Diez años de ‘conspiración’
y de agujeros negros del 11M
La ‘teoría de la conspiración’ es la
sibilina denominación con la que los partidarios de la versión oficial del 11M han
venido calificando estos 10 años a los críticos. Y porque los segundos
proclaman querer saber toda la verdad sobre el mayor atentado de Europa, los
conspicuos sabedores de la verdad, motejan a los otros de “extrema derecha” y
de “conspiranoicos. Eso sí, ellos sí pueden salirse de la sentencia oficial y dar
un pequeñito giro hacia los ‘suicidas’de Leganés –aparcados lógicamente por el
Tribunal Supremo– y así cubrir alguno de los muchos agujeros de ‘su’ versión
oficial. Ellos, sí.
Pero se da la mordaz paradoja de que los
acuñadores de la teoría de la conspiración y de ese lindo vocablo de
‘conspiranoico’ son la propia conspiración. Son ellos quienes lanzan el
salibazo de su propio especimen. Son ellos, los autores de la joya
terminológica, los que el día infausto de hace diez años radiaban la presencia
de suicidas islamistas en los trenes,
con descripción de las capas de ropa interior. Son ellos los que hace
diez años iban por delante de los acontecimientos, marcando los tiempos a un
gobierno del PP, desbordado por la precipitación a la que les sometían los
verdaderos autores de la conspiración. Son ellos los gabilondos que borraron de
los archivos aquellos nefandos programas radiofónicos, paradigmas
conspiranoicos.
Después de diez años esta sigue siendo la
única verdad oficial de la justicia de este injusto país: Yamal Zougan es el único condenado como cooperador directo en los
atentados del 11M. Esa es la única pena carcelaria por 192 muertos y 1.500
heridos de un atentado tan complejo y sofisticado. En Zugan se reúne toda la
autoría intelectual y material del atentado.
Y, sin embargo, se da de
nuevo otra mordad paradoja: las rumanas que le identificaron como viajero de
uno de aquellos trenes se enfrentan a la sentencia de un juicio por falso
testimonio, repleto de flagrantes contradicciones y sabrosas indemnizaciones.
Todo apunta a que ni las rumanas ni Zougan pisaran aquellos trenes.
Ante este insólito panorama, ¿quiénes son
más consecuentes con la realidad oficial, los genuinos ‘conspiradores’, dueños
de su magra verdad, o los insultados como ‘conspiranoicos’ que piden una verdad
que no ven?
La verdad puede ser de origen yihadista
–¿por qué no?–, pero coherente. Un mes antes de cumplirse este décimo
aniversario del 11M –¡qué casualidad!– ha salido un libro de cuyo nombre no
quiero acordarme, donde la autoría es yihadista. En su progresismo de alta
investigación, “a cuyas fuentes no pueden llegar todos” –dicen sus
propagandistas–, hace concesiones a los del otro lado: la decisión del atentado
fue tomada en Karachi, Pakistán, en 2001, como venganza por haber sido
desbaratada en Valencia una célula de Al Qaeda, antes de la guerra de Irak,
nada que ver, por tanto, con la reacción de la izquierda en aquellos días. Pero
el asesor de Zapatero sobre antiterrorismo en sus dos primeros años de
gobierno, autor del libro, dice que la fecha del atentado es elegida antes de
que se fijara la fecha de las elecciones, día 14 de marzo de 2004. Y eso es
pedir la ingenuidad del limbo y carece de total credibilidad. Las intenciones
del atentado, vinieran de donde vinieran, tenían como objetivo el día electoral,
y el ínterin estaba medido para cambiar el voto y no dar opción a ulteriores contrareacciones.
Pero hay más. La teoría que debe explicar
el 11M debe encajar en todos sus bordes y en todos sus vanos. Al asesor de
Zapatero se le olvida justificar los agujeros negros del 11M, que la
investigación privada de editoriales y medios de comunicación ha descubierto clamorosamente
frente al silencio del Estado y la obstrucción de la Justicia que lo considera
“caso juzgado”. Siempre la iniciativa privada en el ápice de nuestras
libertades. Y han sido muchos los agujeros encontrados: el lavado con acetona
de los trenes siniestrados y la estupefacta destrucción del cuerpo del delito;
la falsificación y desaparición de los análisis y tomas de los explosivos por
los Tedax; la invención de la mochila de Vallecas, no encontrada entre los
efectos recogidos en los trenes, provista de una metralla de que carecieron las
víctimas; los objetos aparecidos en la furgoneta Renault Kangoo de Alcalá de
Henares, anteriormente inspeccionada y vacía; la inverosímil aparición
posterior de la Skoda
Flabia, etc.
La
verdad del 11M debe explicarnos por qué ciertos miembros de nuestra policía,
ahí colocada para nuestra seguridad, consiguieron en aquellos días borrar y
manipular las pruebas procesales, en aparente complicidad con los autores del
crimen. Y esto no es conspiración. Es constatación empírica y privada que ya no
se puede marginar. La verdad del 11M, todavía pendiente, no puede ser una fábula
oriental exenta de la servidumbre de sus pozos negros.
Los muertos de tan horrible masacre
seguirán sin acabar de enterrar, en tanto no les cubra el sudario de la Verdad y de la Justicia.
Hace ahora 10 años.
Son dos de los cuatro malditos trenes de aquella mañana. Con el sueño a rastras y el tiempo en los
talones, la gente trabajadora buscaba su puesto de trabajo en la gran ciudad y
encontraba la muerte en el camino. De los cuatro trenes de la muerte, tres
nacían en Alcalá, y otro pasaba, paraba y cargaba. Cuatro trenes de bancada
pública, donde pudimos ir todos pero sólo iban ellos.
—————————————————————————————————————————---- “La verdad del
11M, todavía pendiente, no puede ser una fábula oriental, exenta de la
servidumbre de sus pozos negros”
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José César Álvarez
Puerta de Madrid,
8 .3.2014
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