Cuando a Gonzalo le dio la patada la mula,
se levantó del suelo y echó a correr a su casa enfilando la calle de la Soledad de Camarma,
pasando por donde la Calabaza,
mientras se sujetaba su cara con la mano y gritaba despavoridamente: “Ay,
madre; ay, madre”. Éramos niños.
En aquellas carreras ciclistas que
organizaba la UCA,
cuando fuimos a rescatar a aquel ciclista que se salió de la carretera bajando
la cuesta de Pezuela hacia el Ventorro del Cojo, al bajar a por él a la cárcava, un quejido hondo musitaba: “Ay, madre; ay, madre.”
Hospital Príncipe de Asturias. Urgencias.
Una ambulancia llega estrepitosa y cegadora. Bajan a alguien. Sobre la camilla,
una voz aguda rompe la calma nocturna con su estridente insolencia: “Ay, madre;
ay, madre.”
En montón de situaciones-límite surge de
lo más profundo del ser la misma queja, la misma llamada, la misma letanía. Es
un lamento atávico.
La festividad de la Virgen del Val es el tiempo
cíclico en que los alcalaínos, en un ir y venir, ya sin dramatismo, gritan o
musitan desde lo más profundo: “Ay, Madre”.
La Virgen del Val está en lo más profundo porque su rostro es intemporal. Nosotros pasamos pero la Virgen queda, y cuantos se asoman a ese pozo insondable de la historia quedan atrapados. Y ahí nos encontramos con los alcalaínos que nos precedieron, con los santos y los sabios del lugar, con los doctores que la cantaron en latín, con los labriegos que le pidieron la lluvia y con las madres que le pidieron un buen parto. En el rostro de la Virgen nos encontramos los alcalaínos que somos con los que han sido, ahí nos miramos y nos remiramos, ahí nos fundimos. Es la Virgen del Val un vértice de encuentro, crisol de los tiempos, pozo de vértigo.
Al rostro intemporal de esta Virgen del
Val se asomaron aquellas madres de la Edad Media que le pidieron por la higiene de sus
calles, por el empeño fallido de dar hijos a Alcalá y a Castilla, dada la alta
mortandad infantil, y le rezaron por el fin de las guerras y de las epidemias.
Y en ese rostro nos juntamos con las
madres de Alcalá que dieron hijos a América, y en ello esta ciudad fue extraordinariamente
generosa. Y aquellas madres rezaron a la Virgen del Val por la incierta y
procelosa aventura de sus hijos, y al rezar por sus hijos rezaron por la épica
gesta del Nuevo Mundo. Y los hijos de Alcalá, desde América, replicaron a sus
madres rezando a la Virgen
de su pueblo, la Virgen del Val, vértice de
encuentro de madres e hijos.
Y fray Francisco Jiménez de Cisneros,
regente de España, Cardenal de la
Iglesia y Señor de Alcalá, rezó a la Virgen de la Asunción, primera
advocación de la Virgen
del Val, y que la jerarquía eclesiástica alternó durante mucho tiempo con la
denominación popular del Valle, del Vado,
tal como la cita el Arcipreste de Hita. La rezó el Cardenal cuando esperaba
la Bula
fundacional del Papa Alejandro VI, la cual se le retrasaba y hubo de empezar
las obras de la
Universidad sin el refrendo pontificio. Y fray Francisco rezó a la Virgen del Val en la otra
de sus grandes obras, la
Biblia Políglota Complutense, cuando a su impresor Arnaldo de
Brocar se le acumulaban los problemas. Cisneros hubo de encomendarse a la Virgen del Val pidiéndole
por el final feliz de aquel reto, que él no pudo ver concluido.
Y rezaron a la Virgen del Val los
profesores y alumnos de la
Universidad. Con motivo de dicha festividad, nuestra historia
relata que hubo disputas muy serias por
cuestión del protocolo entre las tres instituciones señeras de Alcalá en aquel
entonces: el Cabildo Magistral, la Municipalidad y la Universidad. En
realidad era un problema de celos por la Virgen del Val. La protesta solía
venir siempre de la parte de la Universidad, quien se llevaba la peor parte en
los protocolos. Pero un año, cuando la cabeza de la procesión llegaba a la Puerta de Mártires, cayó
tan fuerte aguacero que hubo de suspenderse la procesión. La Universidad se
prestó a darle cobijo, dada su proximidad, y con tal motivo la retuvieron casi
un año, durante el cual le montaron guardia permanente profesores y
estudiantes.
Del
‘ay, madre’ al ‘ay, Madre’: dos suspiros profundos.
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 21.9.2014
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