El tren de media
distancia que iba a Soria el pasado sábado a las 8.37, generosísimo de plazas
vacías, nos llevaba a la ciudad hermana en busca de su atuendo de armiño. Pasado
Jadraque retozaban dos corzos por entre la espesa braña del paraíso alcarreño. Un
estornino aleteaba en caída sobre el humedal del talud, asediado de nieve, al
pie del roquedal y de las vías del tren. El moderno tren de vieja chimenea,
vaporoso, al llegar a la ciudad episcopal de la que huyó el último obispo, daba
marcha atrás, buscando la señal sobrepasada bajo el espeso manto de nieve.
Pisamos la mullida
alfombra de la Alameda,
para tomar con precauciones la calle de Calvo Sotelo, ahora del Humilladero, sin
el cese de su letrero, al igual que el de la calle que le sigue de Primo de
Rivera, tal que esta nieve acendrada, cuajada y acumulada.
Es Sigüenza
catedral, castillo y alameda. Es Sigüenza la hermana privilegiada de una
catedral única, repujada de mimos, que ha sabido últimamente ahuyentar la
humedad del suelo de su claustro y de sus capillas anexas con el subsuelo de
cámaras de aire. Los esbeltos ventanales góticos de su claustro llevan las
rejas que no pueden guardar peligros
interiores, pero que guardan contrastes en sus tracerías verticales.
El milagro se
cita en la capilla fúnebre de la familia Vázquez de Arce, donde el Doncel, el
que fue muerto por moros en el valle de Granada vive su eterna juventud. Se ha
incorporado para leer un libro que no tiene fin.
Cuando en tiempos de Felipe II volvían a
Alcalá en procesión las reliquias de sus mártires Justo y Pastor desde el alto
techo del Pirineo, y de más allá, desde donde no llegó la dominación islámica,
la ciudad hermana, más alta, recibió a su paso las reliquias del retorno, las
retuvo, hizo fiesta y rió primera.
Y, ahora, nos
preocupa, hermana, la extremada delgadez de la cintura seguntina con un peso
que no alcanza los cinco mil habitantes. Nos preocupa su anoréxico talle,
pese a la envergadura de sus altas e
incomparables almenas y naves. Y hoy, cuando se vistió de blanco, corrimos a
buscar la imagen de la hermana alta y bien dotada de la serranía, la que rió
primero, la bien labrada, la que irradió su piel como de nieve.
José
César Álvarez
Puerta de Madrid, 5.3.2016
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