martes, 25 de noviembre de 2014

LA ESCAPADA




LA ESCAPADA



     A los 65 años de edad ha muerto José Luis Viejo, el gran ciclista de Yunquera de Henares, asentado en Azuqueca, también vinculado a Alcalá en su carrera deportiva. En el circuito perimetral de la plaza de Cervantes le tuvimos, entre otros lugares, dando vueltas a la plaza como una peonza en una carrera de Ferias. A las pocas vueltas José Luís se escapó del pelotón de cabeza y llegó a tomar contacto con él por detrás. ¡Sacaba una vuelta a los demás! Todavía no había conseguido la que sigue siendo con 23 minutos la escapada récord del Tour de Francia, conseguida en la edición de 1976, donde el alcarreño fue doméstico de Ocaña en el equipo Súper Ser. Fue una histórica escapada ‘bidón’ de 160 kilómetros en solitario, para la que había que estar tan bien dotado como aquel José Luis de 26 años que levantaba triunfante los brazos al pisar la meta de Manosque.



    
      
     Otro tipo de escapada ha sido la registrada por Manuel Ureña, arzobispo de Zaragoza. Ha sido una sentida escapada de su carrera episcopal. Don Manuel, primer obispo complutense de la era corriente, tan querido en Alcalá por la rehabilitación y recuperación de la Catedral, del Seminario, del palacio episcopal… ha renunciado por cuestiones de salud al arzobispado de Zaragoza, cuya renuncia le ha sido aceptada por el Papa. Hemos de destacar siempre su brillante talla intelectual de filósofo y teólogo, su fonética alemana y sus incursiones fronterizas sobre cuestiones luteranas y marxistas. Es autor entre otros trabajos de ‘Ernst Bloch, ¿un futuro sin Dios?’.  Los motivos de su ‘escapada episcopal’ hemos de encontrarlos lamentablemente en sus débiles coronarias, antes que hacer caso de la divulgación de ciertos influjos opositores, llamados ‘yaneros’. Otros comentarios de indocumentada extracción hacen hincapié en la endogámica petición de un arzobispo aragonés. Pero otros, los más, dan su adiós al obispo cercano y comprensivo.



    

     En el alba fue la escapada de la duquesa de Alba como polvo enamorado que se vino a nuestra vera, aquí a Loeches, polvo de quintaesencias españolísimas con requiebros de faralaes y sevillanas. El baile de Cayetana ha ido apagándose hasta el desplante suave de su cabeza ‘levantá’. Fue así la escapada larga de María del Rosario Cayetana Alfonsa Victoria Eugenia Francisca Fitz-James Stuart y de Silva, catorce veces grande de España y que murió siendo novia. Novia siempre por encima de todo.

  




     
     En su escapada a Burgos, Pedro Sánchez volvió a decir que quiere abrir el tarro de la Constitución. Escapa al más mínimo contacto de piel con el PP. Así, frente a la ejemplar iniciativa llevada a cabo por la Fiscalía General del Estado contra el 9N catalanista, los socialistas han emprendido una escapada por elevación porfiando con seguridad dogmática contra Rajoy que la solución no es judicial, sino política y sólo política. Se ‘escapan’ así del suelo de la ley, del cumplimiento del estado de derecho, la letra que es primera y que obliga también a sus propios legisladores, los primeros en su observancia. También la política, por supuesto, pero hay que cumplir y hacer cumplir la misma ley por la que los políticos están donde están. No hay atajos ni componendas, ni inventos, ni titulares. No es de recibo esa escapada socialista del estado de derecho anteponiendo su monotema federalista como bálsamo curatodo. “Dura lex, sed lex”.



     ‘La escapada’ fue una divertida película italiana de los años sesenta de Dino Risi –il sorpasso–, protagonizada por Vittorio Gassman, un simpático caradura que lleva un día de vacaciones a un tímido estudiante de derecho en su descapotable. La voz del doblaje de Gassman es la del inolvidable Ángel María Baltanás  



    Mis invitados de hoy, vivos y muertos, llevan en sus brazos en alto el gesto elocuente de sus credos diferentes: los brazos en alto de José Luís Viejo llegando victorioso a la meta, el brazo del primer obispo complutense que bendice dibujando en el aire la señal de la cruz, el puño cerrado y en alto del socialista Sánchez, y los brazos altos y gráciles de las sevillanas de la duquesa de Alba. Son distintos brazos para los distintos gestos de sus distintas verdades. Adiós a los brazos perdidos de sus gestos ‘escapados’. Adiós al entusiasmo sincero de su expresión gestual.



José César Álvarez


Puerta de Madrid, 28.11.2014

viernes, 21 de noviembre de 2014

Las dulzuras de San Diego



  • Las dulzuras de San Diego



     San Diego es un santo que salió de Sierra Morena para atracarnos de dulzuras. Vino aquí para morir y hacer milagros. Siempre hemos hablado de los fastos alcalaínos del bien nacer, pero no hablamos del bien morir de la ciudad complutense. Y, sin embargo, el lugar de nacimiento no se elige, pero en la muerte es otra cosa. Se elige donde se pace. Además de morir aquí los Santos Niños y San Diego, también murió Juan I de Castilla, el Arzobispo Carrillo, el divino Vallés, Elio Antonio de Nebrija… Y el  sarmientoso Cardenal Cisneros, que guarda en la Catedral sus cenizas en divorcio con su egregio sepulcro, no murió aquí por no estarse quieto. Es así por lo que San Diego de Alcalá lleva el sobrenombre del lugar de su muerte, que es el  de sus milagros y el de sus peregrinos. Su lugar de nacimiento, San Nicolás del Puerto, provincia de Sevilla, quiere llamarle San Diego de San Nicolás, es decir, dos veces santo. Pero el nombre de San Diego de Alcalá ya es universalmente imparable.


    
El lego franciscano San Diego de Alcalá  
                  
     San Diego es un santo de aguas bravas. En Arrecife estuvo la escuela de su Alcalá. Allí, en la isla de Lanzarote, su primer destino de lego franciscano, fue portero y anduvo entre tormentas azarosas hacia Fuerteventura y otras islas. Y se trajo de allí el pavor a las aguas iracundas y el sentido de la portería como válvula del convento hacia los pobres. Nos dio pan a hurtadillas y nos quitó el agua del Camarmilla embravecido. Pero las aguas que le sobraban, le faltaron a su cuerpo incorrupto cuando el maldito fuego del treinta y seis cercó su urna de plata. El fuego sacrílego de la ciudad de su nombre atentó contra la gloria de su cuerpo.



    
                                         Iglesia de San Diego de Alcalá en Guanajuato

      San Diego es un santo popular, que todos los trece de noviembre concita riadas de gentes para asomarse a su rostro. Su nombre recorre Andalucía, las islas Canarias, Sicilia, México… como patrono, como advocante de templos, como topónimo, dando nombre a plazas, colegios,  hoteles y tradiciones. Y en California da nombre a una de las más grandes ciudades de USA, aunque velando su sobrenombre oficial. A su cuerpo inmarchitable vinieron a pedir milagro gentes de toda condición, y los reyes vinieron a por él para trasladarle a sus cámaras reales. Curó al Príncipe Carlos que se cayó en Alcalá corriendo tras una moza, pero no quiso curar a otro Carlos, el II, que tuvo dos mozas por reinas y no supo hacerlas madre. Hubo milagro de omisión para los Austrias marchitos de su imperio  marchito.       



                       
                   Iglesia de San Diego de Alcalá en Bogotá
                
      
      El nombre Diego es una versión dulcificada de Santiago. Santiago pierde la espada de su ‘t’ para dulcificarse con la ‘d’ de Diego. Su nombre es tan Dulce como Torres. Torres Dulce es la amarga verificación de unas torres sin troneras, donde tan dulces fiscalías se doblan frente a los delitos contra la unidad de España. Como el obrador de los dulces de la justicia española no permite hacer mártires soberanistas, se siguen dando lastre a los independentistas, un lastre sin retorno donde los ilegales pierden el respeto a la ley de un Estado laxo y entreguista.


                       Iglesia de San Diego de Alcalá en el Estado de Carabobo en Venezuela

    

      San Diego pierde la espada de Santiago, y los hombres dulces no pueden enfrentarse a los independentistas catalanes. La ley no es dulce ni amarga, es la ley. Pero la oposición al gobierno, que se dulcifica en Cataluña, recupera la espada de Santiago contra Monago, a quien martirizan a mandobles sin que tenga el apaleado imputación judicial y sin que sirvan sus razones. En tanto que los profesionales de la agitación respiran aliviados ante el dulce horizonte judicial en que se mueven ya sus astros presidenciales: Chaves y Griñán.     



     En este noviembre de boca de lobo en el que murió San Diego y murió Cisneros, ambos franciscanos, uno lego y el otro cardenal, quiero permitirme la atribución de colocar como postre una bandeja de dulces. Es mi recuerdo de Guanajuato en México, con sus espléndidos templos franciscanos que la permiten ser ciudad Patrimonio de la Humanidad, sin faltar el templo de San Diego, bajo el silencio clamoroso de la obra ingente de los franciscanos españoles, que se extiende por toda América, con una capacidad de construcción monumental extraordinaria. Un ejemplo cercano tenemos en San Francisco el Grande de Madrid, aunque no conocimos el convento de Santa María de Jesús en Alcalá, donde Carrillo estableció los Estudios Generales, precedente de la Universidad cisneriana.



      Quizás fuera por esta labor hispanizante de hace cinco siglos, que el presidente de los Estados Unidos de América, en una reciente cumbre en Australia le dijera el primer día al presidente de España: “Hola, Mariano”.  



José César Álvarez
Puerta de Madrid, 22.11.2014

sábado, 15 de noviembre de 2014

Los muros que no caen



Los muros que no caen

     Allá cada uno con su manual de historia sobre cómo fue eso del muro de Berlín. Yo lo que sé es que quienes lo levantaron fueron unos cínicos de hormigón armado. Eran los soviéticos quienes lo estaban levantando y lo estaban negando. Y por fin se explicaron diciendo que querían así evitar el contagio fascista de occidente para construir con garantías su República Socialista. Pero la verdad era muy distinta, la verdad era que la gente huía despavorida de ellos hacia la libertad del llamado capitalismo, se les marchaban los mejor formados, los jóvenes que debían levantar su paranoia socialista. El muro era un retén que ahogó a las familias incomunicadas, a las libertades y al progreso de la Europa del Este, que cayó por su propio peso como fruta podrida por falta del riego de oxígeno.  

    
  
     Ahora se han conmemorado los veinticinco años de aquel derribo de 43 kilómetros y de 28 años de existencia, cuyo pretendido salto costó 125 vidas. Y uno cree, sin embargo, que los muros de hormigón son los más fáciles de derribar, porque están ahí, rugosos, pintados, tangibles, a merced de un pico. Pero ¿quién derriba los muros humanos entre las ideologías, entre los fanatismos de sus credos?
    
     ¿Quién derriba el muro del totalitarismo nacionalista, que ha sabido enfrentar a los catalanes, sin sentido de la convivencia ni del ridículo, cuando llamaron a levantar un muro el mismo día que cae el muro simbólico? ¿Quién derriba este muro nacionalista, al que el Estado le ha hurtado ser mártir, pero que a su vez nos ha hurtado votar al pueblo español, donde reside la soberanía? Este muro, está visto, no lo derriba Rajoy, pero la empanada de Sánchez, menos.

     ¿Quién derriba el muro de la clase política? Al muro ‘de la vergüenza’ le va a suceder en España ‘el de la venganza’. La corrupción de miembros del PP tiene que tener su castigo. Pero el grado de venganza de hiena contra el PP no tiene parangón con otros gobiernos ni otras golfadas de fiscalías durmientes. El gobierno de mayoría absoluta del PP es para otros un muro que hay que derribar desde siempre y no dejarle gobernar en bien de ‘su’ democracia. Un día nueve de noviembre cayó el muro de Berlín, pero en las aceras de las calles de España se miran y reconocen los que tienen cara de este y de oeste.
   
     ¿Quién derriba el muro de la crisis económica, un muro aburrido y pesado que quiere quedarse entre nosotros, que propaga la bacteria del paro, que aletarga la alegría del consumo y entristece nuestras calles de escaparates ciegos?

     ¿Quién derriba el muro del conflicto generacional, donde los que llegan son la mosca cojonera que pide hasta la mudanza de nuestras señas de identidad?     

     ¿Quién derriba el muro del laicismo excluyente, donde se quiere hacer tabla rasa de las creencias religiosas mayoritarias de un país en el espacio público? ¿Es eso justo? ¿Acaso al hacer tabla rasa no se es neutral sino destructivo?

     Un muro contra la religión aparece en el reciente informe 2014 sobre libertad religiosa en el mundo, divulgado en seis idiomas, donde se analizan los ataques y violaciones de estos derechos fundamentales del ser humano, cuyos orígenes mayoritariamente vienen del radicalismo yihadista, los totalitarismos, los nacionalismos radicales y del relativismo feroz  en el que viven muchos países occidentales.

     La principal conclusión de este estudio es la constatación de un grave y constante deterioro de las libertades religiosas en 55 países, entre los 196 estudiados, resultando ser los cristianos los más perseguidos. Dicho derecho es vulnerado en 82 países, lo que supone un  42 por ciento mundial.


 
     Pero es la vía férrea nuestro telón de acero que nos parte en sureños y norteños, el muro empírico que nos molesta, la lanza que nos atraviesa y que evitamos por arriba o por abajo. Es la vía férrea un proyecto de soterramiento que tenemos enterrado.

José César Álvarez
Puerta de Madrid, 8.11.2014

domingo, 9 de noviembre de 2014

Los soles traidores del veroño



Los soles traidores del veroño

     Los recitados de Don Juan Tenorio ahuyentaron los soles traidores del veroño. Don Juan en Alcalá cumplió treinta años de callejeo incansable. Gustó el verso sonoro de la noche alcalaína en su efeméride, gustó el octosílabo itinerante de embozados y espadachines, gustó la rima consonante de la ciudad que fue sede del Siglo de Oro y gustó la cadencia de los espacios que fueron del Buscón. Sonó vibrante el verso para no romperse en el escenario de esta ciudad universitaria de la que fue alumno el creador del personaje, Tirso de Molina. Pero Zorrilla es el que mejor canta en esta noche de sombras y de capas, de pendencias y seducción, de calaveras y ánimas. Es el burlador impenitente de Don Juan el que convoca a toda esta riada de gente que se angosta afanada por la calle de Escritorios en su mudanza de plaza a plaza y que recibe en pie el torrente de los versos musicados.



  
Todo empezó por una apuesta entre Tenorio y Mejía: “Y vinimos a apostar quién de ambos sabría obrar peor con mejor fortuna”. Fue una rivalidad para hacer el mayor mal. Y en esta noche de romanticismo que quiere lavar las calles y el alma escandalizada de las corruptelas que nos trajo el veroño traicionero, a uno se le reaparecen las ánimas de Granados y Marjaliza, condenadas al infierno de Soto del Real y de Estremera. Ellos también rivalizaron en hacer el mayor mal.



     Como la sombra de las dos almas corruptas planeara por el Colegio municipal de Agonizantes, el alcalde, rápido y transparente, ha puesto a IU para presidir la comisión que siga el rastro de posibles comisiones, y has sentado a la oposición en la mesa de contratación de las licitaciones.



     En la noche de las sombras de la corrupción española, en las dos Españas inevitables, unos quieren extender sus propias sombras y otros patear la entrada en escena de los actores que no son de su reparto. Es entonces cuando me acuerdo de aquel pueblo construido junto a una salina. Continuamente unos a otros se decían: “Llevas sal en el pelo”. “Y tú en la punta de la nariz”. “Y tú en las cejas”. “Y tú en los zapatos”. “Y tú en los pantalones”. Los señalados se restregaban la cara o se sacudían la ropa.  Los políticos del lugar, manchados permanentemente por la sal inevitable, eran acusados de suciedad y de hurgar en las salinas del pueblo. Ahora dicen que van a ser suplantados por  la nueva generación de los hijos de los salineros. Y los hijos de los salineros, como los padres y los tíos, no se ven en el rostro sus manchas de sal. Sólo se las ven los demás.



     Lo cual quiere decir que en esta sociedad, metida en una travesía de un desierto de valores; en esta sociedad en cuya educación le han raspado la ética y la moral cristiana; en esta sociedad a la deriva sin décimo mandamiento, todos, padres e hijos andan envueltos entre la misma sal. Es la cultura del lugar. Es la religión del poder del consumismo, de la carrera del patrimonio, del coche como escudo personal actualizado. En este laicismo como estilo imperativo, en esta enseñanza de la posesión y el pelotazo, en este regocijo por Nicolasito, donde el esfuerzo no se prima, donde el que estudia es un friqui, donde se emprende por atajos, ¿quién puede acusar contra quién, si todos llevan la sal en el rostro? Nadie puede estar limpio de la sal acendrada en el paisaje, está en el aire, flota en el ambiente.

 

     Quienes no llevaban sal en las cejas, aunque llevaran ébola, eran los misioneros arrancados para escándalo de muchos desde las sombras profundas y humanitarias de África y bajo el sol cegador de la generosidad y del amor al prójimo. Eso es otra galaxia.

   

    
Y por si fuera poco, en este ingrato veroño, el espadachín Arturo Mas le ha retado al gobierno de España y pretende darnos un ‘finde’ tormentoso. Es Arturo el pendejo de Don Juan, farruco y perjuro, que quiere robarnos el hombro derecho del cuerpo de España a golpe de espada. Quiere así atacar nuestra integridad formal y biológica como si eso fuera posible. Quiere amputar las tierras que fueron de la Hispania tarraconense y goda, las que fueron Principado de Aragón y de España, las tierras solidarias en la lucha contra el invasor francés. Este Don Arturo Tenorio, en su delirio nacionalista, dicen, ha recitado a su Cataluña de esta guisa:



¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor

que en esta apartada orilla

más pura la luna brilla

y se respira mejor?





José César Álvarez

Puerta de Madrid, 8.11.2014

sábado, 1 de noviembre de 2014

El clásico



El Clásico


    Así llaman al partido de fútbol del Madrid-Barcelona. Un clásico, por ejemplo, es Rodrigo Rato, pero un clásico hundido, ruinoso, como el templo del Partenón en la Acrópolis de Atenas, monumento que fue atacado por los turcos. Los turcos hinchaban sus pechos contra el mundo clásico, como lo ha debido de sentir sobre sí Rodrigo Rato por causa de las tarjetas negras, cuyo uso y disfrute le han rebajado al estilo cubista. Pero los turcos que han inflado el pecho contra Rato se olvidaron de su turca dominación en los usos y disfrutes de la Caixa Galicia de Pérez Touriño, en la Catalunya Caixa de Narcís Serra y en la Caja de la Mancha de Hernández Moltó, entre otras. Y es que su obsesión está fijada contra su exclusivo occidente: Bankia, Lo demás está fuera del mapa. He detestado siempre el fanatismo de los turcos.

     

     Los turcos representaron siempre la amenaza de occidente, que hoy ha derivado en un yihadismo criminal que decapita a los ‘infieles’ y sirve las imágenes con refinada perversión. Ha habido formación política que no ha sabido votar contra los yihadistas en el Congreso de los Diputados y ha sabido votar contra el obispo de Alcalá en el Ayuntamiento de Alcalá. A eso se le llama el teatro del absurdo. El ayuntamiento y el obispado representan el poder terrenal y el espiritual. Uno dice y el otro dice también. Hasta ahí todo normal. Pero cuando el poder terrenal quiere tapar la boca al segundo intentando moverle la silla, eso es un totalitario contra un clásico.



     Un clásico en la información ha sido la imagen de la ventana de Teresa en el Hospital Carlos III, en cuyo interior se libraba la batalla epidemiológica contra los virus del ébola. Ahora, al liberar a los que guardaban la cuarentena podemos cantar victoria ¡Hemos vencido! La victoria se propaga por todo Madrid y recorre todo el mundo. Madrid ha vencido, Madrid ha vencido al ébola. España está de enhorabuena. Este es el grito dominante, la alegría contagiosa y la causa de los “olé” coreados.



     Pero sobre el graderío de este clásico cada cual lleva su pancarta, cada uno grita a su manera, cada uno es hijo de su padre y de su madre y se desahoga como le viene en gana desde el punto de la montaña de cemento que le ha tocado. Unos gritan contra la ministra y contra el consejero pidiendo su dimisión. Otros gritan contra la rotura del protocolo. Otros contra el riesgo a que les sometió la auxiliar. Otros gritan contra el viaje de los misioneros. Otros gritan el orgullo patrio de la traída de los misioneros y lloran sus muertes. Otros lloran la muerte de Excálibur y exigen sus cenizas. Otros gritan contra los perros urbanos. Y un grito unísono se impone sobre el formidable guirigay: “¡Así, así, así gana Madrid!”  

  

     Un clásico es Jordi Pujol, quien siempre ha exhibido las maneras discretas de un tendero. Para un tendero lo único que importa es la Caja. Y el tendero fue hace poco al Parlamento catalán y les echó una bronca descomunal tal que si hubiera recibido una partida en malas condiciones.  A Jordi le pillaron con las manos en la Caja Catalana y Felipe se las escondió porque le necesitaba. El hijo pequeño de Jordi se llama Olegario y dicen que es el que guarda la caja de la tienda familiar. Uno que se llame Olegario, dentro de esta dinámica, sólo puede aspirar a ser un vulgar robagallinas. Pero, ojo, en este país de posibilidades plurinacionales y plurilingüística los nombres se transmutan, y Oleguer ya es otra cosa. A Oleguer hubo de despertarle la policía muy de mañana no fuera a apretar la sofisticada tecla que borra todas las cuentas de la tienda de los Pujol.



     En esta olla oval donde se cuece este “clásico” de agudos quejidos, ha ocurrido, sin embargo, lo mismo de siempre, que unos ganan y otros pierden. Lo malo del “clásico”, ahora que toca evacuar y disgregarse, está en los que no admiten lo de ganar o perder. Son los que han deseado secretamente que el ébola prenda, que la secesión prenda, que las decapitaciones sean y que la calle arda.      

    

     El mundo clásico es Grecia y Roma, y el Renacimiento como un eco. Clásico  es el equilibrio entre fondo y forma, la proporción y ponderación alcanzada por la justa razón. Es también una referencia de autoridad, una cita tradicional, un evento tópico. Pero lo que nos interesa en estos tiempos de ébola es ese equilibrio de la razón. Necesitamos, pues, una dosis de clásico.

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José César Álvarez

Puerta de Madrid, 1.11.2014