miércoles, 30 de noviembre de 2016

La velocidad del otoño



La velocidad del otoño


      ‘La velocidad del otoño’ es una obra de teatro de Eric Coble, que ha sido representada con éxito este pasado fin de semana en el Teatro Salón Cervantes, interpretada por Lola Herrera y Juanjo Artero. Resulta que Alejandra, una artista de 81 años, se atrinchera en su propia casa con cócteles Molotov de suficiente entidad como para volar todo el bloque de vecindad. Quiere así Alejandra defenderse a toda costa del plan de dos de sus hijos de sacarla de allí y llevarla a vivir a otro lugar durante lo que le queda de vida. Aquello resulta ser una declaración de guerra contra su entorno para salvaguardar su vida y su libertad. Pero todo empieza a cambiar desde el momento en que Cris, su tercer hijo, que llevaba ausente veinte años, escala el árbol querido de su madre y entra por la ventana del segundo piso de Alejandra con un sencillo “Hola mamá”. Es entonces cuando se reactivan las bombas de los afectos dormidos, se reencuentran las analogías familiares y vocacionales y fluye la comunicación hasta entonces obturada. Cris va a ser el mediador, la bandera blanca, el conmilitante y hasta el compañero del último paseo de Alejandra.

    
     La velocidad de este otoño español ha podido observarse en la apertura de la legislatura en el Congreso de los Diputados. Era primero una velocidad del espacio en el que habían de entrar el Congreso y el Senado juntos. Los diputados y senadores más antiguos corrieron para coger asiento. Los escaños eran de los más veloces de este otoño veloz y los peperos quitaron sus asientos a los podemitas a quienes hacían tururú con su velocidad del otoño. Los que aplaudían la llegada de los reyes y el formidable discurso de Felipe VI aplaudían con la velocidad del otoño por los que no aplaudían. Esa velocidad del otoño se manifestaba en los pulsos y taquicardias de gran parte de sus señorías por causa de esa desubicada bandera republicana que restaba solemnidad al acto constitucional. La velocidad del otoño de las protestas de los de siempre no tienen paro en ninguna estación del año, festividad o marco y la reina lleva el disgusto en la cara en esta ocasión.



     En esta guerra de trincheras que forman los escaños de podemitas e independentistas, a veces también de socialistas, solo falta que vuelva Cris por la ventana y diga “Hola mamá”. Es un mensaje sencillo, en el nivel de la cordura, de la primera nobleza, anterior a los dobleces y beligerancias, ese nivel olvidado de la transparencia humana. Se habla tanto de la transparencia de los dineros y las posesiones, y nunca se habla de la transparencia del ser humano, enmascarados ellos bajo palabras equívocas, tácticas políticas y técnicas de éxito personal. El hombre público no debe enmascararse.



      La tribuna del Congreso es una trinchera como la de Alejandra. Como lo son las tribunas de las Comunidades Autónomas, como lo son los Plenos de los Ayuntamientos. Los políticos lanzan palabras como proyectiles. Si no lo son por quienes las profieren, lo son por quienes las reciben. Ningún político convence a otro de signo contrario desde la tribuna. A lo sumo llega a ser una competición de ocurrencias o de insultos. El Congreso dejó de ser hace mucho tiempo el templo de la palabra. Y no solo por la pobreza del verbo, sino por la incapacidad de convicción y de entendimiento.

    

     El otoño de Alejandra, el del pelo blanco, el de la madurez, tiene la velocidad de la frugalidad de la existencia humana, en la que la titular de la vida quiere seguir siéndolo, oponiéndose hasta la barricada a que otros decidan por ella sobre su vida. El otoño tiene la velocidad de una carrera de fondo por etapas. Las etapas de los otoñales son llanas y se disputan contra-reloj. Hay quien dice que el otoño es cuesta abajo y que marcha imparable hasta el gélido frío. Pero, quitándole dramatismo, nosotros diremos que el otoño de la vida es la calmada plenitud donde resalta la nostalgia de unas hojas caídas que fueron triunfante primavera. El otoño lleva la estampa de la fugacidad del tiempo sin que sea más veloz que otras estaciones. La madurez del otoño de la vida no da sensación de mayor velocidad que el esplendor caduco de la primavera, siempre que no nos fijemos en la cuesta abajo de los deterioros otoñales.



     En este último sábado de rabiosa actualidad, en el que, además de la obra de teatro del título, se han sucedido la del ‘Corral de Comedias’ El camino del cielo,  como el concierto de órgano y oboe de la Catedral, como la exposición de La investigación del espacio en los Caracciolos…  Todos estos eventos, sin embargo, serán pronto hojas secas rodantes al albur de la velocidad del otoño de esta desmayada ciudad de hoja platanera. Si me permiten autocitarme, ese otoño inmisericorde aparece en estos versos del romance de mi ‘Calle Mayor’:               



Todo pasa, pasan todos

el soportal displicentes

sin saber que los tamiza,

los afila y palidece.



José César Álvarez

Puerta de Madrid, 19.11.2016

Puerta de Madrid, 27.11.2016



Hoy honramos su memoria



Hoy honramos su memoria

     Hoy hemos querido honrar la memoria del Cardenal Cisneros, el Cardenal presbítero de Santa Balbina, el regente, el gobernador de España, el canciller, el creador de la Ciudad Universitaria de Alcalá, la Escuela del Humanismo renacentista y del Siglo de Oro. Me gustaría saber penetrar en la urna íntima de este español infatigable que ha encontrado el día ocho de noviembre su nuevo y bien ganado descanso en la girola de su templo Magistral, la girola que es tránsito, que es pasadizo, que es quiebro, que es claustro. Porque allí quedó la galga de estameña parda, allí quedó el pasado día ocho el arzobispo de Toledo y Señor de Alcalá, el fraile franciscano Francisco, antes Gonzalo, el que se formó sobre las ‘las calerizas’ quebradas de Torrelaguna y se iba andando a Salamanca y se fue andando a Roma, y el mismo que a los ochenta y un años se fue a detener las flamencadas que le venían del norte en la herencia de España, y se rompió en Roa un frío ocho de noviembre. Como un reloj honraron el aniversario de su muerte los suyos, la Alcalá apiñada de sus largas sombras, como un reloj le cantaron en los mismos latines de su mismo templo ese mismo día ocho, cuyo redondo año cumple en el mojón de su quinto centenario. Allí quedó Gonzalo, y Francisco y el de Santa Balbina, allí quedó el andariego, el de los pies ligeros, allí, en la encrucijada, en el trasiego, en el regate, a punto de estampida en cualquier trance.


     Y también queremos honrar la memoria del lego franciscano San Diego de Alcalá, la de su cuerpo incorrupto, del que se desgajó en tiempos recientes un pelín para llevarlo como reliquia a la catedral de Agrigento, en Sicilia. De allí precisamente fue obispo, antes que de Palermo, el vizcaíno Diego de Haedo, uno de los coautores de la ‘Topografía de Argel’, el libro de donde el Padre Sarmiento encontró la cuna de Cervantes. Fue este Haedo el autor de los borrones primeros según dijo su homónimo sobrino. Este mundo es un pañuelo de Diegos.


     Pero este nuestro entrañable San Diego del día 13 y la gloria de su cuerpo queremos hoy proyectar sobre el día 13 de la matanza de Bataclan en París, ahora hace un año. Juntos van en el calendario y los mártires del fanatismo reviven en nuestra memoria de forma incorrupta. Porque nosotros pudimos estar en Bataclan o en cualquiera de las terrazas y lugares de aquel París de hace un año. Pudimos estar pero estuvieron ellos, las ciento treinta víctimas mortales de aquella noche de insidia. Francia se sintió atacada como nación, y como un pueblo único y unido supo contestar. Nada que ver con nuestro 11-M. La comparación surge por sí misma. Solo una acción conspirativa puede reducir la enorme distancia del Saint Denis del 13-N con el Madrid del 11-M. ¿Dónde estuvieron aquí las detenciones, las carreras, los gritos por Alá, los suicidios, los testimonios verídicos, la reivindicación indubitada de la autoría de los atentados en los trenes de Alcalá y Guadalajara? ¿Dónde está la transparencia unívoca de las peritaciones, dónde las pruebas evidentes que pide el sentido común? No, por favor,  lo de Leganés, déjelo, un respeto.

     Y también queremos honrar hoy la memoria de Perico Fernández, el campeón de boxeo zaragozano del peso superligero que ha caído definitivamente a la lona para no levantarse más. Había alcanzado progresivamente el campeonato de España, el de Europa y el del Mundo, el cual supo revalidar, lo que es difícil, y se lo quitaron en Tailandia, donde dice que le drogó su propio entrenador que en el cielo esté. Ese fue el golpe que le desvió del camino de sus éxitos. Paseó desde entonces Perico ese encanto personal de un niño grande y sonado con el que nos divertimos sin piedad. Pero cuando dejó de ser boxeador se le acabó la vida, porque ya no podía devolver a sus rivales los golpes que le daba la propia vida. Primero fue aquella madre que lo abandonó de niño y lo conoció de mayor. Y después vino aquel hospicio de Zaragoza en que empezó a tumbar a la lona a sus rivales, uno a uno, los tiraba a todos a mamporros. Un cuadrilátero en un hospicio es un invento de triunfo seguro. Pegan y pegan. Unos más. Así que Perico dejó el boxeo y se dedicó sólo a pintar. Un día se fue a Tarazona a exponer cuadros de toros, porque le dijeron que allí eran muy aficionados y “la madre que los parió, no vendí ni uno.” Le llevó a la televisión un popular presentador y todavía no le han pagado, “la madre que los parió”. Le echaron del piso por retrasarse en  el pago del alquiler, “la madre que los parió”, y durmió en prostíbulos y coches abandonados. Al final fue tutelado generosamente por la Sanidad aragonesa como paciente de un hospital neuro-psiquiátrico. La madre que los parió.    

José César Álvarez
Puerta de Madrid, 19.11.2016
www.josecesaralvarez.com

domingo, 20 de noviembre de 2016

Hoy honramos su memoria



Hoy honramos su memoria

     Hoy hemos querido honrar la memoria del Cardenal Cisneros, el Cardenal presbítero de Santa Balbina, el regente, el gobernador de España, el canciller, el creador de la Ciudad Universitaria de Alcalá, la Escuela del Humanismo renacentista y del Siglo de Oro. Me gustaría saber penetrar en la urna íntima de este español infatigable que ha encontrado el día ocho de noviembre su nuevo y bien ganado descanso en la girola de su templo Magistral, la girola que es tránsito, que es pasadizo, que es quiebro, que es claustro. Porque allí quedó la galga de estameña parda, allí quedó el pasado día ocho el arzobispo de Toledo y Señor de Alcalá, el fraile franciscano Francisco, antes Gonzalo, el que se formó sobre las ‘las calerizas’ quebradas de Torrelaguna y se iba andando a Salamanca y se fue andando a Roma, y el mismo que a los ochenta y un años se fue a detener las flamencadas que le venían del norte en la herencia de España, y se rompió en Roa un frío ocho de noviembre. Como un reloj honraron el aniversario de su muerte los suyos, la Alcalá apiñada de sus largas sombras, como un reloj le cantaron en los mismos latines de su mismo templo ese mismo día ocho, cuyo redondo año cumple en el mojón de su quinto centenario. Allí quedó Gonzalo, y Francisco y el de Santa Balbina, allí quedó el andariego, el de los pies ligeros, allí, en la encrucijada, en el trasiego, en el regate, a punto de estampida en cualquier trance.



     Y también queremos honrar la memoria del lego franciscano San Diego de Alcalá, la de su cuerpo incorrupto, del que se desgajó en tiempos recientes un pelín para llevarlo como reliquia a la catedral de Agrigento, en Sicilia. De allí precisamente fue obispo, antes que de Palermo, el vizcaíno Diego de Haedo, uno de los coautores de la ‘Topografía de Argel’, el libro de donde el Padre Sarmiento encontró la cuna de Cervantes. Fue este Haedo el autor de los borrones primeros según dijo su homónimo sobrino. Este mundo es un pañuelo de Diegos.



     Pero este nuestro entrañable San Diego del día 13 y la gloria de su cuerpo queremos hoy proyectar sobre el día 13 de la matanza de Bataclan en París, ahora hace un año. Juntos van en el calendario y los mártires del fanatismo reviven en nuestra memoria de forma incorrupta. Porque nosotros pudimos estar en Bataclan o en cualquiera de las terrazas y lugares de aquel París de hace un año. Pudimos estar pero estuvieron ellos, las ciento treinta víctimas mortales de aquella noche de insidia. Francia se sintió atacada como nación, y como un pueblo único y unido supo contestar. Nada que ver con nuestro 11-M. La comparación surge por sí misma. Solo una acción conspirativa puede reducir la enorme distancia del Saint Denis del 13-N con el Madrid del 11-M. ¿Dónde estuvieron aquí las detenciones, las carreras, los gritos por Alá, los suicidios, los testimonios verídicos, la reivindicación indubitada de la autoría de los atentados en los trenes de Alcalá y Guadalajara? ¿Dónde está la transparencia unívoca de las peritaciones, dónde las pruebas evidentes que pide el sentido común? No, por favor,  lo de Leganés, déjelo, un respeto.



    
     Y también queremos honrar hoy la memoria de Perico Fernández, el campeón de boxeo zaragozano del peso superligero que ha caído definitivamente a la lona para no levantarse más. Había alcanzado progresivamente el campeonato de España, el de Europa y el del Mundo, el cual supo revalidar, lo que es difícil, y se lo quitaron en Tailandia, donde dice que le drogó su propio entrenador que en el cielo esté. Ese fue el golpe que le desvió del camino de sus éxitos. Paseó desde entonces Perico ese encanto personal de un niño grande y sonado con el que nos divertimos sin piedad. Pero cuando dejó de ser boxeador se le acabó la vida, porque ya no podía devolver a sus rivales los golpes que le daba la propia vida. Primero fue aquella madre que lo abandonó de niño y lo conoció de mayor. Y después vino aquel hospicio de Zaragoza en que empezó a tumbar a la lona a sus rivales, uno a uno, los tiraba a todos a mamporros. Un cuadrilátero en un hospicio es un invento de triunfo seguro. Pegan y pegan. Unos más. Así que Perico dejó el boxeo y se dedicó sólo a pintar. Un día se fue a Tarazona a exponer cuadros de toros, porque le dijeron que allí eran muy aficionados y “la madre que los parió, no vendí ni uno.” Le llevó a la televisión un popular presentador y todavía no le han pagado, “la madre que los parió”. Le echaron del piso por retrasarse en  el pago del alquiler, “la madre que los parió”, y durmió en prostíbulos y coches abandonados. Al final fue tutelado generosamente por la Sanidad aragonesa como paciente de un hospital neuro-psiquiátrico. La madre que los parió.    



José César Álvarez

Puerta de Madrid, 19.11.2016

www.josecesaralvarez.com

domingo, 13 de noviembre de 2016

Tras la lista de los personajes costumbristas



                                                       Ramón Vallejo 'El Liguerín'



Tras la lista de los personajes costumbristas


     Mariaje López pateó, con perdón, las calles de Alcalá con la intensidad que aquí puede sentirse. Su atormentada huida de la ciudad la llevó a Colmenar Viejo, donde, junto a San Sebastián de los Reyes, viene haciendo su vida. Allí lleva ya un puñado de años, los suficientes para haber podido olvidar a Alcalá. Pero Mariaje, cuyo crecimiento escritural iba granando como cosecha segura, rompió como es norma de la naturaleza con su primera novela, Beatrice —narrativa, MAR editor—, donde a borbotones le salió el Alcalá que dentro llevaba. El embarazo literario carece de tiempo fijo de gestación, pero el punto de fecundación fija sus señas indelebles. Dio a luz Mariaje en otras alcobas de su vida sin alterar su linaje y me invitó a la presentación de su fruto en la Biblioteca de la Casa de las Fieras del Retiro de Madrid. Me fui para allá bajo la imagen penosa del oso polar de movimientos convulsos y mecánicos, pero me vine con un caluroso costal de imágenes vivas y alcalaínas, las que al ser prendidas por el dardo de la palabra se renuevan vigorosas. Ahí va un poquito del rescate de Alcalá y de Mariaje en el Retiro de Madrid:



                                   Calle Mayor de Alcalá de Henares. Dibujo Ignacio Sánchez.

    



A veces Liena rozaba con los dedos las columnas más antiguas, y sentía como si le susurrasen historias al oído. Le encantaba salir a pasear los domingos por la mañana, porque nunca sabía lo que iba a encontrarse. Un día podían estar los soportales inundados de caballetes; otro, tomados por estatuas vivientes; otro, por artesanos. Era frecuente ver algún grupo de cómicos vestidos de época ilustrando las rutas teatralizadas. Por San Antón llenaba la calle una fila de mascotas con sus amos, desde la Casa Tapón hasta el Hospitalillo, templo donde recibían los animales la bendición del santo. Caballos, mulas, borricos, algún gato serenísimo provisto de arnés y otros menos pacientes en su trasportín, canes de toda raza y sin ella, periquitos, loros, cotorras, tortugas, alguna que otra iguana, peces en sus peceras, hámsteres en sus jaulas y conejos variados con susto en el cuerpo. Tampoco se libraba el santo de algún ofidio, ni el cura, que daba la bendición con más cautela que ganas. Los costaleros ensayaban las vísperas de procesión con los pasos desnudos, y los cargaban de sacos para emular el peso de las imágenes. Y cuando no se terciaban estas cosas, era teatro de calle, música en las plazas, mercado barroco, títeres, rally de coches antiguos, juerga rociera o manifestaciones a favor de las cigüeñas y en contra del obispo. Todo ello servido de tenderetes, puestos de libros, de sellos, de monedas, terrazas de bar y pedigüeños.”



     “Añádase la debida proporción de maniáticos que toda ilustre ciudad alberga: el Iluminado, que se tiró un día por el balcón al creerse ingrávido; el Jesucristo, que se lanzaba a los viandantes con su mirada azul intimidatoria y les disparaba con voz de cañón: “¡Me das una moneda!”; el Incógnito, siempre escondido tras el filo de algún periódico, para de esta guisa recorrer las calles y las iglesias vigilando a hurtadillas lo que se terciase. Estaba también la Yonqui, que desde el alba al anochecer recorría los bares mendigando un trago, y se encaraba con el indiscreto que osase mirarla dos veces, aunque tenía buen corazón; y la Profetisa, que insultaba a los curas en las procesiones; sin olvidar al Santoni, que se tapaba el cráneo con un zorongo pirata y andaba como Frankenstein. O al Mátrix, vestido siempre de Neo, ya hiciera frío o calor. Y el sin par Platanito, toreador de coches y feo como él solo. A ese, como no podía ser menos, se lo llevó por delante un Volkswagen Passat de segunda mano”.



    Y como Mariaje me marca el paso, me voy yo más allá a por Mario, aquel muchacho espigado que vivió en la casa de Cervantes antes de que lo fuera y que, cuando la muchedumbre esperaba la antorcha de la Olimpiada de México 68 en larga y aburrida espera, Mario enarboló una escoba y a zancada atlética por la calzada obtuvo el más clamoroso éxito registrado en estos pagos. O cuando Ramón Vallejo ‘El Liguerín’ se decidió por la adquisición de la caja de limpiabotas, y ‘El Tronchao’, titular de la canonjía de la puerta de Casa Juan, vinos y cervezas, le amenazó con llevarlo a sindicatos. O la ‘Rosario la tonta’, quien, pese a su título, era un archivo público de fechas inútiles.   O ‘El Chiroli’, el que se arrodillaba ante el altar de Cervantes en la plaza y se ponía con los brazos en cruz como un penitente de la cofradía del vino. O aquel Malaca que se pasó la vida transportando los carretes de películas del cine grande al chico, y viceversa, sintiéndose formar parte del engranaje de un giro cósmico inalterable. O aquel Perdices, funcionario municipal del Servicio Público de Limpiezas que exhibía la rara habilidad de lanzar un eructo que desde la Casa-tapón recorría toda la calle Mayor con riesgo de su pétrea verticalidad. O aquel Tavares que se caló la gorra de vigilante del aparcamiento de la plaza de Cervantes y dirigía el tráfico. O aquel Fernando ‘el ronquillo’, cansino y reiterante con su “para hoy sale hoy”, quien, sin ver, juntaba mensaje con columna. O el pavero de las navidades de vara y mandilete gris. O el Niño de Irueste, un anciano de voz atiplada que anunciaba su producto con la claridad de su voz: “Miel y nueces de la Alcarria”. O la churrera matinal de los “calentitos”. O el disonante Nono, el mercero gangoso de la baja calle Mayor. O Elisa la ciega, vendedora del cupón junto a la Vicenta, sorda y ‘liguerina’, que iban a la terraza del cine y se quedaban solas por causa de su intercomunicación. O Mendizábal, el portero de pata de palo del Seminario que cuando se curaba el muñón juraba en vascuence profundo. O Jurelo, el que un día vendió un rebaño de ovejas con pastor incluido, quien le miraba descreído por vez primera…



     Fue Mariaje quien nos abrió desde el Retiro el filón de los personajes costumbristas de Alcalá, ella, la sacerdotisa de los perennes humos de incienso que ahora justamente le revienen.       





José César Álvarez

Semanario Puerta de Madrid, 5.11.2016

domingo, 6 de noviembre de 2016

El sábado será otro día



El sábado será otro día

     Era el sábado día 29. La mañana tuvo un relente de aire frío, que simultaneaba con un sol indeciso, de planes indecisos entre cielos indecisos, hasta que el día se entonaba de solanas agradecidas, de grupos turísticos que bajaban del Paseo de la Estación como hormigueros hacendosos y se detenían ante la Facultad de Derecho, ante Jesuitas, ante el Colegio del Rey, y ante la placa donde estuvo la imprenta de Juan Gracián, la de La Galatea, la que, por cierto, yo redacté y coloqué, en tanto pegaba oreja junto al hormiguero ahora detenido, el mismo que estaba dispuesto a descubrir después la plaza de Cervantes y el desfiladero rocoso de la calle Mayor.



     Estoy paseando con mis amigos Mari Carmen y Gabriel. Ella nos invita a un café en la terraza de una calle de una mañana densa de visitantes que se interesan por la ciudad, que se entrecruzan y se concitan en el corazón monumental de la plaza de San Diego, que soporta el sabatino trasiego de esa agradecida corriente que vivifica las arterias de su cuerpo inflamado. Mi amigo, que es alcalaíno allegado, me dice que se siente orgulloso de este masivo interés por Alcalá, lo que deseó para la ciudad desde que la conoció en los años sesenta. Los grupos se suceden y se amontonan frente a la carátula accidental que ahora cubre la fachada de la Universidad, a modo de trampantojo, pero que a mí me parece un tul de transparencias seducentes donde se adivinan las gracias de su cuerpo traslúcido.



     La mañana callejera del sábado nos trae la entonada decisión de que Pedro Sánchez, el hombre del “NO es NO” dice NO a su partido, entregando el acta de diputado. Ya lo había anunciado en clave cuando dijo que “el jueves, junto a sus compañeros, votaría NO a Rajoy —la obsesiva obsesión que le obsesiona— pero que el sábado sería otro día.” Ha sido por estas maneras que Pedro ha sido incluido entre los profetas de vuelo literario, pretendiendo al mismo tiempo emular a los grandes toreros, como Felipe González, que salió un día de la plaza por la puerta de arrastre y volvió al día siguiente por la puerta grande. Pedro dimite para empezar su carrera política desde cero, descendiendo a los afiliados de su partido que él mismo ha dejado en la mitad. El hombre menguante baja a su menguada realidad para menguar del todo.



     Pero  el vuelo literario de ese sábado que fue otro día estaba puesto en los versos del Tenorio de la noche alcalaína, donde Don Juan, puede que pensando en  Pedro, clamara así:



Yo a las cabañas bajé

y a los palacios subí,

yo los claustros escalé

y en todas partes hallé

memoria amarga de mí.



      Y Doña Inés volvía a dar a don Juan un NO indeciso, cuajado de desfallecimientos y arrobos. Un NO que era un SÍ, mediante las artes celestinas de Brígida. Mientras que el SÍ determinante de la apuesta mantenida por don Juan, del SÍ desafiante y seductor ante doña Inés se convertía en el NO más vergonzante del caballero perjuro y  burlador. Al mismo tiempo que en la Huerta del Obispo se iban desgranando los versos octosílabos del Tenorio a través de seis escenarios, al mismo tiempo que iban cayendo los NO y los SÏ que eran y no eran, a la misma hora, en el  Congreso de los Diputados iban cayendo los SÍ que eran y los NO que también eran. Rufián, un diputado que fue prototipo de cuando un nombre hace a un hombre, insultó gravemente al PSOE y su NO rotundo contra la infamia fue espontáneamente apoyado por PSOE, PP Y Ciudadanos, en un respingo solidario de aplausos en pie y de alarde constitucional, que de haberse organizado, alguien lo habría evitado por no sé qué melindres. Pero lo espontáneo tiene otro cariz.



     Eran dos los simultáneos acontecimientos de la tarde de aquel sábado: el Tenorio y el Congreso. La escena del sofá, que, por cierto empieza por NO, apunta persuasivamente que ganaron los que eligieron el aire libre de las murallas arzobispales de entre los dos eventos superpuestos:   



¿NO es verdad, ángel de amor,

que en esta apartada orilla

más pura la luna brilla

y se respira mejor?



     Aquel sábado de la mañana indecisa tuvo una decisiva noche de 170 SÍ y de 111 NO. Sin embargo, la coincidencia con la celebración populosa del ‘Don Juan en Alcalá’, hace posible su torcida contaminación. De momento, los NO y los SÍ, están ahí en su tierna pronunciación, verdes que te quiero verdes, ahítos de vivir y confrontarse. Cuando los NO rotundos y enormes de las pancartas envolvían el Congreso después de la investidura, eran ya unos NO vagabundos y zombis, ya  ‘ahorcados’ —dicho sea en el argot del juego del dominó— por la última ficha colocada por Rajoy, la cual tenía en la mano hace trescientos quince días esperando colocar



     —Descansado habéiss —clamó Don Juan desde las murallas de Alcalá—. Y los espectadores de ambos eventos comprobaron el acierto del profeta al anunciar que aquel sábado sería otro día. En la madrugada siguiente todos los relojes del país cambiaron la hora.



José César Álvarez

Puerta de Madrid, 5.11.2016