Así llaman al partido de fútbol del
Madrid-Barcelona. Un clásico, por ejemplo, es Rodrigo Rato, pero un clásico hundido,
ruinoso, como el templo del Partenón en la Acrópolis de Atenas, monumento que fue atacado
por los turcos. Los turcos hinchaban sus pechos contra el mundo clásico, como lo
ha debido de sentir sobre sí Rodrigo Rato por causa de las tarjetas negras,
cuyo uso y disfrute le han rebajado al estilo cubista. Pero los turcos que han
inflado el pecho contra Rato se olvidaron de su turca dominación en los usos y
disfrutes de la Caixa Galicia de Pérez
Touriño, en la Catalunya Caixa de Narcís
Serra y en la Caja
de la Mancha de Hernández Moltó, entre otras. Y es
que su obsesión está fijada contra su exclusivo occidente: Bankia, Lo demás está fuera del mapa. He detestado siempre el fanatismo
de los turcos.
Los turcos representaron siempre la
amenaza de occidente, que hoy ha derivado en un yihadismo criminal que decapita
a los ‘infieles’ y sirve las imágenes con refinada perversión. Ha habido
formación política que no ha sabido votar contra los yihadistas en el Congreso
de los Diputados y ha sabido votar contra el obispo de Alcalá en el
Ayuntamiento de Alcalá. A eso se le llama el teatro del absurdo. El ayuntamiento
y el obispado representan el poder terrenal y el espiritual. Uno dice y el otro
dice también. Hasta ahí todo normal. Pero cuando el poder terrenal quiere tapar
la boca al segundo intentando moverle la silla, eso es un totalitario contra un
clásico.
Un clásico en la información ha sido la
imagen de la ventana de Teresa en el Hospital Carlos III, en cuyo interior se
libraba la batalla epidemiológica contra los virus del ébola. Ahora, al liberar
a los que guardaban la cuarentena podemos cantar victoria ¡Hemos vencido! La
victoria se propaga por todo Madrid y recorre todo el mundo. Madrid ha vencido,
Madrid ha vencido al ébola. España está de enhorabuena. Este es el grito
dominante, la alegría contagiosa y la causa de los “olé” coreados.
Pero
sobre el graderío de este clásico cada cual lleva su pancarta, cada uno grita a
su manera, cada uno es hijo de su padre y de su madre y se desahoga como le
viene en gana desde el punto de la montaña de cemento que le ha tocado. Unos gritan
contra la ministra y contra el consejero pidiendo su dimisión. Otros gritan
contra la rotura del protocolo. Otros contra el riesgo a que les sometió la
auxiliar. Otros gritan contra el viaje de los misioneros. Otros gritan el
orgullo patrio de la traída de los misioneros y lloran sus muertes. Otros lloran
la muerte de Excálibur y exigen sus cenizas. Otros gritan contra los perros
urbanos. Y un grito unísono se impone sobre el formidable guirigay: “¡Así, así,
así gana Madrid!”
Un clásico es Jordi Pujol, quien siempre ha
exhibido las maneras discretas de un tendero. Para un tendero lo único que
importa es la Caja. Y el
tendero fue hace poco al Parlamento catalán y les echó una bronca descomunal tal
que si hubiera recibido una partida en malas condiciones. A Jordi le pillaron con las manos en la Caja Catalana y Felipe se las
escondió porque le necesitaba. El hijo pequeño de Jordi se llama Olegario y
dicen que es el que guarda la caja de la tienda familiar. Uno que se llame
Olegario, dentro de esta dinámica, sólo puede aspirar a ser un vulgar
robagallinas. Pero, ojo, en este país de posibilidades plurinacionales y
plurilingüística los nombres se transmutan, y Oleguer ya es otra cosa. A
Oleguer hubo de despertarle la policía muy de mañana no fuera a apretar la sofisticada
tecla que borra todas las cuentas de la tienda de los Pujol.
En esta olla oval donde se cuece este “clásico”
de agudos quejidos, ha ocurrido, sin embargo, lo mismo de siempre, que unos
ganan y otros pierden. Lo malo del “clásico”, ahora que toca evacuar y
disgregarse, está en los que no admiten lo de ganar o perder. Son los que han deseado
secretamente que el ébola prenda, que la secesión prenda, que las decapitaciones
sean y que la calle arda.
El mundo clásico es Grecia y Roma, y el
Renacimiento como un eco. Clásico es el
equilibrio entre fondo y forma, la proporción y ponderación alcanzada por la justa
razón. Es también una referencia de autoridad, una cita tradicional, un evento
tópico. Pero lo que nos interesa en estos tiempos de ébola es ese equilibrio de
la razón. Necesitamos, pues, una dosis de clásico.
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José César Álvarez
Puerta de Madrid, 1.11.2014
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