miércoles, 19 de marzo de 2014

La autoinmolación y el suicidio



La autoinmolación y el suicidio

     La inmolación tiene connotaciones religiosas, y ha sido desarrollada por las tres religiones principales  –judeo-cristiana, mahometana y budista–, aunque bajo pautas y derivaciones bien distintas.

     Los judíos como el patriarca Abraham ofrendaban a Dios el sacrificio de un carnero o de una paloma, y sólo para probar su fe, Dios le pidió el sacrificio de su propio hijo, que no llegó a cumplirse. Por lo que en el judeo-cristianismo no se justifica la inmolación humana, y la autoinmolación es un pecado del hombre, al ser suplantado Dios como único dueño de la propia vida.

     Hay que reconocer que este mismo fondo ‘pacifista’, con matices distintos, subyace en las otras religiones, la budista y la mahometana, pero, sin embargo, se han encontrado resquicios fundamentalistas que justificaron la autoinmolación, dentro del entorno budista, y el terrorismo suicida, una especia de co-inmolación junto apóstatas e infieles, en el caso islamista.
  La autoinmolación ‘a lo bonzo’ tiene su origen en la ola de suicidios de monjes budistas o bonzos, que se produjo a principios de los años 60 como protesta contra el régimen tiránico de Vietnam del Sur. El primero fue Tic Luang Duc, monje budista vietnamita que se suicidó quemándose en una zona muy concurrida de Saigón el 11 de junio de 1963. El método sería posteriormente repetido por otras muchas personas a modo de protesta, normalmente de carácter político.

Aquel monje budista se consumía por las llamas, sin emitir ningún tipo de señal que advirtiera de su dolor. Tras su muerte, y de acuerdo con la tradición, la comunidad incineró sus restos, pero su corazón permaneció intacto. Así pues, se le consideró sagrado y fue puesto bajo el cuidado del Banco Nacional de Vietnam.

     La autoinmolación tiene poco que ver con el suicidio. “Las tendencias suicidas casi nunca conducen a la autoinmolación” dice Michael Biggs, uno de los pocos sociólogos que han estudiado el fenómeno sistemáticamente. La autoinmolación supone una renuncia sobrehumana a los instintos más básicos de conservación en un estado de prevalencia sobre los congéneres del entorno. Podríamos decir, en términos generales, que mientras la autoinmolación es una valentía, el suicidio es una cobardía. La autoinmolación es una deliberada, determinada y dolorosa forma expresiva de protesta individual. Bajo ciertas circunstancias, el gesto de un autoinmolado individual es suficiente para encender movimientos sociales a gran escala.

     La autoinmolación de Thich Quàng Dúc desencadenó una masiva protesta, que resultó en el derrocamiento del régimen de Ngô Dình Diem en Vietnam del Sur. Solo 6 años más tarde, Jan Palach, un estudiante de filosofía checo, se prendió fuego en protesta por el aplastamiento de la Unión Soviética en la Primavera de Praga. Las 51 inmolaciones tibetanas de los cinco últimos años contra el dominio chino tienen el pelibro de ser una rutina sin efectos. En diciembre de 2010, Mohamed Bouazizi, un joven vendedor callejero tunecino, encendió un cerillo que no solo lo hizo arder hasta la muerte, sino que puso a todo el mundo árabe en llamas; todavía estamos presenciando las consecuencias de su acto.





La autoinmolación a lo bonzo es una violencia física que termina en sí mismo pero cuya repercusión puede ser impredecible. Supone una sobrehumana superación de los instintos de conservación y de los valores de belleza de la vida.


 
          Pero el procedimiento ‘a lo bonzo’ fue práctica importada a Túnez, como a tantas culturas. Los islamistas fundamentalistas han teñido los suicidios terroristas de su yihadismo. Su suicidio no es pasivo sino reactivo. Su inmolación no es la de un universo ‘solitario-enfrentado’, como los bonzos, donde la violencia acaba en sí mismo; sino la de un universo ‘presencialmente confrontado”, donde la violencia contra el apóstata o infiel justifica su acción. Dios les promete bienaventuranzas a quienes mueren en el combate. Serán mártires por la causa de la ‘yihad’, alcanzando la recompensa del ‘Jamán’, el  Paraíso de las Huríes: 

     “Los que teman a Alá estarán, en cambio, en lugar seguro, entre jardines y fuentes, vestidos de satén y de brocado, unos enfrente de otros. Así será. Y les daremos por esposas a huríes de grandes ojos. Pedirán allí en seguridad, toda clase de frutas” (Corán 44: 51-55)






Los teóricos del yihadismo sostienen en su base que las sociedades occidentales son hostiles al islamismo por naturaleza.


 


                                 Bandera de la Yihad con la shahāda o profesión de fe islámica


      Así, la serie de atentados del 11S contra las Torres Gemelas fue una ‘confrontación presencial’, entre infieles y frente a infieles, como en numerosos atentados en los conflictos de Israel, Irak o Afganistán. Dicha práctica yihadista no se dio, sin embargo en el piso de Leganés, relacionado con el 11M. Uno teme por el paraíso fallido de aquellos islamistas, autoinmolados en un piso vacío en un supuesto suicidio colectivo. Por lo que lamentablemente no gozarán de las hauríes de ojos grandes.
   

              José César Álvare    
                                                       Puerta de Madrid, 22.3.2014

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