Ya no sabíamos
que existían los cogotes hasta que un policía puso la mano en el cogote de un exvicepresidente
del gobierno para empujarlo al interior de un coche policial. Entonces nos
enteramos de la sensibilidad de los cogotes. La imagen salió en todos los
telediarios de todas las televisiones de una España ojiplática. Pero días
después vino la segunda parte y resultó que la mano sobre el pescuezo de Rato era
mano socialista, mano de candidato de lista electoral de aquel punto y hora. Y
entonces las manos socialistas desdibujaron la aparente realidad, rompieron la
rigidez de sus contornos y aguaron el vino recio. Porque le dijeron entonces al
dueño de la mano en el cogote que ya había tenido tiempo de plantar su mano en los
cogotes de Griñán y de Chaves, cogotes los suyos que se torcieron en su largo
ejercicio de la función pública. Y que si lo que le gustaba era la carne
vicepresidencial que le echara la mano a Narcís Serra. Y que por qué no había plantado
ya su mano sobre los cogotes inconstitucionales del independentismo y sobre los
cogotes bruñidos de la saga de los Pujol, cogotes brillantes y tuneados como de
coches blindados. O que plantara su mano socialista sobre los cogotes de todos
los Pepiños que han quedado y quedarán blancos, impunes en su camino de rosas.
El día 23 de
abril otros metieron el cogote heterodoxo de Goytisolo en el sacrosanto
Paraninfo de la
Universidad de Alcalá. Allí estaba el cogote inflexible de
Juan Goytisolo, agarrotado, inexpresivo. No es que su gesto fuera hacia atrás,
sorprendido por nada, pero tampoco su cogote se venía hacia delante, no digo
hasta formar la curva genuflexa ante la realeza, que no, por Dios, que no es
pedir tanto, pero que al menos se flexara una pizca, lo suficiente para mostrar
gratitud. Que le daban 125.000 euros al catalán-marroquí. Sin embargo allí
estaban los cogotes en acción del ministro de Cultura Wert y el rey de España
Felipe VI en persona con sus cogotes en acción, tratando de agradarle la vida
al premiado, bamboleando a dúo sus
cogotes sobre las espigas de su obra, rescatándolas de los abrojos innombrados,
buceando en la aportación de sus recursos literarios, de su diálogo
intercultural, de su aportación entre las dos orillas, todo ello en el lenguaje
de sus cogotes dialogantes, magnificantes, subordinantes de razón y de concordia,
en tanto que el cogote del homenajeado permanecía impertérrito como los cogotes
de los toros de Guisando. Ni un balanceo
condescendiente, ni una mínima ratificación, ni una leve cadencia aseverativa,
algo. Nada. Sobre lo que dijo nada importa, porque aquella mañana la
sensibilidad estaba puesta en los cogotes.
En aquel ámbito, sobre las densas esencias que emitían las cartelas rememorantes de los santos de Loyola, de Ávila, de Villanueva, de Borja y de Calasanz, olía a nauseabunda la novela de Goytisolo Reivindicación del conde don Julián. Allí flotaban las orinas y defecaciones sobre las páginas más bellas de la historia de España, Allí colgaban las masturbaciones, sodomías, violaciones y homosexualidades más horrendas sobre los mitos de España, entre quienes no podía faltar Isabel la Católica. El traidor conde don Julián, gobernador de Ceuta, que favoreció la conquista de la península por los árabes, es reivindicado por Goytisolo. Cuenta que el último rey godo don Rodrigo violó a una hija suya, camarera del rey en la corte de Toledo, quien con alfiler de oro le curaba la sarna. Florinda perdió su flor según dice el romancero, por lo que desde entonces para el autor de cogote inflexible todas las perversiones contra los símbolos españoles están justificadas. Y los fluidos escatológicos y sexuales chorreaban aquella mañana su animalidad impúdica sobre el ‘sancta sanctorum’ de la universidad del Cardenal Cisneros, fundada bajo bula del papa Alejandro VI. El hombre que se autoexilió a Marruecos por su odio insuperable a España, ese pueblo bárbaro que doblega a pueblos culturalmente superiores como a los árabes, a los indígenas americanos y a los franceses, ese hombre, digo, es traído de su autoexilio para ser premiado por el pueblo ‘bárbaro’.
Este es un país
de imbéciles. Eso creía, hoy pienso que este es un país de malvados. ¿Quiénes
han sido los malvados que han metido el cogote de Goytisolo en el Paraninfo de
Alcalá? Yo contesto: Son los mismos que han metido el cogote de Rodrigo Rato en
el coche policial. Es la misma izquierda que mete a los suyos en los premios y
a sus adversarios en los calabozos. Son los que no buscan la justicia ni para
el premio ni para el castigo, ni para los suyos ni para los otros, y se
precipitan de un lado y de otro, llevados de sus ansias irrefrenables. Es la
misma izquierda que no gana nada en las urnas y al llegar las elecciones sus cloacas
policiales meten a quien tienen que meter en los coches policiales, como antes metieron
lo que tuvieron que meter en los trenes de cercanías.
José César Álvarez
josecesaralvarez.com
Puerta de Madrid, 2.5.2015
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