domingo, 26 de octubre de 2014

El apellido Saavedra



El apellido Saavedra

     Nos referimos, claro está, a Miguel de Cervantes Saavedra. El saavedrismo es un movimiento cervantista crítico que desprecia todo documento nominal del Cervantes al que le falte el ‘Saavedra’. Si así ocurre, dicen, ese es ‘otro’. El saavedrismo es también un carajal en el que se han perdido tanto los cervantistas oficiales como los levantiscos. A veces se confunde el linaje con el parentesco. Y, de esta manera, ha habido cervantistas que inútilmente se han perdido en las profundidades genealógicas como se pierden los espeleólogos. Para mí que se han soltado carretadas de idioteces sobre el apellido ‘Saavedra’ del escritor ‘regocijo de las musas’.  
    
     Por cierto, a lo que parece, el linaje de Cervantes y de Saavedra nace junto como juntos van. Según los genealogistas, en el municipio de Cervantes (Lugo), en la torre de Ferreira tuvieron su jurisdicción los Cervantes, y allí mismo, en la feligresía de Vilarello de la Iglesia es tradición que estaba de antiguo la familia Saavedra.

     Se ha cargado de misterio el ‘Saavedra’ de Miguel.  Pero lo que yo veo es que Cervantes Saavedra es un apellido compuesto, que carece del nexo de nuestros días, el guión (-) o la ‘y’. Así de sencillo. Es el apellido compuesto que hereda de sus padres, a quienes se lo simplifica la costumbre de los escribientes de la época, siendo conocidos por la primera forma de ‘Cervantes’. Sin embargo, el escritor, por serlo, se opone a la simplificación tan abundante en la documentación de padre y abuelo. Rodrigo de Cervantes, su padre, figura así, no siendo exigido el supuesto segundo apellido en sus comparecencias notariales, salvo en un documento, suficiente para nosotros, donde figura el supuesto segundo apellido ‘Saavedra’, que es la segunda forma del primero. Pero es que su firma en niveles es rematada por una rúbrica que es una clara “S” proyectada de Saavedra, de la que no se olvida.

Firma de Rodrigo de Cervantes, padre del autor del «Quijote».


     Pero es que el hermano de Rodrigo, Andrés de Cervantes, el que fuera alcalde de Cabra y tío de Miguel, remata también la firma posponiendo detrás del Cervantes la “S” inicial de Saavedra, del que tampoco reniega. Es en los documentos registrales donde roman las nominaciones largas, en contra de sus portadores, que, como se ve, llevan el ‘Saavedra” en el filo de su pluma.
Firma de Andrés de Cervantes, tío de Miguel
    
     Ha quedado constancia, no obstante, de la existencia del apellido compuesto ‘Cervantes Saavedra’ que abunda en aquella época. De entre los Cervantes de Granada que van a Córdoba está un tal Gonzalo Cervantes Saavedra, de quien no hay constancia de que fuera pariente del ‘manco de Lepanto’, ni tampoco lo aclara cuando le cita en el ‘Canto de Calíope’ de La primera parte de La Galatea entre los ingenios cordobeses. Hay también una monja sevillana de nombre Catalina de Cervantes Saavedra, tía natural de Miguel. González Aureoles, citado por Astrana, nos da noticias de otras monjas sevillanas, posibles parientas de Cervantes, en el convento de Santa Paula, del cual fue abadesa en 1590 doña Juana de Cervantes Saavedra, hija de Diego de Cervantes y de doña Catalina Virués de Cervantes, padres asimismo de una doña Beatriz de Saavedra.

      Esta Beatriz de Saavedra, así como la también monja y hermana de Cervantes, Luisa Saavedra de Cortinas –también documentada de esta manera–, como la propia hija reconocida del ‘escritor alegre’, Isabel de Saavedra, ponen de manifiesto con su mismo apellido un ejercicio legítimo: la elección de una parte de su primer apellido, que sólo en caso de matrimonio podría suplantarse.  
    
     No, no renunció el “manco sano” al segundo apellido legítimo de la madre, por otro elegido por él entre sus ancestros no encontrados. No dejó de llamarse Miguel de Cervantes Cortinas por el caprichoso redondeo de Miguel de Cervantes Saavedra. Era su propia y larga nominación –sin el segundo apellido–, que el escritor impuso en contra  de los cicateros escribanos de su época  que a él y a su familia le habían recortado tantas veces el vuelo de su nombre. He aquí una firma completa del ‘famoso todo’:


Firma de Cervantes en la escritura dotal a su esposa
     
      No hay dos Cervantes como quieren los levantiscos: el que es Saavedra y el que no lo es. Este que aquí firma es el que casa con Catalina de Salazar, y es hijo del alcalaíno Rodrigo de Cervantes y de la argandeña doña Leonor de Cortinas, según partida  matrimonial.

José César Álvarez
Puerta de Madrid, 25.10.2014

martes, 21 de octubre de 2014

Huida de Cervantes a Barcelona (y 2)


Huida de Cervantes a Barcelona (y 2)

     Ahí va Miguel de Cervantes en caballo saliendo de Valencia. Tiene 21 años. Ahí va el que ha de ser emblema de la Lengua Española, ahí va, fugitivo de la justicia, evitando los caminos reales de su patria para burlar la excesiva pena que le ha caído: la corta de su mano derecha, la que ahora oprime para sentirla, para desentumecerla de las bridas ovilladas de su caballo.  Aquella pendencia de espada junto a Palacio le ha llevado a esta huída subrepticia. Aquel sofocón de la sangre le ha traído este trajín. El exilio que también le ha caído se le impone él mismo. No le queda otra.
      
     El camino desde valencia a Barcelona debió ser el mismo que recorren los peregrinos del Persiles, Iría por Villarreal, “hermosa y amenísima villa”, avistaría “las santísimas montañas de Monserrate”, pasaría por Borriol, Tortosa, Cambrils y Tarragona, castillo de Fels y Hospitalet hasta llegar a Barcelona. Es posible que entrara “a tiempo cuando llegaban a su playa cuatro galeras españolas, que, disparando y haciendo salva a la ciudad con gruesa artillería, arrojaron cuatro esquifes al agua”.
    
  CERVANTES JOVEN. Versión de Zarza.
     

     Estas galeras y disparos, descritos en el Persiles demuestran ser un recuerdo personal que se repite en el Quijote a la entrada del Caballero y el escudero en el puerto el día de San Juan: “Vieron las galeras que estaban en la playa, las cuales, abatiendo las tiendas, se descubrieron llenas de flámulas y gallardetes, que tremolaban al viento y besaban y barrían el agua; dentro sonaban clarines, trompetas y chirimías, que cerca y lejos llenaban el aire de suaves y belicosos acentos…”, derivando en una hipérbole de imágenes y sonidos de “infinitos caballeros que de la ciudad sobre hermosos caballos y con vistosas libreas salían” sobre la “infinita artillería” de las galeras, respondida por las murallas. Es una sátira mordaz a la humanidad incomunicada, sórdida, vociferante y desnuda, procaz, de los condenados a galeras.
    
      Llegó, pues, el fugitivo Miguel a donde no llegaba la jurisdicción de la justicia de Felipe II. Por eso, en la relación de piropos con que adorna a la Ciudad Condal, la llama “venganza de los ofendidos”. Aquí debió quedarse unos días para llegar a sentir las demás perlas de la gratitud de su pluma: “archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes… y correspondencia grata de firmes amistades. y en sitio y en belleza, única”.     

     Hay quien dice que desde Barcelona Cervantes se embarcó a Génova, pero eso no casa con las observaciones de su obra póstuma: los jugadores de dados de Perpiñán; las tres mujeres que en Provenza hablaban castellano, lo cual era usual en la época; la mirada a las casas de placer de los franceses e incluso el conocimiento de Milán y Lucha, que no pudo ser sino en esta circunstancia, hasta llegar a Roma.
    
     Una cosa fue su huida a Barcelona, su viaje ocasional en la carne y hueso de su radiante juventud, y otra muy distinta el viaje de la eterna invención  de don Quijote y Sancho. El primero hubo de servirle de base al segundo, porque no hay otro momento de su vida en que volviera a la Ciudad Condal. Entre uno y otro distan 45 años, los que van de septiembre de 1569 a 1614, el año de la escritura final de la Segunda Parte del Quijote. Se cumple ahora, pues, el IV Centenario en que Cervantes llevó a Barcelona la cordura.
   
     En efecto, en la playa de Barcelona tiene lugar la derrota de don Quijote por el Caballero de la Blanca Luna, que no es otro que su verdadero amigo el bachiller Sansón Carrasco, de su mismo pueblo, el que le pone como condición de su derrota que vuelva a su hogar. El bachiller que había sido derrotado antes como Caballero de los Espejos, le devuelve ahora a la realidad. Le arranca de toda la chanza orquestada por su supuesto correcto anfitrión, don Antonio Moreno, quien es el primero en lamentar la intervención del personaje manchego, fuera del programa de escarnios al que era sometido. Así se lo hace saber al virrey, también cariacontecido por tal intromisión.

      Don Quijote fue introducido en Barcelona por Roque Guiñara (en catalán Rocaguinarda), personaje histórico y amable, jefe de bandidos a cara descubierta, y fue sacado de allí por un paisano castellano encubierto. Era aquel el final de una cruel rechifla de la que era víctima Don Quijote, con la cartela de su nombre a las espaldas en plena calle, con la provocación del Quijote falso que se imprime en sus imprentas, con la burla de la cabeza encantada, con la peligrosa visita a la chusma de los galeotes y con las aliagas espinosas que meten en los culos de los desbocados Rocinante y Rucio. La madurez cervantina va de la miel de su primer viaje a la hiel del segundo.

     Es Sansón Carrasco el caballero vigilante, el delegado de la razón, el guardián que pone fin a tanta demasía disparatada para devolverle a la apacible realidad. Y Sancho le apostilla esa realidad a su señor:
     
     – Volvámonos a nuestra casa y dejémonos de andar buscando aventuras por tierras y lugares que no sabemos.
    
     En cualquier caso, Barcelona y Cataluña quedaron cosidas al libro eterno del Quijote, donde el caballero y el escudero pueden volverse, pero donde ya nunca puede volverse España.
 
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 18.10.2014

domingo, 12 de octubre de 2014

Huida de Cervantes a Barcelona (1)



  

             Según Astrana Marín, posible retrato de Cervantes por Juan de Jáuregui




HUIDA DE CERVANTES A BARCELONA (1)      

     Es en Octubre cuando Miguel de Cervantes se hace bebé y los alcalaínos le siguen la gracia celebrando su bautizo. Así, mientras el bullicio callejero se apodera de la plaza de su nombre y de la aledaña de San Diego, en la plaza de los Santos Niños, la del suelo remendón, se alinean las casetas de libros durmientes. Allí las tapas jocundas del buen yantar aquí las tapas silentes de la lectura. Allí hay más hambre que aquí. Allí hay más Sancho glotón, aquí más Quijote cuerdo.

     Hoy quiero citarme con Miguel, el protagonista, en un momento difícil de su vida, y, con él, hacer viaje a Barcelona. Ser fugitivo con él. En aquel diciembre de 1568 tenía Miguel 21 años. Asistía en Madrid al Estudio de López de Hoyos. A su maestro y entorno le han gustado sus versos “A  la muerte de Isabel de Valois, la reina. Madrid está de luto. Aquel día crítico de su vida, Miguel fue seguramente a encontrarse en Palacio con alguno de sus amigos ligados al Real Alcázar: Pedro Laínez, Gálvez de Montalvo, López Maldonado. El caso es que, allí, en sus corredores, se vio enzarzado en una pelea de espada por honores de acá o de allá. El albañil Antonio de Sigura, su contrincante, resulta herido y denuncia al alcalaíno ante la justicia, que le persigue.

      Eran gajes de la época y de la sangre que hierve. Este Antonio de Sigura o Segura será el que figurará como aparejador en las obras de los Alcázares Reales de Madrid, en El Pardo y Aranjuez. La sentencia fue terrible: diez años de exilio y la corta de la mano derecha. El Quijote peligraba, y, de momento, López de Hoyos, cura de San Andrés, pudo publicar cuatro poemas de su “caro alumno” en la Relación fúnebre de la reina. Tres agravantes indistintos se han aducido para explicar tan excesiva pena: la rebeldía, el sitio de la pendencia y “el pecado nefando”. Se dijo que aquel proceso fue vendido como papel viejo a un cohetero de Alcalá.



       Casa de la calle de la Imagen que pone en venta
su abuelo Juan en 1551

     ¿Dónde se refugiaría Miguel en aquellos primeros momentos de agobio y de confusión? No, a su cuarto madrileño no podría ir esa noche ni a la casa de su hermana Andrea. Miguel, esa noche, instintivamente, tuvo que ir hacia la casa de su madre. La casa de su madre en Alcalá. Esa casa que los Cortinas de Arganda, tenían en la sede territorial de Alcalá, según Astrana Marín. Es la casa sin señas a donde Doña Leonor arrastró a su familia después de la venta de la casa de la calle de la Imagen. Es la casa del ir y venir de Cervantes, sumida en las densas sombras de la historia alcalaína. Es la casa a tiro del torno susurrante de Luisa en el convento de la Purísima Concepción. Es la casa donde Miguel susurraría su pena, su cuita, su peligro. Es la casa donde Miguel, de vuelta, susurraría también su Roma, su Mesina, su Túnez, su Lepanto, su Argel.

   Cometido el delito, a Cervantes hubo de ocurrirle lo mismo que a Antonio, su personaje del Persiles: «Alborotáronse los circunstantes, pusieron mano contra mí, retiréme a casa de mis padres, contéles el caso, y, advertidos del peligro en que estaba, me proveyeron de dinero y de un buen caballo, aconsejándome que me pusiera en cobro, porque me había granjeado muchos y poderosos enemigos». Ha descrito también la pelea. Es este ‘Antonio’ él mismo, un reflejo autobiográfico de su contrincante, otro de sus recursos mágicos. 

     En aquel año 68 y siguientes, su casa va boyante, su padre concede préstamos. Había sido levantada la herencia de su abuela Elvira, de Arganda, y había llegado el desahogo. Al hijo poeta pudieron ayudarle en tal momento. Pero el poeta no podía regostarse junto a las ascuas del hogar. Miguel tenía que huir. ¿A dónde? El camino directo a Portugal o a Francia es lo que habrían pensado los justicias. Había un tercer camino de rodeo más natural: el sur. En Córdoba sus amigos Juan Rufo, Aguayo y Tomás Gutiérrez se aprestaban a sofocar la rebelión morisca. Nada que hacer allí. Casi seguro que Cervantes, por atajos, se presentaría en Cabra buscando la seguridad de su tío Andrés, alcalde Mayor en el 68 y alcalde ordinario en 69. Allí, durante meses, atendería las vicisitudes de firmeza o variación de la pena, reviviendo con su primo Juan las andanzas colegiales de Sevilla.

     Aseguran que allí, a Sevilla fue, queriendo embarcar a algún sitio, pero retrocedió ante el peligro de ser reconocido y entregado a la justicia de Madrid. Es entonces cuando desde Sevilla se propone el viaje a Barcelona en su ruta hacia Italia.

     Así, pues, Cervantes siguió por los caminos casi borrados de su patria, queriendo ocultarse de la sombra que le perseguía. Cuando llegó a Valencia respiró profundo, después de las alarmas percibidas en Sevilla. Valencia se le aparece como un amplio regazo por «la grandeza de su sitio, la excelencia de sus moradores, la amenidad de sus contornos, y finalmente, todo aquello que la hace hermosa y rica sobre todas las ciudades, no sólo de España, sino de toda Europa», sin contar «la hermosura de las mujeres y su extremada limpieza».  

     Doce años después volverá por mar a Valencia después de su cautiverio de Argel. Doce años y la mano izquierda estropeada. Casi casi su propia sentencia burlada.

José César Álvarez
Puerta de Madrid, 11.10.2014

lunes, 6 de octubre de 2014

La plaza de Margaret Thatcher




La plaza de Margaret Thatcher

    

     En un lugar céntrico de Madrid, cerca de la plaza de Colón, ha sido inaugurada recientemente la plaza Margaret Tatchr, al parecer la primera plaza con esta denominación fuera del Reino Unido. Para la aprobación de este nombre en el Pleno municipal, se contó con los votos favorables del PP, la abstención de UPyD y, claro está, la negativa de PSOE e IU, alegando que el personaje propuesto carecía de vinculación con Madrid. Los opositores a la moción no eligieron bien su argumento de réplica, puesto que, siguiendo ese criterio, habrían de eliminarse casi la mitad de las calles dedicadas a personajes. Porque no tienen que se sepa ninguna vinculación con Madrid Thomas Edison, Beethoveen, San Buenaventura, Miguel Ángel, San Francisco de Asís, San Agustín, Vitrubio, Miguel Servet, Martin Lucero King, Juan XXIII... Y es que cuando uno quiere encubrir los verdaderos argumentos de la negativa, se acaba enseñando la patita.

    

     Sobre la cartela de la denominación de la plaza, otros personajes anónimos que pululan por la calle superponen ‘respetuosamente’ otras denominaciones críticas. Está claro que no les gusta el personaje cuando no es de los suyos.

     A los chafarrinadores de la cartela y a los autores de la réplica conviene recordarles la vinculación que la Dama de Hierro tuvo siempre con España. Por ejemplo, la importancia de su apoyo a la adhesión de España a la Unión Europea, gesto al que Felipe González se ha referido muchas veces. ¿Se imaginan ustedes una UE sin España y Portugal? ¿Se imaginan ustedes una España sin el apoyo moral y financiero de la UE a nuestra naciente democracia? Y conviene además recordar la condena que hizo de nuestro brutal terrorismo, su solidaridad sincera y sin ambages. ¿Se acuerdan también de aquella actitud pedagógica que le llevó a dirigirse directamente por TV a los españoles, de quienes sabía llevábamos clavada en el zapato la china de Gibraltar, diciéndonos que los ingleses sólo cumplían la firma bilateral de un Tratado?
    
     Hay que reconocer que Margaret Thatcher fue una figura controvertida, que no resultaba indiferente ni para los unos ni para los otros, que tuvo también sus defectos, pero fue íntegra y sin complejos, fue la líder de la rebeldía de la derecha –hasta entonces monopolio de la izquierda–, la creadora de un espíritu del 68 al revés, el triunfo del individualismo y de la sensación vanguardista del orgullo de emprender. Luis Asua Brunt, que vivió en el Reino Unido de aquellos años, en una reciente Tribuna de El Imparcial pinta así los efectos de aquel clima:

     “Fueron los años en los que todos parecían que iban a ser empresarios o creadores; donde se pusieron las bases para el Londres actual, donde el individualismo, la creación de riqueza, la libertad y la democracia eran verdaderos motores sociales, auténticas banderas. Se acabó con demasiados años a la defensiva, tantos años en que sólo por ser de izquierdas implicaba estar en posesión de la verdad. Se acabó con tanto “buenismo”, y también con su corolario: el eterno complejo de la derecha con las denominadas cuestiones intocables: la comprensibilidad con la educación sin esfuerzo, el gasto social infinito, la vergüenza hacia los beneficios empresariales, la debilidad exterior, la inevitabilidad de la política de bloques, el gobierno por y para las encuestas, etcétera.”

     Hoy, sin embargo, en España, al ‘torysmo’ nacional de Rajoy parece que se le clarean los viejos complejos de la derecha, cuando dice que su Proyecto de Ley del Aborto, lo retira por causa de no haber encontrado el consenso. Y ha sido ahora el Gobierno quien ha enseñado la patita, porque los que se han sentido burlados –los suyos– han elaborado sin esfuerzo, como réplica,  una larga lista de los proyectos aprobados sin el consenso que Rajoy nunca alcanzará y del que no tiene democrática necesidad, según el ejemplo previo de sus amnésicos opositores.
    
      

     Al homenaje a Margaret Thatcher asistieron las lideresas de Madrid, las que hace tiempo quisieron seguir la estela de la titular de la plaza, como Ana Botella, Cristina Cifuentes y Esperanza Aguirre. El embajador del Reino Unido en España, allí presente, se sintió muy emocionado. Uno cree que paralelo al espacio urbano de la nueva plaza, debe ir correlativamente unido el espacio doctrinario de la homenajeada. Pero el PP traiciona también el espíritu de la propia Margaret en esta cita de su testamento político:  
     
     “Para mí, el consenso parece ser el proceso de abandonar todas las creencias, principios, valores y políticas. Entonces es algo en lo que nadie cree y de lo que nadie objeta.”    
    
     Cuando se coloca una placa en una plaza, es con todas las consecuencias.
    
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 4.10.2014