El monigote
Un grupo de
turistas sale de la Casa
de Cervantes, y la guía alcalaína, ya en la calle, alecciona a los visitantes
de esta manera: “Ahora tenéis tiempo para comer y a las 4 quedamos en la plaza
donde el monigote”. Mi buen amigo Fernando Suárez, que transitaba por la calle,
se acercó a la guía alcalaína, a la que no estaba vinculado en modo alguno, y,
tras escuchar su parlamento, le espetó a la instructora de esta manera: “ Con
lo de “el monigote” ¿no habrá querido usted referirse a la estatua de
Cervantes?” “Mucho me temo que sí, caballero” le dijo la interpelada. “Pues me
parece intolerable” le contestó el transeúnte. “Pues me parece que le vamos a
seguir llamando así” remachó la docta dama.
Yo mismo me gané
una bronca descomunal por llamar aquí al monumento del Astrolabio de la plaza
de los Santos Niños “la piruleta”. Lo cual no era invento mío. Siempre he
creído que el pueblo pone sabiamente el nombre a las cosas por encima de las
oficiales. Así, en Madrid a una Venus renacentista traída de Italia y colocada sobre
una fuente en la Puerta
del Sol, se le llamó ‘la Mariblanca’,
y mucho más reciente, la mujer que simboliza a las madres de los hijos
emigrantes, apostada en la playa de San Lorenzo de Gijón mirando la lejanía del
mar, le han apodado “la mullerona”. Son cariños espontáneos del pueblo,
inevitables.
Pero “el
monigote” es una mamarrachada indigna de una ilustradora de nuestro patrimonio.
Puede que ese mote pueda estar prendido en algún sector juvenil de la ciudad,
pero cuando se pasa a hablar en público hay que reciclar el lenguaje del barrio
o de la tribu. Ese apelativo es ofensivo para el significante y el significado
del monumento. Sin más.
Se empieza con la
agresión verbal y se acaba arrancando a cuajo el báculo del Arzobispo Carrillo,
que lleva desbaculado no sé sabe el tiempo. O se acaba más drásticamente con el
monumento de homenaje a Alcalá en el ‘Camino de la Lengua’, el cual se evaporó
de los jardines de la plaza de San Diego sin decir oste ni moste. Los
monumentos públicos son los símbolos de nuestro patrimonio cultural de los que
los representantes municipales deben ser sus custodios y guardianes.
Félix González Pareja
Nos ha dejado Félix. Uno más de los
que dejan la plaza, el soportal. Uno de los pegados al espinazo viejo de la
ciudad, como si fuera el mismo espinazo. Pero el soportal queda y los
refugiados se van. Es ley de vida. Hizo Félix en la calle de Cerrajeros las
mejores patatas fritas que se recuerdan: crujientes, tersas, finas como capas
de cebolla y grandes como obleas. Fue por muchos años la fiesta tronante de
nuestros platos.
Pero además de la
sabiduría de los fritos, indubitada, Félix atesoraba conocimientos de nuestra
historia, interesantes curiosidades que se han ido con él. Siempre tuvo la
cámara fotográfica en ristre. Recuerdo aquella fotografía que me dejó para
publicar aquí, aquella de la torre de Santa María, la aislada, cuando su testud
ardía como consecuencia de unos fuegos artificiales de Ferias colocados allí
mismo. Nada que ver con la actual aguja calada que se inventaron los guardianes
de nuestro patrimonio.
Félix fue uno de
los pioneros que estuvo en los albores del desarrollo del cine alcalaíno. Con
su cámara de ‘Súper 8’
captó preciosas imágenes de Alcalá, de sus monumentos, de sus fiestas, de sus cerros,
de su industria, de la elaboración del vino en las Bodegas Criado… Obtuvo
varios premios. Entre ellos el de Quijote de Oro de los ‘Premios Ciudad de AdH’
de cine aficionado por un documental titulado ‘Alcalá: tierra, piedra y
hierro’, del que yo era guionista. Recuerdo que grabamos la voz en su
magnetofón y de una manera artesanal fue sincronizando voz e imagen con la precisión y la tenacidad de un titán. Me
mostró no hace tanto un interesante documental sobre la personalidad de Don
Manuel Palero en que él mismo ponía su voz, sin que tuviera conciencia de lo
bien que lo hacía. Seguiremos grabando algún día no sé dónde, amigo Félix.
El camino de Santiago
Aparece aquí en
una foto el grupo de los seis alcalaínos y sacedonenses (entre los que se
encuentra el autor de esta sección), que durante la semana pasada han efectuado
el Camino de Santiago, el tramo gallego del ‘camino portugués’, desde Tuy a
Santiago, por Porriño, Redondela, Pontevedra, Caldas del Rey, Padrón. Seis
etapas distintas, asfaltadas y pedregosas, de subidas y bajadas torturantes, de
tórrido sol y calmado paisaje.
El andndamiaje revestido
de la torre oriental de la catedral santiaguina quiere recobrar el albor de la
occidental, ya desvestida. La provisionalidad de su fachada en nada minimiza el
triunfo clamoroso de su interior. Es la fiesta irrepetible de un pueblo múltiple
bajo una misma sonrisa: americanos, alemanes, británicos, coreanos, italianos,
polacos, argentinos, brasileños… Es la fila machacada y alegre que busca el
abrazo de bronce del santo apóstol, es la cola paciente de la ‘compostela’ que
te confiere el título del camino en la lengua de Dios. Es la misa de peregrinos
la Babel que
camina junta, la congregación prieta de un pueblo cálido, un pueblo que queda en
chanclas, llagado y entusiasmado a la vez. Y un botafumeiro cada vez más
vigoroso y perfumado, como péndulo inexorable.
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 11.6.2016
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