domingo, 12 de octubre de 2014

Huida de Cervantes a Barcelona (1)



  

             Según Astrana Marín, posible retrato de Cervantes por Juan de Jáuregui




HUIDA DE CERVANTES A BARCELONA (1)      

     Es en Octubre cuando Miguel de Cervantes se hace bebé y los alcalaínos le siguen la gracia celebrando su bautizo. Así, mientras el bullicio callejero se apodera de la plaza de su nombre y de la aledaña de San Diego, en la plaza de los Santos Niños, la del suelo remendón, se alinean las casetas de libros durmientes. Allí las tapas jocundas del buen yantar aquí las tapas silentes de la lectura. Allí hay más hambre que aquí. Allí hay más Sancho glotón, aquí más Quijote cuerdo.

     Hoy quiero citarme con Miguel, el protagonista, en un momento difícil de su vida, y, con él, hacer viaje a Barcelona. Ser fugitivo con él. En aquel diciembre de 1568 tenía Miguel 21 años. Asistía en Madrid al Estudio de López de Hoyos. A su maestro y entorno le han gustado sus versos “A  la muerte de Isabel de Valois, la reina. Madrid está de luto. Aquel día crítico de su vida, Miguel fue seguramente a encontrarse en Palacio con alguno de sus amigos ligados al Real Alcázar: Pedro Laínez, Gálvez de Montalvo, López Maldonado. El caso es que, allí, en sus corredores, se vio enzarzado en una pelea de espada por honores de acá o de allá. El albañil Antonio de Sigura, su contrincante, resulta herido y denuncia al alcalaíno ante la justicia, que le persigue.

      Eran gajes de la época y de la sangre que hierve. Este Antonio de Sigura o Segura será el que figurará como aparejador en las obras de los Alcázares Reales de Madrid, en El Pardo y Aranjuez. La sentencia fue terrible: diez años de exilio y la corta de la mano derecha. El Quijote peligraba, y, de momento, López de Hoyos, cura de San Andrés, pudo publicar cuatro poemas de su “caro alumno” en la Relación fúnebre de la reina. Tres agravantes indistintos se han aducido para explicar tan excesiva pena: la rebeldía, el sitio de la pendencia y “el pecado nefando”. Se dijo que aquel proceso fue vendido como papel viejo a un cohetero de Alcalá.



       Casa de la calle de la Imagen que pone en venta
su abuelo Juan en 1551

     ¿Dónde se refugiaría Miguel en aquellos primeros momentos de agobio y de confusión? No, a su cuarto madrileño no podría ir esa noche ni a la casa de su hermana Andrea. Miguel, esa noche, instintivamente, tuvo que ir hacia la casa de su madre. La casa de su madre en Alcalá. Esa casa que los Cortinas de Arganda, tenían en la sede territorial de Alcalá, según Astrana Marín. Es la casa sin señas a donde Doña Leonor arrastró a su familia después de la venta de la casa de la calle de la Imagen. Es la casa del ir y venir de Cervantes, sumida en las densas sombras de la historia alcalaína. Es la casa a tiro del torno susurrante de Luisa en el convento de la Purísima Concepción. Es la casa donde Miguel susurraría su pena, su cuita, su peligro. Es la casa donde Miguel, de vuelta, susurraría también su Roma, su Mesina, su Túnez, su Lepanto, su Argel.

   Cometido el delito, a Cervantes hubo de ocurrirle lo mismo que a Antonio, su personaje del Persiles: «Alborotáronse los circunstantes, pusieron mano contra mí, retiréme a casa de mis padres, contéles el caso, y, advertidos del peligro en que estaba, me proveyeron de dinero y de un buen caballo, aconsejándome que me pusiera en cobro, porque me había granjeado muchos y poderosos enemigos». Ha descrito también la pelea. Es este ‘Antonio’ él mismo, un reflejo autobiográfico de su contrincante, otro de sus recursos mágicos. 

     En aquel año 68 y siguientes, su casa va boyante, su padre concede préstamos. Había sido levantada la herencia de su abuela Elvira, de Arganda, y había llegado el desahogo. Al hijo poeta pudieron ayudarle en tal momento. Pero el poeta no podía regostarse junto a las ascuas del hogar. Miguel tenía que huir. ¿A dónde? El camino directo a Portugal o a Francia es lo que habrían pensado los justicias. Había un tercer camino de rodeo más natural: el sur. En Córdoba sus amigos Juan Rufo, Aguayo y Tomás Gutiérrez se aprestaban a sofocar la rebelión morisca. Nada que hacer allí. Casi seguro que Cervantes, por atajos, se presentaría en Cabra buscando la seguridad de su tío Andrés, alcalde Mayor en el 68 y alcalde ordinario en 69. Allí, durante meses, atendería las vicisitudes de firmeza o variación de la pena, reviviendo con su primo Juan las andanzas colegiales de Sevilla.

     Aseguran que allí, a Sevilla fue, queriendo embarcar a algún sitio, pero retrocedió ante el peligro de ser reconocido y entregado a la justicia de Madrid. Es entonces cuando desde Sevilla se propone el viaje a Barcelona en su ruta hacia Italia.

     Así, pues, Cervantes siguió por los caminos casi borrados de su patria, queriendo ocultarse de la sombra que le perseguía. Cuando llegó a Valencia respiró profundo, después de las alarmas percibidas en Sevilla. Valencia se le aparece como un amplio regazo por «la grandeza de su sitio, la excelencia de sus moradores, la amenidad de sus contornos, y finalmente, todo aquello que la hace hermosa y rica sobre todas las ciudades, no sólo de España, sino de toda Europa», sin contar «la hermosura de las mujeres y su extremada limpieza».  

     Doce años después volverá por mar a Valencia después de su cautiverio de Argel. Doce años y la mano izquierda estropeada. Casi casi su propia sentencia burlada.

José César Álvarez
Puerta de Madrid, 11.10.2014

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