sábado, 8 de febrero de 2014

Se mueren las ‘eles’:
Luís, Lasquetty, Lambea

     Son tres muertos, tres maneras de morirse, tres situaciones, tres desenlaces diferentes, tres niveles o círculos concéntricos: el nacional, el autonómico y el local. Luís Aragonés y Andrés Lambea eran dos rocas de distinto litoral, a las que sólo la galerna de un mar colérico ha podido llevarse en la noche de su furia. Tan adentro ha llegado. Pero lo de Lasquetty es mucho peor, él es un muerto político que sufre el suplicio de morirse vivo, víctima de la furia socialista que no le ha permitido descansar en paz.




“Luís Aragonés se impuso como una ola”


     Luís Aragonés se impuso como una ola. Era bronco, pasional, procaz,  casi pendenciero. Pero en el otro lado de su fingida pendencia asomaba el cariño del otro. Y ha asomado el cariño de tantos en su carrera última. El hijo del alabardero de Alfonso XIII, el ‘zapatones’ del Metropolitano y del Manzanares, el sabio de Hortaleza impuso a sus alumnos futbolistas de la Selección Nacional la filosofía de “ganar, ganar, ganar y después ganar”. El catedrático de voz abroncada cambió el curso de nuestra historia del fútbol, de la ‘furia española’ nos pasó al toque. “El que tiene el balón domina el juego”. Y de esa manera nos demostró cómo los pequeñitos españoles dominaban sin complejo a los armarios gigantes de Francia, Alemania y Holanda, hasta conquistar Europa. Y al que le sucedió, le dejó un equipo para conquistar el mundo. Desde entonces, el reconocimiento de los futbolistas de nuestros días superó a los sabios de Grecia, a los eximios de Hollyvood y a los virtuosos de la Filarmónica de Viena.




”Lasquetty quiso ser Luís sobre un equipo de batas blancas de la Comunidad de Madrid”



     Lasquetty quiso ser Luís sobre un equipo de batas blancas de la Comunidad de Madrid. Su lema era el mismo: ganar y ganar, tener la pelota. Y una y otra vez su equipo ganaba en las urnas autonómicas con superioridad manifiesta, casi humillante. Como Consejero de Sanidad creó el Área única de la sanidad y la libre elección de médico y centro. Alentó el sistema de la gestión privada de cuatro hospitales: Valdemoro, Móstoles, Torrejón y la antigua Fundación Jiménez Díaz. Pero, como la economía apretaba, en su plan por la sostenibilidad sanitaria, quiso extender la gestión privada a seis hospitales. Fue entonces cuando le salieron al paso los armarios socialistas de la bata blanca. De nada le sirvió la mención del origen democrático de su mando. De nada le sirvió señalar los hospitales de gestión privada del equipo socialista de Andalucía. No hubo piedad. La marea de la bata blanca retorció la calle, retorció las directrices, retorció la judicatura, retorció las listas de espera, retorció los vestíbulos hospitalarios… Y quienes han presenciado el triste espectáculo de poner las urnas patas arriba en nombre de la libertad, han tomado nota en su asimilación silenciosa. Ya no están con la virulencia de las batas blancas de la calle contaminada – batas que perdieron su asepsia –, ni menos están con el falso dilema de lo público y lo privado. Ya sólo estamos en la privacidad absoluta de nuestra verdad inquebrantable, en el dilema resultante entre caos y orden. Venimos de unos títeres donde hemos visto unas manos moviendo las marionetas de la calle. Son los profesionales de la algarada y la marabunta, que ahora pasean como trofeo la cabeza de Lasquetty.




“Andrés Lambea es una roca del paisaje alcalaíno”. Años 50. Equipo de baloncesto de Alcalá. De izquierda a derecha: E. Chicharro, M. Jiménez, A. Lambea, J. Calleja, A. Bower.

     Andrés Lambea es una roca del paisaje alcalaíno, asentada junto al curso de su río. Pudo estar en El Muro, puede que en Tabla Pintora o en Aguas Verdes. Es una de esas rocas que no pasan desapercibidas para los que transitan el río, arraigada en el légamo más genuino. Fue puntal del Círculo de Contribuyentes, de la Real Sociedad Deportiva, del Baloncesto, de la bonhomía y de la amistad. Un día le pregunté por aquel genial “Retrato a carboncillo” que le escribió Pedro Atienza entre personajes indígenas, y me contestó:

     –Ya ves, gente agradecida. Por ná.

     Paseó con sus amigos los recuerdos del río de su vida, sus aventuras deportivas, bajo la bóveda imperfecta de los plátanos de la plaza. Era voz de roca engallada sobre el curso fluvial del paseo. Y cuando la sordera se le clavó a su esqueleto, ya no pudo controlar los esfínteres de su voz, la cual tronaba como la de un dios mitológico, clamando por libre y replicando a boleo, por si en la tronancia atinaba. Una afasia maldita dejó sin voz a la roca, al igual que le ocurrió a su admirado Pepe Calleja, y la roca halló el légamo genuino del Hospital de Antezana, donde las rocas que pierden la voz, pierden la vida.
   
     Hoy, eres tú, Andrés Lambea, el epitafio de los muertos clavados al papel de mi ‘Diario’. He traído aquí tu tronancia para ponerla en los recuerdos de las aguas de espuma festiva de tu alcalainismo acosado; y tu sordera pertinaz para ponerla en las mareas ruidosas, bamboleantes, que buscan los naufragios traicioneros. Te he traído aquí en tus desbordes y carencias para atar contigo los nudos de mis muertos.

                                                                  José César Álvarez
                                                                  Puerta de Madrid, 15.2.2014

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