La
trituradora de papel es un artilugio que viene de Cataluña, potencia industrial
de trapicheos. La trituradora es el resorte que arrasa con los documentos comprometidos
y salvaguarda los honores manchados. La trituradora de los políticos catalanes
que creían tener enterradas sus fechorías, han visto resucitar sus papeles como
resucitará la carne el día del Juicio final, el juicio que ya les rodea, además
del juicio social que ya de antemano ha triturado sus veleidades
independentistas. La trituradora catalana no ha servido para burlar la justicia
sino para sentar a los prohombres del desacato en igualdad ante la ley.
La trituradora de nuestros días modernos corta
y mata como la guadaña de nuestros días de calendario. La trituradora machaca
el papel de los hombres y la guadaña machaca a los hombres en su papel. La guadaña
es también trituradora igualitaria que a
todos los mortales llega, antes o después. Los que predican la igualdad lo
tienen difícil, porque no nacemos iguales, igual de dotados, igual de arropados,
igual de abrazados. La herencia natural y social no es la misma al nacer, y no
se puede ir contra la naturaleza, contra los talentos que la vida te quita o te
da de partida. “Venir con un pan debajo del brazo” es alusión a la fortuna del
bien nacido. Sin embargo, somos iguales al morir. Igual muere el pobre que el
rico, pese a las suntuosidades superfluas del segundo. La guadaña es igual de
agresiva con el tallo de la espiga granada que de la huera, de la alta que de
la baja, de la verde que de la seca. Aquí no se queda nadie, ni papas ni emperadores
ni sabios, ni los del PP ni los de PODEMOS,
de los que estoy seguro que también se morirán.
Cuando la Guardia Civil ha
tenido la paciencia de recomponer cachito a cachito los papeles que vinculaban
a los políticos comisionistas con los empresarios que entraban en el chantaje,
no sólo ha recobrado las pruebas trituradas, si no que ha roto la garantía de
fabricación del artilugio laminador. El honor roto va en los papeles enteros y
el honor entero va en los papeles rotos. Eso creían sus protagonistas: que su
honor estaba a salvo mientras su aventura quedaba achatada. Pero la Guardia Civil ha recuperado con
la paciencia de Penélope, el diminuto puzzle
de la gran verdad rota, acuchillada para ocultar sus golferías y mantener
impoluto su cuello blanco. Sobre el detritus de la trituradora se operó el
milagro: la Guardia
Civil ha repetido el dogma de la resurrección del papel y la vida
del calabozo futuro, amén.
La trituradora
machaca los papeles ya muertos, inservibles. Esa es su función correcta, la de proteger
la discreción de los datos personales. Pero, ay de las trituradoras que
machacan a los vivos, a los papeles vivos del compromiso, o lo que es peor, a
los seres vivos nonatos. Esa es su función aberrante.
La trituradora de
los papeles muertos es la del cementerio, su acción pudridora, la que hace desaparecer
los cuerpos y descompone sus formas.
Son muchas las clases
de trituradoras de nuestros días corrientes: la trituradora del Ayuntamiento de
Oviedo cuando quiere triturar los seres vivos de ‘Los premios Princesa de
Asturias’, donde se galardona a personajes e instituciones modélicas, que resultan
ejemplares para el ser humano; la trituradora de la enseñanza en aquellos
proyectos de educación que trituran a las élites culturales en beneficio de la injusta
igualdad, y así abaten a las lumbreras, a los guías, a los líderes y a los genios;
la trituradora del jockey que mató a palos
a su caballo y que ha encontrado su justa
cárcel; la trituradora de la guerra, la de Afganistán por ejemplo, donde al
retirarse de allí los españoles, se ha hecho balance de cien trituraditos. La
trituradora del fiscal de Venezuela que ha triturado moralmente al gobierno de
su país al denunciar las presiones a que fue sometido en la farsa del juicio de
Leopoldo López…
Esta trituradora lenta
del camposanto no chilla ni bufa, es silenciosa, apacible, perpetua, de flores
calladas y de lengua universal.
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 30.10.2015
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