Romance de la Calle Mayor
Desfiladero
rocoso, soportaladas vertientes, galerías laterales donde se filtra la gente e inundan los días de ocio todo el cauce las corrientes. Fría
y vieja judería de añosos pasos silentes, pasarela principal de la vida
complutense, donde pasan y pasean los que un día ya no vuelven, donde tiendas y
tenderos posan y desaparecen: cererías y carbones, piensos, espartos, cordeles,
las máquinas de coser, ultramarinos, arenques, cromos, novelas, tebeos, el
chicharro en escabeche y las chufas remojadas servidas con cubilete.
La calle quedó
cortada por avalancha imponente el día que Radio Álvarez puso en su luna la
tele, y la era de la imagen se inauguraba con fiebre, entrando en crisis los
versos que iban en los papeles. Un Saldaña es ferretero y otro textil de
almacenes, un Calleja vende bicis y otro tornillos y muebles. Otro Calleja
películas que en dos cartelas ofrece con las letras de Fresneda el cine grande
y el peque.
Museo de pendolistas.
mausoleo de carteles, de oficios y mostradores que se van y que se vienen, de
chatarra de monedas, reguero de toda especie de metales y de efigies que brillan y se oscurecen. Caras de toda la vida, como si el
soportal fuesen,
día tras día en la médula, un día se desvanecen, mientras
sólo el soportal se mantiene indeleble: alineación de columnas como formada en
cuarteles, que, firmes durante siglos, ni descanso les conceden.
Sicofonía de
voces, mezcolanza del oyente, de pescaderos, casqueros y pregoneros que venden lana,
canarios, mecheros, cebollas, melones, brécoles. “miel y nueces de la Alcarria” cantaba el Niño
de Irueste entre cascos de caballos de los carros intendentes, y el ronquillo
que vocea “los iguales de la suerte”, y la churrera temprana: “churros y porras
calientes” y toca el Hospitalillo su campana más alegre, y el silbo de
afiladores es partitura de intérprete. A la tarde cañamones, castañeras con
sartenes, cucuruchos calentitos, heladeros otras veces. Ahora pasan
nocherniegos, y un grito en la noche: “¡Pepeee!” responde “¡Sereno vaaa!”,
viniendo el farol de frente. Por San Antón gruñen cerdos y un hombre con
mandilete manda una banda de pavos, que agrupa muy diestramente, mientras los
esquiladores, sus tijeras insistentes chascan hablando a las bestias como el
barbero al cliente, donde el Buscón de Quevedo robó un cofín de pasteles y por
la calle el Peligro perdió el culo el mozalbete, que un pícaro no lo es si le
muelen a cachetes.
A las boñigas
equinas el Lancia bien las sucede y al tremolar los motores va al piso alto el
tembleque, y el Ordinario reparte diariamente paquetes. El camión del pescado, mangarriega.
tenderetes, Gigantes y cabezudos, teatro de tipos célebres. Todo pasa, pasan
todos el soportal displicentes sin saber que los tamiza, los afila y palidece.
La calle Mayor
esconde el que era día solemne: Santas Formas Incorruptas con procesión que
estremece, que duró tres siglos largos y hasta asistieron los reyes. Escucha el
canto unísono que brota del pecho ardiente, oye el clarín, las cornetas, trompetas
y clarinetes de Húsares de Pavía, guarniciones complutenses de Lanceros de la Reina, de Wad-Ras, marciales
siempre. Al pasar la gran custodia se arrodillaban los fieles. Mira el gran
palio bordado que de ocho varas se extiende, donde arrojan los balcones sus
rosas y sus claveles. Segadores valencianos, negras blusas, ponen cierre.
Zoco, lonja, bazar, rastro, corredor de mercaderes, mentidero, pipería y refugio de indolentes. Cocina y salón corridos, despensa de exquisiteces, traje diario y festivo de lutos y parabienes. Picaresca de estudiantes, soldadesca efervescente, y la ternura se viste de escolapia y filipense.
Antezana y ‘la Sinoga’ del mismo espinazo
penden, como la Casa Cervantes
y la Calzonera
enfrente. Todo pasa, pasan todos por los largos almacenes del soportal de la
vida, que la cobija y retiene.
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 14.2.2014
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