El palolú es una deformación localista e infantil de la palabra paloduz, que sonaba por aquí en los años cincuenta. También se le llama regaliz, que es más propiamente la raíz o rizoma del orozuz, un palo dulce que, cuando niños, extraíamos no sin sudores de la tierra en las inmediaciones de la ermita de la Virgen del Val. Los niños alcalaínos de los años cincuenta alardeaban entre ellos con gavillitas de palolú cortadas al ras. Era un tesoro acumulado, una reserva biológica. Los que tenían perras gordas o chicas podían abastecerse en los puestos de Retabé o del Sr. Emilio, pero para ir tirando. Sólo los que cavaban la tierra exhibían su patrimonio palustre. Los señoritos no eran nadie entonces, estaban a verlas venir. En aquellos días el oro dulce era propiedad de los parias de la tierra.
Yo que fui
señorito y sólo una vez ayudante de excavador, quizás por esa proximidad
extractora, llamé para mis adentros a aquella Virgen de la ermita, la Virgen del palolú, la de las dulzuras soterradas. Pues
bien, he visto este lunes pasado a mi Virgen del palolú, tintineante
de abalorios, tomar la verticalidad de las calles que nos dio
nuestro padre Cisneros –Roma, la
Justa y Escribanos–, que hoy son Colegios, Úrsulas y
Escritorios, de vuelta a su casa Magistral desde los dominios del palolú. Si es la Virgen la que siembra el
dulce a su vera, ya nadie lo quiere. Los chuches de las gominolas en los chinos,
más a mano, han sustituido la función excavadora de sus consumidores. Adiós a los
dulces de la Virgen.
El orozuz goza de
altas propiedades curativas y su elaboración se usa culinaria e industrialmente.
Las juanolas para la voz, por ejemplo, son una muestra. Su uso es antiquísimo. Pudo
ser la golosina de Justo y Pastor.
Pero el ‘palo
dulce’ es una contradicción, una paradoja. Ser palo y ser dulce es antinomia
aparente, pero que se dan día a día. Cuando una familia de refugiados sirios es
rescatada de la dramática diáspora de un pueblo a través de Europa, por obra y
gracia de su majestad el fútbol, y traídos a Madrid, donde en la ciudad
deportiva de Valdebebas los chicos ven colmado el sueño de conocer a Cristiano
Ronaldo, se han cumplido los dulces de un sueño. Pero, cuando Zaid, el pequeño
corre tras el balón, se clarea en su dulce esqueleto el palo de sus muchos días
de huída, de agobio y desnutrición. Ese era otro palolú, era el palo de la guerra y el dulce del fútbol, fundidos sobre
el rostro del pequeño Zaid, una gota de agua de la riada convulsa que atraviesa
Europa.
Cuando la planta arbórea
del cristianismo era cercenada por arriba por obra del comunismo de Fidel, las
raíces profundas se iban extendiendo más y más en el silencio de la Cuba aislada, hasta que la
explosión floral llegó a resultar
incontenible. Francisco, el papa hispanoamericano, ha ido allí a abonar una
histórica plantación y recoger una floración de unas raíces que pertenecen a
una siembra a la que nadie se atreve a nombrar en el tiempo oportuno de su
historia. Ese es otro palolú. Es el
palo del comunismo y el dulce del cristianismo renaciente sobre la faz de la
perla de las Antillas.
El palolú del independentismo catalán tiene
raíces viejas, astillosas, resecas ya de tanta hartura verborreica, con rizomas
febriles y atormentados. Los dulces de las palabras de Obama, de las
autoridades de la Unión Europea,
de los empresarios disidentes, de la
Banca que anuncia su claudicación catalana, todo ello ha
querido ser borrado por la leñosa contundencia del nacionalismo soberano. Nos
espera un leñoso domingo, el día del señor catalanismo.
José César Álvarez
PUERTA DE MADRID, 26.9.2015
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