Hoy honramos su memoria
Hoy hemos querido
honrar la memoria del Cardenal Cisneros, el Cardenal presbítero de Santa
Balbina, el regente, el gobernador de España, el canciller, el creador de la Ciudad Universitaria
de Alcalá, la Escuela
del Humanismo renacentista y del Siglo de Oro. Me gustaría saber penetrar en la
urna íntima de este español infatigable que ha encontrado el día ocho de
noviembre su nuevo y bien ganado descanso en la girola de su templo Magistral,
la girola que es tránsito, que es pasadizo, que es quiebro, que es claustro. Porque
allí quedó la galga de estameña parda, allí quedó el pasado día ocho el
arzobispo de Toledo y Señor de Alcalá, el fraile franciscano Francisco, antes
Gonzalo, el que se formó sobre las ‘las calerizas’ quebradas de Torrelaguna y
se iba andando a Salamanca y se fue andando a Roma, y el mismo que a los
ochenta y un años se fue a detener las flamencadas que le venían del norte en
la herencia de España, y se rompió en Roa un frío ocho de noviembre. Como un
reloj honraron el aniversario de su muerte los suyos, la Alcalá apiñada de sus
largas sombras, como un reloj le cantaron en los mismos latines de su mismo
templo ese mismo día ocho, cuyo redondo año cumple en el mojón de su quinto
centenario. Allí quedó Gonzalo, y Francisco y el de Santa Balbina, allí quedó
el andariego, el de los pies ligeros, allí, en la encrucijada, en el trasiego, en
el regate, a punto de estampida en cualquier trance.
Y también
queremos honrar la memoria del lego franciscano San Diego de Alcalá, la de su cuerpo
incorrupto, del que se desgajó en tiempos recientes un pelín para llevarlo como
reliquia a la catedral de Agrigento, en Sicilia. De allí precisamente fue
obispo, antes que de Palermo, el vizcaíno Diego de Haedo, uno de los coautores
de la ‘Topografía de Argel’, el libro de donde el Padre Sarmiento encontró la
cuna de Cervantes. Fue este Haedo el autor de los borrones primeros según dijo
su homónimo sobrino. Este mundo es un pañuelo de Diegos.
Pero este nuestro entrañable San Diego del
día 13 y la gloria de su cuerpo queremos hoy proyectar sobre el día 13 de la
matanza de Bataclan en París, ahora hace un año. Juntos van en el calendario y
los mártires del fanatismo reviven en nuestra memoria de forma incorrupta. Porque
nosotros pudimos estar en Bataclan o en cualquiera de las terrazas y lugares de
aquel París de hace un año. Pudimos estar pero estuvieron ellos, las ciento
treinta víctimas mortales de aquella noche de insidia. Francia se sintió
atacada como nación, y como un pueblo único y unido supo contestar. Nada que
ver con nuestro 11-M. La comparación surge por sí misma. Solo una acción
conspirativa puede reducir la enorme distancia del Saint Denis del 13-N con el
Madrid del 11-M. ¿Dónde estuvieron aquí las detenciones, las carreras, los
gritos por Alá, los suicidios, los testimonios verídicos, la reivindicación indubitada
de la autoría de los atentados en los trenes de Alcalá y Guadalajara? ¿Dónde
está la transparencia unívoca de las peritaciones, dónde las pruebas evidentes
que pide el sentido común? No, por favor,
lo de Leganés, déjelo, un respeto.
Y también
queremos honrar hoy la memoria de Perico Fernández, el campeón de boxeo
zaragozano del peso superligero que ha caído definitivamente a la lona para no
levantarse más. Había alcanzado progresivamente el campeonato de España, el de
Europa y el del Mundo, el cual supo revalidar, lo que es difícil, y se lo
quitaron en Tailandia, donde dice que le drogó su propio entrenador que en el
cielo esté. Ese fue el golpe que le desvió del camino de sus éxitos. Paseó desde
entonces Perico ese encanto personal de un niño grande y sonado con el que nos
divertimos sin piedad. Pero cuando dejó de ser boxeador se le acabó la vida,
porque ya no podía devolver a sus rivales los golpes que le daba la propia vida.
Primero fue aquella madre que lo abandonó de niño y lo conoció de mayor. Y después
vino aquel hospicio de Zaragoza en que empezó a tumbar a la lona a sus rivales,
uno a uno, los tiraba a todos a mamporros. Un cuadrilátero en un hospicio es un
invento de triunfo seguro. Pegan y pegan. Unos más. Así que Perico dejó el
boxeo y se dedicó sólo a pintar. Un día se fue a Tarazona a exponer cuadros de
toros, porque le dijeron que allí eran muy aficionados y “la madre que los
parió, no vendí ni uno.” Le llevó a la televisión un popular presentador y todavía
no le han pagado, “la madre que los parió”. Le echaron del piso por retrasarse
en el pago del alquiler, “la madre que
los parió”, y durmió en prostíbulos y coches abandonados. Al final fue tutelado
generosamente por la Sanidad
aragonesa como paciente de un hospital neuro-psiquiátrico. La madre que los
parió.
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 19.11.2016
www.josecesaralvarez.com
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