Dicen que encontraron
los huesos de Cervantes, que al menos son huesos “no incompatibles” con los de
su condición. Pero ese no es un resultado concluyente. Sabíamos más antes,
estábamos más seguros. El marqués de Molíns, presidente de la Real Academia
decimonónica, estudioso del tema, ya había dicho que por su imprecisión “todo
el convento de las Trinitarias era la tumba de Cervantes”. Si la aventura
necrológica empezó con tintes científicos ¿cómo se anuda ahora el final feliz?
Encima de los
huesos “no incompatibles” del gigante Cervantes, había un enterramiento de
niños raquíticos. Los que iban a la búsqueda del gigante, dicen ahora que van a
ocuparse del raquitismo del barrio de ‘las letras’. Son especialistas para todo,
para gigantes y para raquíticos. Así es que con esta iniciativa nos hemos
enterado de que Cervantes fue removido y enterrado entre raquíticos. Pero
Cervantes, no, Cervantes no lo fue, hubiera sido señalar al barrio de Alcalá, este
de su niñez, este de las riberas de
nuestro Henares. Cervantes lo que fue de niño es un rubiales tartaja. Lo
segundo le duró más que lo primero según dice en el Prólogo de las Novelas Ejemplares. Sabía escribir lo
que no sabía decir. Su pluma fue la sublimación de su lengua estropajosa. Así
que mejor que no hable, mejor que no hable.
El que habló aquella
mañana lo que le dejaron desde Barcelona fue Francisco Rico, un gigante
cervantista, a quien los excavadores de las Trinitarias le dijeron que les había
echado un jarro de agua fría. La palabra que más repitió el académico catalán aquella
mañana fue la de “tonterías”. Los huesos
de un esqueleto –dijo– son la excrescencia de la vida; y los frutos y las
flores son la exaltación de la vida. Y en otro orden de cosas dijo que
últimamente se han dicho muchas tonterías, como que Cervantes es de Sanabria o
que el Quijote fuera escrito en catalán y después traducido al castellano. Sacó
a paseo a “los alcalaínos o complutenses”, quienes podrán así visitar la urna necrológica para
enorgullecerse de ser paisanos del hombre que más ha hecho reír en el mundo,
para añadir que el peligro de todo esto es el ‘fervorín’ y la ‘cultura de la
chequera’.
Podrán llevar
alguna carga ácida contra los alcalaínos las palabras de don Francisco, pero ¡es
tan leve! que ni se nota apenas, acostumbrados a la agresión del allanamiento
de la cuna más preciada. Con las palabras que llegan de Barcelona estamos ahí orientados
en los puntos cardinales que culturalmente nos corresponde. Nadie nos mueve la
silla, dicho sea todo “sin fervorín”.
Este domingo
pasado en Alcázar de San Juan han dado a una plaza el nombre del último alcalde
de la época franquista, enumerando entre sus muchos méritos, el de establecer
allí la cuna de Cervantes, la verdadera, la del “Sabedra” que en Lepanto era
chaval. Ay, San Francisco Rico, ora pro nobis.
A Cervantes, que le
mueven todos los días su cuna, le mueven ahora su tumba. Le han perforado la
intimidad del subsuelo mortuorio, su franciscano enterramiento. Sin embargo,
Cervantes va a cumplir un deseo que no he oído citar a nadie. Cervantes, que
pidió ser enterrado en el suelo de la Orden Trinitaria, en gratitud a
la Orden que le
rescató de Argel mediante la gran suma de “quinientos escudos de oro en oro de
España”, cuya deuda reconoció, sin pagar en vida, ahora, el deudor –que dijo
ser natural de Alcalá de Henares– va a poder empezar a cumplir su compromiso después de 435 años de
que lo firmó. Los gigantes de la palabra cumplen su palabra
El osario de las
Trinitarias de Madrid es una sombra del osario vivo de sus calles soleadas, donde
gigantes y raquíticos se mezclan sin etiquetas identificativas. Los
antropólogos clasifican a los muertos, pero los vivos no se dejan. Hay más: el
gigante y el raquítico llegan a ocupar la osamenta de una misma biografía. Messi, que es gigante, llegó a
Barcelona para curarse un principio de raquitismo. Y el ciclista colombiano
Nairo Quintana subía el otro día al podio como vencedor de la Tirreno-Adriático
y las azafatas italianas se agachaban para propinarle un beso a dos carrillos. Los
gigantes y los raquíticos se superponen en la vida y en la muerte.
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 27.3.2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario