sábado, 19 de marzo de 2016

Los alargamientos





Los alargamientos

 
     Estoy en el Auditorio de Madrid.  Es el concierto en homenaje a las Víctimas del Terrorismo, víspera de su conmemoración europea. Estamos en el último número del Réquiem de Fauré, ‘In paradisum’. Estamos en el acorde final del movimiento, final de la obra, final de la vida. Es un suspiro alargado, inacabable, donde todo confluye. Los tenores, otras veces protagonistas audaces, caen sumisos, lejanos, exquisitos. Allí las sopranos, tantas veces apasionadas, mueren dulces como manantiales que agostan. Allí los bajos sombríos. En este suspiro alargado de la muerte, ay, los trombones profundos, largos, en sordina, semejan el sopor, el ronquido plácido del tránsito. Son los goznes del acceso al cielo. Allí confluyen los mejores recuerdos, los mejores sentimientos, los aromas declinantes de la vida que evocan los cellos, las violas y violines, largos, ‘sostenutos’. Estamos en la puerta misma del paraíso. En las descripciones precedentes de Fauré, la muerte no ha tenido efectos tétricos, ni calavéricos. No ha habido el menor signo de agitación, de ansiedad, ni tan siquiera de dolor. La serenidad lo inunda todo.  Aquellas voces maravillosas que se alejan, aquella sinfonía que se adormece... Y es que Fauré sustituyó el responso del Dies illae, dies irae, tremebundo, apocalíptico, por este de ‘In paradisum’, donde consiguió acunar a la muerte, arrullarla y mecerla, perderle el miedo, mirarla de otra manera, desprovista de guadaña. Esta es la versión que se estrenó en la Exposición Universal de París de 1900. Sigue el acorde final, alargado, insistente y persistente como una boca abierta de resonancias respiratorias, que va boqueando dulcemente, que se extingue y deja un silencio de dignidad en el aire, un silencio de aliento fecundo. Aplauden los Reyes de España, el ministro de Cultura, la alcaldesa de Madrid, las víctimas del terror. Es un aplauso alargado con los maestros puestos en pie. Durante el minuto de silencio escuché tras de mí un sollozo ahogado.    
                                                                                         
      El ‘11M’ tuvo en Alcalá dos actos conmemorativos, uno por la mañana y otro por la tarde. El primero fue el institucional en torno al monumento a las Víctimas en la estación de la RENFE, el segundo es el que organiza el Grupo de Víctimas del ‘11M’ de Alcalá de Henares en el quiosco de la Plaza de Cervantes. Los dos coinciden en el homenaje a la memoria de las víctimas de aquel malhadado día. Pero el segundo difiere del primero en su propio ‘alargamiento’: piden Verdad y Justicia sobre la versión oficial del atentado. El alargamiento es sustancial y las diferencias notables.

     Los alargamientos de las palabras se llaman polisílabos y resultan innecesarios. ¿Qué diferencia hay entre decir ‘terror’ que ‘terrorismo’? ¿No es lo mismo decir ‘problema’ que ‘problemática’? ¿Por qué decimos ‘señalizar’ por ‘señalar’, ‘complementar’ por ‘completar’, ‘climatología’ por ‘clima’, ‘metodología’ por ‘método’, ‘moralidad’ por ‘moral’, ‘ejercitación’ por ‘ejercicio’, ‘dominancia’ por ‘dominio’, ‘gobernanza’ por ‘gobierno’…? Los psicólogos del lenguaje tendrán que decirnos por qué tendemos a ‘los alargamientos’ de las palabras, que se nos agrandan en la boca como los chicles. Yo creo que ocurre algo así como decía Juan Ramón Jiménez: “Que mi palabra sea la cosa creada por mi alma nuevamente”. Y en esa recreación de la cosa, necesitamos recrear también la palabra. Así resultan palabras kilométricas como esa de los ‘desinhibidores’ de que nos hablan los economistas, en tanto se arrinconan los ‘frenos’ y los ‘obstáculos’ que habría que levantar. Mientras tanto, los académicos de la Lengua viven el gozo de su sillón, renunciando a la poda de los tocones bastardos, los hijastros del árbol de la Lengua.

     El equipo ‘Inter Movistar’ de fútbol sala, que tenía en Alcalá ‘la mejor afición del mundo’ se fue este curso a Torrejón mientras se acondicionaba el Pabellón de la carretera de Meco. Pero ha habido ‘alargamiento’. Al equipo estrella de Alcalá, el Ayuntamiento de Torrejón le ha alargado su estancia hasta el año 2019. Un retorno que ‘se alarga’.     
           José César Álvarez
Puerta de Madrid, 19.3.2016                                             

martes, 15 de marzo de 2016

El torbellino de la lengua de Sancho



El torbellino de la lengua de Sancho Panza


     Andaba yo mesándome la barbilla ante el ordenador por encontrar un tema para esta mi sección cuando me entró un mensaje que me dio la pista. Era una protesta suscitada por un lector de mi blog en un artículo cervantino. Reproduzco aquí el comentario negativo, con el riesgo de que no se me lea lo que sigue:



     FSM me reprende de esta manera: Dice usted en un artículo que Cervantes menciona a San Diego de Alcalá cuando hoy día un chico con su móvil puede entrar al Quijote y saber si viene o no cualquier palabra y en dónde. Yo lo he verificado y no viene. El asunto me es indiferente, pero hay que tener mas cuidado cuando se escribe.

   

       Es, en efecto, irrelevante, que venga en el Quijote San Diego de Alcalá o no venga. Pero viene. Le ha pasado lo mismo que yo acabo de suponer: que no me ha leído hasta el final. Yo le voy a contestar a FSM aquí, en el papel blanco del PUERTA, en el papel válido de la transacción y del testamento, en el papel comprometido del contrato y del testimonio.

    

     Todo se debe a este párrafo del Quijote, I, cap XXIX:

    

     —Llámase —respondió el cura— princesa Micomicona, porque llamándose su reino Micomicón, claro está que ella ha de llamarse así.



     —No hay duda en eso —respondió Sancho—; que yo he visto a muchos tomar el apellido y alcurnia del lugar donde nacieron, llamándose Pedro de Alcalá, Juan de Úbeda y Diego de Valladolid…



     No se pueden entender estos párrafos si no es dentro de un contexto de risa desternillante con esa guasa del cura sobre la princesa propuesta  para su señor Don Quijote. Y es en ese contexto hilarante donde Sancho toma la palabra, y para acabarlo de arreglar, trabuca los nombres que refiere de apellidos de ciudades, hace un baile de nombres y apellidos. Porque los nombres que cita no existen. Son tres nombres muy populares en aquel tiempo, aquí entrevelados. Se trata de Diego de Alcalá, Juan de Valladolid y Pedro de Úbeda. Son estos nombres los que Sancho somete al torbellino de su lengua, produciendo el efecto que ofrecería hoy decir que en la olla de nuestra política figuran Mariano Sánchez, Albert Rajoy y Pedro Rivera. Lo cual es un potaje de consideración. Esta mi teoría del trastoque de los nombres citados, sólo se confirmaría en el caso de comprobar que esos tres nombres existían históricamente y pudieran ser famosos en ese tiempo. Lo cual hacemos ahora:    



     San Diego de Alcalá, por supuesto, es bien conocido de nosotros. Nació en 1400 en San Nicolás del Puerto (Sevilla) y murió en Alcalá de Henares en 1463, donde fue lego franciscano y guardián del convento de Santa María de Jesús. La catedral de Alcalá custodia su cuerpo incorrupto. Se le han reconocido seis milagros muy populares, entre ellos la cura del príncipe Carlos, el del niño encontrado fuera del horno y el milagro de las rosas, inmortalizado por Murillo. Su canonización en 1588 fue la única habida en la Iglesia Católica en el siglo XVI, y es una fecha tan cerca de la escritura aludida que justifica la ausencia del ‘san’, todavía no popular.
     Juan de Valladolid  fue un juglar y poeta del siglo XV, judío de nacimiento y, según su enemigo Montoro, hijo de un comerciante y pregonero verdugo y de una criada de mesón, se convirtió al cristianismo más tarde y habría sido marrano, y entre 1422 y 1444 trabajó como oficial y escribano en la aduana real de Palermo y en1444 ya era además encuadernador de los libros del rey. Escribió en contra de Álvaro de Luna, el oscuro valido. Fue bufón de los Sforza en Milán y entre sus raras habilidades como truhán cortesano, además de poeta improvisador, ejerció la de espantanublados, que consiste en conjurar por hechizos el granizo. En 1577 se encontraba en Sevilla en el séquito de Isabel la Católica, por quien era muy estimado.
     Pedro de Úbeda, por último, fue un guerrero de descomunal fuerza, alabada por unos y odiada por otros, que utilizó en diversas circunstancias y lugares durante la reconquista andaluza. En 1344 durante el Asedio a Algeciras por Alfonso XI, extenuados, el rey moro propone al rey cristiano que doce hombres diestros de los dos ejércitos decidan la batalla. Por el lado cristiano se presentan doce caballeros de Úbeda, al frente de Don Pedro Gil y Gil Martínez de la Cueva, el legendario Pedro de Úbeda. Vencen los caballeros cristianos llamados desde entonces leones por su bravura. El rey concede a Úbeda el título de la muy noble y muy leal ciudad, tomando desde entonces como emblema el escudo de los doce leones.

     Los tres personajes identificados, puestos de derecho, son muy distantes desde ese 1605 en que se citan. Pero ahora queda claro y desvelado el trastabilleo de la lengua de Sancho, tantas veces corregida por su amo y señor. La aclaración de este revuelo de nombres no la he encontrado en las ediciones comentadas del Quijote de Clemencín ni de Sevilla y Rey Hazas. El único comentario es el que hace el Padre Martín Sarmiento, el descubridor de la patria de Cervantes en 1752, cuando al aparecer Pedro de Alcalá en el primer lugar de la relación, dice que ello abona la tesis de su descubrimiento.

   
     Tal aclaración y reafirmación de que, en definitiva, Diego de Alcalá entra en el Quijote, es cosa que le sirvo a FSM, si es que consume el papel blanco del PUERTA. Y es que los adelantos tecnológicos que propala mi comunicante, no llegan todavía a desvelar el embrollo de la lengua de Sancho.

José César Álvarez                                         

Puerta de Madrid, 12.3.2016

lunes, 7 de marzo de 2016

Sigüenza, la hermana que se vistió de blanco




Sigüenza, la hermana que se vistió de blanco

    

     El tren de media distancia que iba a Soria el pasado sábado a las 8.37, generosísimo de plazas vacías, nos llevaba a la ciudad hermana en busca de su atuendo de armiño. Pasado Jadraque retozaban dos corzos por entre la espesa braña del paraíso alcarreño. Un estornino aleteaba en caída sobre el humedal del talud, asediado de nieve, al pie del roquedal y de las vías del tren. El moderno tren de vieja chimenea, vaporoso, al llegar a la ciudad episcopal de la que huyó el último obispo, daba marcha atrás, buscando la señal sobrepasada bajo el espeso manto de nieve.



     Pisamos la mullida alfombra de la Alameda, para tomar con precauciones la calle de Calvo Sotelo, ahora del Humilladero, sin el cese de su letrero, al igual que el de la calle que le sigue de Primo de Rivera, tal que esta nieve acendrada, cuajada y acumulada.

    
La ciudad hermana de Sigüenza lo es por quedar ambas colgadas del triple alambre del camino que va de Emérita a  Tarraco, del Henares sinuoso y del rígido ferrocarril. Son los tres cables del va y viene. Vino de su Universidad ‘Porta coeli’ el cardenal Cisneros y volvió allí, hace menos, la Universidad de Alcalá para que nuestro amigo Carlos Clemente rehabilitara el Colegio del Doncel. En esa misma universidad seguntina se graduó también el cura del pueblo de don Quijote, aquel de un lugar de La Mancha, el inicio sublime del libro sublime. Y el Cardenal Mendoza, el ‘tertius rex Hispaniae’ de la época de los Reyes Católicos, el de los  pecados bellos y rubios, dejó de ser Señor de Alcalá para enseñorear la Sigüenza de la predilecta Guadalajara de su Casa del Infantado.



     Es Sigüenza catedral, castillo y alameda. Es Sigüenza la hermana privilegiada de una catedral única, repujada de mimos, que ha sabido últimamente ahuyentar la humedad del suelo de su claustro y de sus capillas anexas con el subsuelo de cámaras de aire. Los esbeltos ventanales góticos de su claustro llevan las rejas que no pueden guardar peligros  interiores, pero que guardan contrastes en sus tracerías verticales.



    
Llora Alcalá en el vacío de los muros de su Magistral la pérdida de sus ricos tapices, en tanto que cuelgan en los muros seguntinos de su magnífica sala la ostentación polícroma y el vuelo mitológico de los tapices flamencos de Palas Atenea.  Y el Covarrubias que arde en el Palacio Arzobispal de Alcalá vive esplendente en la magnífica sacristía mayor de la catedral sobre el prodigio de sus casetones de cabezas esculpidas en la imponente bóveda de cañón, que acoge junto a sus muros la sinfonía de la madera de los arcones.  Desde su girola monumental se abre la gran puerta a esta sacristía con el relieve tallado de las catorce santas que acompañan a Santa Librada, labradas una a una en la madera de nogal, con la gatera incluida que atraviesa el corazón de una de ellas como el de cualquier visitante que lo mira. Desde esa herida baja se asciende a la alta herida del bombardeo de la guerra incivil en el centro del crucero, la alta herida que al curarla, proyectó su altura para combatir la umbría de su primer románico.



     El milagro se cita en la capilla fúnebre de la familia Vázquez de Arce, donde el Doncel, el que fue muerto por moros en el valle de Granada vive su eterna juventud. Se ha incorporado para leer un libro que no tiene fin.     



      Cuando en tiempos de Felipe II volvían a Alcalá en procesión las reliquias de sus mártires Justo y Pastor desde el alto techo del Pirineo, y de más allá, desde donde no llegó la dominación islámica, la ciudad hermana, más alta, recibió a su paso las reliquias del retorno, las retuvo, hizo fiesta y rió primera.



     Y, ahora, nos preocupa, hermana, la extremada delgadez de la cintura seguntina con un peso que no alcanza los cinco mil habitantes. Nos preocupa su anoréxico talle, pese  a la envergadura de sus altas e incomparables almenas y naves. Y hoy, cuando se vistió de blanco, corrimos a buscar la imagen de la hermana alta y bien dotada de la serranía, la que rió primero, la bien labrada, la que irradió su piel como de nieve.       



José César Álvarez                                        

                                   Puerta de Madrid, 5.3.2016