lunes, 11 de abril de 2016

Azorín por Cervantes



 
Dibujo de Ignacio Sánchez

Azorín por Cervantes



     El día uno de abril, viernes, comenzó el ‘Festival de la palabra’ dentro del Abril cervantino del IV Centenario de su muerte. Así, pues, en el Teatro Salón Cervantes, se ofreció el estreno de la representación de ‘La ruta de Don Quijote’, a cargo del director alcalaíno Eduardo Vasco. Esta obra teatral está basada en el título genérico y los textos de los quince artículos que Azorín envió para el periódico ‘El Imparcial’ desde distintos lugares de La Mancha, y que los lectores de dicho medio pudieron leer entre el 4 y el 25 de marzo de 1905, año en que se conmemoraba el III Centenario de la publicación de la primera parte del Quijote.



     José Martínez Ruiz, que había publicado ya dos obras de ensayo, dando ya conocer su seudónimo en su libro Antonio Azorín, acababa de salir del Diario ‘España’, cuando le citó el director de ‘El Imparcial’, don José Ortega Munilla, padre de Ortega y Gasset, para encargarle estas crónicas desde tierras manchegas. El propio autor, en su obra ‘Madrid’, 1941, lo recordaría así. Ortega le citó en su casa y le dijo:
     "Va usted, primero, naturalmente, a Argamasilla de Alba. De Argamasilla creo yo que se debe usted alargar a las lagunas de Ruidera. Y como la cueva de Montesinos está cerca, baja usted a la cueva. ¿No se atreverá usted? No estará muy profunda. ¿Y dónde cree usted que ha de ir después? ¿Y cómo va usted a hacer el viaje? No olvide los molinos de viento. Ni el Toboso". La sorpresa de Azorín, con todo, se consumó cuando a renglón seguido el director abrió un cajón, sacó "un chiquito revólver" y lo puso en sus manos con tono previsor: "No sabemos lo que puede pasar. Va usted a viajar sólo por campos y montañas. En todo viaje hay una legua de mal camino. Y ahí tiene usted ese chisme por lo que pueda tronar".
    Azorín empezó a escribir cuartillas en la pensión de Argamasilla de Alba, que estaba regida por La Xantipa, la que entra en sus diálogos, cuyos recursos y estilo resultaban novedosos en el periodismo de entonces. El viajero hubo de abandonar con pesar su querida pensión de Argamasilla, donde se regostó varios días, y se buscó un carro con cochero, un antiguo confitero de Alcázar, quien con su pequeño carro y su chiquita yegua recorrió distintos lugares manchegos, (además de los ya citados, Puerto Lápice, Campo de Criptana y Alcázar de San Juan). Pero Azorín resultó ser Azorín allí en La Mancha, no podía ser de otra manera. Porque no se pliega al evento, él es el evento. Acabo de leer sus deliciosas quince crónicas, que después formaron un libro que llegó a ser de lectura escolar en Argentina. Y en esas crónicas, sólo en el fondo, muy al fondo del paisaje manchego aparece diluida la figura de Alonso Quijano, quien se asoma a duras penas por entre el anchuroso tedio, la soledad tórrida, la locura infinita de su paisaje austero. Quiero decir que sacar ahora del congelador la obra de Azorín, pese a su título, ya sea a la plancha o cocida, es servir a Azorín y no a Cervantes, que es lo que tocaba.
    


     Pero lo que Azorín ya no puede evitar son los topicazos de la época, los lugares equívocos y falsarios, los dislates cervantinos que le antepone el propio Ortega. El principal y más dilatado acento de sus crónicas lo pone en Argamasilla de Alba. En esa época se creía a pie juntillas que ese era el lugar de la Mancha del que Cervantes no pudo acordarse. Esta tesis estaba corroborada por el falso Quijote de Alonso Fernández de Avellaneda, de cuya villa salían  Don Quijote y Sancho. Esta teoría era también defendida entusiásticamente por Hartzenbusch, la cual se extendía a la creencia de que en la cueva de Medrano estuvo preso Cervantes y que allí empezó a escribir su Quijote. Incluso convenció al editor Rivadeneyra para que allí mismo, en esa cueva de Argamasilla, imprimiera su obra inmortal en 1863. Pero sus pretensiones no paraban ahí: un vecino del lugar, Rodrigo Pacheco, “a quien se le cuajó el cerebro” sirvió a Cervantes de prototipo de don Quijote. Parece que la patrona del lugar le curó la cuajadura por el voto de agradecimiento aparecido en el templo.
     En fin, que llegó el insigne abril del insigne centenario y se levantaron los telones de la patria chica de Cervantes para solazarse con Azorín, tanto monta, mientras que el genuino Cervantes alcalaíno, escrito, pintado y documentado para la efeméride por quien yo bien sé, duerme el sueño de los justos. Es ese mismo Cervantes que ahora muere en Madrid y que es el mismo que nació en Alcalá, pero que, sin embargo, hoy se muere a chorros por todos los rincones de Alcalá de Henares entre tópicos, equívocos y necedades. Cervantes no puede ser el hijo pródigo que vuelva a su casa en circunstancia alguna, porque no puede ser identificado ni dejan que lo sea.  

        José César Álvarez                                        Puerta de Madrid, 9.4.2016

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