“Alcalá, la ciudad andante” es un título
sugerente que le he robado a José Vicente Pérez Palomar, quien, andando
andando, se la robó a su vez a Manuel Azaña de su novela incompleta Fresdeval, cuyo escenario le presta
Alcalá. La atinada y completa cita de don Manuel, siempre broncínea y retórica,
le sale al otear el paisaje andariego de la ciudad desde su primitivo
establecimiento en la meseta del Cerro del Viso y verla bajar a Compluto e irse
a la Alcalá la
Vieja y volver al Burgo de Santiuste:
Nuestra ciudad no se extiende, ni pulula, ni enjambra (así sí): se traslada, toda entera. Pasito a paso,
en veinticinco siglos ha caminado tres cuartos de legua. Primero en el alto viso,
a plomo sobre el río, donde la hallaron las legiones de Craso; más tarde en la
ribera, la tierra se traga las formas ya vacías de la ciudad andante.
Y con Azaña por
montera fue José Vicente y a buen paso, en el tiempo de una unidad áulica, se
fue desde los turdetanos del Viso hasta los garenos de La Garena y los espartalanos
de Espartales, llegando a la colmatación urbana de su espacio, donde se le atoró
la andadura y a Don Azaña se le quebró la palabra profética de que “nuestra
ciudad no se extiende”. Era la conferencia del día de San Diego de Alcalá,
patrono de la Institución
de Estudios Complutenses en la ‘Sala Cisneros’ de El Parador, donde paran los andantes y paró la ciudad andante. Era
el día de la palabra indígena, de la memoria lugareña y de los grumos del
terruño. Era torear en La
Maestranza, cantar la Angélica
la víspera de Gloria, jugar en Wimbledon o bailar en El Sacromonte. Era dictar
la lección sobre las cenizas colegiales del Siglo de Oro español con el fondo
del canto de maitines de la
Civitas Dei
alcalaína.
Las palabras son
también andantes, y cuando la ciudad andante llega a la invención de los
sepulcros de Justo y Pastor, dicha ‘invención’ viene de invenire, que es ‘hallar’. Y, en efecto el hallazgo de las
reliquias de Justo y Pastor supuso la refundación de Santiuste, la ciudad
andante y andada de los peregrinos de su Campo Laudable, donde Asturio Serrano al
principio del siglo V se quedará a su vera como obispo guardián. Y cuando el
andariego José Vicente llega a Cisneros, principios del XVI, echa atrás su
larga vista sobre Asturio Serrano, como refundadores ambos. Pero de Asturio a
Cisneros va una zancada de once siglos. Bueno sería poner un pie intermedio sobre
Ximénez de Rada, el largo arzobispo del siglo XIII que mide tres reyes y una
reina tutora, que nos dio “palacio bien guarnecido” y que reunió Consejo en Alcalá
para la preparación de la batalla de las Navas. O pararse como también paró en
Gonzalo García Gudiel, el cardenal toledano y señor de Alcalá, universitario en
París y Bolonia, que pondría la primera semilla universitaria aquí a finales
del siglo XIII en el Estudio General.
La ciudad andante
lo es también por sus símbolos andantes. Cuando a partir de 711 se oyen los
pasos cada vez más cercanos del moro, el relicario de Justo y Pastor se pone en
camino hacia Zaragoza y Huesca, y se va hasta el Pirineo y hasta Narbona. Pero
es que hasta los tiempos de Felipe II no desandarían por querencia el camino
hasta su cripta santiustina. El señorío de la ciudad andante fue ocupado por el
andariego cardenal Ximénez de Cisneros, la galga de estameña parda, que
entrenado en las calerizas del monte
pedregoso de Torrelaguna, cumpliría viaje a pie hasta Roma. Y su mejor obra, la Universidad
Complutense tomaría el camino de Madrid un aciago día del año
1836, para desandar, también por querencia, el camino conocido de los años
setenta del siglo pasado.
Y Miguel de
Cervantes, cuando le hervía la sangre de sus 21 años, sacó la espada en el
sitio de los Alcázares Reales de Madrid. Condenado a la corta de la mano
derecha, de la que saldrían los dos ‘quijotes’, la oculta por el camino de
Valencia hasta Barcelona y la
Provenza, para ocultarla en Roma, desde donde salieron todos
sus caminos de doce años, regresando el “vezino de Alcalá” por el mar de la
querencia con la izquierda estropeada y enterita la derecha.
Es la ciudad
andante de sus símbolos andantes, de viene y va. La ciudad andante que ya no
anda.
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 21.11.2015
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