido a aminorar el índice de
siniestralidad de la carretera. Viajar en tren es una fiesta.
Al final, después de cuarenta años con su
TALGO, hasta el hierro y la ingeniería acaban diluidos en la poesía. Jose Luis
ha conseguido que el raíl y la rueda se entiendan, se acoplen. “Si la rueda golpea
al raíl, éste se la devuelve” decía. Y esa violencia repercute en la
convivencia que lleva encima, protagonista del viaje y de toda empresa. Jose
Luis ha conseguido que la rueda mire al raíl antes de poseerlo, superando el
dictado imperioso del eje. Es la rueda la madre de todas las movidas. Como
quiera que sea José Luis no acaba de desconectar de su tren TALGO, donde ha
dejado la vida. Hace poco me dijo que
estuvo en Samarcanda para resolver algún problema técnico del tendido. A su
vuelta no habló de raíles ni de catenarias. Venía impresionado de la belleza de
aquella ciudadb, de su plaza de Registán con sus tres fabulosas madrazas y su
mezquita. Venía el ingeniero enredado en mil cuentos de mil y una noche.
Este hombre sencillo de Quintanilla de
Valdebodres empezó haciendo ruedas de carro en su pueblo, ayudando a su padre,
y sigue metido en la rueda de la rueda mundial más inteligente. Es un orgullo
caminar al lado del mejor inventor europeo, mientras arrastra como un susurro su
vara de boyero sobre la grija y la tierra del camino, la vieja costumbre rural
de sus Merindades burgalesas, cuyos orígenes rústicos lleva a gala. Hace un par
de meses estuvo en Alcalá, dentro del
grupo de caminantes, dejándose llevar por mí en peregrinación por la ciudad.
Ana María Matute es una escritora catalana-riojana
que ha cosechado una larga lista de premios literarios a lo largo de su
dilatada vida literaria. El jueves recibió en el Salón Noble de nuestro
ayuntamiento el último premio de su lista: el nombramiento de hija adoptiva de
la ciudad. Era, pues, el tercer premio que la novelista recibía en Alcalá, después
del Premio Cervantes y el ‘Premio Ciudad de Alcalá de Henares de las Artes y
las Letras”. Doña Ana María agradeció el gesto con dos palabras voluntariosamente
repetidas: “Muchas gracias”. Alcalá le ha deparado tres premios sin obra
concreta presentada, a cuerpo gentil, como renta emérita de su oficio. De ahí
que comentara en su chascarrillo: “Esto no me ha pasado a mí nunca en ninguna
parte”.
Doña Ana María Matute, prolífica
novelista, académica de la
Lengua con el sillón ‘k’, tercera mujer que recibe el
Cervantes, fue una niña enfermiza a quien sus padres, a los cuatro años, la enviaron
con sus abuelos maternos a Mansilla de la Sierra, en La Rioja, donde transcurre gran parte de su infancia
y de su juventud. Aquellas gentes, dice ella, le marcaron profundamente.
Pero lo que le habría de marcar es cuando
el gobierno de Franco acomete el viejo proyecto republicano del embalse de
Mansilla, el largo océano de las Siete Villas. Allí quedó sepultada la casa de
sus abuelos y sus vivencias de niña. Bajo las aguas quedaron el palacio de
Fernán González y de los condes de Castilla, las casas de piedra blasonadas y la
imponente iglesia con su magnífico ábside. El domingo de Ramos de 1960, los
vecinos, con el agua en los tobillos y la Guardia Civil apremiante de
mosquetones, ascendían con su ganado y sus enseres al nuevo Mansilla del alto,
lleno de precariedades y falto de apriscos. Hoy, el embalse de Mansilla es un
espejo sin azogue de doble cara: refleja el verdor aguerrido de sus montes, y al
otro lado, con la ayuda de los rayos del sol, reaparecen al fondo los recuerdos
bañados de Ana María y sus pasos de piedras llagadas. La melancolía flotará en
su alma literaria.
El Paraninfo de nuestra Universidad está
también en el fondo de un océano anegado por el tiempo. Es nuestro Paraninfo el
mejor estuche para la liturgia de un Premio. En ese profundo y mágico espacio,
98 alumnos de los cursos de la
Universidad para mayores recibieron el miércoles otros tantos
premios –una beca y un diploma– al final de sus tres años de estudio. El
Director General de la
Consejería de Familia y Asuntos Sociales dio constancia de su
patrocinio desde que en 1999 iniciara esta modalidad la Complutense, y el
Rector hizo una reflexión del siguiente
tenor:
Es en estos cursos de la ‘Universidad para
mayores’ donde la enseñanza se hace más pura. Aquí los alumnos no se sienten
acuciados por la urgencia de un título, de un trabajo, de una beca. Esa tensión
acuciante la recibe el profesorado en un clima de tensión. Pero en esta
especialidad para mayores que se imparte en las cinco universidades públicas
madrileñas, la enseñanza universitaria ha encontrado su arcadia feliz para profesores
y alumnos.
Y el viernes 31, Javier Bello se une al
ministro Pedro Morenés en el Parador de Alcalá para la entrega de los premios
anuales que concede la
Asociación de periodistas de defensa (APDEE)
Semana de premios. Los premios son
necesarios para alegrar la estepa árida de la vida. Son la sal y la pimienta, y
son necesarios como estímulo y como justo reconocimiento.
José César Álvarez
Ana María Matute
Jose Luis López Gómez
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