Los huertos
Dicen nuestros
munícipes, para justificar la creación de los huertos urbanos que ahora se
están montando junto al Parque Ferial, que ello es volver a nuestras raíces. También
nuestras raíces están, entre otros sitios, en la Monarquía Católica
del Concilio visigodo de Toledo y en la
Cruz de Mayo, en la cultura troglodita y en las noches de
plenilunio. De momento, parcelar lo público es también privatizar, por muchos
muchos huertitos que se hagan para muchos muchos vecinitos. Los huertos son, en
definitiva, una sucesión alineada del acotamiento del ‘yo’. Los huertos
municipales son el aparcelamiento del particularismo, un mohín del egoísmo.
Entre la propiedad privada y pública no hay término medio, porque la propiedad pública
no tiene restricciones, la exigimos magra e incólume.
Yo no quiero
huerto, yo quiero huerta, la unidad imparcelable. Por eso el obispo tiene
huerta, no huerto. El absoluto no se minimiza, no se trocea. Los que pedimos
huerta y no huerto somos los que pedimos
se cumplan en el Parque Ferial los plazos y proyectos de su programada ejecución.
Queremos el parque entero, el proyectado por ciclos, el que por naturaleza debe
unirse al río, pese a tanto puritanismo imbécil, tanta zapa y zepa. Somos los
que pedimos el canal de embarcaciones y usos múltiples acuáticos. El canal
unitario y único, el de todos, no los goterones perdidos de los grifos
individuales que pertenecen a la integridad de un patrimonio público no
enajenable.
La palabra ‘cultura’ tiene color de tierra
de huerto, porque ‘cultura’ es cultivo. Y ya que estamos manchados de terrosa
cultura, diremos que las asociaciones culturales del lugar son huertos donde se
cultivan músicas y palabras, palabras en vivo o en conserva, se plantan y
cultivan viajes y comidas, un sinfín. Uno de estos huertos importantes del
lugar planta libros, algunos muy buenos. Pero uno de los hortelanos importantes
del huerto importante del lugar se planta sin rubor sus propios libros de
coleccionismo, los que ya han arruinado a alguna editorial. El coleccionismo es
una especie hortícola que carece de color y sabor, no es tomate, ni breva, ni
melón, es un engendro raro. El coleccionismo entra en la esfera de lo personal,
de lo obsesivo, un tanto paranoide. Puede ser hasta un entretenimiento
placentero contra el ocio, una curiosidad, y, desde luego, nada concluyente ni
creativo. Hasta yo mismo, de niño, hice la colección de los cromos de los
futbolistas con olor a azafrán. Pero es que las paranoias no deben salir del
huerto personal, no interesan.
Los partidos
políticos son huertos privados de riego público donde se plantan especies de
distinta índole en este o aquel, de tal manera que las ensaladas posibles entre
las lechugas de uno y otro huerto resultan incompatibles, incomibles,
indigeribles. Por eso ha fracasado en la cocina el chef Pedro Sánchez, porque
no ha podido hacer una ensalada compatible después de cuatro meses metido en el
obrador. ¡Todo un país tras una ensalada! Pero es que los cogollos, contados y
recontados, no llegaban para el grueso
del banquete. Los cogollos del huerto del PP y del PSOE daban para el convite,
pero es que el huerto del PSOE planta especies antídoto contra las especies contestadas
del huerto del PP. La ‘gastania’ contra la ‘ahorrania’, la ‘ligeresa’ contra la
‘rigoresa’ y así sucesivamente. Y lo que no da el huerto lo da la mala leche: “La
culpa la tienen los huertos de PODEMOS y el del PP”. Y cuando no, se le
empareja al huerto del PP con el de Bildu. Hasta lueguito, chef.
España es una huerta que contiene diecisiete huertos. Y la hortelana principal del huerto de Madrid se llama Cristina Cifuentes, quien ha celebrado con dignidad el pasado día 2 la fiesta de su huerto. Y, sin embargo, a la palabra ‘celebrar’ hay que quitarle sus crestas festivas y cambiarla por la de ‘conmemorar’. Porque aquel día 2 de mayo que acabamos de conmemorar Madrid fue un huerto de sangre contra el invasor, cuyas fuerzas militares estaban acuarteladas en el delirio de nuestra más atormentada historia negra. Los hortelanos de la villa y corte fueron milicia y gallardía y Madrid fue un huerto urbano de sangre que ha cultivado ese orgullo castizo de su hortelana, a quien, rompiendo la vergüenza, podíamos decirle con el poeta aquello de “yo quiero ser llorando el hortelano de la tierra que cuidas y estercolas…”
La plaza de
Cervantes es una huerta que contiene seis huertos de flores para un abril de
Cervantes redondo de muerte y de memoria. Para despedir al Miguel de Alcalá, el
de los cuatrocientos abriles que se fueron, seguimos citando al mismo poeta, al
otro Miguel, el Miguel de Orihuela, cuando dice:
Volverás a mi huerto y a mi higuera: / por
los altos andamios de las flores /
pajareará tu alma colmenera / de angelicales ceras y labores.
pajareará tu alma colmenera / de angelicales ceras y labores.
José César Álvarez
Puerta
de Madrid, 7.5.2016
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