Amparo
Dio para atrás un
camión en el viejo muelle de la vieja ciudad y atropelló a una buena mujer. Dio
para atrás un camión en la calle estrecha del Mercado Municipal y ocasionó una
conmoción ciudadana. Era Amparo la buena mujer atropellada. Era una mujer que
andaba la calle de su fe, esperanza y caridad. Una mujer de testimonio
cristiano, entregada al prójimo. Y yo no sé si esto se puede decir libremente,
sin acusar su efecto negativo, sin que a alguno le atufe la cera en mis
primeros renglones. Fue pilar fundamental en la puesta en marcha de ‘la casa de
acogida’ y murió en acto de servicio, haciendo recados a los enfermos.
Y, sin embargo,
Amparo regaba las aceras secas de su calle, humedecía sus aristas esquinadas, y
detenía al hormiguero de va y viene, siempre acumulador y febril —¿sabes quién soy? Me llamo como tu mujer y
fui catequista de tu hijo—. En efecto, era Amparo, como lo fue mi mujer,
como se llama la profesora del ‘Miguel de Cervantes’, como se llama la hermana
de Juan, como se llama la dependienta del supermercado, como se llama la
concejala del PP, como se llamaba la madre del obispo… Viene a ser esta, una pincelada de
concurrencias horizontales, colorista. Y es que el amor al prójimo debe ser,
primero, horizontal, como lo fue tu sonrisa, como lo fue tu calle andariega. Y,
precisamente, tu calle andariega, dulcemente transitada, te traicionó. Porque
fue tu calle traidora la que te dio muerte, cuando cumplías el atajo estrecho
de tu calle y pisabas las piedras de morro, hoscas, las piedras cruentas de tu
sacrificio.
Diste la vida por
tu calle y tendrás un cielo empedrado, Amparo.
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 30.1.2016
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