miércoles, 30 de octubre de 2013

Ver los toros desde las talanqueras
                                                                                                      





     José Luis López Borreguero y Gregorio Chicharro Alarcos, concejales electos de Alianza Popular, compañeros míos, fueron los autores materiales de la implantación de los encierros en Alcalá de Henares. Era, creo, el año 1984, y su estela llegó  hasta mediados los años 90. El trayecto discurría en torno a la desaparecida plaza de toros por las calles de Juan de Austria, Alonso Martínez y Avda. de Guadalajara. Ahora que la muerte de los concejales citados está casi reciente, ha sido cuando ha rebrotado esta carrera conjunta del toro y del hombre en el entorno de la nueva plaza La Estudiantil y a lo largo de las calles Travesía Paula Montal y calle del mismo nombre, con una pequeña subida que emboca a la Avenida de Miguel de Unamuno, desde donde, en un segundo ángulo recto, desciende hasta el albero de la plaza.

     La reedición de los encierros sobre el moderno escenario ha sido un éxito de público sin precedentes. Algo atávico permanece en nuestras raíces culturales que nos remite al toro, cuando el toro está exento de taquillas prohibitivas. Prohibitivas fueron también las maderas de las talanqueras, a donde era difícil acercarse por el apelmazamiento del personal. Y todo para nada, para casi nada. Tan vasta concurrencia de espectadores, sólo se llevaba el beneficio del efecto gaseosa del propio encierro. Primero fue el chupinazo. Fue después un rumor lejano que se te venía encima como un efecto dominó y que te superaba, fueron unos golpes de res amortiguados en el fin de cuesta angulado, y el rumor se te esfumaba. Eso fue todo. Acto seguido, una densa muchedumbre evacuó por la arteria más capaz de esta ciudad, la Avenida de Miguel de Unamuno. Fue una retirada imponente, viento en popa a seis carriles. La olla de la plaza resopló algún recorte comprometido y todo se apagó enseguida, como si nada. Un muchacho en el suelo entorpecía el paso presumiendo de no haber dormido aquella noche. La barahúnda de talanqueros pasaba displicente por delante del centro comercial, pese a su magno nombre. Pero la escalera de acceso se iba poblando de presuntos meadores y cafeteros. Los niños de la tirolina del parque aledaño no sabían de toros.

     Fue entonces cuando me encontré con Manolo. Manolo es un crítico obsesivo que en un momento me propinó una catarata de su producción biliar:

    —Las vallas de las talanqueras son para los de dentro y no para los de fuera… Esta plaza será cualquier cosa menos “estudiantil”, que ahora la llaman… y, desde luego, Miguel de Unamuno –qué fatalidad– es todo menos taurino…
      
     A Miguel de Unamuno, en efecto, le ha correspondido dar el nombre a una calle que ahora es taurina, cuando se le tiene con razón como un consumado antitaurino. Unamuno, no es como otros titulares de calle, tiene el mérito de haber hecho algo por Alcalá. Escribió al menos un precioso artículo titulado “En Alcalá de Henares”, que después publicaría en un ensayo de tres artículos donde compara lo que aquí vió con su país, Vizcaya. Visitó a su amigo vasco el Padre Lecanda en el Oratorio de San Felipe Neri, y, juntos, dieron paseos por sus calles y montes. A quien le dimos su nombre a la mejor de nuestras calles, dijo de nosotros, sin embargo, al mirar un andamio podrido en una ventana del Palacio Arzobispal, que éramos desidiosos y que coleccionábamos “fierro viejo y trastos inútiles”.

     Al ‘antitaurino’ Miguel de Unamuno lo redimió de su sambenito Jaime Capmany en un celebrado artículo del Diario ABC. En estos versos Unamuno fustiga el costumbrismo español, su fanatismo secular:

“Corre la sangre del martirio
del moro o del toro
–igual destino–,
y se alza el coro
del coso resonante.
¡España! ¡España triunfante!”

     Pero en estos otros versos, el escritor instalado en el dilema perpetuo trasciende el arte del toreo:

“Cavernario bisonteo,
introito del rito mágico
que culmina en el toreo.”

     Unamuno supo comprender que “la tauromaquia es de todas las Bellas Artes la más ortodoxa, pues es la que más prepara el alma para la contemplación de las grandes verdades".

     Como quiera que sea, las talanqueras del nuevo curso que empieza ya están preparadas. Las talanqueras predeterminan un recorrido lineal. Será por eso que nada hay nuevo en nuestro horizonte político. Se anuncia a los corredores contra los toros de Wert y de la Mato. Se anuncia a Rubalcaba, que fe corredor y lo sigue siendo, marchando con la mano en los lomos del toro bolado de Bárcenas. Y se anuncia a los corredores catalanes corriendo contra el toro sagrado de España. Con estos anuncios, uno cree que no vale la pena asomarse a las talanqueras y que ya basta con los ruidos.

                                                        José César Álvarez
                                                      ‘Puerta de Madrid, 14.9.2013       

“Cuando era un chaval –me contaba el célebre Nacarino–, en mi calle, la de Cervantes, un señor de pelo blanco me preguntó dónde estaba la lápida de nacimiento de este escritor y yo le llevé frente a mi casa. Él me dijo que si yo sabía quién era ese personaje. Lo tenía reciente de la escuela. Al día siguiente, en la casa de ‘La Cubana’, donde trabajaba mi madre, vi a ese señor en una foto del ABC, era don Miguel de Unamuno”.  




 Han vuelto a Alcalá los encierros y parece que para quedarse.
 Después de 17 años de silencio ha rebrotado la carrera ancestral
del hombre y del toro.




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