sábado, 25 de enero de 2014

El paseíllo taurino y el justiciero

     El paseíllo es el desfile de apertura de una corrida de toros. Es un desfile festivo, chulesco, de trajes de luces y campanillas muleras. Tiene analogías con la procesión religiosa en que posee una liturgia y una vestimenta. Pero difiere de la procesión en el orden jerárquico. El presidente o ministro eclesial va atrás, mientras que los ministros toreros de la fiesta nacional abren la comitiva tras los alguacilillos a caballo y por este orden de antigüedad: derecha, izquierda, centro. Y la cierran los monosabios y areneros, mientras que la procesión la abren los monaguillos con los ciriales. Es, pues el paseíllo un desfile jerarquizado y solidario que abre una fiesta de esperanzas y arranca las palmas de ánimo hacia esa buena faena que todos anhelan, público y desfilantes.



  

     Y sin embargo, hemos llamado ‘paseíllo’ a la entrada de un famoso en un Juzgado, cuando ha sido citado por un juez. Lo hemos llamado ‘paseíllo’, a pesar de sus divergencias con el mundo taurino, donde se inspira. Y son ‘paseíllos’ esencialmente distintos porque a los famosos no toreros no les abraza el público en redondo, sino que le increpan en línea como una espada. Porque al famoso compareciente no le brindan las palmas del ánimo y de la esperanza, sino la sentencia adelantada y más procaz. Porque a los famosos declarantes sólo les asiste la soledad frente a los insultos de su larga travesía. Es la soledad del corredor de fondo, del ciclista en el Tourmalet. Pero aquí no hay ánimos del público sino imprecaciones. Aquí no hay aires de fiesta, sino el crudo escarnio de un toro. 



 
     No hay justicia para los que van a la justicia. Los jueces anteponen una sentencia adelantada al no evitarla. La pena del ‘paseíllo’, que no viene en ningún Código Penal, ha sido impuesta espontáneamente y “no puede ser dispensada para nadie porque ello supondría un trato de favor para la persona dispensada” dicen los que dicen saber. Y los que no sabemos decimos que nadie puede ser dispensado o dispensada de una pena que no existe y de cuya circunstancia deben ser aliviados todos los citados por la Justicia con poder de convocatoria enfilada. El ‘paseíllo’ no es una vereda de servidumbre que haya que cumplir, sino que aspira a ser un caminito que el juez ha borrado y que juntos un día nos viste pasar, y que una sombra tan solo serás.

     Circos romanos, campos de ahorcados, patíbulos públicos, plazas castellanas de rollos y picotas, ancestral espectáculo de la muerte y la tortura, concurrencia de un pueblo justiciero, ávido de morbo y crueldad. Esas perversas inclinaciones del ser humano, que parecían reeducadas, vuelven a resurgir en los gritos inmisericordes del ‘paseíllo’ permitido. Que la justicia es igual para todos es principio diamantino, indiscutible, certero.  Pero la venganza individual o colectiva sólo anida en los miserables y en los pueblos sin justicia.     

     La infanta Cristina de Borbón no es igual a los demás, no puede serlo. En tanto forme parte directa de una Monarquía representativa y constitucional, símbolo y garantía del Estado, no puede, en tanto lo sea, ser sometida al vocerío de un circo romano alineado. Los vocingleros despiadados de la Infanta que piden la igualdad no pueden ser iguales, ellos, para sufrir la pena de telediario y de calle por desconocidos. Y no puede ser igual a los demás, ella, la que por ser quien es, agranda la bronca voz de la protesta, antes de ser condenada. La infanta Cristina, que es igual ante la Justicia, no puede ser igual en la calle, porque no tiene calle quien se ha quedado sin ella. Y es más importante su seguridad que su calle.


 
     Pasé sin querer por una tele que dicen del corazón, donde los buitres en corro afilaban sus picos contra una conocida periodista, cuyas razones les espantaba el festín de tan sabrosa carroña.

     El ‘paseíllo’ es término que debería alejarse del terreno de la Justicia, porque la contamina. Llamar ‘paseíllo’ al que es citado por el juez, es llamarle torero por la galanura de su saber hacer, reconociéndole de antemano que con sus manoletinas y desplantes, va  a burlarse de los cuernos de la Justicia. El ‘paseíllo’ es una frivolidad festiva del costumbrismo español –ya sea el taurino o el justiciero– que no debe mezclarse con un tema tan serio, como se supone que es la Justicia.

José César Álvarez
                                                                  'Puerta de Madrid', 1.2.2014
La muerte de Don Quijote

     Terminaba  mi anterior artículo hablando de la muerte de Don Quijote, cuando le vino la razón al írsele la vida. Sus amigos, el cura, el bachiller y el barbero se acercaron a su lecho, queriéndole halagar con el rollo de sus delirios, pero él se opuso.

     —Señores –dijo don Quijote–, vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño. Yo fui loco y ya soy cuerdo: fui
don Quijote de la Mancha y soy agora Alonso Quijano el Bueno.
    
     Y esto, decía yo, lo debió escribir Cervantes el año 14 de ahora cuatrocientos años, por lo que podemos simbolizar al 14, a este año 14, como tiempo de corduras y sensateces. Y, en efecto, he reunido en lo que va de año, apenas un mes, sensateces densas, cálidas, donde el sentido común se remansa con agradable sorpresa en pocitos breves en este nuestro tiempo, habituado a los embates de Galeotes y Trapisondas, de Doroteas y Altisidoras. En este catorce balbuciente, tras el fondo de manicomio de nuestra escena de nacionalismos y gamonales, han aparecido en primer plano unos gramos de lucidez que prometen para el resto.



 

“… y como la (vida) de don Quijote no tuviese privilegio del cielo para detener el curso de la suya, llegó su fin y acabamiento cuando él menos lo pensaba; porque… se le arraigó una calentura que le tuvo seis días en la cama… y entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu: quiero decir que se murió”. Q.2,74, MIGUEL DE CERVANTES, grabado de Gustave Doré


     
     Cake Minuesa, el joven periodista de Intereconomía levantó la mano de cordura sobre el fondo siniestro de sesenta y tantos asesinos etarras, reunidos bajo la garantía de “un juez para la democracia”. Estos privilegiados excarcelarios a quienes se les aplicó una vergonzante libertad y que serán asesinos hasta el día de su muerte, fueron de nuevo privilegiados por la sinrazón de un juez que permitió tan espantosa olla a presión. Levantó, digo, la mano Cake en contra la olla a presión –tate, tate– para preguntar a los asesinos, yendo hacia ellos, en una rueda de prensa donde no se podía preguntar y como si una montonera de matones pudiera emitir algún mensaje positivo a la sociedad. Levantó, digo, la mano Cake contra los matarifes del matadero de Durango, preguntándoles, no obstante, sin no iban a tener la dignidad y la hombría de pedir perdón a las víctimas. “Decídme, qué habéis ganado matando? Aquí hay 309 muertos, de los que nadie ha dicho nada”.

     Cake Minuesa, valiente, oportuno, directo, nos devolvió en aquellos días la dignidad a un pueblo embadurnado de cobardías, inoportunidades y vaguedades. El reportero de una empresa de comunicación en crisis, con su sueldo atrasado, se adelantó a todos los prebostes de sueldos blindados de una justicia inútil.  

     Martinelli, presidente de Panamá, había clamado sonoramente contra Sacyr. Era como un profesor con regla, encrespado sobre la tarima contra un alumno que se negaba a hacer los deberes. Las voces salían despavoridas por las ventanas. El profe, tronante, amenazó con ir a la casa de sus padres a pedir explicaciones. Antes de dar tal escándalo a la vecindad, la mamá, Ana Pastor, se fue discreta al lugar del conflicto. Bajó de la tarima al profesor  Martinelli, sacó a Sacyr de su encajonado pupitre y les sentó  frente por frente en una misma mesa. Les aleccionó, les abrió la cartilla-contrato por la primera página y les dijo: “No me voy hasta que no empecéis”. Y cuando empezaron, mamá Ana Pastor, ministra de España,  se volvió de puntillas a casa. Se trataba del contrato de la obra de ingeniería más importante del Globo: el canal de Panamá. Se trataba de una mujer que es un canal de cordura.

      Javier Bello es alcalde de Alcalá de Henares y no es gobernador de ninguna ínsula Barataria. Tiene una deuda alta que pagar y un grifo de caudales que se le aminora. Está atenazado por su magra economía. No puede hacer inversiones, pero ha dicho que va a dedicarse a tres cosas, sólo tres, tres proyectos inacabados: una ciudad deportiva, una residencia de ancianos y un río. Río, ancianos, deporte. Salud, salud, salud. Tres sensateces en las que los pájaros de hogaño vuelven a los nidos olvidados de antaño.    
  
      Apareció Pedro Ruiz en la televisión en una entrevista chisporroteando originalidades de un signo y otro, y dijo, sin embargo, una lúcida sensatez: “Yo lo que más admiro es la bondad, después el talento, de tal manera que si el talentoso no es primero bueno, ya no me interesa. A la televisión debeis traer a hablar a los bondadosos, a los espirituales, a los cooperantes, a los que se vuelcan por los demás…” Yo soy don Quijote el Bueno, así se autodenominó Alonso Quijano cuando recobró la razón. ¿Será que la bondad es el máximo grado de sensatez y por eso se reencuentran?

          Son dos, él y ella. No sé su nombre. Nada dicen. Bajan cargados por el camino del Viso con bolsas cada uno en ambas manos. Subieron al monte sin bultos y bajan cargados, portando la suciedad que depositaron otros. Limpian anónimamente el monte, callados, sin aspavientos, casi escondiéndose. Y es que muchas veces da miedo exhibir la bondad. La hosquedad del entorno hiere al bondadoso, el cual advierte en el aire que puede romper en cualquier momento una risa descascarrillante o una ironía maligna. Sensatez y bondad bajan juntas por el Camino del Viso en abultado paseo.  

     ¿Por qué la locura del Caballero de la Triste Figura dura toda una vida de capítulos y la cordura sólo dura un capítulo de seis días? ¿Por qué hay más despropósitos que atinos? Quizás porque entonces no haya novela. Puede que la vida sea una alocada aventura sin poderlo evitar. 



José César Álvarez
                                                                 www.josecesaralvarez.com

                                                                Puerta de Madrid, 25.1.2014
La cuesta de Enero y las cuestas de siempre

     La cuesta de Enero tiene muchos tantos por ciento de pendiente. A sus rampas se agarran penosamente los que sufren la crisis que no cesa. Y ahí también se tambalean los que no han salido todavía del empacho del turrón y de la moña de las burbujas del cava. Cuesta recuperar el paso de la normalidad. La cuesta de Enero nos trae el ejemplo de las imágenes de nuestra geografía más inmediata. La legendaria cuesta del Zulema, por ejemplo, o la cuesta de los Teatinos, al otro lado, suavona, o la del Gurugú, la de la Vera Cruz, la de la ladera del Chorrillo, San Ignacio, la de los puentes sobre la vía y bajo la vía. O las cuestas de Los Santos de la Humosa, las de Torres –la ‘dura’ y la ‘blanda’–, la de Valverde de Alcalá en sus dos vertientes, la de Paracuellos… Nuestro entorno exhibe un variado muestrario de cuestas. Son las cuestas que nos sacan del plano, de la monotonía, y nos exigen y apremian. Podemos incluso entrar en el misterio de sus gibas. Ahí vamos.

     La cuesta del Zulema es el paradigma de las cuestas complutenses. Levantisca, engallada, abrupta. Los ciclistas que lo fueron y lo quieren ser han de probar su hosquedad. Allí toman la alternativa. El Zulema es monte adosado y auxiliar del monte grande, San Juan del Viso, en cuya cima empezó todo. La deliciosa leyenda del Zulema, de trama arábiga, está entreverada de historia y fantasía.




Inicio de la cuesta del Zulema con su monte al fondo.



     Dicen que Tárik, el moro que manda las tropas musulmanas que penetran en España y que derrotan a don Rodrigo, exigió información sobre el paradero de la joya hebraica de La Mesa del Rey Salomón. Pertenecía al templo que dicho rey había levantado en Jerusalén. Era de oro maciza con miles de piedras preciosas engastadas. Dicen que tenía tantas patas como días el año. Era la mesa cabalística que compendiaba toda la sabiduría. Contenía la fórmula de la creación y el Nombre Verdadero de Dios, el Shem Semaforash, oculto por Salomón en una fórmula jeroglífica de alfabeto sagrado. La palabra sola de Dios contiene el impulso de la creación, que sólo a Dios pertenece.  Aquel gran Tesoro fue enviado a Roma por Tito, destructor del templo, y será después trofeo de guerra del rey godo Alarico en el saqueo de Roma, acabando, después de largo periplo, en Toledo, la capital de la Hispania de los godos.



 

La Mesa del Rey Salomón, que es Zulema en el habla árabe, se halla según la leyenda en la entraña del monte alcalaíno.

     Cuando los árabes logran entrar en España, tras la batalla de Guadalete, la corte de Toledo, sabedora de la codicia sarracena, movió el sitio de su Mesa, que estuvo en Medinaceli, y por fin encontró su mejor arca secreta en una profunda cueva de arcilla sellada  del monte Zulema, que se llamó primero Gebel Tarac, lugar secreto arrancado con oficio por Tárik a un cristiano importante. Hay un monte aquí que llaman del Moro Encantado que es dicen, testigo ejemplar de quien pretendió incursiones en tierras temerarias. Dicen que la Mesa sigue intacta en el vientre oscuro del Zulema, cuya palabra viene de Salomón, que es Suleyma en lengua mora, y es Zulema en nuestro habla. Dicen que antes que la crisis nos devore a todos en este valle putrefacto, habremos de volver a la cima del monte de poderes refulgentes. 
          
     La cuesta de los Teatinos es un suave remonte que sube al Campo del Ángel, antes a extramuros, e impensable paraje al que un día llegara tan rotunda la ciudad. La ermita del Ángel Custodio, inquilino pionero del Campo, le dio nombre a aquella predominante meseta. Recuerdo de aquel recalcitrante alcalaíno que al no poder erradicar las humedades de los bajos de su casa exclamaba: “¡Si ya lo decía mi padre: Alcalá la tenían que haber hecho en el Campo del Ángel!” 

 

Convento de Gilitos, cuya primitiva ermita del Santo Ángel
debió dar nombre al Campo del Ángel. Foto Canichu.

 
     Por allí se tomaba el camino de las Camarmas. Por allí venían las mujeres descalzas de rostro velado que cumplían promesa al Cristo de Rivas. Por allí pasaron los Franciscanos Descalzos de Gilitos, por allí pululaban los frailes misioneros que llamaban Teatinos, y a los Jesuitas andariegos del Colegio Máxijmo les sucedieron en los años cincuenta del siglo pasado sus colegas de negro, cuando se construyeron un caserón ladrillar que dominaba el terrado del Ángel como un galeón en alta mar. Y llegaron los Pasionistas y ya no pasaron, se quedaron en la misma cuesta de Teatinos, y a su vera pusieron escuela de escuelas.

     Pero uno no sube la cuesta si no abre la almendra de la palabra ‘teatinos’. ¿De dónde viene? Resulta que la Orden de Clérigos Regulares, que tuvo Colegio universitario en el de Caracciolos fue fundada en Roma en pleno Renacimiento italiano por un tal Cayetano. Pronto se agregó otro tal Carafa, el cual había sido obispo de una provincia de los Abruzos, cuya denominación latina y título episcopal tenía por referencia a Teate. De donde los monjes fueron vulgarizados como Teatinos. Sobre todo cuando el teatino Carafa fuen nombrado papa con el nombre de Paulo IV en 1555.  El teatino Carafa era un pre-papa, al igual que lo fue el jesuita Bergoglio, el cual profesó en el ladrillar rojo. Como se ve, al Campo del Ángel le rondan los papas que van a ser.

     Y Juan de la Cuesta acometió en su imprenta de la cuesta de Atocha de Madrid la impresión de los dos Quijotes, el del hidalgo y el del caballero. Las primeras aprobaciones de la Segunda parte del Quijote llevan fecha de quince de febrero de 1615. Lo que quiere decir que en este año 14 de hace cuatrocientos años, el alcalaíno Cervantes está acabando su obra y se le está muriendo Don Quijote, quien recobra la razón al morir. Es, pues, el 14 un año de corduras, a tenor de este insigne alcalaíno que conocía la leyenda del Moro Encantado de la cuesta del Zulema, que refiere, el camino que desde Alcalá le llevaba a la viña de su abuela Elvira en Arganda.
 
     Y a mí se me muere el papel de mis cuestas.

José César Álvarez
                                                                  www.josecesaralvarez.com
 


   (Pies de de las ilustraciones de Javier Darío - http://darioarte.blogspot.com.es/)
 

El 14

     El 14 es el nuevo año al que mi amigo Antero Briega no pudo llegar. Le hubiera gustado tocar su madera como burladero de salvación de ese toro del 13 al que tanto miedo le tuvo, astifino y traicionero, que le pilló frente a las talanqueras de la barrera del 14, a donde iba ya a meterse. Un recorte más y lo tenía. Marrana faena.




Cayó un alcalaíno del rocoso soportal que nos doblega, Antero Briega,
a quien dedico este artículo sobre “el 14”, el año al que no pudo llegar.
 
     Era Antero buen olfateador de las primeras tintadas de PUERTA, y se topaba contigo por la calle para anunciarte tu artículo, panecillo todavía crujiente, y, cálido de complicidad, te anunciaba: “Te han colocado en la derecha”. Lo cual decía refiriéndose a la geografía de esta semanal emborradura, la mía, claro. Tanta era la importancia que daba a esta geografía de la página, que un día que caí en la de la izquierda le dije, relativizando su dogma: “¿Sabes, Antero? En la derecha van los que necesitan ayuda para ser leídos.” Y en otra ocasión le dije remedando a Azaña: “Yo soy de donde caiga.” 

     Pero esa caída anunciada de Azaña fue una borronadura más gruesa, como la tuya, Antero. Tú caías del bombo de la vida un día veintidós de diciembre, caías lentamente entre las letanías cantadas por las voces blancas de los niños de San Ildefonso, los cantos profanos de tu mañana sagrada. Te juro, Antero, que los niños de San Ildefonso no desafinaron nunca tanto como el día de tu día, la soleada mañana de tu caída a pulso. Los cantores desafinan siempre sin saber por qué. Era por tu suerte cochina.

     Hoy, sí, hoy pido la página derecha para mi amigo Antero que viene conmigo en mi columna y estará conmigo hasta el final. Tenemos que cumplimentar, tú y yo, el título pactado más arriba. Va sobre el guarismo 14, el año que vas a tocar porque no tocaste.
    
     Entrando en el alma de ese número, dicen que representa la austeridad y la justicia. De la austeridad ya venimos entrenados, sería más de lo mismo, pero de la Justicia no tenemos asiento ni garantía. ¿Será porque caerán las sentencias de los corruptos? ¿Será porque al fin se revisará el mayor atentado terrorista de la historia de Europa, el 11-M, cuyo juicio ha resultado ser la milonga más grande de la Injusticia Española? No me paso, Antero, no me paso. El propio juez, en ‘petit comité’ dijo que España no estaba preparada para conocer la verdad del 11-M. ¿Lo ‘estará’ en el 14, donde se cumple el décimo aniversario? Es el 11.M una manzana pocha de la banasta judicial que hay que evacuar con urgencia.
    
     Es el 14, sabes, un número de contrastes totales. Lleva el 14 los clarines jubilosos de tu quiniela plena de aciertos, a la vez que el 14 es el día de boca de lobo de la II República, atufado de los humos más sacrílegos de tu bendita Alcalá y de tu querida España. ¿Qué tendrá este año 14 que atisbamos? ¿Ganarán los júbilos o ganarán los humos en esta España contradictoria, de cuyo nombre no puede acordarse una parte?

     Es el año 14, sabes, un año de misterios que envuelven al alcalaíno Cervantes, tu paisano, cuyo enigma nos ocupa. En 1614 se publicó en Tarragona el ‘Segundo tomo” de la falsa Segunda Parte del Quijote, firmado por Alonso Fernández de Avellaneda. Fue una faena comercial. Se adelantaba así el impostor a un producto ya publicitado en la primera parte, lo que ocurre hoy, tú lo sabes, con las falsificaciones de firmas de zapatos y de bolsos. Lo que pasa es que el Quijote era mucho más que un objeto bello, era una obra literaria genial y única.



 El Quijote de Avellaneda cumple cuatrocientos

años de enigma en este enigmático año 14.

  
     Creíamos que el enigma del autor que se ocultaba bajo el pseudónimo de Avellaneda estaba resuelto a favor de Jerónimo de Pasamonte y como cumbre de una larga lista. Pero han surgido después nuevos autores tapados que parecen anular sus argumentos, ahora a favor de Liñán de Riaza y de Suárez de Figueroa. Este último crece como sospechoso, por causa de los análisis léxicos comparativos y por su supuesta venganza por haber sido interpuesto Cervantes como asistente, cerca del conde de Lemos, al acto de posesión del virreinato de Nápoles. Y en esa obra, sobre todo en el prólogo, quieren siempre ver la mano de su enemigo Lope de Vega. Y por si todo esto parece poco lío, están los que dicen que el autor del Quijote apócrifo es el propio Cervantes, maestro urdidor de misterios sin tregua. Como quiera que sea, hemos registrado ese año 14, que ahora cumple su cuarto centenario,  como año de trama misteriosa y urdimbre enigmática. Y las efemérides, dicen, transmiten sus vahos.

     Los dos aniversarios de este 14 llevan clavado un enigma de autor: el del falso Quijote de 1614, y el del falso 11-M de 2004, aunque de contenidos incomparables. Leo en una valoración de la Numorología que el 14 es un cuatro alzado que representa la plenitud por ser ‘el 4 por 4’ el ritmo más perfecto y la orientación de los puntos cardinales. Es, pues, el marco ideal para resolver enigmas.

     Pero para plenitud la tuya, Antero, que es en la que creo.
          

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     “Los dos aniversarios de este 14 llevan clavado un enigma

 de autor: el del falso Quijote de 1614, y el del falso 11-M de 2004
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José César Álvarez
                                                                  www.josecesaralvarez.com