Andaba yo mesándome
la barbilla ante el ordenador por encontrar un tema para esta mi sección cuando
me entró un mensaje que me dio la pista. Era una protesta suscitada por un
lector de mi blog en un artículo
cervantino. Reproduzco aquí el comentario negativo, con el riesgo de que no se
me lea lo que sigue:
FSM me reprende
de esta manera: Dice usted en un artículo
que Cervantes menciona a San Diego de Alcalá cuando hoy día un chico con su móvil
puede entrar al Quijote y saber si viene o no cualquier palabra y en dónde. Yo
lo he verificado y no viene. El asunto me es indiferente, pero hay que tener
mas cuidado cuando se escribe.
Es, en efecto, irrelevante, que venga en
el Quijote San Diego de Alcalá o no venga. Pero viene. Le ha pasado lo mismo
que yo acabo de suponer: que no me ha leído hasta el final. Yo le voy a
contestar a FSM aquí, en el papel blanco del PUERTA, en el papel válido de la
transacción y del testamento, en el papel comprometido del contrato y del testimonio.
Todo se debe a
este párrafo del Quijote, I, cap XXIX:
—Llámase —respondió el cura— princesa
Micomicona, porque llamándose su reino Micomicón, claro está que ella ha de
llamarse así.
—No hay duda en eso —respondió Sancho—;
que yo he visto a muchos tomar el apellido y alcurnia del lugar donde nacieron,
llamándose Pedro de Alcalá, Juan de Úbeda y Diego de Valladolid…
No se pueden
entender estos párrafos si no es dentro de un contexto de risa desternillante
con esa guasa del cura sobre la princesa propuesta para su señor Don Quijote. Y es en ese
contexto hilarante donde Sancho toma la palabra, y para acabarlo de arreglar,
trabuca los nombres que refiere de apellidos de ciudades, hace un baile de
nombres y apellidos. Porque los nombres que cita no existen. Son tres nombres
muy populares en aquel tiempo, aquí entrevelados. Se trata de Diego de Alcalá, Juan
de Valladolid y Pedro de Úbeda. Son estos nombres los que Sancho somete al
torbellino de su lengua, produciendo el efecto que ofrecería hoy decir que en la
olla de nuestra política figuran Mariano Sánchez, Albert Rajoy y Pedro Rivera.
Lo cual es un potaje de consideración. Esta mi teoría del trastoque de los
nombres citados, sólo se confirmaría en el caso de comprobar que esos tres
nombres existían históricamente y pudieran ser famosos en ese tiempo. Lo cual
hacemos ahora:
San Diego de Alcalá, por supuesto, es
bien conocido de nosotros. Nació en 1400 en San Nicolás del Puerto (Sevilla) y
murió en Alcalá de Henares en 1463, donde fue lego franciscano y guardián del
convento de Santa María de Jesús. La catedral de Alcalá custodia su cuerpo
incorrupto. Se le han reconocido seis milagros muy populares, entre ellos la
cura del príncipe Carlos, el del niño encontrado fuera del horno y el milagro
de las rosas, inmortalizado por Murillo. Su canonización en 1588 fue la única
habida en la Iglesia Católica
en el siglo XVI, y es una fecha tan cerca de la escritura aludida que justifica
la ausencia del ‘san’, todavía no popular.
Juan de Valladolid fue un juglar
y poeta del siglo XV, judío de nacimiento y, según su enemigo Montoro, hijo de
un comerciante y pregonero verdugo y de una criada de mesón, se convirtió al
cristianismo más tarde y habría sido marrano, y entre 1422 y 1444 trabajó como
oficial y escribano en la aduana real de Palermo y en1444 ya era además encuadernador
de los libros del rey. Escribió en contra de Álvaro de Luna, el oscuro valido. Fue
bufón de los Sforza en Milán y entre sus raras habilidades como truhán
cortesano, además de poeta improvisador, ejerció la de espantanublados, que
consiste en conjurar por hechizos el granizo. En 1577 se encontraba en Sevilla
en el séquito de Isabel la
Católica, por quien era muy estimado.Pedro de Úbeda, por último, fue un guerrero de descomunal fuerza, alabada por unos y odiada por otros, que utilizó en diversas circunstancias y lugares durante la reconquista andaluza. En 1344 durante el Asedio a Algeciras por Alfonso XI, extenuados, el rey moro propone al rey cristiano que doce hombres diestros de los dos ejércitos decidan la batalla. Por el lado cristiano se presentan doce caballeros de Úbeda, al frente de Don Pedro Gil y Gil Martínez de la Cueva, el legendario Pedro de Úbeda. Vencen los caballeros cristianos llamados desde entonces leones por su bravura. El rey concede a Úbeda el título de la muy noble y muy leal ciudad, tomando desde entonces como emblema el escudo de los doce leones.
Los tres personajes identificados,
puestos de derecho, son muy distantes desde ese 1605 en que se citan. Pero ahora queda claro y desvelado el
trastabilleo de la lengua de Sancho, tantas veces corregida por su amo y señor.
La aclaración de este revuelo de nombres no la he encontrado en las ediciones comentadas
del Quijote de Clemencín ni de Sevilla y Rey Hazas. El único comentario es el
que hace el Padre Martín Sarmiento, el descubridor de la patria de Cervantes en
1752, cuando al aparecer Pedro de Alcalá en el primer lugar de la relación,
dice que ello abona la tesis de su descubrimiento.
Tal aclaración y reafirmación de que, en definitiva, Diego de Alcalá entra en el Quijote, es cosa que le sirvo a FSM, si es que consume el papel blanco del PUERTA. Y es que los adelantos tecnológicos que propala mi comunicante, no llegan todavía a desvelar el embrollo de la lengua de Sancho.
José
César Álvarez
Puerta de
Madrid, 12.3.2016
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