domingo, 21 de septiembre de 2014

Ay, Madre



Ay, Madre

     Cuando a Gonzalo le dio la patada la mula, se levantó del suelo y echó a correr a su casa enfilando la calle de la Soledad de Camarma, pasando por donde la Calabaza, mientras se sujetaba su cara con la mano y gritaba despavoridamente: “Ay, madre; ay, madre”. Éramos niños.

     En aquellas carreras ciclistas que organizaba la UCA, cuando fuimos a rescatar a aquel ciclista que se salió de la carretera bajando la cuesta de Pezuela hacia el Ventorro del Cojo, al bajar a por él  a la cárcava, un quejido  hondo musitaba: “Ay, madre; ay, madre.” 

     Hospital Príncipe de Asturias. Urgencias. Una ambulancia llega estrepitosa y cegadora. Bajan a alguien. Sobre la camilla, una voz aguda rompe la calma nocturna con su estridente insolencia: “Ay, madre; ay, madre.”

     En montón de situaciones-límite surge de lo más profundo del ser la misma queja, la misma llamada, la misma letanía. Es un lamento atávico.

     La festividad de la Virgen del Val es el tiempo cíclico en que los alcalaínos, en un ir y venir, ya sin dramatismo, gritan o musitan desde lo más profundo: “Ay, Madre”. 


       
     La Virgen del Val está en lo más profundo porque su rostro es intemporal. Nosotros pasamos pero la Virgen queda, y cuantos se asoman a ese pozo insondable de la historia quedan atrapados. Y ahí nos encontramos con los alcalaínos que nos precedieron, con los santos y los sabios del lugar, con los doctores que la cantaron en latín, con los labriegos que le pidieron la lluvia y con las madres que le pidieron un buen parto. En el rostro de la Virgen nos encontramos los alcalaínos que somos con los que han sido, ahí nos miramos y nos remiramos, ahí nos fundimos. Es la Virgen del Val un vértice de encuentro, crisol de los tiempos, pozo de vértigo.

     Al rostro intemporal de esta Virgen del Val se asomaron aquellas madres de la Edad Media que le pidieron por la higiene de sus calles, por el empeño fallido de dar hijos a Alcalá y a Castilla, dada la alta mortandad infantil, y le rezaron por el fin de las guerras y de las epidemias.

     Y en ese rostro nos juntamos con las madres de Alcalá que dieron hijos a América, y en ello esta ciudad fue extraordinariamente generosa. Y aquellas madres rezaron a la Virgen del Val por la incierta y procelosa aventura de sus hijos, y al rezar por sus hijos rezaron por la épica gesta del Nuevo Mundo. Y los hijos de Alcalá, desde América, replicaron a sus madres rezando a la Virgen de su pueblo, la  Virgen del Val, vértice de encuentro de madres e hijos.

     Y fray Francisco Jiménez de Cisneros, regente de España, Cardenal de la Iglesia y Señor de Alcalá, rezó a la Virgen de la Asunción, primera advocación de la Virgen del Val, y que la jerarquía eclesiástica alternó durante mucho tiempo con la denominación popular del Valle, del Vado, tal como la cita el Arcipreste de Hita. La rezó el Cardenal cuando esperaba la Bula fundacional del Papa Alejandro VI, la cual se le retrasaba y hubo de empezar las obras de la Universidad sin el refrendo pontificio. Y  fray Francisco rezó a la Virgen del Val en la otra de sus grandes obras, la Biblia Políglota Complutense, cuando a su impresor Arnaldo de Brocar se le acumulaban los problemas. Cisneros hubo de encomendarse a la Virgen del Val pidiéndole por el final feliz de aquel reto, que él no pudo ver concluido.

     Y rezaron a la Virgen del Val los profesores y alumnos de la Universidad. Con motivo de dicha festividad, nuestra historia relata que  hubo disputas muy serias por cuestión del protocolo entre las tres instituciones señeras de Alcalá en aquel entonces: el Cabildo Magistral, la Municipalidad y la Universidad. En realidad era un problema de celos por la Virgen del Val. La protesta solía venir siempre de la parte de la Universidad, quien se llevaba la peor parte en los protocolos. Pero un año, cuando la cabeza de la procesión llegaba a la Puerta de Mártires, cayó tan fuerte aguacero que hubo de suspenderse la procesión. La Universidad se prestó a darle cobijo, dada su proximidad, y con tal motivo la retuvieron casi un año, durante el cual le montaron guardia permanente profesores y estudiantes.

     Del ‘ay, madre’ al ‘ay, Madre’: dos suspiros profundos.


José César Álvarez
Puerta de Madrid, 21.9.2014

viernes, 19 de septiembre de 2014

La gitana y el romero




La gitana y el romero
      
     La gitana me ofrece una ramita de romero en la calle Libreros, mientras me pide la palma de la mano, y le digo que la titular de la plaza es María. María es veterana en el centro histórico de Alcalá, es una anciana cetrina y arrugada que lleva en el alma clavado el cansancio de tantas buenaventuras fallidas y los abortos de sus hebras sin pegar. Los desplantes a su romero le han ido minando la vida. La nueva gitana me contesta:

—María es mi suegra, pero se la conoce por La Lola, el mote que le puso su sobrina. La Lola se fue ya ‘pa’ el Sur.

     “Se fue ya” tiene el valor de un viaje sin retorno, como el viaje último de los salmones, como la elefanta anciana que se sale de su rumbo buscando su última intimidad en la selva espesa. La nuera me quiere hacer ver con ello que la canongía es ahora de su propiedad, que estoy hablando con la titular de la plaza.

    
Pero la sabiduría pertenece a la elefanta anciana. La nuera está más verde que su romero, nada que ver con La Lola. Es cierto que la nuera, por su madura juventud, no se atreva a decir “mi niño”. “cariño”, “marqués”, como hacía La Lola seductoramente, pero es que la letra de su buenaventura se la tiene aprendida de carrendilla, y lo mismo vale para un cornudo que para un ciclista. Y luego se la veía venir muy de pronto: “Vas a disfrutar de una gran felicidad personal y familiar. Pero nada de esto habrá de cumplirse individual y familiarmente si no se abona su precio, que es de 10 euros, y echarse atrás tiene un castigo que es sólo de tu responsabilidad… Las monedas tienen mal fario, dan grima, el papel es más limpio.”

     Lola, no; Lola, después de hacerse con tu mano, te miraba a los ojos, que te lo mandaba, y en un ir y venir de la mano a los ojos, te metía personalmente entre su jerga de misterio. Lola tenía puntos de improvisación según el cliente. Y si el intento de buenaventura era abortado, pese a la insistencia, Lola desprendía un quejido final, muy hondo: “Cariño, tengo hambre.” El cliente entonces solía pagar su liberación. Ese era su golpe de efecto. La Lola comió de sus quejidos últimos y ahorraba el romero, que tiene su gasto.

     Pero la dinastía de las gitanas alcalaínas que leen la mano, ha tenido siempre un rasgo de autenticidad: el romero es verdadero, con la inaudita fragancia que te colma el bolsillo y la ropa y el cuerpo. En Alcalá el romero de la buenaventura es auténtico, no como en Sevilla, qué vergüenza, donde las gitanas ofrecen ramitos de arrayán, robados en los setos de la ciudad.

     La buenaventura es el oficio ancestral de las gitanas. Es la falsa profecía callejera, dicha con liturgia calé. Es la pillería alegre y seductora de las calles andaluzas ante los ingenuos. Y están también los ingenuos que se dejan llevar y se divierten. Es un oficio sin ayudas ni subvenciones, sin subsidios ni retiros.

     En el debate del Estado de la Región de Madrid de la semana pasada, el ‘gitano’ Tomás Gómez le echó la buenaventura a su ‘cliente’ Ignacio González, augurándole que aquel iba a ser el último de sus discursos en los Debates de la Región. Y González le devolvió una buenaventura  larga y borrascosa, de tal forma que por las rayas de la mano de Gómez viajaban tranvías de Parla, Trinis y Zapateros.

     Y la gitana Soraya Sáenz de Santa María ha visto en las rayas de la mano de Cataluña nubarrones y claros. Claridades por la seguridad de que el referéndum no se celebrará, y nubarrones por poner los independentistas en peligro su costosa recuperación económica, mientras ve que los socialistas se siguen ahogando en sus vacuas palabras sin compromiso ante el peligro de la unidad de España.

     La gitana ha visto en la palma de la mano del ministro Wert una M grande, rotunda, indeleble. Es la M central de la LOMCE, la Ley orgánica para la mejora de la calidad educativa que nace en las aulas de España este septiembre, por fin una ley de signo positivo, integradora, competente y competitiva, bilingüe, evaluadora, curricular, coherente, troncal y diversa. Sobre la fiereza de las rayas de su mano, la vidente ha advertido durezas, que ella toma por envidias, colapsos, intrigas, subversión de los elementos opositores. Son los de siempre, los que quieren ganar fuera de las urnas a cualquier precio. Son los que han escogido sin saberlo el viaje de La Lola. Pero subvencionados. 

José César Álvarez
PUERTA DE MADRID, 12.9.2014          

lunes, 8 de septiembre de 2014

Las aspas del molino



Las aspas del molino

     Las aspas de un molino ha sido el motivo principal del cartel de ferias de este año, obra de Victoria García. A las aspas del tópico quijotesco le colgaban de sus  nervaduras bolas de color y farolillos, como frutos de prosperidad y candilejas de ilusión, anunciando con un garabato infantil la palabra “ferias”, tan infantil su trazo como el regocijo de la fiesta misma. 

    
      Los que hemos venido de fuera a reintegrarnos al pasodoble complutense, hemos         asistido a los estertores de las ferias y hemos pisado la penúltima barredura del jolgorio de las carrozas, cuyo cepillo de cierre arrastraba un cartel de las aspas de molino,  primer y último papel de la fiesta alcalaína, envuelto entre las anchas serpentinas de fresa y limón de las carrozas. Era aquel cartel como aquella proverbial banderita americana que se iba al garete en la reguera del fin de fiesta agridulce de Bienvenido Míster Marshall.

     El cartel victorioso de Victoria iba enganchado al cepillo que cerraba el desfile de las carrozas. El papel terso y satinado, ahora engurruñado; la inspiración de su autora, ahora por los suelos; el anuncio, caducado. Recuerdo que hace muchos años me encargaron decir un Pregón de Ferias y Fiestas de Alcalá –creo que el primero en su historia– y me inspiré en el cartel de Ferias que aquel año era obra de un paracaidista. Era también un motivo infantil: un abanderado de estrellas sobre un caballito de cartón. Pensé que nada mejor que sintonizar cartel y pregón. Pero ahora que las literaturas han sido confinadas, veo al cartel ir enterito a la basura y que, al menos, ya las literaturas no le siguen. Flaco alivio.

     Pese a la barredura, los que hemos regresado vamos a observar el espectáculo de las aspas del molino, unas aspas caprichosas al albur de los vientos, ahora a la derecha, ahora a la izquierda, y nos amenazan con oír a los profesionales que pretenden adivinar las temerarias inclinaciones de las aspas hacia un solo lado.

     Los que hemos regresado, creemos ver en los molinos de La Mancha su integración natural con el medio. Y hasta se ha querido achicar la imaginación cervantina al querer hacer a Cervantes natural del medio. Consuegra, de Toledo, es un ejemplo de lo que digo. Es un bello pueblo con un patrimonio de once antiguos molinos de viento, y guarda una partida de bautismo de un tal Miguel López de Cervantes, “nacido en primero de septiembre de 1556”, en cuyo margen alguien anotó en letra más reciente: “El Autor de los Quijotes”. Es este un homónimo más, imperfecto este, nacido entre molinos como se buscaba, pero que con su edad no pudo estar en Lepanto ni en Argel. Es una pretensión anecdótica sin los desgarros ni falsías de otros lugares.

    
 
     Los que hemos regresado podemos decir de los ejércitos de los nuevos molinos de energía eólica que avasallan el medio, que su metálica invasión resulta sospechosamente tolerada. Uno cree que la atención a esa protesta se está retrasando, como se retrasaron las atenciones a la invasión de la costa española y a la invasión urbana de la nueva construcción en los cascos históricos.  De estas dos invasiones –costa y casco– no se tuvo conciencia hasta más tarde, fue una conciencia con retraso. De tal manera que la Telefónica de la calle de Santiago, el Robisco de la calle Nueva y el Cine Alcalá de la calle Úrsulas son, en su originaria nomenclatura, futuros molinillos dolientes. La conciencia de la invasión de los gigantes urbanos llegará un día a los Páramos de Masa y a la Sierra de la Culebra como una sucesión de ámbitos asaltados.

     Pero los gigantes de los molinos de La Mancha están homologados por la locura del paisaje cervantino y son consubstanciales a su geografía natural. Son gigantes asumidos por la cultura. Así decía don Quijote:

     –… porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta, o pocos más, desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que ésta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.   

     La sensatez la ponía Sancho, pero sin poderle sujetar. No pueden morir los viejos molinos de viento. El paisaje cervantino resulta inviolable, inalienable, desde Sierra Morena a Barcelona. Es un paisaje bien cosido que no se puede barrer en el final de una fiesta.

José César Álvarez
Puerta de Madrid, 1.9.2014