miércoles, 12 de diciembre de 2012


Lunes 26, IONESCO: ‘El Rinoceronte’



     El escritor francés Eugène Ionesco, el más lúcido representante del teatro del absurdo, nació en Rumanía un 26 de noviembre de 1912, y los rumanos habitan entre nosotros. En su célebre obra ‘El rinoceronte’, los habitantes de un pueblo se convierten en rinocerontes. Hay unno solo  que no padece la terrible metamorfosis, es Berenguer, el protagonista, un hombre sencillo, que no crea ni se crea problemas, de quien criticaban cierta afición al vino.



     Puede servir de homenaje al escritor rumano-francés, en el primer centenario de su nacimiento, echar una mirada a la ciudad de Cervantes y llenarla de los rinocerontes que no cesan. Este es hoy nuestro propósito. Los rinocerontes de Ionesco son no sólo las “ideologías idolatradas” del fascismo, nazismo, y comunismo, sino toda clase de sectarismo que impide el flujo social y la convivencia. Antes de entrar en el Alcalá de los rinocerontes, será el propio Ionesco quien nos explique tal transformación:  
     “Recuerdo haber estado muy sorprendido en el curso de mi vida –dijo Ionesco en “Le Monde” en 1960 – por la que podría llamarse la corriente de opinión, por su evolución rápida, su fuerza de contagio, propia de una verdadera epidemia. La gente se deja subyugar de pronto por una nueva religión, una doctrina, un fanatismo, en fin… Asistimos entonces a una verdadera transformación mental. No sé si lo habéis observado, pero cuando la gente no comparte vuestra opinión, cuando no podemos entendernos con ellos, tenemos la impresión de hablar con monstruos. Tienen una mezcla de candor y de ferocidad. Os matarían a conciencia si no pensáis como ellos. Y la historia nos ha demostrado en el curso de este último cuarto de siglo que las personas así transformadas no sólo se asemejan a los rinocerontes sino que también se transforman en ellos”.


 

     Agrandamos nuestras creencias frente al otro y las defendemos con un cuerno en la nariz, que eso es lo que en griego quiere decir ‘rinoceronte’. Se acumulan monstruosamente nuestras ingestas ideológicas hasta no caber por nuestra propia puerta ni en nuestra propia ciudad.  El Berenguer alcalaíno está aterrado. Bajan y suben los rinocerontes por la calle de Libreros, por Reyes Católicos, por la Avenida Juan de Austria, por la de la Alcarria. Son rinocerontes perfectamente reconocibles, la señora que vende puros, el carnicero, la cartera de mi barrio, el predicador, el banquero, la profesora de Física, la cajera de Ahorra Mas, la gitana que te ofrece romero, los jubilados de la plaza y del parque… todos en su bestial desnudez invaden aceras y calzadas sobre una ciudad inservible, donde se acabaron las modas y el consumismo. Berenguer saca a la calle las cajas de frutas y verduras para que coman sus difamadores. Los rinocerontes vienen a abrevar a Cuatro Caños y a la Fuente de Aguadores, y los que vienen de lejos critican en su nueva lengua la falta de previsión del actual Ayuntamiento. Hay tremendos forcejeos de hocico por ocupar los soportales durante la noche. Los rinocerontes comunistas dicen que ya no hay propiedad privada, pero los grandes rinocerontes del pueblo tiraron hacia el río y marcaron con su orina su propio territorio. Los que marcharon al río para enfangarse en su lodo protestan furibundos por el fondo del Henares, atestado de metales punzantes.



     Va por la Avenida de Juan Carlos I la caravana de los rinocerontes del Real Madrid y por la Ronda Fiscal los del Atlético. Van por Vía Complutense los rinocerontes partidarios del aborto y de la defensa del derecho de la rinoceronta, y en el parque de San Isidro se concentran los que están en contra del aborto porque es el crimen al más débil. En la plaza de Cervantes se concentra con ruido una caravana de batas blancas y uno de ellos dice:



     —Estamos a favor de una Sanidad universal, pública y gratuita, por lo que estamos en contra de la privatización, del copago y de la sanidad como negocio. Por eso estamos y estaremos en huelga.  



     Los rinocerontes sindicalistas cierran Telemadrid, y, en otra cadena, un rinoceronte del gobierno que ganó en las urnas, juega a defenderse de la calle:

     —Estamos por una Sanidad universal, pública, gratuita, de calidad y sostenible. Tenemos que enjugar un enorme agujero. Necesitamos una gerencia empresarial, cuyo solo nombre os da alergia. En Andalucía existen siete hospitales así sin ninguna protesta. En Madrid hay tres, con óptimos resultados. Tenemos que hacer reformas si queremos legar esta sanidad a nuestros hijos.

     Las alergias van por barrios. Un rinoceronte sube al hospital a ver a su amigo y le dice:

     —Amigo, podrás morirte, pero aquí no vuelvo. Yo no vuelvo a toparme con el bochorno pancartero de la entrada. No los aguanto.

     Pero tales temas eran las posturas heredadas de su antigua condición humana, porque la animalidad les iba entrando profunda hasta perder todo vestigio racional, y las aves protegidas de la ciudad les aliviaban de los parásitos de su gruesa piel. Los espacios vacíos de la Universidad cisneriana fueron rellenados en el s. XIX por gusanos de seda, y a aquella menuda metamorfosis le ha sucedido la gigante bestialidad que ocupa ahora la dilatada ciudad de Cisneros. Los campos están hollados de pezuñas de tres dedos como tréboles incesantes. Las hojas del otoño parecen haber sido medida previsora: no hace falta barrenderos.

     La intolerancia humana ha devenido en esta monstruosidad. La antigua disputa humana se ha resuelto de la siguiente manera: el
fútbol se ha decantado a favor de sus detractores, porque los rinocerontes no juegan al fútbol; el aborto no existe en el reino animal, por lo que han ganado los ‘pro vida’; la única sanidad es la que viene del cielo, que debe ser público; la propiedad se señala con la orina y cualquier otra diferencia se soluciona a golpe de unicornio. Cuestión resuelta.  

                                                                           José César Álvarez
                                                                  www.josecesaralvarez.com
                                                                     Puerta de Madrid, 1.12.2012 
                                                         
  

    

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