lunes, 29 de junio de 2015
domingo, 21 de junio de 2015
La vara de mando
El uso de la vara de mando es ancestral, data de los tiempos prehistóricos. Cuando éramos nómadas, nuestro guía levantaba la vara en su mano para que le siguiéramos, lo hacía en las encrucijadas, en el desvío de los caminos sin macerar, en la decisión tomada por él para desviar la ruta emprendida. Señalaba con la vara el justo punto por donde habíamos de cruzar un río, el lugar para establecer la acampada o el hallazgo de agua potable. Lo que no recuerdo de aquellos tiempos es el significado de los distintos gestos de la vara de mando, pero los había.
Cuando el guía
del grupo enfermaba o se cansaba, se convertía necesariamente en sedentario,
quedándose a la vera del camino. Entonces, entregaba a otro de los miembros la
vara de mando, siempre con la aquiescencia del grupo. Lo importante es que
fuera la misma vara. Ese era el símbolo del grupo: que la vara permanecía y los
hombres cambiaban, que nuestros guías portaban la vara de mando que llevaron nuestros
tatarabuelos, los que se quedaron a la vera del camino para no lastrar el paso
vivo de nuestras mocedades. Allí quedaban sin que hubiera tiempo de llorar. Las
mujeres entonaban entonces un canto quejumbroso, un adiós largo sin dejar de
andar, porque otros seguían nuestros pasos. Pero, aunque ellos no vinieran, llevábamos con nosotros su mando. Estaban allí
en la vara misma que custodiábamos con celo, estaban en el intervalo irreducible
de su mandato, estaban en el camino irreversible de su tiempo, estaban en la
entraña de su pueblo.
Todos los que llevaron la vara estaban en la vara. Incluso los que nos metieron por colonias de víboras, loberas inhóspitas y estepas de hambruna. ¡Qué distintos sus portadores! Los que nos llevaron por la orilla del río y nos dieron barbos y lampreas, y los que nos hicieron subir montes y nos dieron a comer reno y bisonte. Y los que nos subieron a los árboles de fruto inmaduro y agraz, sin esperar su caída. Hubo de todo.
Ribó, el nuevo alcalde de Valencia no quiere
la vara. Dice que la vara de mando la deja para otros tiempos. Es un hombre
extraño, ajeno al pueblo del que quiere ser guía. Él es un bulto inconexo, porque
si no recibe la vara no irá en la vara. Es un hombre que tiene que revisar sus
complejos en la consulta del psiquiatra. Es, por tanto, hombre peligroso,
despegado de su grupo.
En las noches de
plenilunio se consultaba al firmamento, después de juzgar la destreza de los
que traspasaban el fuego, si había de cambiar de mano la vara de mando. Javier
Rodríguez Palacios ha debido superar con habilidad la prueba del fuego, ya que
ha recibido la vara de su pueblo y habrá de llevarla sin complejos por los
caminos macerados o sin macerar de su nuevo viaje, al que le deseamos sea
venturoso.
Nuestros guías
prehistóricos pintaban sus varas con la sangre mágica de sus animales
preferidos, embadurnadas a la vez por sus creencias y supercherías. Los colores
de las varas de la magia hechicera de sus creencias han sido variopintos en la España que todavía nos
queda. Nosotros vamos a mirar ahora el color de las varas de mando más
cercanas, las del corredor Madrid-Guadalajara, incluidas ambas, entronque y
término. Son siete ayuntamientos, son siete varas, siete casuísticas, siete
hechizos, siete grupos humanos que entregaron su vara a su guía, en sotos
distintos y situaciones distintas.
La vara de Madrid lleva el color de la
marca blanca de PODEMOS, obtenida con la ayuda socialista, ganada por un solo
voto. Y del mismo color ha resultado la vara de San Fernando de Henares,
obtenida con la ayuda de socialistas y de los comunistas que hasta ahora han
gobernado.
La vara roja de los socialistas ha
reaparecido únicamente en Alcalá, porque en Coslada y Azuqueca era el color que
ya tenían.
Las varas de Guadalajara y Torrejón de Ardoz siguen siendo azules del PP. La primera fue conseguida con la abstención de Ciudadanos, mientras que la segunda fue alcanzada sin ayuda ni abstención de nadie. Fue el PP de Torrejón quien obtuvo la única mayoría absoluta de un partido en el Corredor. En los siete municipios de este Corredor con entronque, a excepción de Azuqueca, el PP fue la lista más votada. Las varas perdidas por el PP en el Corredor son: Madrid y Alcalá, ambas por un solo voto de posible ayuda en la contra.
La vara es el testigo que se entrega en
una carrera de relevos. Si la pierdes en tu carrera, se ha acabado la prueba,
nada hay que entregar. La vara corre con todos. Su carrera es superior a cada
individuo. Es la suma de todos. Es el símbolo transferido del poder de mando de
un pueblo.
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 20.6.2015
lunes, 15 de junio de 2015
Romance de los montes de Alcalá
Cerámica cordillera donde el Henares se arrima, montañas que en Alcalá o comienzan o terminan, costillares
legendarios de la tierra santiustina, decorado de tramoya de la ciudad cervantina, foto fija en el trasfondo del teatro de la
vida, siluetas recortables entre
históricas y míticas: Las Brujas, Moro
Encantado, Malvecino, bravas gibas, Ecce Homo, Vera Cruz, San Juan del Viso, la cima de
primeros pobladores que habitaron la Península, una barca boca abajo plena y plana por arriba, pues
la ola de la tierra en el Viso se
prodiga.
Barranqueras de
la historia, vientres de leyenda viva, morerías en alijo y una hebraica
maravilla: Mesa del Rey Salomón que se menciona en la Biblia, una absoluta
opulencia toda de oro
maciza, y en las combas de sus patas fulge
intensa pedrería. Dicen que eran sus
patas tantas como el año días, que todo
el saber entraba en su tabla cabalística,
sólo a Dios no se mentara salvo en acción creativa. De Jerusalén a Roma por cristianos fue traída, botín
de guerra de godos a Toledo llegaría.
Cuando al sur el moro asoma, la Mesa hacia el norte mira, y el mismo moro Tarik que a don
Rodrigo vencía confirmara en estos montes
la información adquirida del Monte de Salomón, que es Suleima en su saliva y se nos quedó en Zulema con el vértigo en
su cima, con su trocha culebrera y con su enterrado enigma.
Dicen lenguas que la Mesa sigue segura y cautiva
en la entraña del Zulema, bien selladas sus rendijas, y un moro quedó encantado
por temeraria pesquisa. Dicen los que de esto saben que la Mesa emitiría sus poderes
salomónicos sobre la ciudad vecina que la guarda en lo profundo sin alardes de
cotillas, y Salomón agradece dotando sabiduría.
Vino a sorber sus entrañas mucha industria ceramista, camionetas que acarrean como constantes hormigas que la cerviz le bajaban y sus magras consumían —Arias, Saturio, Manglano, “La Estela”, Cermag, Pinilla—. Pero en el valle se alzaba aquella tierra cocida formando con la plomada torres rojas en porfía, ladrillares entre llagas que a Alcalá la circuían, barrios enteros que huyen del arado y de la trilla y vienen a hacer bañeras, lavadoras, brillantinas. Alcalá de las colmenas de la deserción agrícola, un cinto en la silueta de la talla alcalaína.
De los montes de Alcalá fue el Zulema la niña de los mirares altivos de su tierra variopinta. Fue escenario de batallas con caballos en batida de carpetanos, romanos, de godos y de morisma que limpiaba Alfonso Sexto y don Bernardo bruñía. Y andando el tiempo, caballos de los romanos volvían a galopar estos cerros en sus mejores películas con el fulgor de su alfanje y sin el miedo en la villa. Era aquel el escenario que deja la tierra huida. Con la túnica romana y la lanza se vestía medio Alcalá en Espartaco, reviviendo romanías. Y llegó aquí El Cid, Sofía Loren venía y se ajaron cornicabras, amapolas, margaritas de los montes que pisara la Jimena de Castilla.
Y en esta terrosa
crónica de estos cerros que dominan la vida de la ciudad, de la villa o de la
‘cívitas’, hoy el último capítulo sobre el paraje culmina. El hombre extiende
su manto de residuos que recicla, el detritus de su industria, las mondas de su
vajilla sobre esta quebrada tierra de accidentada mejilla, y un manto orgánico
cubre la erosión de sus arcillas por el cielo y por el hombre en una acción
sucesiva. Que este paraje al hombre le fue de tierra sumisa, ora fue de
pastoreo, ora fue de cacería, unas veces galopaba y otras en cuevas yacía, un
día lamió su piel, obligando a desvestirla por necesitar su encanto y otro día
la cubría.
Montaña que me sorprendes cuando traspaso la esquina, ay, la montaña de tierra donde termina la vida. ¡Cuántas veces te apareces en un trasfondo que grita! Ay, tú, barranca cercana, yo te di, montaña amiga, la fragancia del pinar y el calor de la ceniza, yo te pago adelantado para que seas benigna.
Zulema y San Juan del Viso, ola de tierras
corridas, largo vientre de misterio, arca de sellada arcilla. Abalorios de tus
pinos sobre tu efigie tupida, como moza que se adorna y en el Henares se
mira. Si el valle se hace inseguro
volveremos a la cima de tus poderes ocultos y tu fulgencia dormida. Si un día
al edil pérfido se le alcanzara una silla, alcanzaremos la mesa de la montaña
magnífica.
José César Álvarez
www.josecesaralvarez.com
Puerta de Madrid, 6.6.2015
domingo, 7 de junio de 2015
La plaza de las escobillas
Es la
nueva plaza de la calle Brihuega. Barrieron los buses de ALSA, su contaminante
presencia, su estación viaria, y se dejaron allí las escobas. Dos escobas
iguales, repetidas, con sus cerdas equilicualmente dispuestas, como dos seres
clonados, miméticos. Hay que reconocer que el sentido binario alcalaíno tiene
su base en los dos Niños patronos, en las dos puertas de entrada al
Ayuntamiento, en las dos palabras del nombre de la ciudad, en la doble
denominación árabe y latina, en los dos títulos de su primer templo, en el
sentido binario de los paseos de la plaza y de los soportales de la calle Mayor,
la cual se extiende entre dos plazas. Se ve que los escultores modernistas
piensan mucho buscando símbolos, se nota. Son dos palilleros, dos haces
repetidos, que representan el símbolo de la ciudad dual, lo cual ha captado el
artista en su sesera, habitada de varas y de pértigas.
Ya sé, ya sé, me
está diciendo alguien, que hay que leer en el suelo los significados de cada
palitroque, que si Humildad, Humanidad,
Sabiduría, Saber, Luz, Paz, Alegría, Amor. Total casi nada. No se puede
pretender decir tanto con tan poco. No, eso no me vale, las artes plásticas son
plásticas, no tienen letras, ni leyendas, aunque le pueden poner un título. Pero
su plástica transmite un chasquido inefable que no se encierra en palabras. Su
efecto viaja solo, tan solo como Contador en el Sertriere. Lo que transmite
pertenece a su exclusivo mundo figurativo. Lo que dice, eso sí, se puede transcribir,
hacerlo palabras, como yo, pero las palabras no me pueden transportar nunca a lo
que la plástica no dice.
Puestos a
arrancar las significaciones al críptico mensaje de la nueva monumentalidad expresiva,
exenta, tenemos a dos escobas de brezo o de ramas en las Eras de San Isidro,
allí donde nuestros antepasados barrían hasta no dejar un grano de trigo, de
cebada, de avena o centeno. Son, pues, las escobas allí apostadas, el doble y
evocativo monumento al ahorro que necesitamos imponer en estos tiempos difíciles. Son las escobas de
Brihuega los avisos a los derroches que se asoman y se nos vienen encima como protesta
contra los ‘recortes’, obra del demonio pepero. Es este el testamento
monumental de doble folio que nos coloca el PP en el punto de su transición
entre dos calles de doble dirección.
Fue una plaza que
no pudo inaugurarse porque la campaña electoral la envolvía en el tiempo. Y fue
ese tiempo el que inspiró al artista en su mensaje: “Barrerlos, barrerlos de
una vez.” Lo que no sabemos es si el
mensaje era para ellos, los mismos que le encargaban el monumento, que ya es
cinismo, o el mensaje de la barredura era para los partidos emergentes que se
les sentía venir con arrojo. Es lo que no sabemos. Hay quien dice en este
estudio heurístico sobre el doble mensaje de la que fue calle Brihuega, que una
escoba mira a los que se van y otra a los que vienen, es decir, que una escoba
es para los nuevos políticos y otra para los viejos, un idéntico mensaje para
los dos lados. Así, la plaza que nunca fue inaugurada será la del laissez faire, laissez passer, el mundo
camina por sí mismo, sin necesidad de inauguraciones ni discursos, sin señales
de tráfico ni de prohibición de fijar carteles, un espacio ácrata y libertario.
Otra plaza más del
centro o de los bordes del casco que pierde la oportunidad de tener una fuente
monumental, o dos, siempre dos, Dos fuentes podrían ir en los dos primeros
rectángulos de la plaza de Cervantes, necesitados ya de algún espacio del que
ocupan las seis rosaledas tendidas, que resultan seis alegrías ya excesivas,
sobre todo cuando los veladores interrumpen los paseos plataneros que debieran resultar
intocables.
Ocho palitroques
tiene cada haz de la plaza de la calle Brihuega. Y el número ocho, el atómico,
es también el que representa el equilibrio entre las dos serpientes
entrelazadas del caduceo, que son fuerzas antagónicas, cuya confrontación se
equilibra en el ocho. Dos ochos allí
apostados y dos significados de dos serpientes irreductibles, la derecha y la
izquierda. Dos serpientes, siempre dos, que serpean de un lado y otro, que se
estiran y se encogen sobre un suelo largo y rutilante. Dos serpientes que se
miran frontalmente y de las que se nos dice que no pasará nada. En el doble
homenaje al ocho de la plaza agraciada de la calle desgraciada serpean en la significación de los dos ochos
allí levantados, de una parte Bello, Aguirre y Cifuentes, y de la otra
Rodríguez, Carmona y Carmena.
Pero hay que
reconocer que adjudicar la imagen de la serpiente de manera igualitaria puede
resultar injusto. La igualdad natural no existe. La serpiente que quiere tragarse
el Club de Campo de Madrid lleva una imagen reptante de insidia que no puede
llevar quienes montan una plaza en cuyo suelo adoquinado, crítico o no, figuran
las palabras Amor y Humildad.
Ocho palos allí
clavados, seguros, engavillados, tal que los ocho concejales que han conformado
el techo pírrico del PP alcalaíno. Un artista que ha de cobrar dignamente por
su digna profecía.
JOSÉ CÉSAR ÁLVAREZ
Puerta de Madrid, 7.6.2015
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