lunes, 22 de febrero de 2016

La olvidada madre de un genio



Doña Leonor de Cortinas en su casa de Alcalá. Dibujo de Ignacio sánchez

La olvidada madre de un genio
     
  Alguien asegura que detrás de un gran hombre hay siempre una gran mujer. La madre de este genio era de Arganda del Rey, a 24 kilómetros de Alcalá. Fue la madre de Cervantes. Sabía leer y escribir, lo que  no era normal entonces. Ello pone en evidencia su alto nivel social. Dicen que pertenecía a una de las familias más acomodadas del señorío prelaticio de las veinticinco villas, con casa en el núcleo representativo de Alcalá, la ignota casa de marras de los Cortinas, a donde con seguridad se fue con su prole, después de que en 1551, su cuñada María decidiera vender la casa donde la familia había vivido junta y allí donde nacieron sus hijos.
    
                         Firma de Doña leonor de Cortinas

     Los Cortinas y los Cervantes debieron conocerse en la rivalidad y ostentación de sus poderosos caballos, disputando cañas y jugando a la sortija. El matrimonio vino del roce de la hacienda asentada y señorial de los Cortinas con el fulgurante esplendor de los Cervantes, hidalgos de desigual suerte, cuando funden aquí los seiscientos mil maravedís ganados a los Mendoza en el pleito por la dote pendiente de María. Ella fue mujer de abolengo sin que necesitara la ‘hijodalguía’ de su marido.
     No le importó después a Leonor descender con Rodrigo la abrupta cuesta de valle de la profesión de sangrador y no le importó casarse con un sordo. Su casorio hubo de ser en 1543, ya pasados los años de la vida de fastos del 32 al 38, año éste en el que el licenciado Juan dio portazo definitivo a Alcalá y a su mujer, la otra Leonor, la abuela “rostrituerta” del genio.  Sólo Andrés, el hermano de su marido Rodrigo, debió venir a la boda desde Cabra. El primer hijo, muerto en la cuna, lleva su nombre, y lo repiten en Andrea. Al igual que su hermano rememorado, Andrés, que fue alcalde de Cabra, había llamado Rodrigo a su hijo. Al figurar Leonor con el apellido de su madre Elvira de Cortinas nos impidió conocer al abuelo de CERVANTES. Esa familia de Arganda no debió aprobar la entrada de Leonor en una familia tan murmurada, a lo cual había dado lenguas su cuñada María y su abuelo picapleitos en la próxima Guadalajara. No hay rastro argandeño en las partidas de bautismo, pese a la proximidad.
     Tras la retahíla de sus cuatro retoños gimientes, soportó la cárcel de su marido en Valladolid o sus largas ausencias en Andalucía. Hubo de gustarle aquel apoyo solidario de un puñado de alcalaínos que fue a Valladolid a testificar a favor de su marido para sacarle de la cárcel, porque fue un hidalgo que vivió aquí como hidalgo. Doña Leonor, que en 1579, juntamente con su hija Andrea son vecinas de Alcalá, estantes en esta corte para ayuda del rescate de Myguel…captivo en Argel en poder del alimami capitán de bajeles, se hizo pasar por ‘viuda’ en sus pedimentos para mejor merecer. Aquí recibió con entereza las aciagas noticias de la mancada de Miguel en Lepanto y de la muerte de Rodrigo en el campo de batalla de Flandes. Supo adaptarse a sus tres hijas tan distintas: Luisa, la mística carmelita; Andrea, la atrevida; y Magdalena, la mojigata. Por el torno del convento de la calle de la Imagen bisbiseó a su hija tornera secretos de familia y nuevas de Argel, cuyas confidencias y anhelos subieron al coro y ocuparon por tiempo los rezos de la comunidad carmelita. Su casa alcalaína –siempre limpia y abierta–, clausuró el cautiverio de Rodrigo y de Miguel. Allí, junto al calor de madre, se regostaron sus hijos cuando quisieron. Mantuvo su despensa de salazones y chacinas para cualquier imprevisto y atinajó el vino de la Tercia para los amigos de su hijo poeta.
     Su marido, sordo y fiel, depositó en ella, toda su confianza, como declara poco antes de morir: Digo y declaro que al tiempo e cuando yo casé y velé con doña Leonor de Cortinas mi muger, la susodicha trufo a mi poder ciertos bienes dotales suyos, que no me acuerdo qué cantidad ni los que fueron: la declaración desto dexo en que la dicha doña Leonor de Cortinas, mi muger, lo diga e declare, lo qual sea válido, porque no dirá en esto más de la verdad, lo qual quiero y es mi voluntad que se le dé e pague de mis bienes sin que se le ponga impedimiento alguno. (Testamento de Rodrigo de Cervantes, Madrid, 8 de Junio de 1585, Documentos cervantinos, Pérez Pastor, I, pág. 84)
     El calor de la casa alcalaína debió durarle a Miguel casi tanto como su madre, quien fallece en Madrid el 19 de octubre de 1593, cuando él andaba metido en la lejanía onubense de sus requisas de trigo y en una ausencia irreversible y dolorosa. Murió Leonor de repente en la calle de Leganitos, cuando apenas hacía tres meses había tomado en alta renta una casa de dos plantas para vivir con su desgraciada hija Magdalena de Sotomayor, la única de sus hijas que nunca figuró como ‘Cervantes’, no por capricho como dicen algunos caprichosos, sino por una razón: era hija adoptada. Murió Leonor en Madrid, fuera del lugar de sus entrañas, las que supieron dar un genio a aquel lugar que no supo darle una calle. Ni parque, ni colegio alguno. Es la amnesia doliente de Alcalá de Henares para con Leonor de Cortinas.

José César Álvarez           www.josecesaralvarez.com

Puerta de Madrid, 20.2.2016

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