sábado, 17 de diciembre de 2016

Antología de personajes costumbristas



Antología de personajes costumbristas

     Hace unas semanas escribí “Tras la lista de los personajes costumbristas” y me han llovido de aquí y de allí, personajes olvidados de la Alcalá profunda, por lo que en esta ocasión se presenta aquí una segunda y jugosa tirada. Por cierto, nadie intenta al citar a estos entrañables personajes de la historia local que queremos reírnos de ellos. En modo alguno, ellos están tratados en el fondo con la ternura humana que destilan y merecen, ellos que de una manera u otra ocuparon nuestras calles, llenaron nuestro paisaje y alegraron nuestro tedio con su presencia singular, en tanto que la cuba del tiempo les dio aroma y los fijó indelebles en nuestro recuerdo.



               La grada del campo del Val en el año 1950. A la izquierda Manuel Gabardós



      De los años cincuenta y más para allá era transportista personal Manolo Gabardós, padre de ‘Garbancito’, quien a mucha honra fue aguador de botijo en el ferial de las Eras de San Isidro ‘a diez el trago’, y fue carrillero de mano, antes de obtener su motocarro de toldo de ingenio propio, para el almacenamiento y distribución a domicilio de los comestibles de la tienda familiar de ultramarinos. Pero Gabardós padre hizo aquí historia. Hacía el transporte de Barcelona a Madrid y vuelta con camiones de rueda maciza, cuando le cogió aquí la guerra y aquí se quedó para todo, justo donde paraba, en el Ventorro del Manco, el padre de la señora Emilia, la que sería madre de Antoñito Gabardós. Entonces Gabardós padre se puso a hacer Alcalá-Madrid y vuelta. Fue el primero de los ordinarios de la saga local de los Mendoza, los Martín y los Vázquez, y trasladaba los domingos a los jugadores del Alcalá donde tocara, encaramados en la plataforma de un camión de bancada alineada cubierta de un toldo marca de la casa.
                           Año 50, carrera ciclista en la plaza. Antoñito Gabardós en el centro.

      
     Nos olvidamos de la dulce presencia de la borriquilla de Juana la aguadora, que cargaba sus cántaros en ‘los cuatro caños’, la ‘Redondilla’ o en la fuente que había en la esquina de la casa de Cervantes, antes de que éste viniera allí, entiéndase. Nos olvidamos de Coquete, de quien el hijo de Quintín dijo que no era alcalaíno el que no lo recordara, y era el que exhibía el cerdo y el ternero, bien cebaos, en la puerta de Casa Juan, los premios en especie viva, tocantes y sonantes de su lotería de San Antón. Y estaba La Boni, vendedora de castañas asadas y golosinas del soportal, pipera y cañamonera, que anidaba a la altura de Justo Mínguez, antes de ‘La bola de oro’. Y estaba ‘Rafaelillo el del carrillo’, el carro con borrico que servía la fruta de Tejero y hacía de maletero de la RENFE.



     En los años cincuenta imponía la figura del sargento de los guardias municipales, el Señor Domingo, también llamado ‘el tío bigotes’, dicho ello en la más estricta intimidad infantil, porque de otro modo no lo contabas, era la imagen más aguerrida de la autoridad de aquellos días. Otros guardias dotados de carácter eran ‘el serio’, ‘el disimulo’ y el Bombao de las noches. 
 
       Pero era Vilela uno de los más diestros vareadores de los colectores, quien, en su pluriempleo —era él y no otro—, trasladaba los rollos de las películas del cine chico al grande y viceversa. Toda una vida de rollos en un costal de ida y vuelta.  Lo que se había visto, se volvía a ver, para volverse a ver en donde salió. Pero por aquellos días, y no era de cine, ‘El Pellica’ era el que se llevaba las hostias más descomunales sobre el cuadrilátero de la Deportiva, allí donde la Cruz Roja se había instalado. El sueño de los puños de gloria de ‘El Pellica’ le hacía chiribitas al denodado soñador. Y Malaca era el mejor comparsa de los gigantes, el que mejor hacía de “maría la guarra que se la ve la enagua’, porque se tomaba tan en serio la guasa cantada que se liaba a vejigazos con los provocantes: había dejado marcharse el aire de la vejiga y restallaba zurriagazos como una guarra. Otra canción callejera de aquella hora era la de “la manga-riega que aquí no llega…”, y los mangueras, bien provistos de botas e indumentaria proyectaban un alto arco de agua, tan cóncavo y largo que embobaba a los chicos, era como un arco iris donde la luz se irisaba.    



     Pero la casa de ‘La Chata’ era la meca obligada de la soldadesca y de la paisanía que, uno a uno, allí recalaban con o sin uniforme, para llevarse el tábano mordiente de su ignorante instinto. La Chata tapaba con un menudo paño de tafetán negro el hueco rebanado de su nariz, para ser solo administradora de su cielo de huríes. Y el día de su asueto semanal, iban las huríes y colipoterras de Alcalá por la acera del Círculo en procesión  penitente hacia la ‘El dispensario’ de higienes de la esquina de la plaza de las Bernardas, y a la vuelta se llevaban una tarta de San Marcos de casa Salinas para endulzar su día de descanso. Pero, como vinieron los adelantos, las rabizas de Alcalá iban a revisión en su día de asueto en taxi a la capital de España, y ya no hubo procesión ni tarta.        



     Godino era hombre escueto de boquilla y macilento de semblante. Era auxiliar de autopsias, y tenía siempre a punto el instrumental de su competencia. Por extensión era capador, ahora titular, y recorría los pueblos aledaños portando su cartera de instrumental del oficio, como si fuera un verdugo volante.



José César Álvarez

Puerta de Madrid, 10.12.2016

viernes, 16 de diciembre de 2016

Nombre se paga con nombre



Nombre se paga con nombre

     Alcalá de Henares como ciudad universitaria fue declarada por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad un 2 de diciembre de 1998 porque su vieja Universidad había servido de modelo en otras partes del mundo. Hace tiempo, mi hijo Javier, que anda por esos mundos, me mandó unas fotos de la ciudad de Antigua en Guatemala y de su vieja Universidad fundada por los franciscanos, a quienes había servido de modelo la de Alcalá, donde ellos habían estudiado. La sorpresa fue, según me contaba Javier, que allí, al enseñar sus venerables piedras, recibió a quemarropa y sin aviso el nítido nombre de de ‘Alcalá de Henares’, y que allí se explicaba su historia con el orgullo de su origen complutense. Y el alcalaíno de la maternidad de O’Donnell aprovechaba para reprenderme: “¡Si es que no sabéis hasta donde llega Alcalá!” Es cierto, estamos emperrados en que no pasa del Torote y de la Venta de Meco, y bien viene que en este cíclico dos de diciembre, aniversario de su declaración, nos entre siquiera sea un vaho cierto de esa humanidad patrimonial dispersa y difusa, un testimonio del nombre de Alcalá tomado vivo a pie de obra en el ‘antiguo’ lugar de manera espontánea, que no de otra manera.   
   
     
Antes de seguir paseando por Antigua queremos señalar que ‘patrimonio’ viene del latín ‘pater’, de la misma raíz de que procede ‘patria’. Fue Estrabón quien dijo que España era una piel de toro. Y ello está bien, pero su silueta es también la de una cabeza bifronte, que mira igual al Mediterráneo como al Atlántico. Iberia, la vieja Hispania, no es el culo de Europa como han dicho algunos europeos, es la vanguardia que rompe su continentalidad y se proyecta ‘más allá’, ‘plus ultra’. Y en esa mirada atlántica se entiende que allá se hable español y portugués. En esa mirada oceánica puede entenderse el patrimonio disperso. Y desde allí puede entenderse que los términos patriarcales del patrimonio y de la patria se vuelvan matriarcales al devolver la mirada hacia la ‘madre patria’.  El viaje de ida es ‘pater’ y el de vuelta es ‘mater’. 
    
     La ciudad que hoy se llama Antigua y popularmente Antigua Guatemala tuvo por nombre el de Santiago de los Caballeros de Guatemala durante la época colonial, cuyo título oficial e histórico es el de ‘Muy Noble y Muy Leal’, es cabecera del municipio homónimo y del departamento de Sacatepéquez. Se ubica a aproximadamente a 45 kilómetros al oeste de la actual capital, y fue la capital de la Capitanía General de Guatemala entre 1541 y 1776, año en que la capital fue trasladada a la ciudad de Nueva Guatemala de la Asunción, después que los terremotos de  Santa Marta arruinaran la ciudad por tercera ocasión en el mismo siglo, y que las autoridades civiles utilizaran eso como excusa para debilitar a las autoridades eclesiásticas —siguiendo las recomendaciones de las reformas borbónicas emprendidas por la corona española en la segunda mitad del siglo XVIII—  y obligando a las órdenes regulares a trasladarse de sus majestuosos conventos a frágiles estructuras temporales en la nueva ciudad.
     A partir del traslado la ciudad pasó a llamarse «arruinada Guatemala», «Santiago de Guatemala antiguo» y la «antigua ciudad». Fue abandonada por todas las autoridades reales y municipales, y en 1784 por las dos últimas parroquias, quedándose también sin autoridades eclesiásticas. Tras la independencia de 1821 recuperó la categoría de ciudad y fue nombrada como cabecera del departamento de Sacatepéquez
     Fue designada como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1979.

     En el siglo xxi es un importante destino turístico guatemalteco por su bien preservada arquitectura renacentista y barroca española con fachadas del barroco del Nuevo Mundo, así como un gran número de ruinas de iglesias católicas, incluso aún después de que sus estructuras fueran severamente dañadas por el abandono en que estuvieron entre 1776 y 1940, y por los terremotos de 1874, de 1917 y de 1976. También es reconocida por las solemnes procesiones de Semana Santa que se han realizado anualmente desde antes del traslado de la capital a la Nueva Guatemala. Su actual población ronda los cuarenta y cinco mil habitantes.
     Aquel nombre nuestro pronunciado lo pago hoy devolviendo su nombre, el suyo.
                                                           
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 3.12.2016
www.josecesaralvarez.com