sábado, 22 de diciembre de 2012


Diario de un alcalaíno

Día 13, Santa Lucía



     La víspera de Santa Lucía se celebra en Alcalá la tradicional hoguera, que la ‘Asociación de Hijos y Amigos de Alcalá ha recuperado’. Yo viví muchas de aquellas hermosas chascas frente a la ermita de Santa Lucía y al pie de la torre de San Justo en los años sesenta y setenta, cuando la lonja magistral todavía no acotaba el atrio. Recuerdo en especial la hoguera del 78, que por el año debió ser una hoguera constitucional y que tuvo su miga.
    
     Eran las siete de la tarde aproximadamente cuando mi amigo Bonifacio Vallejo, llamado ‘El Liguerín’ salió de su habitáculo vecino Casa Pezuela, Vinos y Cerveza, donde montaba guardia, dispuesto a prender la pira de trastos, enseres viejos, cartones y maderas, de las que la Hermandad y vecindario hacían acopio para colaborar a la brava fogata en honor de la santa y mártir. Quise detener al Señor Bonifacio por tan temprana hora, aún sin público, pero no pude sujetar al chiquito y decidido azuzador, que venía bien provisto de candela y quien me dijo:

     —Este año no me lo quita nadie.

    —¿El qué? —le dije.

          —Pues prender la hoguera. Este año me toca a mí.

          El señor Bonifacio, que vivía en la calle Rico Home, tenía metido en su caletre que el prender la hoguera de Santa Lucía, uno de los más luminosos acontecimientos de su barrio medieval, era un alto honor. Y esa suerte, que le había sido esquiva en ediciones anteriores, había de ser impuesta por ‘constitutivos’ reaños del espontáneo atizador, aunque ello supusiera infringir el horario, antes de que llegaran las competencias incendiarias.

    
                           Ramón Vallejo ‘El Liguerín’, hijo de Bonifacio.
                           prendedor de la hoguera de Santa Lucía de  1978.



      Aquella hoguera constitucional tuvo un principio borrascoso. Una columna de humo negro puso en evidencia la precipitada acometida. La protesta arreciaba, el humo era más denso, cuando le apremié a Bonifacio de esta manera:
    
     —Lo ve usted. Lo que mal empieza…

     Lleno de responsabilidad y de humo, el señor Bonifacio, desmontó la pira, hasta llegar a sacar un neumático tapado que causaba el colosal tufo, consiguiendo de esta manera reconducir la lumbre y al vecindario. Por tal operación. su autor se ganó un trago en Casa Pezuela, Vinos y Cerveza.

     Aquel año todos los asiduos de la hoguera llegaron a las brasas por decisión ‘liguerina’. Todos creían haberse demorado y llegar tarde. Eran convocados al acto  por sí mismos desde la hoguera última. La hoguera de Santa Lucía en aquellos años marcaba las vidas de los hogareños. Mirando las llamas contaban por hogueras sus años alcalaínos, y los chavales que ganaban la primera fila se llevaban a casa ‘las cabras’ en sus espinillas, además de las ‘papas’ en sus barrigas.        

      Era mi amigo Bonifacio Vallejo, padre de mi amigo Ramón Vallejo, de quien recibió de su engendrador el título de ‘El Liguerín’, pero que sólo el hijo era ‘El Príncipe’ y ‘El Artista’, cantaor de coplas y bulerías, la risa larga del soportal aburrido, la musa costumbrista de una generación mohína. Su apodo ‘El Liguerín’, registrado en el costumbrismo local de la época y que hizo furor en sus días, es producto de una deformación, heredada así del padre, quien, al ser chiquito como ‘El Piyayo’ y degustador de higos afanados, el pueblo lo bautizó originariamente como ‘El Higuerín’.  

     La ermita de Santa Lucía tiene raíces medievales con sabor a viejos alcaldes y regidores, donde el Cabildo Municipal de Abajo se reunía a toque de campana. Los Santos Niños y Lucía se miran de frente en esta ciudad. Ella es de Siracusa, ellos de Compluto, Ellos y ella, coetáneos y mártires de la persecución de Diocleciano.

     Eutiquia, la madre de Lucía, era de familia noble y rica y había comprometido a su hija con un joven pagano, mientras que ella quería dedicarse a Dios.  Como el pretendiente insistiera en el compromiso sin lograrlo, denunció su fe cristiana al pretor romano. Lucía le preguntó a su pretendiente por lo que más le gustaba de ella, y él le dijo que sus ojos. Lucía se sacó los ojos con una espada y se los entregó a su pretendiente en  una bandeja de plata. La leyenda medieval agregó que Santa Lucía veía en el juicio que le condenó al martirio. Por eso es patrona de los ciegos y de las modistillas, cristaleros, electricistas, también de los escritores.
      
                                                             José César Álvarez
                                                           www.josecesaralvarez.com

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