Este es el título
del famoso entremés de Cervantes, a cuya representación asistimos la pasada
semana en el Teatro Salón Cervantes, dentro del programa de ‘Clásicos en
Alcalá’. Fue una excelente representación de ‘Morfeo Teatro’, dotada de un gran
elenco que encabezaba y dirigía Francisco Negro y que resultó un gran éxito. El
texto de Cervantes gozó de los aliños y aderezos
de la época, magnificando lo que convenía, con los requiebros mágicos de sus
cómicos y la prosapia de los personajes cazurros de los mandatarios. El texto
de ‘entremés’ cervantino, breve, fue seguido de una ‘coda’ o prolongación de por
libre, mezclando textos cervantinos de aquí de allí —reconocí entre otros La elección de los alcaldes de Daganzo—,
hasta salir del fondo del retablo el propio autor, un Cervantes convincente en
las maneras de Joan Llaneras, que hilvanaba en alucinante transversal textos prologados
y novelados hasta convertirse en el mismo don Quijote. Fue un retablo alargado y
sin aviso, donde se sentían finales fallidos por rotundos, aunque no se
quisiera el fin. Sólo sobró la morcilla del “Sé fuerte”, espetada al concejal
tesorero. La ficción debe resultar hermética, sin que escapen poros personales.
Porque en justicia, la misma que allí se buscaba, pueden ofrecerse poros de
todos los colores.
El genial
entremés merece ser saboreado. Retablo es el tingladillo de madera que llevan
los cómicos para títeres de guiñol, cuyo principal es un gran cajón. Los dos
cómicos, el Chanfaina y la
Chirinos, llegan al pueblo y abordan al gobernador y alcaldes
del lugar, ofreciéndoles una función de su ‘retablo de las maravillas’,
construido por el sabio Tontonelo, natural de Tontonela, donde se verán
imágenes inauditas, pero, es lo principal, sólo vistas por los cristianos
viejos y nacidos con honra, es decir no
la verán ni los conversos de aquel tiempo ni los bastardos. Se corren las
voces, no sólo los mandatarios sino que mucha gente acude a la función para ver
a toda costa y en público lo que haya que ver aunque no se vea. Chanfaina
anuncia al propio Sansón y la
Chirinos lo propaga, los encandila, mueve la sala. Miran al
cajón los espectadores dando gritos de que no tire las columnas porque los
aplastará a todos. “Téngase, señor Sansón” gritaban.
Y cuando Chanfaina
anuncia la presencia del mismísimo toro que mató en Salamanca al ganapán, el
público lo celebraba y citaba al toro a quien veía astifino. Y chillaban cuando
anunció la manada de ratones y prometió leones y osos colmeneros. Las mujeres
chillaban como posesas y los interrogados personalmente reafirmaban lo que
veían y no veían. Cuando llegó la lluvia del agua del Jordán todas se bañaban y
el gobernador dijo que tenía los bigotes mojados. Hasta que al lugar llegó el
soldado Furrier preguntando por el gobernador a quien le pidió alojamiento para
treinta soldados. El gobernador cree que es obra del sabio Tontonelo y no le
cree. Furrier es invitado a ver una doncella herodiana que baila y dice que no
ve nada. Los espectadores entonces le dicen: “¡Uno de ellos es!” Él se manifiesta
como cristiano viejo. El público entonces le increpa así: “¡Hijo de puta es!” Lo
cual le corean los espectadores. Furrier se ve obligado a desenvainar la espada
contra ellos. Esta es la crítica mordaz que Cervantes hace a la hipocresía de
la época. Ser bastardo o converso suponía no tener aspiraciones en aquella
sociedad.
La campaña de las
elecciones que acaba parecen ser obra de Tontonelo, nacido en la Tontonela. Los
espectadores de los mítines miran la cajonera del Chanfaina de turno y dicen que
ven lo que les cuentan. Los distintos cómicos llevan imágenes distintas. Cada
cual dice lo que le interesa, la imagen más celebrada, la más contumaz, la más
redonda, la que provoca mayor ruido. La verdad de los cómicos electorales no
está en la cajonera, está tras ella, no se vocea. Su cajonera es evidente que
está vacía y que sólo el artificio de sus voceadores, el Chanfaina y la Chirinos de turno, lo
llenan con su magia equívoca. Todos los espectadores están en la mentira, el
público no quiere saber la verdad, aunque la tenga delante. En esta historia sólo
un personaje dice la verdad que ve, sólo Furrier no ve nada y lo manifiesta en
alto contra todos, defiende su evidencia. Furrier es la realidad porque está anclado
en la realidad. Pese a ser insultado, pese a la insistencia coreada del insulto,
Furrier dice lo que ve, el vacío. Los demás, el resto de la sala vocinglera,
están llenos de ‘maravillas’, anclados en la mentira, siervos de su condición,
de su clase inconformista. En estas elecciones, al igual que en la época de
Cervantes, hay que liberarse de nuestros ancestros y complejos, para ser libres
y votar a aquel que sea nuestro personaje real, aquel que huye de las
maravillas de su cajonera.
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 25.6.2016
‘Las Cervantas’, de Inma Chacón y José Ramón Fernández, se
presentó como estreno absoluto y resultó un éxito en el Corral de Comedias.
Cinco mujeres llenaron el escenario, enojadas, desgarradas, amenazantes.
Estaban en su piso de Valladolid, a orillas del Esgueva en su taller de
costura, en cuyo fondo se adivina a Cervantes. Son sus hermanas Andrea y
Magdalena con sus respectivas hija e
hijastra, Constanza de Ovando e Isabel de Saavedra, hija de Miguel rezan los
papeles. Procedente de Esquivias, pero una noche posterior a la anunciada, se
presenta Catalina Palacios, esposa de Miguel. El caballero de Santiago Gaspar
de Ezpeleta ha aparecido acuchillado cerca de su domicilio. Las ‘cervantas’
están en boca de todo Valladolid y las sospechas de relación bullen entre las propias
costureras. Van a ser interrogadas. El taller es una olla a presión.
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