En Escocia por fin ha ganado el NO. Y un NOOO largo, rutilante, se ha esparcido
por doquier. Hoy no quiero hablar de política y menos independentista. Hoy sólo
quiero hablar del NO fonético y disuasorio, rotundo, por
causa de ese NO escocés que inundó las destilerías malteadas del país, que
trepó por los iceberg y sobrevoló el
Canal de la Mancha
para llegar a la Bretaña,
a Flandes, a Euskadi, a Cataluña, a Córcega, a La Padania, a Alsacia, a
Südtirol…
NO es lo contrario de SÍ. Está claro. La Creación fue un SÍ
absoluto, omnímodo. Según ello, ¿representaría el NO la destrucción? Por de pronto, en Escocia el
NO ha destruido la genuina iniciativa, la ilusión de un pueblo por reconocerse
a sí mismo. Pero ese NO, a su vez, ha reconstruido los miedos de aquellos a
quienes les dolía la ruptura, ha recuperado los complejos de enanismo del resto
de los ciudadanos del Reino Unido, que se sentían al borde de su orfandad. El
NO escocés, pues, tiene un valor relativo. Es un NO vencedor que ha
desencadenado un sinfín de síes directos e indirectos. El NO escocés lleva más
síes que noes en su expansión de reafirmaciones y esperanzas.
En el Congreso de los Diputados, en aquellas votaciones que se realizan a mano alzada, tras la letanía de los nombres alfabéticos, compuesta de un brebaje de fachillas y rojeras, se suceden los síes y noes, pronunciados con distinto timbre, tono y fuerza. Los síes se manifiestan fonéticamente agudos, los noes broncos. El NO puede magnificarse hasta el sarcasmo, mientras que el SÍ carece de gracia fónica.
Hay noes cainitas, traicioneros,
siniestros. Hay gente que goza con la repercusión negativa de su NO. Por
ejemplo, cuando en una Comunidad de Vecinos se necesita la unanimidad para un
tema y aparece un NO infranqueable, inamovible, como un bastión crecido contra
todos.
Hay noes serenos, firmes, vengativos,
servidos en copa de hielo. La venganza se sirve fría. Así fue el NO severo y contundente, sin ápice
de relativismo, que Emeterio le propinó a la Fuencisla en el
mismísimo altar, vestida de novia. Aquello vino en los periódicos. Fue en la Basílica del Santísimo
Cristo de la Agonía. El
cura le preguntó si quería por esposa a Fuencisla, y Emeterio dijo que NO.
Volvió a preguntar el cura por si acaso mediaran cuestiones de anfibología, y
el novio, más recio, replicó: NO. El cura hizo que respirara el interfecto para
someterle por tercera y última vez a la oportunidad de beber los vientos de
Fuencisla. Y Emeterio, cansado de la sordera y terquedad del cura, le contestó
alto y largo: NOOO. El organista estaba
en silencio, con la cabeza agachada de vergüenza, mirando las teclas blancas y
negras que ya conocía. En el atril tenía colocadas por este orden: el Ave Maria de Shubert, un Aria de Cabezón y La Marcha Nupcial de Mendelssohn, las mismas tres
partituras que Emeterio le ahorcó obstinadamente.
“No saber decir que no” es un reproche muy
corriente que se le dice al timorato, al que no despide a la gitana, ni a los
mormones, ni al que llama a la puerta, ni al que te vende la bolsa de ajos a un
euro.
Hay noes sinceros, que ennoblecen a sus
portadores, a pesar de que parezcan en principio feos e interesados. En un
internado de chicos, el fraile hizo probar a los chavales sobre su generosidad
y sacrificio. “Mañana –les dijo– el plato principal de la comida se lo daremos
a los pobres. Sólo habrá sopa, pan y postre. Pero tiene que ser votado por
unanimidad”. Pasó lista el fraile, y uno a uno, quizás por compromiso, iban
diciendo: “SÍ…SÍ…SÍ. Cuando le llegó la vez al glotón de Maroto, soltó un
orondo NO que celebraron a carcajadas sus compañeros, más que nada por la
inconfesable reconquista de su plato principal.
Aquel pérfido NO a la OTAN por parte de Fraga, fue
sólo una china en el zapato del altivo Felipe, propinado por causa de su tardía
conversión. Pero aquel “NO a la guerra” de infausta memoria, cuyo logo lucían
ínclitos personajes sobre el ojal de sus circenses solapas, fue la martingala
más burda y chusca que se ha conocido, con el único objetivo que la declaración
de guerra al PP. ¡Ay de los próceres de la paz!
Sobre el NO indeciso de los timoratos,
sobre el NO bronco de los diputados, sobre el NO rotundo de Emeterio, sobre el
NO glotón de Maroto, sobre el NO burlesco de los próceres de la paz, se ha
posado hoy el NO escocés, una nueva forma de ser NO, sobre cuya cumbrera
flamean las banderas generosas del SÍ.
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 27.9.2014
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