El fuego de Seseña que está en nuestras lindes nos puso en mangas de camisa. El fuego de Seseña que se extingue se quiere quedar con nosotros. Seseña era el gran museo de Bono. Ha ardido el museo de Bono, el de nuestra vida rodante, el que guardaba la huella indeleble de nuestra movilidad histórica, el que mantenía vivo, desgastado, rozado, el paso y peso de nuestros viajes de ida y vuelta, de nuestros ‘benidores’, de nuestros ‘cortes ingleses’, de nuestras ‘granvías’, de nuestros hospitales, de nuestros colegios, de nuestros entierros y de las noches de urgencias y de las noches de farra. Era un cementerio vivo, testifical, andariego, servil y callado, pero redondo de vida corrida y exhausta. Era un museo, el gran museo social de Bono.
Se ha quemado el
museo de Bono y de Barreda, unos bárbaros lo han incendiado sin consideración.
Los museos que guardan tantas vueltas y vueltas, aunque no se vean, tardan
varias semanas en arder. Esto no es una
fábrica de lejías. La historia encierra mucha densidad y propaga un humo negro,
concentrado y antañón, atufante, heteróclito. Al cielo de Seseña se alzaron
nuestros rodares, los vahídos físicos de nuestro tránsito concreto. Contra el
cielo de Seseña se estamparon nuestras venturas y desventuras, nuestros días
lentos y veloces, todos los frenazos de la vida. ¡Quién nos lo iba a decir!
La pérfida
Dolores de Cospedal, cuando fue presidenta de la Junta de Castilla-La Mancha,
arremetió contra este gran museo de Bono y Barreda, el mayor de Europa en su
género. Lo perimetró con el insano afán de frenar su expansión, y retiró, llevada
de su insensibilidad social, más de 7.000 toneladas de los recuerdos redondos
de nuestro roce y nuestro goce. Ay, Cospedal del alma, mira a donde ha llegado
tu fobia museística. Yo que creía que llevabas “esencia en tu entraña del aire
de España, Maria Dolores”, mira a donde hemos llegado, al aire negro de tu
perfidia. Ay, qué pena que no supieras valorar el redondo legado de Bono y
Barreda, las vidas maceradas y arrastradas de la clase obrera de este país,
explotada por la codicia de los bancos. Ahí teníamos en el gran museo la cicatriz
cierta de su arrastre, de su humillación, de su camino difícil, y sólo la ha podido
borrar esta derecha incendiaria y corrupta, que quiere eliminar la huella de su
crimen.
Pero cuando García Paje por fin
fue presidente de la Junta,
sin que para ello le hiciera falta superar los votos directos de la Cospedal, es que ni por
asomo, hasta ahí podíamos llegar, fue la
descarada y desbancada presidenta y solicitó una enmienda a los presupuestos de
la Junta para
que se destinaran 500.000 euros para seguir reduciendo el gran museo de lo
social, el de los ‘donuts’ negros del historial de servicios de la clase
rodante. Menos mal que lo impidieron los émulos de Bono y Barreda, indiscutidos
autores del magno museo, los que han debido lamentar más que nadie el pavoroso
incendio.
Pero los cielos
ardientes de Seseña tienen sucursales no menos incendiarias. El Manzanares de
Madrid tuvo caudal suficiente para sofocar el incendio del pasado domingo,
producido por las banderas estrelladas del catalanismo en ebullición, propagado
por la yesca de la ‘libre expresión’. Hay fuego si se televisa fuego, pero ni
la 5 quiso hacerlo. Este fuego era anterior. Era la ‘libre expresión’ judicial que
lo abate todo, que arrasa las decisiones del gobierno de un ejecutivo
democrático responsable de la seguridad, que incendia la normativa de la UEFA que guarda el específico
espacio de la competición y devora los picos de todas las normativas que
defienden el puro deporte, la competición deportiva por sí misma, limpia de la
ganga política y separatista que nos
cansa por machacona amenaza, sin la
mínima testosterona catalanista para alumbrar un ser en permanente proyecto, un
engendro ya fétido. ¡Que ejecuten su independencia de una puñetera vez, si es
que saben y se atreven! y nos dejen de mover en las narices del Jefe del Estado
y en las nuestras propias sus puñeteras banderas estrelladas con el ‘deportivo’
vaivén de sólo joder y joder, práctica permitida por una injusta y melindrosa tolerancia,
mientras que en Cataluña las banderas españolas y constitucionales que entran en
los estadios son lanzadas al cubo de la basura. Después que 120 banderas
estrelladas de otros tantos municipios catalanistas mantienen la pasmosa desobediencia
de presidir ilegalmente sus espacios, deben quedar estrelladas en ese momento todas
ellas en todos lados por desacato e invasión. Que se tatúen ellos y entre ellos
sus banderas estrelladas sobre sus frentes delirantes. La justicia restituirá
un día a Concepción Dancausa, delegada del Gobierno, tumbada por un fuego
absurdo.
El fuego de
Seseña y sus sucursales está cerca de ‘saña’ y de ‘señas’. La saña que se nos
viene y las señas que se nos van como en la nochebuena.
José César Álvarez
Puerta de Madrid,
28.5.2016
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