lunes, 12 de noviembre de 2012

Monofisitas y cínicos

     A los monofisitas hay que buscarlos hacia el siglo V en el cristianismo ortodoxo, allá por Antioquía, Alejandría y Éfeso, envueltos en bizantinas discusiones sobre si en Cristo había una o dos naturalezas, la humana y la divina. Sus encendidas discusiones metafísicas y teológicas en concilios y Sínodos resultaban ininteligibles, de argumentos sibilinos inextricables, de cuál era la “natura prima et secunda” de Dios Hombre, de que no había orden sino paridad, de si las naturalezas en Dios no se dividían, de si la naturaleza divina absorbía a la humana, de si sus operaciones no se confundían, todo ello en un embrollo de sutilezas indiscernibles y de enfrentamientos entre los secuaces de Cirilo de Alejandría y de Nestorio de Constantinopla.

     Después de Concilios a favor de una y otra parte, el papa León I en el Concilio de Caledonia del año 451 proclama la herejía de las dos partes  con los cuatro famosos adverbios que restablecían la relación de las dos naturalezas en Cristo. Contra los heréticos monofisitas eutiquianos sentenció que la distinción era: inconfuse et inmutabiliter; y contra los heréticos nestorianos: indivise et inseparabiliter.
    
     Tal que monofisitas me parecen los actuales teóricos defensores del bilingüismo regionalista de la España doliente de nuestros días. Para ellos existen dos lenguas en este caso: la divina y la humana. Ambas son distintas, pero ‘inconfusamente inseparables’ al menos en teoría. La divina es el vasco, el catalán, el valenciano, el ibicenco, el aranés… La otra es la común, la del montón, la humana, la española. Y la herejía en boga dice que la humana debe ceder ante la divina.

     Pero el galimatías está servido: Que hay un primer idioma y un segundo idioma, dicen; otros, que no hay orden, sino paridad; que si la elección del primer idioma corresponde a no sé quién, que si es conveniente la sucesión o la simultaneidad controlada en la enseñanza como en el mallorquín, ibicenco y menorquín; que si la inmersión es catalanista, también la invasión extra-catalana; que si entre el ‘valenciá’ o el ‘catalá’ se antepone el uno y se superpone el otro; que si la ‘catalanización’ vale y no vale la ‘españolización’ ni como rescate del abuso nacionalista, que si las lenguas regionales llevan ideología y no se niega; que esto está justificado como arma contra el españolismo, que para otros no existe; que si la rotulación no puede ser libre; que si la cooficialidad es para una sola lengua, la que más ‘jode’ al que llega…”Pagamos también para entendernos” decían unos clientes de un hotel catalán. “No hablamos así por chinchar, es nuestra lengua” replicaban ellos.  

     Todo un embrollo para contestar-no contestar a la siguiente pregunta: “Señor director, mi hijo que es español y está en España, puede estudiar en español en su colegio?  Ellos no pueden decirte: “Esto no es posible” Y en su circunloquio omiten llamar “divina” a su propia lengua, pero la tratan tal cual. Ambas lenguas resultan como en el Concilio de Caledonia, inconfusas e inseparables. Pero esa es la sentencia oficial, porque en el monofisismo herético la lengua divina absorbe a la humana. Dicho en construcción sibilina, la contestación de los monofisitas lingüistas es cosa de locos. Es cosa que no puede hoy comprenderse en ninguna parte del mundo civilizado.

     Pero es que la cosa no para ahí. Lo que afirman los teóricos lingüistas regionalistas, después de denodados esfuerzos por entenderles, tampoco lo cumplen. No cumplen la cooficialidad ni la paridad constitucional. Es también la escuela cínica de Antístenes y Diógenes. Y si les dices que ni siquiera cumplen lo que dicen, no ya la ley que pisotean, entonces lo niegan más cínicamente y te dejan por mentiroso y te montan una cacerolada. Los caceroleros monolingüistas, perseguidores del español, se asoman después a las cámaras de televisión muy dignos y afirman sin tensionar un músculo y para encubrir su herejía, que sus muchachos están por encima de la media en comprensión oral y escrita, que todo es normalidad, y ningún enseñante adoctrinado es capaz de colaborar con la verdad proscrita. ¿Cómo se dirá: podríos, pudriros, podriros o pudríos? Pues yo se lo digo en las cuatro distintas expresiones, incluso heréticas, para que elijan los profes superiores a la media. 



     Los sindicalistas nazionalistas se atreven a llamar ‘franquista’ a la política docente de este gobierno. Lo dicen ellos precisamente, los más sectarios, la izquierda que ha asfixiado la enseñanza en este país, inspirada y expirada por su arrogante exclusividad; ‘franquista’ dicen ellos precisamente, cuando la enseñanza de los muchachos de los años 60 y 70, la de la reválida de cuarto y de sexto, también la de Villar Palasí, les daba a estos cien vueltas y estaba a la cabeza de los mejores resultados.

     Las lenguas autonómicas le cuestan al Estado español un riñón. Pero las lenguas no prenden apaciblemente en su huerto vernáculo, sino que se violentan sin límite contra el propio Estado protector como su “pedregal”, según dice Arturo el Mas. Las lenguas autonómicas dejaron de ser la riqueza multicultural de nuestro patrimonio y pasaron a ser el lastre que alimenta unos nacionalismos que rompe nuestra convivencia.

                                                                  José César Álvarez
                                                                  www.josecesaralvarez.com
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 ”Los bilingüistas regionalistas de la escuela herética monofisita y cínica son los que enseñan la única lengua de sus patologías pueblerinas. No en vano la enseñanza española está a la cabeza del gasto y a la cola de la calidad”.
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                                  La catedral copta de Alejandría
                                  nos trae hoy los lejanos ecos del monofisismo,
                                  cuyas sutilezas dialécticas nos recuerdan
                                  el galimatías de los defensores
                                  de nuestras lenguas regionalistas.





Artur Mas, entre su cohorte catalanista, es el mas intolerante de los caudillos de
 las lenguas autonómicas, y con su cinismo de espejo se proyecta para decir que
 “tenemos unos vecinos intolerantes con nuestra lengua” cuando todos sus celos
 concentrados son incapaces de borrar la Lengua Española de lo que sigue siendo España. Como político nacionalista se erige en pontífice de una lengua de la que
 se sirve para alimentar su ideología totalitaria.


 

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