Vivir ‘en funciones’
Cuando un
gobierno está en funciones es que un país está en funciones. Quiere decir que
los relojes del país mantienen su pulso, que sus ruedas engranadas siguen
funcionando tal cual, bajo el dominio de los mismos relojeros, aunque los tales
sean interinos, carezcan de titulación plena por tener su carné caducado, sin
renovar. Es gratificante que los relojes del país mantengan su pulso, su
tic-tac, pero cuando la interinidad de sus titulares se hace congénita, la
provisionalidad se adueña de nuestro paisaje y repercute en la valoración que
los de fuera hacen de nosotros, con su repercusión negativa en nuestra economía
y en nuestra representatividad. Yo creo
que nosotros mismos, junto a nuestro entorno, nos sentimos ahora flotar más
leves, sin la gravedad de los días graves de la lejana titularidad. Y hasta ese
sol de invierno que se filtra ahora por cualquier ventana española y se posa
sobre las flores recientes de San Valentín, dibuja un sol en funciones, unas
flores en funciones y un invierno en funciones.
Todo se
desarrolla en el largo y tedioso juego de dominó que disputan cuatro jugadores.
Uno es el relojero mayor del reino, que sigue siendo Mariano, y que tiene sentado
enfrente a Albert, teniendo trabados a los jugadores evangélicos Pedro y Pablo.
Todos ustedes conocen ya la jugada del relojero
mayor: le entró una ficha para cerrar el juego, y fue Mariano, miró a la mesa,
echó cuentas y dijo: ‘Paso’. Vino después Pedro y él si puso ficha para cerrar
el juego. “Yo cierro” dijo. Se han puesto a contar fichas para ver si gana o si
pierde, y no acaban. Cuentan y recuentan de un lado y de otro, boca abajo y
boca arriba, empezando por allí y por aquí, valiendo todo o no valiendo, de tal
manera que aburren hasta a las ovejas en su conspicuo y premioso recuento.
Esos, los que no saben contar, quieren ser relojeros del reino, quieren ser
contadores oficiales de nuestro tiempo.
El relojero mayor
del reino, al menos, supo contar. Contó de un vistazo. Cerrar el juego para no
ganar era faena inútil, tan inútil como la lluvia sobre el mar o las tetas en
el hombre. Yo creo que Mariano acabará por levantarse de la mesa de juego, sobre
la que no se termina de contar, y se presentará al gran tribunal que renueva su
carné de relojero. Un relojero mayor tiene mucho que hacer: tiene que limpiar la
maquinaria umbrosa, tiene que lubricar los mohos y tiene que renovar los ejes, además de acompasar su hora a la de Europa. Y
algo muy importante: tiene que renovar sus carillones.
Queremos un
relojero reformista y no revolucionario. Los relojeros revolucionarios son los
que nos quieren cambiar el sistema sexagesimal de la esfera tradicional de
nuestros relojes y desacompasarnos de la hora del mundo. Son los que se
autodenominan vicepresidentes, que es una buena butaca desde la que empezar a
medrar junto a los mecanismos del reloj titular del reino.
Dibujo de Ignacio Sánchez
Alcalá, históricamente, fue la capital de la titularidad interina del imperio naciente, cuando el Cardenal Cisneros fue regente de las Españas. Era Cisneros un rey ‘en funciones’ de un reino ‘en funciones’ en distintos momentos. Isabel la Católica le había dado lastre en sus iniciativas a su enérgico consejero. Y cuando murió su reina católica, quedó vigilante, desconfiando de los desequilibrios de Juana, la hija sucesora en el trono de Castilla, en el que Felipe el Hermoso, su esposo, fue declarado rey consorte. Cuando muere Felipe, el cardenal preside el Consejo de Regencia, procurando atraer a Castilla al rey Fernando de Aragón como regente. Fernando le pagó con el capelo cardenalicio y su actividad devolvió el prestigio regio por el ímpetu que imponía el arzobispo de Toledo y señor de Alcalá. Y cuando murió el rey Fernando, se había ganado a pulso la regencia. Se habló entonces de la titularidad del alcalaíno Fernando de Habsburgo, pero ninguna titularidad procedente de la villa interina pintaba entonces. Cuando Carlos de Gante, sin hablar castellano, anunció su entrada por el norte desde Flandes, la galga de estameña parda corrió a su encuentro para evitar una guerra civil. Pero el rey ‘en funciones’ dejó de funcionar en Roa, a medio camino, y España se desangró en la refriega de Comunidades y germanías.
En aquella interinidad
de Cisneros, los pulsos del reloj del imperio no se relajaron, se
intensificaron. Tanto es así que los nobles se le vinieron al palacio de esta
capital ‘en funciones’ cuando les exigía recursos para llevar adelante su magna
empresa, la de ultramar, poniéndole en cuestión ‘sus poderes’ para exigir tales
obligaciones a una nobleza intocable. Dice la historia que, entonces, fue el
cardenal, abrió el balcón de la estancia de recepción, que daba al patio de
Armas, y señalando los cañones apostados a la entrada, les dijo: “Estos son mis
poderes”. Era su carácter indomeñable, su férrea interinidad, sus ‘funciones’
poderosas.
Hoy es Mariano
quien preside la interinidad de nuestros días ‘en funciones’, más calmos que
aquellos que cumplen ahora 500 años redondos de un rey en funciones en esta
capital en funciones.
José César Álvarez